9 Cuentos de hadas 

LOS TRES DESEOS

Había una vez un hombre, que no era muy rico, que se casó con una bella mujer. Una noche de invierno, sentados junto al fuego, comentaban la felicidad de sus vecinos que eran más ricos que ellos.
-¡Oh! -decía la mujer- si pudiera disponer de todo lo que yo quisiera, sería muy pronto mucho más feliz que todas estas personas.
-Y yo -dijo el marido-. Me gustaría vivir en el tiempo de las hadas y que hubiera una lo suficientemente buena como para concederme todo lo que yo quisiera.
En ese preciso instante, vieron en su cocina a una dama muy hermosa, que les dijo:
-Soy un hada; prometo concederles las tres primeras cosas que deseen; pero tengan cuidado: después de haber deseado tres cosas, no les concederé nada más.

Cuando el hada desapareció, aquel hombre y aquella mujer se hallaron muy confusos:
-Para mí, que soy el ama de casa -dijo la mujer- sé muy bien cuál sería mi deseo: no lo deseo aún formalmente, pero creo que no hay nada mejor que ser bella, rica y fina.
-Pero, -contestó el marido- aún teniendo todas esas cosas, uno puede estar enfermo, triste o incluso puede morir joven: sería más prudente desear salud, alegría y una larga vida.
-¿De qué serviría una larga vida, si se es pobre? -dijo la mujer-. Eso sólo serviría para ser desgraciado durante más tiempo. En realidad, el hada habría debido prometer concedernos una docena de deseos, pues hay por lo menos una docena de cosas que yo necesitaría.
-Eso es cierto -dijo el marido- pero démonos tiempo, pensemos de aquí a mañana por la mañana, las tres cosas que nos son más necesarias, y luego las pediremos.
-Puedo pensar en ello toda la noche -dijo la mujer- mientras tanto, calentémonos pues hace frío.

Mientras hablaba, la mujer cogió unas tenazas y atizó el fuego; y cuando vio que había bastantes carbones encendidos, dijo sin reflexionar:
-He aquí un buen fuego, me gustaría tener un alna morcilla para cenar, podríamos asarla fácilmente.
Tan pronto como terminó de pronunciar esas palabras, cayó por la chimenea un alna de morcilla.
-¡Maldita sea la tragona con su morcilla! -dijo el marido-; no es un hermoso deseo, y sólo nos quedan dos que formular; por lo que a mí respecta, me gustaría que llevaras la morcilla en la punta de la nariz.
Y, al instante, el hombre se percató de que era más tonto aún que su mujer, pues, por ese segundo deseo, la morcilla saltó a la punta de la nariz de aquella pobre mujer que no podía arrancársela.
-¡Qué desgraciada soy! -exclamó- ¡eres un malvado por haber deseado que la morcilla se situara en la punta de mi nariz!
-Te juro, esposa querida, que no he pensado en que pudiera ocurrir -dijo el marido-. ¿Qué podemos hacer? Voy a desear grandes riquezas y te haré un estuche de oro para tapar la morcilla.
-¡Cuídate mucho de hacerlo! -prosiguió la mujer- pues me suicidaría si tuviera que vivir con esta morcilla en mi nariz, te lo aseguro. Sólo nos queda un deseo, cédemelo o me arrojaré por la ventana.

Mientras pronunciaba estas frases corrió a abrir la ventana y su marido, que la amaba, gritó:
-Detente mi querida esposa, te doy permiso para que pidas lo que quieras.
-Muy bien, -dijo la mujer- deseo que esta morcilla caiga al suelo.
Y al instante, la morcilla cayó. La mujer, que era inteligente, dijo a su marido:
-El hada se ha burlado de nosotros, y ha tenido razón. Tal vez hubiéramos sido más desgraciados siendo más ricos de lo que somos en este momento. Créeme, amigo mío, no deseemos nada y tomemos las cosas como Dios tenga a bien mandárnoslas; mientras tanto, comámonos la morcilla, puesto que es lo único que nos queda de los tres deseos.

El marido pensó que su mujer tenía razón, y cenaron alegremente, sin volver a preocuparse por las cosas que habrían podido desear.

Autor del

cuento

: Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont

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LA BELLA DURMIENTE

Érase una vez una reina que dio a luz una niña muy hermosa. Al bautismo invitó a todas las hadas de su reino, pero se olvidó, desgraciadamente, de invitar a la más malvada. A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño.
Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino. El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar.
- No es fácil hilar la lana, - le dijo la sirvienta -. Mas si tienes paciencia te enseñaré.
La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina. La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa.
- ¡No morirá! ¡Puedes estar segura! - la consoló -. Sólo que por cien años ella dormirá.
La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó:
- ¡Oh, si yo pudiera dormir!
Entonces, el hada buena pensó:
- Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su lado.
La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron.
- ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar. - dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño -.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa. Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio...
Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos.
- ¡Despertad! ¡Despertad!", - chilló una y otra vez, pero en vano -.
Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desesperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño. Al ver frente a sí al príncipe, murmuró:
- ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado.
El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca. Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.

Autor del

cuento

: Hermanos Grimm

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LA CENICIENTA

Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú, Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-.
De pronto se le apareció su Hada Madrina.
- No te preocupes -exclamó el Hada-. Tú también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta.
Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven. En medio de tanta felicidad Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el Rey recogió asombrado.
Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.
Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le encajaba perfecto.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.

Autor del

cuento

: Tradición oral

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EL HADA DE LOS DESEOS

La pequeña Margarita estaba sentada junto al arroyuelo debajo de una florida mata de saúco. Las vacaciones, el verano, el resplandor del sol y el libro de cuentos sobre el regazo: esto constituía todo su paraíso. Pero allí, enfrente, en la casita, su madre tenía trabajo a manos llenas.

Margarita contemplaba las luminosas olas, y soñaba. De repente exclamó en voz alta:

-¡Oh, yo desearía ser el hada de los deseos! Poder decir: "Madre, ¿qué quieres tú? ¡Madre dime tus deseos! Todo lo tendrás tú." ¡Sería maravilloso!

-¡Así sea! -dijo una voz a sus espaldas.

¿Había descendido el hada del libro de cuentos? Por su aspecto, no lo parecía ciertamente. No llevaba ningún vestido tejido de rayos de sol, ni tampoco ninguna diadema en los cabellos, pero sí dos ojos llenos de bondad, aunque, claro está, un hada puede adoptar toda clase de figuras. Esta vez se parecía, sin embargo, a la anciana mujer del mensajero, con su tosca falda de lana gris. Llevaba un pesado cesto del brazo y dijo, sonriendo a la niña, al alejarse:

-Tú eres ya un hada de los deseos. Lo que ocurre es tan sólo que no has probado nunca, hasta ahora, tu poder. ¡Ve hacia tu madre! Tú puedes convertir en realidad todos sus deseos.

La pequeña Margarita la contempló asombrada. ¿No sería un sueño? Alargó los brazos, miró hacia la radiante luz del sol y exhaló luego un profundo suspiro. Después se apresuró, a grandes saltos, por el sendero de la pradera, al encuentro de su madre.

-¡Madrecita! ¿Tienes tú algún deseo?

-¡Oh, sí! Ve corriendo hasta la aldea y compra sal para la sopa.

La niña se rió y voló montaña abajo. ¡Cuán maravilloso era poder convertir en realidad los deseos!

-¡Madrecita, desea otra cosa! -rogó Margarita a su regreso.

-Si alguien me pusiera la mesa, estaría yo muy contenta.

Se rió de nuevo la chiquilla. Mantel y cubiertos fueron rápidamente colocados, sin olvidar tampoco los vasos ni el cestito del pan, y todo le salía tan ligero de la mano como es propio de una deliciosa hada de los deseos.

-¡Y ahora, el tercer deseo, madrecita!

-Niña, que no hables siempre tanto durante la comida. Papá necesita un poco de tranquilidad en las vacaciones.

-¡Sea! -dijo Margarita sonriendo a la madre-. Y así fue: durante la comida no pronunció una sola palabra, si no era preguntada.

-¿Qué le ocurre a nuestra Margarita? Está completamente cambiada -se admiró el padre.

-Soy el hada de los deseos -gritó, jubilosa, la niña-, y desde ahora realizaré siempre los deseos de mi madrecita.

Entonces la madre, llena de alegría, juntó las manos. Miró a su hija como si la viera por primera vez. Margarita estaba junto a la ventana y los rayos solares resplandecían sobre la blonda cabellera. Toda la muchacha resplandecía. Parecía verdaderamente una pequeña hada, por lo que la madre exclamó:

-¡Cuán grande es mi suerte!

Autor del

cuento

: Cuento tradicional suizo

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EL HADA DE LOS DESEOS

Enviado por luisfernandez12  

Érase una vez una niña muy linda llamada María que vivía en una coqueta casa de campo. Durante las vacaciones de verano, cuando los días eran más largos y soleados, a María le encantaba corretear descalza entre las flores y sentir las cosquillitas de la hierba fresca bajo los pies. Después solía sentarse a la sombra de un almendro a merendar mientras observaba el frágil vuelo de las mariposas, y cuando terminaba, se enfrascaba en la lectura de algún libro sobre princesas y sapos encantados que tanto le gustaban.



Su madre, entretanto, se encargaba de hacer todas las faenas del hogar: limpiaba, cocinaba, daba de comer a las gallinas, tendía la ropa en las cuerdas… ¡La pobre no descansaba en toda la jornada!

Una de esas tardes de disfrute bajo de su árbol favorito, María vio cómo su mamá salía del establo empujando una carretilla cargada de leña para el invierno. La buena mujer iba encorvada y haciendo grandes esfuerzos para mantener el equilibrio, pues al mínimo traspiés se le podían caer los troncos al suelo.

La niña sintió verdadera lástima al verla y sin darse cuenta, exclamó en voz alta:

– Mi mamá se pasa el día trabajando y eso no es justo… ¡Me gustaría ser un hada como las de los cuentos, un hada de los deseos que pudiera concederle todo lo que ella quisiera!

Nada más pronunciar estas palabras, una extraña voz sonó a sus espaldas.

– ¡Si así lo quieres, así será!

María se sobresaltó y al girarse vio a una anciana de cabello color ceniza y sonrisa bondadosa.

– ¿Quién es usted, señora?

– Querida niña, eso no tiene importancia; yo sólo pasaba por aquí, escuché tus pensamientos, y creo que debo decirte algo que posiblemente cambie tu vida y la de tu querida madre.

– Dígame… ¿Qué es lo que tengo que saber?

– Pues que tienes un don especial del que todavía no eres consciente; aunque te parezca increíble ¡tú eres un hada de los deseos! Si quieres complacer a tu madre, solo tienes que probar.

Los ojos de María, grandes como lunas, se abrieron de par en par.

– ¡¿De verdad cree que yo soy un hada de los deseos?!

La viejecita insistió:

– ¡Por supuesto! Estate muy atenta a los deseos de tu madre y verás cómo tú puedes hacer que se cumplan.

¡La pequeña se emocionó muchísimo! Cerró el libro que tenía entre las manos y salió corriendo hacia la casa en busca de su mamá. La encontró colocando uno a uno los troncos en el leñero.

– ¡Mami, mami!

– ¿Qué quieres, hija?

– Voy a hacerte una pregunta pero quiero que seas sincera conmigo… ¿Tienes algún deseo especial que quieres que se cumpla?

Su madre se quedó pensativa durante unos segundos y contestó lo primero que se le ocurrió.

– ¡Ay, pues la verdad es que sí! Mi deseo es que vayas a la tienda a comprar una barra de pan para la cena.

– ¡Muy bien, deseo concedido!

María, muy contenta, se fue a la panadería y regresó en un santiamén.

– Aquí la tienes, mami… ¡Y mira qué calentita te la traigo! ¡Está recién salida del horno!

– ¡Oh, hija mía, qué maravilla!… ¡Has hecho que mi deseo se cumpla!

La niña estaba tan entusiasmada que empezó a dar saltitos de felicidad y rogó a su madre que le confesara otro deseo.

– ¡Pídeme otro, el que tú quieras!

– ¿Otro? Déjame que piense… ¡Ya está! Es casi la hora de la cena. Deseo que antes de las ocho la mesa esté puesta ¡Una cosa menos que tendría que hacer!…

– ¡Genial, deseo concedido!

María salió zumbando a buscar el mantelito de cuadros rojos que su mamá guardaba en una alacena de la cocina y en un par de minutos colocó los platos, los vasos y las cucharas para la sopa. Seguidamente, dobló las servilletas y puso un jarroncito de margaritas en el centro ¡Su madre no podía creer lo que estaba viendo!

– ¡María, cariño, qué bien dispuesto está todo! ¿Cómo es posible que hoy se cumpla todo lo que pido?

María sonrió de oreja a oreja ¡Se sentía tan, tan feliz!… Se acercó a su madre y en voz muy bajita le dijo al oído:

– ¡Voy a contarte un secreto! Una anciana buena me ha dicho hoy que, en realidad, soy un hada como las de los cuentos ¡Un hada de los deseos! Tú tranquila que a partir de ahora aquí estoy yo para hacer que todos tus sueños se cumplan.

La mujer se sintió muy conmovida ante la ternura de su hija y le dio un abrazo lleno de amor.

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El Hada Fea

Enviado por miigueloso02  

Las hadas, por lo general, son criaturas bellas, dulces, amables y llenas de amor. Pero hubo una vez un hada que no eran tan hermosa. La verdad, es que era horrible, tanto, que parecía una bruja.

El Hada Fea vivía en un bosque encantado en el que todo era perfecto, tan perfecto que ella no encajaba en el paisaje, por eso se fue a vivir apartada en una cueva del rincón más alejado del bosque. Allí cuidaba de los animalitos que vivían con ella, y disfrutaba de la compañía de los niños que la visitaban para escuchar sus cuentos y canciones. Todos la admiraban por su paciencia, la belleza de su voz y la dedicación que prestaba a todo lo que hacía. Para los niños no era importante en absoluto su aspecto.

- Hada, ¿por qué vives apartada? -le preguntaban los niños.
-Porque así vivo más tranquila -contestaba ella.

No quería contarles que en realidad era porque el resto de las hadas la rechazaban por su aspecto.

Un día llegó una visita muy especial al bosque encantado. Era la reina suprema de todas las hadas del universo: el Hada Reina. La cual estaba visitando todos los reinos, países, bosques y parajes donde vivían sus súbditos para comprobar que realmente cumplían su misión: llevar la belleza y la paz allá donde estuvieran.

Para comprobar que todo estaba en orden, el Hada Reina lanzaba un hechizo muy peculiar, que ideaba en función de lo que observaba en cada lugar.

-Ilustrísima Majestad-dijo el Hada Gobernadora de aquel bosque encantado-. Podéis ver que nuestro bosque encantado es un lugar perfecto donde reina la belleza y la armonía.
-Veo que así parece -dijo el Hada Reina-. Veamos a ver si es verdad. Yo conjuro este lugar para que en él reinen los colores más hermosos si lo que decís es verdad, o para que desaparezca el color si realmente hay algo feo aquí.

Pero en ese momento, el bosque encantado empezó a quedarse sin colores, y todo se volvió gris.

-Parece que no es verdad lo que me decís -dijo el Hada Reina-. Tendréis que buscar el motivo de que vuestro hogar haya perdido el color. Cuando lo hagáis, este bosque encantado recuperará todo su brillo y esplendor. Sólo cuando la auténtica belleza viva entre vosotras este lugar volverá a ser perfecto.

Tras la visita del Hada Reina se reunieron urgentemente todas las hadas del consejo del bosque encantado.
-Esto es cosa del Hada Fea -dijo una de las hadas del consejo-. Ella es la culpable.
-Vayamos a buscarla -dijo el Hada Gobernadora del bosque -. Hay que expulsarla de aquí.

Todas las hadas fueron en busca del Hada Fea. Cuando la encontraron le pidieron que se marchara. La pobre Hada Fea, pensando que era la culpable, se marchó.

Pero cuando cruzó las fronteras del bosque, éste dejó de ser gris y pasó a ser de color negro.

Mientras los niños se enteraron de la noticia fueron rápidamente a hablar con el resto de las hadas muy enfadados.
-¿Qué habéis hecho? ¿Por qué le habéis echado de aquí? -decían llorando los niños -. Puede que el Hada Fea no sea muy bonita, pero es mucho mejor que vosotras.
-¡Dejadla que vuelva a entrar! Ella es buena y cariñosa, y no como vosotras que sois presumidas y egoístas. No es el Hada Fea quien hace feo este lugar sino vuestro egoísmo.

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el hada de la noche

Enviado por dach2901  

Hace mucho, muchísimo tiempo atrás, cuando en la Tierra comenzaron a habitar los primeros hombres, ya existían bestias temibles que dominaban la oscuridad y sembraban el terror a su paso.

Por fortuna, también existían seres buenos y compasivos, como las hadas, que sirvieron al hombre y le protegieron de todo peligro. Así, para que los primeros habitantes de la tierra no murieran de frío en el crudo invierno, el Hada de la Luz les regaló el fuego. Y para que pudieran defenderse de los grandes monstruos, el Hada de los Metales, les regaló espadas y escudos.

Todas las hadas bondadosas tenían algo que obsequiar a los hombres, todas menos el Hada de la Noche, que a pesar de ser generosa, no podía encontrar un regalo que pudiera ser de utilidad.

Un buen día, mientras descansaba en el regazo de un río, el Hada de la Noche se encontró con un muchacho que temblaba de frío a los pies de un árbol. Cuando le preguntó, el triste chiquillo solo pudo explicarle que había perdido todo en la vida, y que un furioso dragón había devorado su casa, su caballo y su gato.

Con el corazón arrugado, el hada buena quiso compensarle con un noble detalle, agarró un trozo de su vestido, hecho de la noche más oscura, y dibujó con él la silueta exacta del muchacho. Seguidamente, la colocó sobre el suelo y la llenó de magia, y el muchacho se llenó de alegría al ver que la silueta imitaba todos sus movimientos.

Entonces, el Hada de la Noche recorrió el mundo entero, regalándole a cada hombre su propia sombra, hecha con los retazos de su vestido, para que jamás volvieran a sentirse solos en el mundo.

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Polvo de hada

Enviado por miigueloso02  

Érase una vez, un lugar encantado en el que vivían unas bellísimas hadas. Sus alas eran preciosas, de muchos colores, y brillaban tanto que cualquiera las podía ver cuando volaban en el cielo.

De todas ellas, había dos que destacan por encima del resto. Una de ellas se llamaba Alina y la otra Gisela. Ambas tenían las alas más grandes y brillantes de todo el lugar. Tanto que el resto de hadas las admiraban profundamente.

No muy lejos de aquellas hadas vivía Úrsula, la reina de los mundos oscuros. Una hechicera muy fea, llena de verrugas y con la cara muy arrugada.

Cuando la vieja bruja observaba a las hadas pensaba:
- ¡Algún día os robaré vuestros polvos de hada para convertirme en la hechicera más bella del lugar!

Úrsula era tan envidiosa que era capaz de todo. Y así lo demostró el día que las hadas organizaron una fiesta.

Ese día, todas las hadas se pusieron muy guapas y volaron en el cielo mostrando todos sus encantos. Alina y Gisela eran las más brillantes de todas y ese día estaban especialmente bellas.

Cuando Úrsula las vio, no dudó en ordenar a sus cuervos malvados que fuesen a secuestrarlas. Y, mientras Alina y Gisela revoloteaban en el cielo los pájaros se lanzaron a por ellas.
- ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Mirad esos pájaros tan feos! – gritaban el resto de las hadas desde el suelo.

Las hadas volaron y volaron para intentar escapar, pero los cuervos pudieron raptar a Gisela.
- ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Soltarla!!! – gritaban las hadas

Pero los cuervos se la llevaron a los mundos oscuros donde la bruja Úrsula le robó sus polvos de hada y la encerró en una jaula.

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Polvos de hada

Enviado por qpzmg  

Érase una vez, un lugar encantado en el que vivían unas bellísimas hadas. Sus alas eran preciosas, de muchos colores, y brillaban tanto que cualquiera las podía ver cuando volaban en el cielo.

De todas ellas, había dos que destacan por encima del resto. Una de ellas se llamaba Alina y la otra Gisela. Ambas tenían las alas más grandes y brillantes de todo el lugar. Tanto que el resto de hadas las admiraban profundamente.

No muy lejos de aquellas hadas vivía Úrsula, la reina de los mundos oscuros. Una hechicera muy fea, llena de verrugas y con la cara muy arrugada.

Cuando la vieja bruja observaba a las hadas pensaba:
- ¡Algún día os robaré vuestros polvos de hada para convertirme en la hechicera más bella del lugar!

Úrsula era tan envidiosa que era capaz de todo. Y así lo demostró el día que las hadas organizaron una fiesta.

Ese día, todas las hadas se pusieron muy guapas y volaron en el cielo mostrando todos sus encantos. Alina y Gisela eran las más brillantes de todas y ese día estaban especialmente bellas.

Cuando Úrsula las vio, no dudó en ordenar a sus cuervos malvados que fuesen a secuestrarlas. Y, mientras Alina y Gisela revoloteaban en el cielo los pájaros se lanzaron a por ellas.
- ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Mirad esos pájaros tan feos! – gritaban el resto de las hadas desde el suelo.

Las hadas volaron y volaron para intentar escapar, pero los cuervos pudieron raptar a Gisela.
- ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Soltarla!!! – gritaban las hadas

Pero los cuervos se la llevaron a los mundos oscuros donde la bruja Úrsula le robó sus polvos de hada y la encerró en una jaula.

- ¡Ja, ja, ja! ¡Por fin tengo mis polvos de hada! Ahora me convertiré en la más bella hechicera! – gritaba Úrsula triunfal

La pobre hada se quedó apagada y triste sin sus polvos mágicos. Además la pobre ya no podía volar.

El resto de hadas no podían permitir lo que estaban pasando y entre todas pensaron un plan para salvar a Gisela.

Entonces, decidieron enfrentarse a la malvada bruja. Y así fue. Todas las hadas volaron hacia los mundos oscuros. Fue un viaje muy duro y , aunque las hadas estaban agotadas, sabían que era necesario para ayudar a su compañera. Se esforzaron mucho, sobreviviendo a las peores tormentas, pero por fin encontraron a Úrsula.
- Venimos a rescatar a Gisela y no nos moveremos de aquí hasta que le devuelvas sus polvos de hada – dijeron

Úrsula no podía parar de reír. Ahora que tenía sus polvos de hada no daría un paso atrás. Pero las hadas, no se movieron de allí y fue entonces cuando Alina dijo:
- ¡Espera! ¡Yo te daré mis polvos si la liberas!

Polvos de hadaÚrsula sabía que los polvos de Gisela eran más poderosos que los de esa hada, así que se rió aún más.

El resto de hadas se dieron cuenta del gesto que había tenido su compañera y tuvieron una idea:
- Espera. Todas te daremos algo de nuestros polvos si liberas a Gisela. Somos más de cien hadas. Así conseguirás los polvos que necesitas.

Úrsula se dio cuenta de que así conseguiría mucho más polvo del que tenía y acabó aceptando el trato.

Las hadas le hicieron prometer que nunca más las molestaría y entre todas consiguieron salvar a Gisela. Todas sabían que si perdían parte de sus polvos de hada ya no serían tan brillantes, ni volarían tan alto, ni serían tan espectacularmente bellas, pero también sabían que era la única manera de ayudar a su amiga y entre todas hicieron el esfuerzo y devolvieron a Gisela la magia de sus alas.

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