Vuestros cuentos 

La garza y la zorra

Enviado por dach2901  

En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas. Se llevaban tan bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer.

– ¿Te gustaría almorzar conmigo mañana? Prepararé algo rico para ti.

– ¡Claro que sí! Lo pasaremos bien.

Al día siguiente, la garza llegó puntual a casa de su anfitriona. Su buena amiga había preparado mazamorra, un postre típico de Argentina, elaborado con maíz, azúcar, leche y canela. La zorra se acercó a la cocina, cogió la olla y vertió el contenido sobre una piedra grande y lisa. La mazamorra, que era muy líquida, se desparramó.


– Sírvete lo que quieras, amiga ¡Espero que te guste!

– Muchas gracias ¡Tiene un aspecto delicioso y huele fenomenal!

Pero la pobre garza comenzó a picar y apenas podía coger algún granito de maíz. Mientras la zorra lamía la piedra con la lengua, a ella le resultaba imposible probar la leche azucarada con el largo y afilado pico. Al final, resultó que la zorra comió hasta hartarse y ella se quedó muerta de hambre.

El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda. Una vez terminada la comida, se despidió sin perder en ningún momento la educación ni la compostura.

– Muchas gracias, querida, por tu invitación. Quiero corresponderte como es debido. Ven mañana a mi casa y esta vez seré yo quien prepare algo rico para las dos.

– ¡Oh, sí, cuenta con ello!

– ¿Qué te parece a la una?

– Estupendo, allí estaré ¡Hasta mañana!

La garza esperó a que la zorra se presentara en su hogar a la hora convenida. La zorra llegó hambrienta y deseando probar el rico plato que su amiga había preparado especialmente para ella, ya que por lo visto, tenía fama de ser muy buena cocinera.

– Tengo para ti una miel deliciosa, porque sé de buena tinta que a los zorros os gusta mucho.

– ¡Uy, qué bien, me encanta!

Se sentó a la mesa y la garza apareció con una miel espesa y dorada como ninguna ¡Qué buena pinta tenía!

– Sírvete toda la que quieras, amiga.

Pero había un problema… La garza la había metido en una botella de cuello muy largo y la zorra no podía introducir la pata en ella para comer. En cambio, la garza metió su fino pico y saboreó con placer el delicioso oro líquido que contenía.

La zorra nada pudo hacer pues se había convertido, como suele decirse, en el burlador burlado. Se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la humillación de que otro animal, lo fuera más que élla. Avergonzada, regresó a su casa con la tripa vacía.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 2

Comparte:

El padre y las dos hijas

Enviado por dach2901  

Había una vez un hombre que tenía dos hijas. Meses atrás, las dos jovencitas se habían ido del hogar familiar para iniciar una nueva vida.

La mayor, contrajo matrimonio con un joven hortelano. Juntos trabajaban día y noche en su huerto, donde cultivaban todo tipo de frutas y verduras que, cada mañana, vendían en el mercado del pueblo. La más pequeña, en cambio, se casó con un hombre que tenía un negocio bien distinto, pues era fabricante de ladrillos.


Una tarde, el padre se animó a dar un largo paseo y de paso, visitar a sus queridas hijas para saber de ellas. Primero, acudió a casa de la que vivía en el campo.

– ¡Hola, mi niña! Vengo a ver qué tal te van las cosas.

– Muy bien, papá. Estoy muy enamorada de mi esposo y soy muy feliz con mi nueva vida.

– ¡Me alegro mucho por ti, hija mía!

– Sólo tengo un deseo que me inquieta: que todos los días llueva para que las plantas y los árboles crezcan con abundante agua y jamás nos falte fruta y verdura para vender.

El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo y, sin prisa, se dirigió a casa de su otra hija.

– ¡Hola, querida! Pasaba por aquí para saber cómo te va todo.

– Estoy muy bien, papá. Mi marido me trata como a una princesa y la vida nos sonríe.

– ¡Cuánto me alegra saberlo, hija!

– Bueno, aunque tengo un deseo especial: que siempre haga calor y que no llueva nunca; es la única manera de que los ladrillos se sequen bajo el sol y no se deshagan con el agua ¡Si hay tormentas será un desastre!

El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña, pero en seguida cayó en la cuenta de que, si se cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y al revés sucedería lo mismo.

Caminó despacio y, mirando al cielo, exclamó desconcertado:

– Si una quiere que llueva y la otra no, como padre ¿qué debo desear yo?

La pregunta que se hizo no tenía respuesta. Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

Aquel viejo, viejo vino

Enviado por dach2901  

Cuenta una historia muy antigua que hace muchos años vivía un hombre muy rico y poderoso que tenía una vida llena de privilegios; residía en una casa enorme rodeada de hermosos jardines, vestía las más elegantes ropas y degustaba manjares que no estaban al alcance de casi nadie.


Cuando se paraba a pensar en todo lo que poseía, se sentía pletórico de felicidad.

– “¡No puedo ser más afortunado! Tengo todo lo que un hombre de cincuenta años puede desear: una hogar lujoso, criados que me sirven y oro a raudales para permitirme el capricho que me dé la gana ¡La verdad es que soy un tipo con suerte!”.

Sí, lo tenía absolutamente todo, pero de lo que más orgulloso se sentía era de la vieja bodega que había construido en el sótano de su mansión. Allí, rodeadas de oscuridad, reposaban decenas de botellas de vino que para él eran un auténtico tesoro.

Entre todas había una muy especial, la que consideraba la joya de la corona por ser la más antigua y valiosa. No permitía que nadie se acercara a ella y de vez en cuando bajaba a comprobar que seguía en su sitio.

Se la quedaba mirando, la acariciaba con suavidad y siempre pensaba lo mismo:

– “Esta botella contiene el mejor vino del planeta y sólo la descorcharé cuando venga a visitarme alguien realmente importante ¡Me niego a desperdiciar este exquisito caldo con gente que no lo merece y mucho menos con personas incapaces apreciarlo!”.

Resultó que un día pasó por su casa un hombre de negocios que gozaba de muy buena reputación en la ciudad. Mientras charlaba con él en el salón, pensó en bajar a la bodega y compartir con él su más preciada botella.

La idea revoloteó por su cabeza unos segundos, pero rápidamente cambió de opinión y se dijo a sí mismo:

– “¡No, no, será mejor que no! Este caballero no es lo suficientemente importante como para invitarle a beber mi fabuloso vino de reserva… ¡Le daré agua fresca y santas pascuas!”.

Un par de meses después recibió por sorpresa la visita del presidente del gobierno de su país, y por supuesto, le invitó a comer.

Cuando los criados sirvieron el suculento asado, al hombre le asaltó el mismo pensamiento que tiempo atrás.

– “¡Qué honor tener al presidente en mi casa! Tal vez debería abrir mi maravillosa botella de vino para acompañar la carne… ¡Bueno, no, la dejaré para otra ocasión! Su ropa es bastante fea y anticuada, así que me temo que un hombre con tan poco gusto no va a disfrutar de un vino sólo apto para paladares refinados”.

Y así fue cómo, una vez más, dejó pasar la oportunidad de degustar su excelente vino en buena compañía.

Llegó el otoño y una tarde ventosa recibió una carta de palacio que anunciaba que, en unas horas, recibiría la visita del príncipe del reino. Como es lógico la idea le entusiasmó y se puso bastante nervioso. Todo tenía que estar perfecto cuando llegara el hombre más ilustre que podía pisar su hogar ¡Nada más y nada menos que el príncipe!

Llamó a los criados a golpe de campana y cuando los tuvo frente a él, les indicó:

– El príncipe almorzará aquí mañana ¡Se presentará a las doce, y tanto la casa como los jardines tienen que estar limpios y esplendorosos! Por descontado, no quiero que falte ningún detalle en la mesa ¡Pongan el mantel de encaje, los platos de porcelana y las copas de cristal reservadas para los banquetes!

El hombre sentía que el corazón le latía a mil por hora.

– ¡Y por favor, esmérense con la comida! Tenemos que ofrecerle el mejor pescado fresco que encuentren y los postres más deliciosos que sean capaces de preparar ¿Queda claro?

Los sirvientes asintieron con la cabeza y se fueron a toda prisa a organizarlo todo pues no había tiempo que perder. Él, mientras tanto, se quedó mordisqueándose las uñas y reflexionando sobre su cotizada botella.

– “¿Será mañana el día más apropiado para servir ese vino?… ¡Se trata del príncipe!… ¿Qué hago, le invito o no le invito?”.

La duda que le corroía se esfumó rápidamente:

– “¡Bah, no, me niego! Al fin y al cabo no es un rey ni un emperador, sino un joven príncipe que se lo va a beber a grandes tragos como si fuera un vino barato”.

Y así fue que los años fueron pasando y pasando hasta que el hombre se convirtió en un anciano que de viejo se murió. Tanto había esperado la ocasión perfecta para abrir su queridísima botella, que abandonó este mundo sin probarla.

La noticia de su fallecimiento corrió como la pólvora. Como había sido un hombre rico e influyente en vida, todos sus vecinos y empleados acudieron a su casa para darle el último adiós.

¡En el comedor no cabía un alma! Se reunieron decenas de personas y los criados se vieron obligados a bajar a la bodega a por botellas de vino para servir unas copas. Se las llevaron todas, incluida la botella de vino añejo que tan celosamente había guardado su señor durante más de cuarenta años.

¡Una verdadera lástima!…Quienes lo bebieron no se dieron ni cuenta de que estaban tomando un carísimo vino único en el mundo; para ellos, el vino era simplemente, vino.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

El caminante inteligente

Enviado por dach2901  

Tras varias horas caminando bajo el sol un hombre pasó por una pequeña granja, la única que había en muchos kilómetros a la redonda. El olorcillo a cocido llegó hasta su nariz y se dio cuenta de que tenía un hambre de lobo. Llamó a la puerta y el dueño de la casa, bastante antipático, le abrió.


– Buenas tardes, señor.

– ¿Quién es usted y qué busca por estos lugares?

– No se asuste, soy un simple viajero que va de paso. Me preguntaba si podría invitarme a un plato de comida. Estoy muerto de hambre y no hay por aquí ninguna posada donde tomar algo caliente.

El granjero no se compadeció y para quitárselo de encima le dijo en un tono muy despectivo:

– ¡Pues no, no puedo! Son las cinco y mi esposa y yo ya hemos comido ¡En esta casa somos muy puntuales y estrictos con los horarios, así que no voy a hacer ninguna excepción! ¡Váyase por donde vino!

El hombre se quedó chafado, pero en vez de venirse abajo, reaccionó con astucia; justo cuando el granjero iba a darle con la puerta en las narices, sacó un billete de cinco pesos del bolsillo de su pantalón y se lo dio a un niño que jugaba en la entrada.

– ¡Toma, guapo, para que juegues! ¡Si quieres otro dímelo, que tengo muchos de estos!

El granjero vio de reojo cómo el desconocido le regalaba un billete de los gordos a su hijo y pensó:

– “Este tipo debe ser rico y eso cambia las cosas… ¡Le invitaré a entrar!”

Abrió la puerta de nuevo y con una gran sonrisa en la cara, le dijo muy educadamente:

– ¡Está bien, pase! Mi mujer le preparará algo bueno que llevarse a la boca.

– ¡Oh, es usted muy amable, gracias!

Aguantando la risa, el viajero pasó al comedor y se sentó a la mesa ¡Había echado el anzuelo y el pez había picado!

Mientras, el granjero, un poco nervioso, entró en la cocina para hablar con su mujer. En voz baja, le dijo:

– Creo que este desconocido está forrado de dinero porque le ha regalado a nuestro hijo un billete de cinco pesos ¡y le escuché decir que tiene muchos más!

– ¿En serio?… Pues entonces no podemos dejarle escapar ¡Tenemos que aprovecharnos de él como sea!

– ¡Sí! Vamos a intentar que esté lo más contento posible y ya se me ocurrirá algo.

El granjero y su mujer adornaron la mesa con flores y sirvieron la comida en platos de porcelana fina que se sintiera como un rey, pero el viajero sabía que tanta atención no era ni por caridad ni por amabilidad, sino que lo hacían por puro interés, porque pensaban que era rico y querían quedarse con parte de su dinero ¡El plan había surtido efecto porque era lo que él quería que pensaran!

– Señora, este es el mejor arroz con pollo que he comido en toda mi vida ¡Tiene usted manos de oro para la cocina!

– ¡Muchas gracias, me alegro mucho de que le guste! ¿Le apetece un café con bizcocho de manteca?

– Si no es molestia, acepto encantado su invitación.

– ¡Claro que no, ahora mismo se lo traigo!

El postre estaba para chuparse los dedos y el humeante café fue el colofón perfecto a una comida espectacular.

– Muchas gracias, señores, todo estaba realmente delicioso. Y ahora si me disculpan, necesito ir al servicio… ¿Podrían indicarme dónde está?

– ¡Claro, faltaría más! El retrete está junto al granero; salga que en seguida lo verá.

– Muchas gracias, caballero, ahora mismo vuelvo.

El astuto viajero salió de la casa con la intención de no volver. Afuera, junto a las escaleras de la entrada, seguía jugando el niño; parecía muy entretenido haciendo un avión de papel con el billete que un par de horas antes le había regalado. Se acercó a él y de un tirón, se lo quitó.

– ¡Dame ese billete, chaval, que ya has jugado bastante!

Lo guardó en el bolsillo, rodeó la casa y echó a correr.

– ¡Tengo que largarme antes de que los muy tontos se den cuenta de que les he engañado!

Y así, con el buche lleno y partiéndose de risa, el viajero se fue para siempre, contento porque había conseguido burlar a quienes habían querido aprovecharse de él.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

El asno y el caballo

Enviado por dach2901  

Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia, y como buenos amigos que eran, utilizaban el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la ciudad.

La rutina era la misma todas las mañanas: el hombre colocaba un enorme y pesado saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo y se ponían en marcha. Para los animales el trayecto era aburrido y bastante duro, pero como su sustento dependía de cumplir órdenes sin rechistar, ni se les pasaba por la mente quejarse de su suerte.

—————–

Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de partir.

– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!

Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos, como siempre perfectamente sincronizados. Mientras caminaban, por primera vez desde que tenía uso de razón, el asno se lamentó:

– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta mucho respirar!

El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una sensación de libertad tan grande, que ni se paró a pensar en el sufrimiento de su colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.

– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!

Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.

– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.

El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.

– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!

El asno, ya medio mareado, pensó que estaba en medio de una pesadilla.

– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’

El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos almendrados empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.

– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me voy a desmayar!

El caballo resopló con fastidio.

– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!

Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de gelatina.

– ¡Ayuda… ayuda… por favor!

Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.

¡Blooom!

El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua fuera.

– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero ¿cómo puedo hacerlo?

Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.

– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!

El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.

– ¡Ya puedes ponerte en pie!

El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.

– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo solo podemos hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena ración de forraje!

El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada sirvió. Le gustara o no, debía realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la espalda.

—————–

Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil, que tardó tres semanas en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y repetía sin parar:

– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo… ¿Cómo he podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle ayudado desde el principio!

Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

Los superpoderes de Luca Listillo

Enviado por dach2901  

La vida de Luca Listillo en el cole de los dibujos animados era horrible. Luca era un personaje de un cómic normalito sobre un niño muy listo, y eso era todo. Pero sus compañeros de clase, ellos sí que eran personajes: unos eran increíbles superhéroes y otros grandes magos o aventureros galácticos, todos con unos poderes tan alucinantes que hacían quedar a Luca como un pardillo ridículo.

Tan espectaculares eran sus poderes y sus aventuras, que el mundo de los dibujos animados se les hizo pequeño.

- “Esto es un rollo”, decían, “aquí siempre ganamos, y los malos son penosos. ¡Queremos malos de verdad, para que se enteren de nuestros poderes!”.

A Luca todo aquello le daba pánico ¿Cómo enfrentarse al mundo de verdad, si ya en el mundo de los dibujos animados las pasaba canutas?

Pero sus compañeros de clase consiguieron su objetivo, y un día todos ellos amanecieron en el mundo real. Ese mundo corría un gravísimo peligro, pero cuando quisieron salvarlo y trataron de utilizar sus poderes, se dieron cuenta de que ¡el mundo real estaba embrujado!

Debía ser un hechizo terrible, porque todo parecía del revés: era imposible saltar de casa en casa, volar por los aires o utilizar la visión láser; cualquier pequeño golpe les dejaba terriblemente doloridos, las armas galácticas no funcionaban, y ninguno de los hechizos que conocían tenía efecto alguno. ¿Cómo iban a salvar al mundo si no podían usar sus poderes?

Pero entonces apareció Luca. A él parecía que no le afectaba el hechizo, pues seguía siendo un chico muy inteligente, y no tardó en comprender lo que pasaba. Y junto a él, aparecieron también otros personajes que no habían perdido sus cualidades: habían sido dibujos animados del montón; niños y niñas alegres, divertidos, creativos, simpáticos , trabajadores o cariñosos, que podían seguir viviendo como siempre en aquel mundo embrujado. Y mientras sus “poderosos” compañeros no hacían más que preguntarse qué habría pasado con sus poderes, el nuevo grupo de héroes puso en práctica todas sus habilidades para tratar de salvar al mundo de aquel gran peligro.

Y tuvieron un gran éxito, porque el peligro que acechaba al mundo real no era otro que llenarse de niños que se quedan sin hacer nada, esperando recibir algún mágico y misterioso poder que todo lo arregle.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

¡Santa me ha robado!

Enviado por dach2901  

Marcianoto llegó volando en su nave espacial. Estaba emocionado porque por fin había obtenido permiso para visitar la Tierra de nuevo. Ya había estado antes, pero la última vez montó un lío tremendo: se había transformado en un tipo llamado Albert Einstein y en unos pocos días reveló muchos secretos de los extraterrestres. Por eso llevaba años castigado sin volver.

Esta vez tendría mucho más cuidado. Para no transformarse en nadie conocido decidió aterrizar en el lugar más apartado del planeta. Era un lugar frío y blanco en el que solo había una casa, y dentro pudo ver a un anciano solitario.

- Me transformaré en este anciano. Este sí es imposible que sea famoso. Además, me encantan su traje rojo, su gran barba blanca, y ese saco enorme que tiene a su lado. Me servirá para guardar algunas cosas.

Pero en cuanto llegó a la ciudad un gran grupo de niños se abalanzó sobre él.

- ¡Quiero mi coche!

- ¡A mí dame una muñeca!

- ¡Yo quiero una consola!

Marcianoto estaba rodeado y asustado. No sabía qué estaba ocurriendo, y solo se le ocurrió ir sacando lo que llevaba en el saco para dárselo a los niños, que se marchaban felices. Pero la fila de niños era tan larga que pronto se quedó sin nada que darles, y tuvo que salir corriendo y esconderse.

Solo cuando se hizo de noche pudo salir. Estaba aterrado. No sabía cómo, pero estaba claro que había vuelto a elegir mal en quién se transformaba. ¡Otra vez!

- No me extraña que ese viejo viviera solo y escondido. Debe ser un famoso sinvergüenza ¡Le debe cosas a todo el mundo!

Así que volvió a la casa del anciano. Espió desde la ventana y descubrió una enorme montaña de juguetes.

- ¡Ahí es donde tiene las cosas que quita a los niños este viejo malvado! -pensó.

Y esperó a que se hiciera de noche y el anciano se fuera a dormir para entrar sin ser visto y llevarse los juguetes ¡Qué suerte! El viejo ponía etiquetas con los nombres, y hasta tenía una lista de nombres y direcciones.

- Por fin voy a poder hacer algo bueno en la Tierra. Llevaré cada uno de estos juguetes a su dueño.

Aunque eran muchos niños, su nave tenía supervelocidad y podía empequeñecerse. Por eso consiguió devolver todos los regalos antes de que fuera de día. Cuando terminó y se dispuso a dormir en su nave, se sentía contentísimo de haber hecho justicia.

- Menuda sorpresa se va llevar ese viejo ladrón…

Pero la sorpresa se la llevó Marcianoto cuando despertó. El viejo volvía a tener una montaña de juguetes en su casa.

- Ah, este ladrón es astuto, malvado y muy rápido. No sé cómo habrá recuperado todos los juguetes en un día, pero da igual: esta noche volveré a dejárselos a sus dueños.

Y pasó la noche repartiendo juguetes. Pero al día siguiente pasó lo mismo, y al otro lo mismo y así durante muchos días más. Marcianoto estaba extrañadísimo: ¿Cómo podía aquel viejo gordinflón robar tan rápido?

- Ya sé - pensó - debe tener cómplices en la ciudad que le ayudan. Iré allí disfrazado para descubrir qué pasa. Buscaré a quienes tengan peor cara; seguro que esos serán sus malvados compinches.

Pero en la ciudad todo el mundo estaba feliz. Y es que todas aquellas noches Marcianoto había estado haciendo de Santa Claus con su nave, repartiendo regalos. Y cada mañana los niños se despertaban con un nuevo juguete.

- ¿De verdad que nadie os roba los juguetes? - preguntó a varios niños.

- ¡Claro que no! Estos nos los trae Santa Claus.

- ¿Santa Claus? ¿Y es quién es?

- ¿Pero quién eres tú que no sabes quién es Santa Claus? ¿Un marciano? ja, ja, ja- le respondieron. Y entonces le explicaron que Santa Claus era un señor mayor con una gran barba blanca y un traje rojo, y que dejaba regalos a los niños la noche de navidad.

Marcianoto se moría de vergüenza. No solo había tomado a Santa Claus por un malvado delincuente, sino que encima ¡le había estado robando los juguetes! Volvió volando a la casa del anciano a disculparse, pero lo encontró muy enfermo. Santa Claus utilizaba su magia para volver a crear los juguetes, y al haberlo hecho tantos días seguidos se había quedado tan débil que ya no podía moverse.

¿Qué podría hacer? ¡Aquella misma noche era Navidad y Santa Claus no iba a repartir regalos! Marcianoto pensó rápido: hizo un vídeo de Santa Claus enfermo y usando la antena de su nave lo envió a todas las televisiones del mundo con un mensaje: había que devolver todos los regalos de aquellos días para que Santa Claus pudiera recuperar su magia y ponerse bueno.

Siempre pensamos que va a pasar algo que lo arregle todo. Y eso esperaba el pobre Marcianoto. Pero aquella vez nadie pudo arreglar nada: nadie se creyó el mensaje y Santa Claus no pudo entregar sus regalos.

Marcianoto pasó el día cuidando de Santa Claus. Anochecía cuando llamaron a la puerta. Era una niña que traía todos sus regalos.

- Me dan igual los regalos - dijo con una lagrimita-. Lo que quiero es que Santa Claus se ponga bueno.

-Yo también - dijo otro niño que venía a la cabeza de un grupo.

- Y yo… y yo…

Poco a poco fueron apareciendo niños y más niños, todos dispuestos a devolver hasta el último de sus regalos. La fila era interminable. Llegaban de todas partes y, según cruzaban la puerta, sus regalos desaparecían y Santa Claus se ponía un poco mejor. Cuando el último niño dejó sus juguetes, Santa Claus se pudo levantar y todos aplaudieron llenos de alegría. Parecía que nunca habían estado tan contentos.

Sin embargo, Marcianoto se sentía fatal.

- Lo siento muchísimo - dijo-. Al final por mi culpa todo el mundo se ha quedado sin regalos…

Se hizo un gran silencio y todos miraron al extraterrestre.

- ¡Qué va! -dijo finalmente una niña- Yo nunca había estado tan contenta en navidad. He podido curar a Santa Claus y ser yo la que le llevaba los regalos. Y ahora estoy segura de que es mucho mejor dar regalos que recibirlos.

Y entre risas y aplausos todos estuvieron de acuerdo en que esa lección era el mejor regalo que podían haber tenido ese año.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 4

Comparte:

El zombi cazafantasmas

Enviado por dach2901  

Patizombi era un zombi cansado de ser el malo de todas las historias. Y para demostrar que podía hacer cosas buenas, decidió salir a la caza de los malvados fantasmas.

Pero los fantasmas no se dejan ver fácilmente, y además son muy escurridizos. Solo después de muchos intentos fallidos, encontró un fantasma despistado flotando en el bosque. Se acercó con cuidado, preparó sus trampas, y saltó sobre él.

La lucha pareció terrible, hasta que Patizombi se dio cuenta de que estaba luchando él solo contra una sábana pegajosa que le tenía atrapado.

- ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Has caído en mi trampa, malvado zombi!- rió un fantasma saliendo de su escodite.

- Ah, fantasma malvado- respondió. -Algún día te atraparé yo a ti.

- !No, no, no, no y no! - dijo muy ofendido el fantasma-. Disculpa, pero yo soy un fantasma bueno, y me dedico a cazar zombis malvados.

- ¡Eso sí que no!- protestó Patizombi- porque yo soy un zombi bueno, y soy yo quien caza fantasmas malvados.

Después de discutir un buen rato, comprendieron que ambos decían la verdad. Les pareció divertido y se hicieron amigos.

- Así que no todos los fantasmas son malvados…

- Ni todos los zombis…

- Pues podríamos unirnos para cazar ogros.

Y fueron formando equipo hasta las montañas, donde se escondían los peores ogros. Trabajando juntos rápidamente encontraron el rastro de un ogro que los llevó hasta una cueva. Como el ogro había salido, prepararon una trampa, pero mientras lo hacían una enorme piedra cerró la entrada, dejándolos atrapados.

- ¡Jo, jo, jo, jo! ¡Qué fácil ha sido atrapar a ese malvado zombi y su socio el fantasma!

- ¡Mentira! - protestaron desde dentro- No somos malvados. El único malvado eres tú y hemos venido a atraparte.

Una vez más la discusión duró hasta que todos estuvieron convencidos de que ninguno de ellos era un malvado.

- Nunca hubiéramos pensado que hubiera ogros buenos.

- Ni yo que un zombi y un fantasma no fueran malos.

- Está claro que, antes de cazar a nadie, tendríamos que asegurarnos de que sea un malvado...

Y así fue como descubrieron que muchas criaturas no eran malvadas, aunque tuvieran fama de serlo. Y que lo mismo pasaba con otras que tenían fama de sucias, ruidosas o molestas: solo unas pocas lo eran de verdad, y no se podía decir cuáles eran así sin llegar a conocerlas. De esta forma encontraron a muchos más zombis, fantasmas y ogros buenos que se unieron a su grupo de cazamalvados, y todos se fiaban de aquella policía del valle, que nunca trataba a nadie dejándose llevar por prejuicios y famas inmerecidas.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 2

Comparte:

EL ANILLO DEL ELFO

Enviado por dach2901  

Un día, una preciosa niña llamada Marlechen paseaba por un camino de tierra y polvo, muy cerca de la arboleda que conducía al bosque de castaños que había cerca de su casa. Por ese lugar solían pasar carruajes que llevaban viajeros de un pueblo a otro. Iba distraída pensando en sus cosas, pero algo llamó su atención. En la cuneta vio un ramo de flores que alguien había tirado sin contemplaciones. Los pétalos de colores se abrían al sol y desprendían un aroma delicioso que a Marlechen le recordaba a la vainilla.


La niña sintió mucha pena al ver tanta belleza abandonada. Cogió el ramito y, con mucha delicadeza, lo clavó en la orilla de un riachuelo para que se mantuviera fresco y recobrara todo su esplendor. Estaba tan ensimismada contemplando las flores que dio un respingo cuando de ellas salió un pequeño elfo, no más grande que un dedo pulgar. La criatura sonrió, le dedicó un simpático guiño y susurró con una voz suave y cálida:

– ¡Gracias, Marlechen!

La niña estaba asombrada ¡nunca había conocido a ningún elfo del bosque! Con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, vio como el extraño ser se quitaba la corona de luz que llevaba sobre su cabeza y lo convertía en un anillo dorado tan fino, que era prácticamente invisible.

– ¡Toma, este anillo es para ti! Llévalo siempre en tu dedo. Cada vez que lo mires tus ojos relucirán y todo aquel que esté a tu lado se sentirá alegre y feliz.

Y sin decir más, el elfo desapareció como por arte de magia. Marlechen regresó a su casa fascinada por el curioso regalo que había recibido del hombrecillo de orejas puntiagudas que había salido de entre las flores.

Nada más llegar, oyó unos gritos que retumbaban en el comedor. Su familia se había enzarzado en una discusión y parecía que todos estaban de muy mal humor. Marlechen entró, miró el anillo y sus ojos se llenaron de luz. En ese mismo momento, su madre y sus hermanos se tranquilizaron y comenzaron a sonreír. Parecía que la dicha había vuelto al hogar.

Al cabo de un rato, llegó su padre cansado y con muy malas pulgas. El día en el trabajo había sido muy duro y no tenía ganas de nada. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, se encontró con su hija. La niña percibió en él la tristeza, observó el anillo y cuando volvió a levantar la mirada, la luz que salió de sus ojos hizo que todo cambiara de nuevo. El rostro de su papá se transformó y una sonrisa de felicidad asomó en sus labios. El hombre se sintió, de repente, más contento que nunca.

Marlechen se dio cuenta de que el elfo no la había engañado. Ese anillo tan especial era capaz de llevar felicidad a los demás y decidió que jamás se separaría de él. A donde quiera que fuera, el anillo iría en su dedito. Todo aquel que se cruzaba con ella sentía alegría repentina, pero nadie supo nunca el porqué. Para todos, era una niña mágica, una niña especial. Para todos, fue para siempre “la niña sol”.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

el cerdito verde

Enviado por dach2901  

En un lugar de Colombia que nadie recuerda, hubo una vez una familia de cerdos que vivía plácidamente en una granja. Allí tenían todo lo que se podía desear. Durante el día, retozaban en el barro y después se bañaban en cualquier charca de las muchas que había en la finca para refrescarse un poco. Si tenían hambre, su dueño les ofrecía un gran cubo lleno de ricas bellotas o mordisqueaban apetitosos frutos rojos que la naturaleza ponía a su disposición.


Un día, la mamá cerda tuvo una nueva camada de gorrinos. Todos eran gorditos y sonrosados menos uno, que nació de color verde esmeralda. Los cerditos le miraron horrorizados y no entendían cómo un animal tan extraño podía ser su hermano.

Además de verde, su comportamiento era muy diferente al de los demás. En vez de alimentarse de la leche de la madre prefería comer trozos de bizcocho. Tampoco le gustaba retozar en el barro como sus hermanos ¡A él le gustaba mucho más intentar subirse a los árboles!

Con el paso del tiempo se ganó la fama de que era un cerdito raro y él lo sabía. En realidad, no le importaba lo más mínimo ser diferente. Lo que no se imaginó es que su familia y el resto de animales de la granja, odiaban sus extravagancias y no le aceptaban tal como era. Poco a poco fueron apartándole y el cerdito se sentía cada día más solo. Nadie le hacía caso ni quería jugar con él.

Harto y disgustado, una mañana decidió marcharse lejos. Ni siquiera miró hacia atrás. Con los ojillos llenos de lágrimas y lo poco que tenía, se adentró en el bosque buscando un lugar mejor donde vivir.

Al finalizar el día se encontró con una pareja de ciervos entrados en años que no tenían hijos. Allí estaban ellos, masticando un poco de hierba, cuando vieron aparecer un cerdito verde ante sus ojos ¿Un cerdo verde? ¡Qué cosa más curiosa! Sin temor se acercaron a él y notaron que estaba muy triste y abatido. Con mucha dulzura, la cierva le preguntó qué hacía por allí, y el pequeño le contó que era muy infeliz porque nadie comprendía que no pasaba nada por ser distinto a los demás. Los ciervos se conmovieron y decidieron que ese cerdito sería el hijo que nunca tuvieron. Le lavaron bien, le dieron agua y comida y dejaron que por la noche se acurrucara junto a ellos para dormir calentito.

Los tres formaron una familia pintoresca pero muy feliz y cuentan que por aquella época, algún humano que atravesó el bosque, pudo ver la hermosa estampa de una pareja de ciervos junto a un cerdito verde esmeralda correteando entre los árboles.

100.00%

votos positivos

Votos totales: 1

Comparte:

Desde el 211 hasta el 220 de un total de 430 Cuentos

Añade tus comentarios