3 Cuentos de Navidad 

¡Santa me ha robado!

Enviado por dach2901  

Marcianoto llegó volando en su nave espacial. Estaba emocionado porque por fin había obtenido permiso para visitar la Tierra de nuevo. Ya había estado antes, pero la última vez montó un lío tremendo: se había transformado en un tipo llamado Albert Einstein y en unos pocos días reveló muchos secretos de los extraterrestres. Por eso llevaba años castigado sin volver.

Esta vez tendría mucho más cuidado. Para no transformarse en nadie conocido decidió aterrizar en el lugar más apartado del planeta. Era un lugar frío y blanco en el que solo había una casa, y dentro pudo ver a un anciano solitario.

- Me transformaré en este anciano. Este sí es imposible que sea famoso. Además, me encantan su traje rojo, su gran barba blanca, y ese saco enorme que tiene a su lado. Me servirá para guardar algunas cosas.

Pero en cuanto llegó a la ciudad un gran grupo de niños se abalanzó sobre él.

- ¡Quiero mi coche!

- ¡A mí dame una muñeca!

- ¡Yo quiero una consola!

Marcianoto estaba rodeado y asustado. No sabía qué estaba ocurriendo, y solo se le ocurrió ir sacando lo que llevaba en el saco para dárselo a los niños, que se marchaban felices. Pero la fila de niños era tan larga que pronto se quedó sin nada que darles, y tuvo que salir corriendo y esconderse.

Solo cuando se hizo de noche pudo salir. Estaba aterrado. No sabía cómo, pero estaba claro que había vuelto a elegir mal en quién se transformaba. ¡Otra vez!

- No me extraña que ese viejo viviera solo y escondido. Debe ser un famoso sinvergüenza ¡Le debe cosas a todo el mundo!

Así que volvió a la casa del anciano. Espió desde la ventana y descubrió una enorme montaña de juguetes.

- ¡Ahí es donde tiene las cosas que quita a los niños este viejo malvado! -pensó.

Y esperó a que se hiciera de noche y el anciano se fuera a dormir para entrar sin ser visto y llevarse los juguetes ¡Qué suerte! El viejo ponía etiquetas con los nombres, y hasta tenía una lista de nombres y direcciones.

- Por fin voy a poder hacer algo bueno en la Tierra. Llevaré cada uno de estos juguetes a su dueño.

Aunque eran muchos niños, su nave tenía supervelocidad y podía empequeñecerse. Por eso consiguió devolver todos los regalos antes de que fuera de día. Cuando terminó y se dispuso a dormir en su nave, se sentía contentísimo de haber hecho justicia.

- Menuda sorpresa se va llevar ese viejo ladrón…

Pero la sorpresa se la llevó Marcianoto cuando despertó. El viejo volvía a tener una montaña de juguetes en su casa.

- Ah, este ladrón es astuto, malvado y muy rápido. No sé cómo habrá recuperado todos los juguetes en un día, pero da igual: esta noche volveré a dejárselos a sus dueños.

Y pasó la noche repartiendo juguetes. Pero al día siguiente pasó lo mismo, y al otro lo mismo y así durante muchos días más. Marcianoto estaba extrañadísimo: ¿Cómo podía aquel viejo gordinflón robar tan rápido?

- Ya sé - pensó - debe tener cómplices en la ciudad que le ayudan. Iré allí disfrazado para descubrir qué pasa. Buscaré a quienes tengan peor cara; seguro que esos serán sus malvados compinches.

Pero en la ciudad todo el mundo estaba feliz. Y es que todas aquellas noches Marcianoto había estado haciendo de Santa Claus con su nave, repartiendo regalos. Y cada mañana los niños se despertaban con un nuevo juguete.

- ¿De verdad que nadie os roba los juguetes? - preguntó a varios niños.

- ¡Claro que no! Estos nos los trae Santa Claus.

- ¿Santa Claus? ¿Y es quién es?

- ¿Pero quién eres tú que no sabes quién es Santa Claus? ¿Un marciano? ja, ja, ja- le respondieron. Y entonces le explicaron que Santa Claus era un señor mayor con una gran barba blanca y un traje rojo, y que dejaba regalos a los niños la noche de navidad.

Marcianoto se moría de vergüenza. No solo había tomado a Santa Claus por un malvado delincuente, sino que encima ¡le había estado robando los juguetes! Volvió volando a la casa del anciano a disculparse, pero lo encontró muy enfermo. Santa Claus utilizaba su magia para volver a crear los juguetes, y al haberlo hecho tantos días seguidos se había quedado tan débil que ya no podía moverse.

¿Qué podría hacer? ¡Aquella misma noche era Navidad y Santa Claus no iba a repartir regalos! Marcianoto pensó rápido: hizo un vídeo de Santa Claus enfermo y usando la antena de su nave lo envió a todas las televisiones del mundo con un mensaje: había que devolver todos los regalos de aquellos días para que Santa Claus pudiera recuperar su magia y ponerse bueno.

Siempre pensamos que va a pasar algo que lo arregle todo. Y eso esperaba el pobre Marcianoto. Pero aquella vez nadie pudo arreglar nada: nadie se creyó el mensaje y Santa Claus no pudo entregar sus regalos.

Marcianoto pasó el día cuidando de Santa Claus. Anochecía cuando llamaron a la puerta. Era una niña que traía todos sus regalos.

- Me dan igual los regalos - dijo con una lagrimita-. Lo que quiero es que Santa Claus se ponga bueno.

-Yo también - dijo otro niño que venía a la cabeza de un grupo.

- Y yo… y yo…

Poco a poco fueron apareciendo niños y más niños, todos dispuestos a devolver hasta el último de sus regalos. La fila era interminable. Llegaban de todas partes y, según cruzaban la puerta, sus regalos desaparecían y Santa Claus se ponía un poco mejor. Cuando el último niño dejó sus juguetes, Santa Claus se pudo levantar y todos aplaudieron llenos de alegría. Parecía que nunca habían estado tan contentos.

Sin embargo, Marcianoto se sentía fatal.

- Lo siento muchísimo - dijo-. Al final por mi culpa todo el mundo se ha quedado sin regalos…

Se hizo un gran silencio y todos miraron al extraterrestre.

- ¡Qué va! -dijo finalmente una niña- Yo nunca había estado tan contenta en navidad. He podido curar a Santa Claus y ser yo la que le llevaba los regalos. Y ahora estoy segura de que es mucho mejor dar regalos que recibirlos.

Y entre risas y aplausos todos estuvieron de acuerdo en que esa lección era el mejor regalo que podían haber tenido ese año.

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DON FRESQUETE

Había una vez un señor todo de nieve. Se llamaba Don Fresquete.
¿Este señor blanco había caído de la luna? –No.
¿Se había escapado de una heladería? –No, no, no.
Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la tarde, poniendo bolita de nieve sobre bolita de nieve.
A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en Don Fresquete.
Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor. Como hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la puerta para ver qué pasaba.
Y los chicos estaban cantando una canción que decía así:

“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”

Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen quedarse quietitos en su lugar.
Como no tienen piernas, no saben caminar ni correr. Pero parece que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve muy distinto.
Muy sinvergüenza, sí señor.
A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron, corrieron a la ventana para decirle buenos días, pero...
¡Don Fresquete había desaparecido!
En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un mensaje que decía:

“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”

Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy lejos, a Don Fresquete que volaba tan campante, prendido de la cola de un barrilete.
De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube gorda.
¡Buen viaje, Don Fresquete!

Autor del

cuento

: María Elena Walsh

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CUENTO PARA UNA NAVIDAD DOM 12...

Enviado por yedra  

CUENTO PARA UNA NAVIDAD
Dom 12 Abr, 2009 8:44 pm

(Escrito en la bripac 9-12-81)

Los copos de nieve caían lentamente en los viejos tejados de aquellas humildes casas del pueblo.
Hacía mucho frío, por lo cual se veía alumbrar el fuego de las chimeneas, a través de las ventanas.



Todo era un extraño eco de paz y silencio en aquella noche; se notaba por alguna extraña razón que en el éter flotaba algo distinto, algo diferente a las demás noches, algo que no acertaba yo a comprender; como si las estrellas que furtivas se escondían detrás de las nubes que destellaban fugazmente...me quisieran hablar con un lenguaje que yo no entendía.

Yo siempre había sido un chico que casi todas las personas del pueblo-incluida mi familia- me consideraban como torpe y poco inteligente; y quizás tuvieran razón, pues allí me encontraba yo, caminando en la noche bajo la blancura de los copos de nieve, con ese frío que me hacía estremecer ligeramente; con mis mal cosidos zapatos, que yo mismo me había hecho, que dejaban pasar un poco de la nieve que mis ateridos pies pisaban.

Por mi mente cruzó la idea de dejar de andar por el prado, y volver a casa, sentarme junto al fuego, al lado de mis padres, y acostarme cuando me llegara el sueño; como había hecho durante todos los días, en los quince años que tenía.

Por alguna extraña razón no deseaba volver. Aunque sus padres no le habían tratado nunca muy bien, sentía que no era esa la causa por la que no deseaba volver a casa.
Aunque comprendía en lo más profundo de su ser, que ellos nunca se habían preocupado de él, también sabia que ni tan siquiera lo harían por saber dónde se encontraba en aquella fría noche; a pesar de todo, pensó que no era por eso, pues su corazón se había acostumbrado a la falta de cariño.
Tampoco sabía porqué prefería caminar entre la nieve sin rumbo fijo, solo comprendía que por primera vez en su vida, se sentía muy triste, terriblemente triste y solo.

Incluso sus amigas de siempre :las estrellas ,a las que siempre le gustaba contemplar, y les contaba sus pequeñitos secretos, sus ilusiones, sus esperanzas, todo aquello que manaba de su corazón, y que sólo podía contar a ellas, pues nadie aquí se preocupaba de escucharle, ya que todo lo que salía de su boca, le decían que eran boberías y cosas tontas de un crío; y entonces aprendió a callar, a guardar lo que encerraba su corazón, y sólo a ellas, las estrellas, se atrevía a contárselos, pues allá arriba en el hermoso cielo, con su suave y lindos parpadeos, me parecía que me sonreían; ellas eran mis amigas...no se burlaban nunca de mi.

Pero aquella noche allí no estaban, las habían ido cubriendo las nubes y me habían dejado a solas con mi tristeza.
De mi pecho surgió un fuerte dolor que se fue extendiendo a cada rincón de mi ser; solté un incontrolado sollozo, y todo se estremeció al sentir resbalar por mi cara mis primeras lagrimas, que surgían tan hondo de mi alma, que no llegaba a comprender porqué salían de aquél modo, y en aquella noche.

Mis ropas estaban blancas por la nieve, mi corazón negro por la soledad, y aunque todo hablaba en aquella noche de paz y sosiego, en mi alma solo reinaba el vacío y la tristeza.
Los árboles que soportaban en sus ramas aquella blancura, eran testigos de mi lento y silencioso caminar; y toda la noche fue testigo también de de una súplica desesperada que surgió de aquel pecho juvenil: ”¡Mis padres me enseñaron siempre, que tu no existes!, que solo eras invención de los hombres para explicar algo que no entienden que eras un vano sueño, sostenido por pobres tontos como yo; pero esta noche necesito creer en Ti, en alguien que pueda comprender y compartir mi soledad, considerarte como un padre, que me quieras y te preocupes de mi. No se si existes, pero me gustaría tanto que así fuera…No sé porqué pero parezco sentirte dentro de mi, que eres algo inmenso y bondadoso.
¡Me gustaría tanto que existieras! Pero al contarle esto a mis padres se ríen de mí y me llaman tonto; si eres tan bueno como imagino no tendrías reparos en decirme que estás ahí ¿lo harás?”

Estuvo escuchando en el silencio como si esperara la respuesta de ese ser superior en el que creía.
A sus oídos solo llegó reflejado el mismo silencio que reinaba en la noche. La luz de sus ojos se fue apagando, bajó la cabeza y murmuró tristemente: “Tienen razón al llamarme tonto”.

Al levantar la cabeza para volver a su pueblo vio entonces aquella hermosísima estrella tan resplandeciente como jamás había visto ninguna, parecía poder tocarla con la mano, y parecía estar tan cerca de el que comenzó a andar hacia ella, perplejo por su hermosura.

Vio a lo lejos un pueblecito pequeño, y la estrella parecía estar encima de el.
Se acercó hacia allí y entro en las calles del pueblo, miró hacia arriba y vio que era verdad: la estrella estaba justo encima.
Sin saber porqué gran parte de su tristeza cesó y sintió como una suave caricia en su corazón en medio de aquélla fría noche.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que las nubes habían desaparecido poco a poco del cielo, y había dejado de nevar. Todo el cielo parecía resplandeciente bajo aquella estrella. Vio como muchas personas pasaban junto a el, parecían muy alegres; eran pastores y labradores, mujeres y niños, y todos se dirigían a un sitio determinado; cantaban y parecían felices.

Comencé a andar detrás de ellos, movido por un impulso extraño que tampoco comprendí. Entonces vi a un grupo numeroso de gente, reunida alrededor de una pequeña y vieja cuadra, comencé a abrirme paso por entre la gente, y miré lo que había en su interior; lo que vi lo había contemplado infinidad de veces en mi pueblo, era algo normal, pero sin embargo dentro de mi algo indefinible se conmovió, se conmocionó en lo mas profundo de mi ser , cuando vi aquella hermosa mujer con un recién nacido entre sus brazos; poca ropa abrigaba su pequeño cuerpecito, y era prácticamente el calor de los animales que allí se encontraban, los que daban aquel calor.

El niño era precioso, y la madre también, y junto a ellos estaba el padre, con una cara de felicidad que jamás vi a un hombre de mi pueblo cuando llegaba su hijo al mundo; aquellas personas parecían respirar bondad en cada gesto, en cada mirada. Era algo que cautivó mi corazón, borrando todo rastro de mi anterior tristeza.

Vi como dejaban regalos para el niño que acababa de nacer; busqué por mis bolsillos para encontrar algo de valor para regalarle a aquél precioso niño, pero no encontré nada, en mis bolsillos solo se encontraba aquella estrella hecha de madera, en mis ratos de soledad…que eran todas las horas de mi vida-

Me había sentido muy satisfecho de mi pequeño trabajo y lo guardaba siempre en mi bolsillo como mi mas preciado tesoro, pero…junto a aquéllos regalos que yacían a los pies del niño, ¡no era nada!, pero me acerqué muy despacito y lo coloqué junto a los demás presentes, procurando que nadie me viera, para que no se burlaran de mi; sin embargo la madre del niño me sonrió muy dulcemente y me preguntó con una luz en su mirar que jamás había visto:

¿Cómo te llamas?
Yo le dije tímidamente:”Soy Pedro el pescador, me llaman asi porque mi padre me enseña el arte de la mar”, replicó el muchacho inocentemente.

La mujer habló de nuevo: “¡Mira cómo tu pequeña estrella le ha gustado a mi hijo! ¡Cómo quiere cogerla entre sus manos!”

Se la acercó su madre a sus manitas, que la agarraron fuertemente.
¡Ha preferido mi regalo! pensé orgullosamente.
¿Cómo se llama su hijo?-pregunté-
Jesús, -respondió dulcemente aquella hermosa mujer-.
¡Jesús, que bonito nombre!-me dije-y me abrí paso de nuevo para salir fuera.

Ya otra vez bajo las estrellas, sintió como su frío había desaparecido y sentía un agradable calor en todo su cuerpo, cosa que tampoco comprendía.
“Hay muchas cosas en esta noche que no entiendo”, se dijo para sí.

Mientras tomaba el camino de regreso a casa y caminaba, dejaba su mente volar con muchos pensamientos, y sobre todo pensaba en aquel ser eterno, bueno y poderoso en el que creía, al cual había pedido que le dijera de alguna forma que existía, para que se sintiera feliz, por una vez en su vida; pero no contestó, no oyó su voz; sintió mucha desilusión.

Pero ahora se sentía incomprensiblemente feliz, aunque no había tenido esa respuesta, aunque aquel ser…si existía, no se había dignado a responderle.
Quizás es que soy demasiado pequeño para que me oiga, y no sepa nunca que existo-pensó el muchacho-. Pero de todas maneras, otra vez, sin saber porqué, se sentía feliz y alegre. “Será que sigo siendo tonto”-pensó con una sonrisa-.

Y por aquellos oscuros campos se alejaba aquél muchacho, silbando alegres canciones, mientras las bellas estrellas, allá arriba, veían alejarse a Pedro el pescador, de aquél pueblecito llamado Belén.


AUTOR YEDRA

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