16 Cuentos de terror 

apartamento

Enviado por keyla5  

Santiago tenia 26 años viva solo en un apartamento en quito. Un día escucho ruidos extraños e impacto de puñetazos , estaba inquieto por que era el único inquilino de ese piso .
Justo a la media noche alguien toco la puerta del cuarto y el muy extraño fue a abrir , frente a el estaba una mujer muy blanca se veía muy blanca y tenia un moretón en uno de sus ojos. Ella le dijo : me puedo quedar pues mi marido me golpeo y mi familia mañana temprano me vendrá a recoger .
el chico no se negó , la hizo pasar y acomodo el sofá para que ella pudiera descansar comodamente era lo único que tenia y podía ofrecerle y ella no se quejo simplemente agradeció por el gesto de el chico y se fue a acostar . al día siguiente cuando Santiago se levan to a preparar el desayuno para los dos , había notado que la sabana con la que la mujer había dormido estaba doblada delicadamente y ella no estaba el no se preocupo pendo que la familia la haba pasado a recogerla o tal vez fue a denunciar al marido .
Sin embargo la mujer volviuo a aparecer a la media noche pero mas golpeada que el di anterior .
Todo esto se repito durante una semana , pero una noche escucho que la mujer estaba gritando muy tuerto el pendo que el marido la iba a matar bajo rapidamente hasta la oficina de seguridad y contó lo que sucedida
pero el sorprendido quedo el por que la mujer habia muerto hace un año por que el marido la habita asesinado.

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Leyenda de terror al sonar el timbre

Enviado por luisfernandez12  

Esta leyenda de terror inicia en una noche de abril cuando Fernanda veía un juego de fútbol al lado de su padre.

“Interrumpimos esta transmisión para informarles que de acuerdo con la redacción de este canal hace unas horas se escapó un enfermo del hospital psiquiátrico. Les recomendamos no salir de sus casas, ya que este individuo es extremadamente peligroso. Si tienen alguna información sobre su paradero, por favor comuníquese a esta estación”.



– Papá, tengo mucho miedo. Te pido que por favor esta noche no salgas a trabajar.

– Hija, no puedo hacer eso, soy velador. Además en este mes ya he faltado dos veces puesto tú te enfermaste la semana pasada. Si lo vuelvo hacer, es probable que me corran y entonces tendrás que vivir con tu madre hasta que vuelva a encontrar otro trabajo.



– No papito no quiero irme con mamá. Comprendo lo que me dices, pero por favor ten mucho cuidado.

– Sí Fer, no te preocupes, cerraré la puerta incluso con la cadena. Sólo debes prometerme una cosa… ¡Pase lo que pase, no te acerques a la puerta aunque oigas sonar el timbre! ¿Me lo prometes?

– Claro papi. ¿Pero qué pasa si hay un incendio?

– Ya lo sabes, hay un duplicado de las llaves encima del refrigerador, pero únicamente debes usarlo en caso de que ocurriera algún siniestro.

La niña de 11 años le dio un beso de despedida a su papá y se dirigió a su habitación a seguir viendo la televisión. Una vez más puso el canal de noticias, en donde se enteró que el desquiciado del manicomio continuaba suelto.

“Nos informan que el maniático que se fugó esta tarde se le vio cerca de la calle de los Robles”.

El pavor invadió hasta lo más profundo del ser de Fernanda, ya que sabía que esa calle se encontraba a unas cuantas cuadras de su domicilio. Apagó el televisor y las luces para intentar dormir, pero no podía ni siquiera cerrar los ojos, pues inmediatamente pensaba en situaciones horribles en las que aquel maniático entraría a su casa y la asesinaría.

Cerca de las 10 de la mañana el sonido del timbre la despertó. Transitó por el pasillo que conducía a la alcoba de su padre y vio que éste no había llegado a su hogar. Llegó hasta la puerta y con voz temerosa preguntó:

– ¿Quién es?

A esta pregunta alguien con voz sombría y tétrica le respondió:

– Soy yo hija abre pronto.

La niña no hizo caso y volvió a su cuarto hasta que poco después escuchó las sirenas de varias patrullas que aparcaban a las afueras de su domicilio.

Una vez más se aproximó a la puerta y alcanzó a escuchar a uno de los gendarmes que decía:

– Métanlo en la camioneta y llévenlo de vuelta al hospital psiquiátrico. Trae una sábana para tapar el cuerpo, no quiero que los fotógrafos vean cómo terminó este pobre hombre.

Fernanda fue a la cocina, jaló un banco y se subió en él para alcanzar el duplicado de las llaves que estaban sobre la nevera.

Abrió la puerta y lo único que pudo ver fueron un par de camillas. En una de ellas se encontraba un hombre amarrado gritando incoherencias. Por otro lado, en la camilla más próxima reposaba el cuerpo sin vida de un hombre. Supo que era su padre, pues reconoció la esclava de oro que colgaba de aquel brazo lleno de sangre.

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EL SUICIDA

Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos.

Después bebió el veneno y se acostó.

Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.

¡Estaba tan seguro!
Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien.
¿Qué broma era ésa?
Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.

Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.

Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.

Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

Autor del

cuento

: Enrique Anderson Imbert

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LAS ÚLTIMAS MIRADAS

El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos. Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro del la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta. Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.

Autor del

cuento

: Enrique Anderson Imbert

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DESARROLLO SOSTENIBLE

Los muertos se comieron a los vivos en el lapso de quince años. Tras lo cual se miraron unos a otros con expresiones compungidas.
Uno de ellos, el más reaccionario, alzó el dedo y les señaló a todos.
- Os advertí -les acusó con despecho-. Ya os lo dije hace mucho tiempo. Cuando matéis al último animal y os comáis al último hombre os daréis cuenta de que las piedras no tienen cerebro.

Autor del

cuento

: Miguel Puente

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A los 25

Enviado por dach2901  

Mi nombre es Sofia, fui la unica hija que tuvo mi madre, a mi padre nunca lo conoci, pero segun mi madre, no valia la pena hacerlo, solo me conto que lo conocio una noche cuando ella tenia 15 años, el la enamoro y ella quedo embarazada de mi, desde esa vez, nunca mas lo volvio a ver.

A mi madre la echaron de casa, ya que en esa epoca era muy mal visto que una joven de su edad estuviera embarazada, una noche cuando mi madre ya vivia por su cuenta y su prominente barriga seguia creciendo, recibio la visita de una misteriosa mujer, la cual parecia estar muy enfadada, esta mujer la ataco, golpeandola fuertemente y diciendo unas palabras que mi madre no podia entender, al dejar de hacerlo, mi madre sangraba demasiado, al parecer le habia provocado un aborto, y ese fue el momento en el que yo naci, ya que lograron llevar a mi madre al hospital a tiempo. Sin embargo ella me dijo que la mujer la habia maldecido, diciendole que ella nunca debio haber tenido un romance con su hijo, que ellos eran una familia muy especial, y que su semilla, y toda su descendencia estaria condenada a vivir hasta los 25 años para luego morir de una forma horrible.
Yo recuerdo que cuando mi madre cumplio 24 años, empezaron sus peores momentos, todos decian que estaba loca, que necesitaba ir al psiquiatra, pero los medicamentos no la ayudaban, ella vivia sola conmigo, yo apenas tenia 9 años, pero yo me despertaba asustada al oirla como gritaba en las madrugadas, como era atormentada por algo, me dijo que todas las noches, una mujer daba golpecitos en su ventana, como si la llamara, al mirar a la ventana, esta mujer era algo horrible, ella nunca pudo explicarme exactamente como era, pero no era necesario, yo me imaginaba algo muy cercano a lo que queria decirme, pero tambien esta mujer, le dejaba escrito con sus largos y flacos dedos un numero, el cual cada noche disminuia, era como un conteo regresivo, de los dias que le quedaban de vida hasta cumplir 25 años.

En sus ultimos dias, mi madre dejo de comer comida normal, yo era muy pequeña, y no entendia porque mi madre comia cucarachas, insectos, dejo de bañarse, no salia de su habitacion, ya casi no me hablaba, yo tenia que cuidarme sola, porque nadie nos ayudaba, le tenian miedo, y no entraban a mi casa. El dia que murio, fue el dia que cumplio 25 años, ese dia yo entre a su habitacion, mi pobre madre estaba tan delgada, que sus ojos parecian salirse de las cuencas, su cabello era gris como si fuera una anciana, habia escremento mezclado con su orina, era como un pobre animal, yo lloraba al verla, pero ella solamente estiro su mano para tratar de tocarme por ultima vez y morir, yo la abrazaba sin entender que habia pasado, pero en la ventana, pude ver como una mano escribia el numero cero en el vidrio empañado.

De eso han pasado ya muchos años, de hecho lo recuerdo todo en este momento, porque tengo una pequeña bebe de apenas 2 años de nacida, de su padre solo se que lo conoci una noche y no lo he vuelto a ver, mucho menos ve a su pequeña niña, solo se que el tenia 25 años. Tengo 24 años, y estoy en el suelo de mi habitacion, arrastrandome, comiendo arañas, cucarachas, no tengo voluntad para moverme, estoy muy asustada por mi pobre niña, ella esta sola, mis dientes se cayeron, mi cabello es blanco, y los golpecitos, esos golpecitos en la ventana que me atormentan desde hace un año, y ese rostro, ahora veo lo que mi madre veia, y es cierto, no puedo explicar lo que veo, pero es que su cara no tiene explicacion, al menos todo acabara pronto, dentro de tres dias cumplire 25 años, y esa bruja no deja de recordarmelo en la ventana, morire escuchando el llanto de mi pobre niña, seguro alguien vendra, encontrara mi cadaver y rescatara a mi bebe.

Ahora entiendo, no se que familia especial son ellos, pero se que el esperara a que mi bebe crezca, la embarazara, y su madre la atormentara un año hasta los 25…a los 25…todo acabara, y comenzara de nuevo la maldicion.

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EL VERDUGO

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:

-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!

Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:

-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.

Autor del

cuento

: A. Koestler

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PADRE

Padre se cambia la escopeta de mano por segunda vez en los últimos minutos. No creo que le pese. Padre es fuerte, como el abuelo y el tío.

Oigo voces que proceden del salón. Creo que medio pueblo está en casa. ¿Han venido para verme a mí? Sospecho que sí, como a cualquier enfermo. En las últimas horas he dejado de sentir el brazo, es lo que mamá llama un miembro fantasma. Creo también que he dejado de sangrar, pero no tengo valor para mirarlo. Nunca me ha gustado observar las heridas de los demás, mucho menos las mías. Sé que es limpia y con eso me basta. Aquel mendigo loco, que caminaba como un borracho, sólo tuvo tiempo de morderme una vez antes de que tío Alberto lo apartara. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces? No puedo calcularlo. Sólo sé que desde que el párroco vino a verme, padre espera a los pies de mi cama, con la escopeta apoyada entre las piernas, la mirada húmeda y el gesto serio.

Tengo fiebre. Y miedo. Los adultos saben algo y no me lo quieren decir.

Autor del

cuento

: Rubén Sánchez Trigos

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LAS GAFAS

Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez...

Mi mujer dormía a mi lado.

Puestas las gafas, la miré.

La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.

El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.

Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.

Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.

Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.

Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.

Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.

Autor del

cuento

: Matías García Megías

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ORFANDAD

A Mario Camelo Arredondo

Creí que todo era este sueño: sobre una cama dura, cubierta por una blanquísima sábana, estaba yo, pequeña, una niña con los brazos cortados arriba de los codos y las piernas cercenadas por encima de las rodillas, vestida con un pequeño batoncillo que descubría los cuatro muñones.

La pieza donde estaba era a ojos vistas un consultorio pobre, con vitrinas anticuadas. Yo sabía que estábamos a la orilla de una carretera de Estados Unidos por donde todo el mundo, tarde o temprano, tendría que pasar. Y digo estábamos porque junto a la cama, de perfil, había un médico joven, alegre, perfectamente rasurado y limpio. Esperaba.
Entraron los parientes de mi madre: altos, hermosos, que llenaron el cuarto de sol y de bullicio. El médico les explico:
-Sí, es ella. Sus padres tuvieron un accidente no lejos de aquí y ambos murieron, pero a ella pude salvarla. Por eso puse el anuncio, para que se detuvieran ustedes.
Una mujer muy blanca, que me recordaba vivamente a mi madre, me acarició las mejillas.
-¡Qué bonita es!
-¡Mira qué ojos!
-¡Y ese pelo rubio y rizado!
Mi corazón palpitó con alegría. Había llegado el momento de los parecidos, y en medio de aquella fiesta de alabanzas no hubo ni una sola mención a mis mutilaciones. Había llegado la hora de la aceptación: yo era parte de ellos.
Pero por alguna razón misteriosa, en medio de sus risas y parloteo, fueron saliendo alegremente y no volvieron la cabeza.
Luego vinieron los parientes de mi padre. Cerré los ojos. El doctor repitió lo que dijo a los primeros parientes:
-¿Para qué salvó eso?
-Es francamente inhumano.
-No, un fenómeno siempre tiene algo de sorprendente y hasta cierto punto chistoso.
Alguien fuerte, bajo de estatura, me asió por los sobacos y me zarandeó.
-Verá usted que se puede hacer algo más con ella.
Y me colocó sobre una especie de riel suspendido entre dos soportes.
-Uno, dos, uno, dos.
Iba adelantando por turnos los troncos de mis piernas en aquel apoyo de equilibrista sosteniéndome por el cuello del camisoncillo como a una muñeca grotesca. Yo apretaba los ojos.
Todos rieron.
-¡Claro que se puede hacer algo más con ella!
-¡Resulta divertido¡
Y entre carcajadas soeces salieron sin que yo los hubiera mirado.
-Cuando abrí los ojos, desperté.
Un silencio de muerte reinaba en la habitación oscura y fría. No había médico ni consultorio ni carretera. Estaba aquí. ¿ Por qué soñé en Estados Unidos? Estoy en el cuarto interior de un edificio. Nadie pasaba ni pasaría nunca. Quizá nadie pasó antes tampoco.
Los cuatro muñones y yo, tendidos en una cama sucia de excremento.
Mi rostro horrible, totalmente distinto al del sueño: las facciones son informes. Lo sé. No puedo tener una cara porque nunca ninguno me reconoció ni lo hará jamas.

Autor del

cuento

: Inés Arredondo

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