Vuestros cuentos 

Los seis sabios ciegos y el elefante

Enviado por dach2901  

“Había una vez seis ancianos ciegos de gran saber, los cuales jamás habían visto o conocido lo que era un elefante. Estos sabios, al no poder ver, usaban el tacto con el fin de poder conocer los objetos y seres del mundo. Un día, y sabiendo que su rey tenía uno de estos animales en su poder, le pidieron humildemente poder conocerlo. El soberano aceptó y los llevó ante el animal, al cual los sabios se acercaron para reconocerlo.

El primero de los sabios tocó uno de los colmillos del ser, llegando a la conclusión de que un elefante era agudo y liso como una lanza. Otro tocó su cola, pensando que el elefante era como una cuerda. Otro llegó a la trompa del elefante, indicando que era como una serpiente. El cuarto tocó la rodilla del animal, indicando que más bien era como un árbol. Un quinto consideró que los demás se equivocaban, pues tocó la oreja del paquidermo y llegó a la conclusión de que el elefante es como un abanico. El último sabio tocó el lomo, indicando que el elefante era realmente como una pared fuerte y rugosa.

Los seis sabios empezaron a discutir y pelearse por ver quien tenía razón. En ello le consultaron a otro sabio, el cual sí gozaba del don de la visión, y tras consultarle se dieron cuenta de que todos tenían parte de razón, al haber conocido solo parte de una misma realidad”.

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el zorro y el cuervo

Enviado por dach2901  

“Había una vez un cuervo posado en la rama de un árbol, el cual había conseguido un gran y hermoso queso y lo sostenía con su pico. El olor del queso atrajo a un zorro de la zona. El inteligente zorro, ambicionando el alimento, saludó al cuervo y empezó a halagarle, admirando la hermosura de su plumaje. Asimismo, le dijo que de corresponderse su canto con la belleza de sus plumas debía ser el ave fénix. El cuervo, halagado, abrió el pico para mostrarle al zorro su voz. Sin embargo, mientras lo hacía el queso cayó al suelo, algo que el zorro aprovechó para cogerlo y huir.

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La cigarra y la hormiga

Enviado por dach2901  

“Había una vez, un caluroso verano, una cigarra que a la sombre de un árbol no dejaba de cantar, disfrutando del sol y sin querer trabajar. Pasó por allí su vecina, una hormiga la cual se encontraba trabajando y llevando a cuestas alimentos para su hogar. La cigarra le ofreció descansar junto a ella mientras le cantaba. La hormiga le respondió que en vez de divertirse debería empezar a reunir alimentos para el invierno, a lo que la cigarra no hizo caso y continuó divirtiéndose.

Pero pasó el tiempo y llegó el frío del invierno. La cigarra se encontró de pronto con frío, sin sitio a donde ir y sin nada que comer. Hambrienta, se acercó a casa la hormiga para pedirle ayuda, dado que ella tenía comida abundante. La hormiga le respondió que qué había estado haciendo la cigarra mientras ella pasaba largas horas trabajando. La cigarra respondió que cantaba y bailaba bajo el Sol. La hormiga le dijo que dado que eso hizo, eso hiciera ahora durante el invierno, cerrando la puerta”.

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el árbol mágico

Enviado por dach2901  

Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas

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el cohete de papel

Enviado por dach2901  

Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado, resultado de un error en la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana abierta al espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete de papel, con su escenario y sus planetas, porque realmente disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete. Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se convirtió en el mejor juguetero del mundo.

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la princesa de fuego

Enviado por dach2901  

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días

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el hada de la noche

Enviado por dach2901  

Hace mucho, muchísimo tiempo atrás, cuando en la Tierra comenzaron a habitar los primeros hombres, ya existían bestias temibles que dominaban la oscuridad y sembraban el terror a su paso.

Por fortuna, también existían seres buenos y compasivos, como las hadas, que sirvieron al hombre y le protegieron de todo peligro. Así, para que los primeros habitantes de la tierra no murieran de frío en el crudo invierno, el Hada de la Luz les regaló el fuego. Y para que pudieran defenderse de los grandes monstruos, el Hada de los Metales, les regaló espadas y escudos.

Todas las hadas bondadosas tenían algo que obsequiar a los hombres, todas menos el Hada de la Noche, que a pesar de ser generosa, no podía encontrar un regalo que pudiera ser de utilidad.

Un buen día, mientras descansaba en el regazo de un río, el Hada de la Noche se encontró con un muchacho que temblaba de frío a los pies de un árbol. Cuando le preguntó, el triste chiquillo solo pudo explicarle que había perdido todo en la vida, y que un furioso dragón había devorado su casa, su caballo y su gato.

Con el corazón arrugado, el hada buena quiso compensarle con un noble detalle, agarró un trozo de su vestido, hecho de la noche más oscura, y dibujó con él la silueta exacta del muchacho. Seguidamente, la colocó sobre el suelo y la llenó de magia, y el muchacho se llenó de alegría al ver que la silueta imitaba todos sus movimientos.

Entonces, el Hada de la Noche recorrió el mundo entero, regalándole a cada hombre su propia sombra, hecha con los retazos de su vestido, para que jamás volvieran a sentirse solos en el mundo.

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la super abejas

Enviado por dach2901  

Corre el año 2536. Los humanos han tenido que abandonar la tierra tras décadas intentando salvar la capa de ozono y depurar el agua para tener agua potable para todos. La mayoría han emigrado a otras galaxias. Pero Crispín y su familia decidieron quedarse en la Luna.

En la Luna, Crispín y su familia vivían en una especie de casa prefabricada instalada sobre la superficie lunar cubierta por una gran bóveda. Era como una ciudad en miniatura. Tenían de todo. Los padres de Crispín habían logrado crear un ecosistema artificial en el que no faltaba de nada.

- Papá, ¿por qué nos hemos quedado tan cerca de la Tierra y otros se han ido mucho má? lejos? -preguntó un día Crispín-
- Porque nosotros vamos a salvar la Tierra -dijo su padre-
- ¡Sí, hombre! ¡Que te lo crees tú! -dijo Crispín, entre burlón y desafiante-. Miles de científicos llevan décadas intentándolo. ¿Qué vas a hacer tú que no puedan hacer ellos?
- Yo tengo una idea mejor -respondió su papá-. ¿Me ayudarás?
- Bueeeno... -dijo Crispín. En el fondo, adoraba la idea de volver a la Tierra.
- ¿Cómo lo vas a hacer? -preguntó el niño-
- Mi proyecto tiene nombre: "Las super abejas" Mira hijo, la gente no se ha ido de la Tierra solo porque no quedase agua potable o la capa de ozono estuviera destrozada. Hace siglos que los científicos inventaron un forma de crear ozono artificial. En cuanto al agua, todavía es posible depurarla.
- Entonces, ¿cuál fue el problema? -preguntó Crispín.
- Las abejas se extinguieron casi por completo -respondió su papá-. Nosotros nos vinimos aquí con las últimas cien abejas que quedaron vivas.
- ¿Y por eso te pones el traje de astronauta para entrar en la zona prohibida? -preguntó Crispín-.
- Algo así -respondió su papá.
- Cuéntame más -pidió el niño
- Las abejas son fundamentales para la polinización. Es algo complicado. Digamos que sin polinización no crecen los cultivos y sin cultivos no hay comida, ni para los humanos ni para los animales -dijo el papá de Crispín.
- Entonces… ¡Nos hemos idos porque no había comida en la Tierra! -dijo sorprendido Crispín.
- Exacto -dijo su papá. Pero tengo ya casi listo una gran batallón de super abejas para volver a la Tierra. Las dejaremos allí, a ver si van consiguiendo algo. Poco a poco iremos llevando algunos de los animales que nos hemos traído, cuando críen y podamos asegurar la continuidad de la especie.

Con el tiempo, el plan del papá de Crispín dio sus frutos y los humanos pudieron volver de nuevo a la Tierra. Eso sí, esta vez comprendieron lo importante que era cuidar más del medio ambiente si no querían volver a lamentar las consecuencias.

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la tortuga charlatana

Enviado por dach2901  

Hace muchos años gobernó en la India un rey bueno, justo y generoso al que todo el mundo amaba y respetaba. Tan querido era que sus súbditos le consideraban el regente ideal, excepto en una cosa que ahora mismo vas a conocer.

Resulta que el rey, a sus cincuenta y siete años, tenía un defectillo bastante molesto: ¡no se callaba ni debajo del agua! Ya fuera de día o de noche siempre tenía algo que decir y enlazaba unos temas con otros con una facilidad pasmosa. Ese parloteo incesante sacaba de quicio a todos los que le rodeaban, pero como era el hombre más poderoso del reino nadie se atrevía a decirle a la cara que cerrara la boca al menos durante un ratito.

Su consejero, un anciano inteligente y fiel que le ayudaba en los asuntos importantes, estaba bastante preocupado por la situación. Se daba cuenta de que el rey hablaba tanto que, además de resultar agotador, a menudo se iba de la lengua y decía cosas de las que luego se arrepentía. Era cuestión de tiempo que acabara metiéndose en problemas.

– ‘¡Esto no puede seguir así! Tengo que hacerle ver la realidad, intentar que cambie de actitud sin faltarle al respeto ni herir sus sentimientos. Lo pensaré bien a ver qué se me ocurre.’

Esa misma noche lo consultó con la almohada.

– Creo que lo más conveniente será aconsejarle a través de un pequeño cuento… Sí, eso es, un cuento con moraleja. En cuanto me quede a solas con él, llevaré a cabo mi idea.

Por fortuna, al día siguiente a media mañana encontró la ocasión perfecta cuando el monarca le mandó llamar para ir a dar un paseo.

– La reunión de sabios no comienza hasta las doce, así que tenemos tiempo de sobra para salir a caminar un rato y gozar de la brisa primaveral. ¿Te apetece, amigo mío?… ¡Nos sentará muy bien a los dos!

– ¡Por supuesto, Majestad! Será un honor ir con usted.

El consejero y el rey salieron de sus aposentos y recorrieron el largo pasillo hasta la puerta principal; después, bajaron la escalinata exterior del palacio sintiendo en sus ojos la cegadora luz del sol.

– Hace un día precioso y los jardines reales lucen esplendorosos, ¿verdad, Majestad?

El rey se aproximó al estanque y se paró junto a él, embelesado ante tanta hermosura.

– ¡Oh sí, somos realmente afortunados! Para mí no hay mayor placer que contemplar las flores de loto meciéndose en el agua mientras disfruto del embriagador aroma a jazmín que perfuma el aire… ¿Opinas tú lo mismo, querido amigo?

– Desde luego tiene usted toda la razón, mi señor. ¡Este lugar es un paraíso en la Tierra!

El rey sonrío satisfecho y le dio unas palmaditas cariñosas en el hombro.

– ¡Ay, viejo amigo, espero que nos queden muchos años para compartir más momentos como este!

Aprovechando que el rey estaba contento y receptivo, el consejero puso en marcha su pequeño plan.

– Cambiando de tema… Majestad, ayer me contaron una pequeña historia que me gustaría compartir con usted.

– ¿Ah sí?… ¿Te refieres a un cuento?

– Sí, es una simple fabulilla, pero creo que podría gustarle.

– ¡Oh, muy bien! ¿A qué estás esperando para empezar?… ¡Soy todo oídos!

Sin perder más tiempo, el consejero comenzó su relato:

Érase una vez una tortuga que vivía en un lago muy bonito pero demasiado pequeño. Mientras fue chiquitita el tamaño no tuvo demasiada importancia, pero cuando se hizo mayor la falta de espacio empezó a resultarle tremendamente agobiante porque salvo nadar o hablar con sus tres vecinos peces, ahí nunca había nada interesante que hacer. Con el tiempo el aburrimiento hizo mella en su carácter y se convirtió en una tortuga atormentada que se pasaba las horas bostezando y quejándose sin parar.

– ¡Qué harta estoy de este lago!… Ojalá algún día pueda escaparme y recorrer otros lugares, conocer más especies, practicar algún deporte sobre tierra… ¡Yo no he nacido para pasarme la vida dentro de este charco deprimente!

Tras varios meses en la misma situación, su suerte cambió gracias a la visita sorprendente e inesperada de dos patos que, a diferencia de ella, estaban más que acostumbrados a viajar por todas partes. Los forasteros, uno de plumas azuladas y otro de plumas amarillas, llegaron volando a gran velocidad y se posaron en la orilla sin dejar de mirarla. El de plumas azuladas la saludó alegremente.

– ¡Hola, amiga! Si no te importa queremos beber un poco de agua de este precioso lago.

La tortuga exhibió su mejor sonrisa. ¡Hacía siglos que no veía una cara nueva y cualquier visita era bien recibida!

– ¡Hola, bienvenidos a mi hogar! Podéis beber todo lo que queráis, amigos.

– ¡Gracias, eres muy amable tortuguita!

– ¡De nada, chicos! No os imagináis cuánto me alegra poder charlar con alguien. ¡Este lugar es tan solitario que me temo que acabaré loca de remate!

El pato que lucía plumas amarillas miró a su alrededor y pensó que tenía razón: el lago parecía una charca de lo enano que era y estaba envuelto en un silencio sobrecogedor.

– Hay que reconocer que con la de sitios chulos que hay en este planeta, pasarte la vida aquí metida es bastante lamentable.

Las palabras del pato fueron directas al corazoncito de la tortuga y la pobre no pudo aguantar las ganas de llorar.

– ¡Buaaa! ¡Buaaa!

Los patos se miraron sorprendidos por su reacción y enseguida percibieron que estaba profundamente abatida. El de plumas amarillas se sintió muy mal y se disculpó:

– ¡Oh, perdona, soy un bocazas, no era mi intención disgustarte!

El de plumas azuladas también se apresuró en consolarla.

– ¡Eh, tranquila amiga, quizá haya una solución!… Oye, ¿por qué no te vienes con nosotros? Detrás de aquellas montañas que ves a lo lejos, las que tienen la cima nevada, hay una laguna cien veces más grande que esta. En ella viven decenas de animales y por lo general todos se llevan muy bien.

La tortuga dejó de llorar de golpe, como si alguien hubiera pulsado un botón de apagado como el que tienen los muñecos.

– ¿Eso que dices es cierto?… ¡Espero que no te estés riendo de mí!

– ¡Es la verdad! La laguna es espectacular, aunque…

– ¿Aunque qué?

– Bueno, para ser sincero he de decirte que también es un poco ruidosa. A diario se organizan allí juegos, carreras, bailes… Siempre hay mucho jolgorio, pero precisamente por eso es tan divertida.

La tortuga empezó a girar y a aplaudir haciendo chocar las patas.

– ¡Diversión es justo lo que yo necesito!… ¡Oh, vivir en esa gran laguna sería para mí un sueño hecho realidad!… ¡Por favor, quiero ir como sea!

El pato de plumas amarillas la vio tan ilusionada que estuvo de acuerdo con la propuesta de su compañero.

– ¡Pues no se hable más! El camino es largo, pero a nuestro lado no correrás ningún peligro. ¡Venga, síguenos que nos vamos!

Al escuchar esto la tortuga más paralizada que si le hubieran echado un cubo de agua helada sobre la cabeza.

– ¿Se…seguiros? Pero si no tengo alas… ¡Yo no puedo volar!

Las lágrimas asaltaron de nuevo su regordeta mejilla.

– ¡Buaaa! ¡Soy una tortuga y estoy condenada a quedarme en esta horrible poza hasta el fin de mis días!… ¡Buaaa!

El pato de plumas amarillas, en vez de echarse las manos a la cabeza, le guiñó un ojo con picardía y le dijo entre risas:

– ¡Bueno, mujer, no te pongas tan dramática que para eso estamos nosotros! Si te hemos dicho que te sacaremos de aquí, cumpliremos nuestra palabra, ¿de acuerdo?

A continuación miró a su alrededor y tirado en el suelo vio un palo largo que debía tener más o menos un metro de longitud. Lo cogió con las patas y le dijo a la desconcertada tortuga:

– ¿Ves este palo? Solo tienes que morderlo bien fuerte por el centro mientras nosotros lo sujetamos por los extremos. De esta manera podremos llevarte cómodamente por el aire.

La tortuga abrió los ojos como platos y en un santiamén recuperó la esperanza.

– ¡Oh, es genial, es genial!

El ave no quería fastidiar el momento de suprema felicidad de la tortuga, pero no tuvo más remedio fruncir el ceño para dejar bien clara una condición:

– Eso sí, hay algo muy importante que debes cumplir a rajatabla: una vez nos elevemos no puedes abrir la boca porque caerás al vacío y será tu fin.

– ¡Oh, claro, lo entiendo!… ¡No lo haré, no os preocupéis! ¡Muchas gracias, amigos!

¡La tortuga no cabía en sí de gozo! Al fin se le presentaba la oportunidad de viajar, de acabar con su antigua vida y aspirar a otra más emocionante.

– ¡Es increíble que esto me esté pasando a mí!… ¡Todavía no me lo puedo creer!

El pato de plumas azuladas empezó a ponerse nervioso.

– ¡Es la hora! No perdamos tiempo o nos pillará la noche en pleno trayecto. Amiga, muerde el palo por la parte central y recuerda: ¡no lo sueltes bajo ninguna circunstancia!

– Tranquilos, no sufráis por mí… ¡Me sujetaré bien y no diré ni mu!

Dicho esto miró hacia el lugar que había sido su hogar y dijo con desprecio:

– ¡Hasta nunca lago odioso y soporífero!

Los patos acercaron el palo al agua y ella lo prensó fuertemente con las mandíbulas. Cuando estuvo lista, cada ave sujetó un extremo y despegaron. Los dos viajeros tenían muchas horas de vuelo a sus espaldas, así que se elevaron con facilidad y empezaron a surcar el cielo batiendo las alas a la par y demostrando una gran coordinación. Mientras, la tortuga cumplía órdenes y se dejaba llevar con el cuerpo colgando y tan quieta que no se atrevía ni a pestañear.

Todo discurría según lo previsto hasta que, a mitad de camino, un campesino que recogía la cosecha divisó un extraño trío volando por encima de su cabeza. Cuando se percató de quienes eran se quedó tan sorprendido que no pudo evitar soltar una risotada y exclamar a voz en grito:

– ¡Ja ja ja! ¡¿Pero qué ven mis ojos?!… ¡Dos patos transportando una tortuga colgada de un palo!… ¡Jamás había visto una escena tan ridícula! ¡Ja ja ja!

La tortuga, que tenía un oído finísimo, escuchó las palabras del hombre y se sintió extremadamente ofendida. Sin pararse a pensar en las consecuencias, abrió la boca para contestar:

– ¡¿Y a ti qué te importa, pedazo de ignorante?!

Lo que pasó, Majestad, se lo puede imaginar: al soltar el palo la tortuga cayó al vacío como un saco de patatas y se dio un golpe que a punto estuvo de destrozarla.

Al rey le entró mucha angustia.

– ¡Oh, qué pena!… Este cuento es muy triste.

– Estoy de acuerdo en que lo es, Majestad.

– ¿Se sabe cómo acabó la tortuga?… ¿Logró salvarse?

El viejo consejero suspiró con cierta tristeza.

– Sí, sí se salvó, señor. Tuvo suerte de caer en un pantano, por lo que a pesar de que se hizo muchísimo daño consiguió sobrevivir.

– ¡Pobrecilla, menos mal!

– Ya… La pena es que los patos, enfadados porque no había respetado la norma de no abrir la boca, siguieron su camino.

– ¡¿Qué me dice?!… ¿No volvieron a por ella?

– No, Majestad, jamás regresaron. La tortuga se recuperó de las heridas, pero tuvo que conformarse con vivir en un lugar peor que su antiguo lago el resto de su vida. ¡No se imagina lo duro que fue para ella tener que renunciar a sus sueños!

El rey se quedó pensativo.

– Y todo por irse de la lengua y hablar cuando no debía…

– Así es, mi señor. Este relato nos muestra lo importante que es saber medir las palabras y callar cuando corresponde. Quien habla de más suele acabar mal.

Ya era casi mediodía y el sol se había vuelto de color amarillo intenso. El rey dejó atrás el estanque y continuó paseando en silencio, sumido en sus pensamientos, tratando de asimilar la enseñanza de la pequeña historia que acababa de escuchar.

Te preguntarás si la táctica del consejero sirvió, si tuvo algún efecto sobre el monarca. La respuesta es sí: a partir de ese día se esforzó por hablar menos y escuchar con mayor atención a los demás. Gracias a ese cambio, se ganó la admiración de su pueblo hasta el fin de su reinado.

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el gusanito pepito

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Érase una vez un gusanito llamado Pepito. Pepito, que era muy chiquitín, vivía en un bonito jardín, muy verde, y con muchas flores. Hasta tenía su propia laguna, en la que vivían muchos peces de colores.

Pepito, que siempre había sido muy curioso, quería atravesar la laguna para llegar al otro lado del jardín, donde se decía que había un gran tesoro. Un día, cuando Pepito reunió unas cuantas hojas de morera y dos miguitas de pan, cogió su mejor gorra, una sombrillita de margarita y se encaminó a recorrer su gran aventura.

El día era espléndido, el sol brillaba, el cielo estaba muy azul y corría una suave brisa muy leve que a Pepito le producía una agradable sensación. Por el camino, iba cantando cuando, de pronto, se encontró con una mariquita que estaba llorando en una piedrecita.

– ¿Qué te pasa, amiga mariquita?, preguntó Pepito.
– Pues que he perdido uno de mis puntitos negros, respondió la mariquita.
– ¡Qué cosa tan grave! Pero no te preocupes, yo te ayudaré.

Juntos, se pusieron a buscar el puntito negro que se había perdido. Buscaron bajo las piedras, por encima de las flores, detrás de los árboles, pero nada, no estaba por ningún sitio. De pronto, mientras caminaban, Pepito vio algo en el pie de su amiguita.

– Acércate, Mariquita, que tienes algo en el pie.

Entonces, al observar el pie, se fijaron en que el puntito estaba ahí, se había caído y, sin querer, la mariquita la llevaba pegada en el pie.

– Muchas gracias. Como regalo por tu ayuda te daré esta cuerda mágica que nunca se acaba.

Pepito, muy feliz, la cogió y prosiguió su camino. Iba saltando cuando, de nuevo, encontró otro amiguito llorando. Esta vez, era un saltamontes tristón.

– ¿Qué te pasa, amigo saltamontes?
– Pues que se me ha roto la cuerda de mi violín.
– No te preocupes, amigo mío, pues aquí llevo cuerda para arreglarlo.

Tan pronto como lo dijo, sacó de su mochila un trozo de cuerda mágica, y arregló el violín.

– Muchas gracias, Pepito. Ahora puedo tocar mi violín horas y horas y, como recompensa, te daré ese trozo de tela mágico al que solo tienes que pedir en qué quieres que se convierta, y así lo hará.

Pepito, siguió su camino, muy feliz, porque había podido ayudar a dos bichitos. De nuevo, otro bichito lloraba y lloraba, esta vez era una abejita.

– ¿Qué te pasa, amiga abeja?
– He perdido mi sombrerito.
– Tranquila, amiga, aquí tengo tela mágica y podré hacerte un sombrero nuevo.

Pepito sacó un trozo de su tela y le pidió que se convirtiera en el sombrerito más bello del mundo, y así lo hizo. Le dio el sombrerito a su amiguita nueva, y esta, de la felicidad, le hizo un regalo.

– Aquí tienes un silbato mágico. Con él podrás llamar a cualquier insecto que esté cerca tuyo y, tan solo con mostrárselo, te ayudará sin dudarlo.

Pepito prosiguió su camino, y al fin, llegó al borde de la laguna. La miró, y se dio cuenta de lo profunda y peligrosa que era y, además, no sabía cómo podría atravesarla. Pensó y pensó, y de pronto llegó la idea.

–Ya sé, con mi trozo de tela, haré un barquito, con el que podré pasar, pero ¿cómo podré llegar al otro lado?, si no hay nada de viento...

Tras pensar y pensar y pensar, recordó lo que su amiga la abeja le había contado.

–El silbato, ¡claro! ¿Cómo no me había acordado? Cogió su silbato y lo sopló lo más fuerte que pudo. Al pronto, apareció una gran mariposa, la más bonita que jamás había visto.

– Dime, amigo gusanito, ¿qué te sucede?
– Pues que no sé cómo cruzar el río.
– Yo te ayudaré. Déjame un trozo de cuerda y yo tiraré de ti.

Entonces, Pepito, cogió la cuerda que su amigo la mariquita le había regalado, se la dio a la mariposa y la agarró fuerte para que tirara de él y del barquito. En menos de media hora, Pepito ya había llegado al otro lado de la orilla. Por fin había llegado a su destino, el otro lado de la orilla, donde había escuchado que había un tesoro maravilloso. Anduvo y anduvo, siguiendo los pasos que marcaba el camino al tesoro, y por al fin llegó.

– Pero, ¿dónde está el tesoro? No hay monedas.

Pepito miró a un lado y al otro, pero no las vio por ningún sitio. De pronto, se percató de que estaban sus nuevos amigos: la mariquita, el saltamontes, la abeja y la mariposa.

– ¿Qué hacéis vosotros aquí, amigos míos.
– Esperábamos que llegase nuestro nuevo amigo, un bichito al que no le importase pararse a ayudar a otro, aunque tuviera prisa por encontrar un tesoro, y al que no le importara hacerlo sin recibir nada a cambio.

Pepito, se quedó pensativo, no sabía a quién podrían estar esperando.

– Y por fin ha llegado ese bichito, eres tú, Pepito.

Pepito, se quedó boquiabierto, no se había dado cuenta de que con sus acciones, había sido amable con ellos, era una cosa natural el ayudar.

– Como eres el bichito esperado, Pepito, queremos decirte que el tesoro del que hablaban todos es la amistad y que, pase lo que pase, nunca perderá valor ni se podrá vender o perder.

Pepito se alegró muchísimo de haberles encontrado, ya que podría jugar y contar con ellos por siempre jamás, pues la amistad, es el mejor tesoro del mundo mundial.

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