Vuestros cuentos 

El agujero en la manga

Enviado por dach2901  

Había una vez un muchacho cuya familia era muy humilde. En su casa no abundaba el dinero, así que no podía permitirse estrenar ropa nueva cuando se le antojaba. Solía vestir unos desgastados pantalones oscuros y unas botas tan viejas que el dedo gordo de su pie izquierdo estaba a punto de atravesar el cuero.

Pero lo que le realmente le preocupaba era que, cada día, acudía a la escuela con una camisa blanca que tenía un enorme agujero en la manga. Le daba mucha vergüenza que sus compañeros le miraran y, en vez de atender a las explicaciones del maestro, se distraía intentando ocultar el roto por el que asomaba el codo.


Durante semanas le pidió a su madre que le remendara la camisa, pero la mujer iba siempre con tanta prisa que nunca tenía tiempo para hacerlo. Desesperado, se lo pidió a sus hermanas mayores.

– ¿Podéis zurcirme la camisa alguna de vosotras?

¡Ni caso! Las chicas estaban entretenidas jugando y riendo y ni siquiera le escucharon.

Un día, dos tías suyas con las que tenía buena relación, pasaron junto a su casa y él las vio desde el portal. Corriendo, se acercó a ellas para pedirles ayuda.

– ¿Podríais entrar un momento y zurcirme el agujero que tengo en la manga?

– ¡En otro momento, querido sobrino! Vamos con prisa a ver al doctor. Hace semanas que tenemos una tos muy fuerte y nos ha citado dentro de cinco minutos en su consulta.

– Está bien… ¡Adiós!

El pobre muchacho se sentía fatal ¡Estaba decidido a no pisar la escuela con la camisa rota nunca más! Entró en su habitación, escondió los libros bajo la cama y en vez de acudir a sus clases, fue a dar un largo paseo por el bosque.

Era un bonito día de primavera y el sol se colaba entre las ramas iluminándolo todo, pero el joven se sentía muy triste. Le daba igual el hermoso canto de los pájaros y ni se fijó en el rico aroma que desprendían las flores. Deambulaba sin rumbo y sólo tenía un pensamiento en la cabeza:

– ¿Quién zurcirá mi camisa rota? ¿A quién se lo puedo pedir…?

Se paró bajo la sombra de un eucalipto y, de repente, vio cómo desde el árbol descendía una arañita. Estaba colgada de su hilo de seda y se columpiaba a la altura de sus ojos ¡El muchacho se puso loco de contento!

– ¡Hola, amiga araña! Quisiera pedirte un favor ¿Podrías zurcir mi camisa? Tengo un agujero muy grande y no quiero que nadie se burle de mi aspecto. Sé que las arañas sois expertas costureras y nadie mejor que tú solucionaría mi problema ¿Serías tan amable de ayudarme…?

La araña miró la carita del muchacho, percibió la preocupación en su mirada y le devolvió una tierna sonrisa. En silencio, comenzó a balancearse y el hilo de seda cedió hasta que sus ocho patitas se posaron sobre el agujero de la camisa. Con rápidos movimientos, comenzó a tejer una tela muy resistente para remendar el destrozo. En pocos minutos terminó su labor y el muchacho empezó a dar saltos de alegría.

– ¡Muchas gracias! ¡Eres genial! ¡La has dejado como nueva!

Estaba tan feliz que, aunque sólo tenía una pequeña canica en los bolsillos, decidió regalársela a su nueva amiga del bosque.

– Ten, ahora es tuya. Espero que te diviertas mucho con ella ¡Nunca olvidaré lo que has hecho por mí!

Se despidieron con un cálido adiós y el muchacho volvió corriendo a su casa. Sin perder tiempo, cogió sus libros y se presentó en la escuela. Contentísimo, se sentó en su silla de siempre y, como ya no tenía nada de qué avergonzarse, se dedicó a escuchar con atención la lección que impartía su querido maestro.

Curiosamente, ese día la explicación giraba en torno al mundo de los arácnidos y a su habilidad para tejer. El chico no pudo evitar mirar de nuevo la manga de su camisa. Complacido, recordó el buen trabajo que había hecho su querida arañita y ¿sabéis qué pensó? Pues en lo afortunado que era por haber podido comprobar en persona lo que el profesor repetía una y otra vez: ¡La naturaleza es sabia y maravillosa!

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El zapatero y el millonario

Enviado por dach2901  

Cuenta la historia que en una pequeña ciudad vivía un zapatero que siempre se sentía feliz. Dentro de casa tenía un humilde taller donde trabajaba sin descanso remendando zapatos y poniendo suelas a las botas de sus clientes. Era una labor dura pero él nunca se quejaba. Todo lo contrario, cantaba a todas horas de lo contento que estaba.


En la casa de al lado vivía un hombre muy rico pero que dormía poco y mal, porque en cuanto conseguía conciliar el sueño, se despertaba por los cantos del zapatero que le llegaban a través de la pared.

Cierto día, el vecino ricachón se presentó en casa del zapatero remendón.

– Buenas noches – le dijo.

– Buenas noches, señor – contestó sorprendido – ¿En qué puedo ayudarle?

– Venía a hacerle una pregunta. Veo que usted se pasa el día cantando, por lo que imagino que será un hombre muy feliz y afortunado. Dígame… ¿Cuánto dinero gana al día?

– Bueno… – respondió pensativo el zapatero – Si le soy sincero, gano lo justo para vivir. Con las monedas que me dan por mi trabajo compro algo de comida y por la noche ya no me queda ni una moneda para gastar ¡Es tan poquito que nunca consigo ahorrar ni darme ningún capricho!

– Vaya, pues quisiera ayudarle para que viva usted un poco mejor. Tenga, aquí tiene una bolsa con cien monedas de oro. Espero que con esto sea suficiente.

El zapatero abrió los ojos como platos ¡Era muchísimo dinero! Pensó que estaba soñando o que se trataba de un milagro. Después de darle las gracias al generoso y acaudalado vecino, levantó una baldosa que había debajo de su cama y escondió la bolsa en el agujero. Volvió a taparlo y se acostó.

Pero el zapatero no podía dormir. No hacía más que pensar que ahora era rico y tenía que estar alerta por si alguien entraba en su hogar para robarle las monedas. Esa noche y a partir de esa, todas las noches, daba vueltas y vueltas en la cama, con un ojo medio abierto vigilando la puerta y poniéndose nervioso en cuanto oía un ruidito ¡La tensión le resultaba insoportable! Como no dormía casi nada, se levantaba tan cansado que no le apetecía ni cantar. Dejó de ser el hombre alegre que trabajaba cada día con ilusión.

¡Pasadas dos semanas ya no pudo más! De un salto se levantó de la cama y cogió la bolsa de monedas de oro que tenía camufladas bajo la baldosa del suelo. Se puso un batín, unas zapatillas, y pulsó el timbre de la casa del vecino.

– Buenas noches, querido vecino. Vengo a devolverle su generoso regalo. Le estoy muy agradecido pero ya no lo quiero – dijo el zapatero al tiempo que alargaba la mano que sujetaba la bolsa.

– ¿Cómo? ¿Me está diciendo que no quiere el dinero que le regalé? – contestó sorprendido el millonario.

– ¡Así es, señor, ya no lo quiero! Yo era un hombre pobre pero vivía tranquilo. Me levantaba cada jornada con ganas de trabajar y cantaba porque me sentía satisfecho y feliz con mi vida. Desde que tengo todo ese dinero, vivo obsesionado con que me lo van a robar, no duermo por las noches, no disfruto de mi trabajo y ya no me quedan fuerzas. Prefiero vivir en paz a tener tantas riquezas.

Sin esperar la réplica, se dio media vuelta y regresó a su hogar. Se quitó el batín, se descalzó y se metió de nuevo en la cama. Esa noche durmió profundamente y con la sensación de haber hecho lo correcto.

Moraleja: no por ser más rico serás más feliz, ya que la dicha y el sentirse bien con uno mismo se encuentran en muchas pequeñas cosas de la vida.

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La boda de los ratones

Enviado por dach2901  

Hace muchos, muchos años, en las lejanas tierras japonesas, vivían dos ratoncitos que estaban totalmente enamorados el uno del otro y eran muy felices juntos. Les encantaba jugar al escondite, olisquear la hierba fresca, explorar las toperas más profundas y compartir pequeños pedacitos de queso a la hora de la merienda. Se querían tanto que estaban convencidos de que pronto se casarían y crearían una hermosa familia. A ojos de todo el mundo, formaban una pareja encantadora.


Bueno, de todo el mundo no, porque por desgracia, el padre de la ratoncita no pensaba lo mismo. Adoraba a su hija y un ratón de campo no le parecía el marido adecuado para ella. Sus aspiraciones iban mucho más lejos. Un día, le dijo a su mujer:

– Nuestra hija se merece pasar el resto de su vida con alguien importante de verdad. Quiero que se case con el sol porque es el más fuerte del mundo y la protegerá de cualquier peligro ¡Ese ratonzuelo insignificante ya puede ir buscándose a otra!

¡El padre ratón quería que su pequeña contrajera matrimonio con el sol! La ratoncita, que desde su cuarto escuchó la conversación, se quedó horrorizada y salió corriendo a contárselo a su querido novio.

– ¿Qué vamos a hacer? Mi padre es ambicioso pero yo me niego a aceptar sus planes ¡Yo quiero casarme contigo y con nadie más! No pienso consentir que nada ni nadie nos separe.

– Tranquila, mi amor, no te preocupes ¡Ya se nos ocurrirá algo!

Los dos jóvenes ratones se citaban todos los días bajo la sombra de un naranjo para intentar buscar una solución a un problema tan grande. Un día, mientras conversaban, pasó por allí una ratona muy viejecita que aunque caminaba con bastón, todavía conservaba la lucidez y la sabiduría que da la edad. La anciana percibió que los jóvenes roedores estaban muy tristes y se acercó a ellos a paso lento pero seguro.

– ¡Buenas tardes! Deberíais estar gozando de este maravilloso día de verano pero me da la sensación de que algo os apena el corazón. Si me lo permitís, quizá pueda ayudaros.

La ratoncita levantó la mirada y tímidamente le respondió.

– Buenas tardes, señora. Estoy muy disgustada porque mi padre quiere que me case con el sol y yo a quien quiero es a mi novio, el ratoncito más simpático y bueno del mundo.

La vieja ratona frunció el ceño y se tocó la nariz para pensar mejor.

– ¡Uhm!… ¿Así que es eso? ¡Tranquila, iré a hablar con él y le quitaré esas ideas absurdas de la cabeza!

Minutos después, la menuda y desdentada ratona se presentó en casa de su padre. Sabía que era un roedor testarudo, así que fue directa al grano para resultar más convincente.

– ¡Buenos días, señor! Acabo de enterarme de que quiere casar a su hija con el sol porque piensa que es el más fuerte del mundo.

– ¡Así será porque así lo he decidido!

– Pues siento decirle que se equivoca ¡El sol es el astro rey, pero para nada es el más fuerte!

– ¿Por qué dice eso, señora?

– ¿Acaso no se ha dado cuenta de que el sol se oculta continuamente detrás de las nubes? A lo mejor es más cobarde de lo que parece…

– No lo había pensado y puede que no le falte razón… ¡Casaré a mi hija con un nube!

– ¿Con una nube? Pues tampoco es una buena elección. Ya sabe usted que por muy grandes y espesos que sean los nubarrones, el viento consigue mandarlos bien lejos con un simple soplido.

– ¡Vaya, es verdad!… Decidido: el viento será el elegido.

– Vamos a ver, señor, recapacite: el viento no puede atravesar paredes y en cambio nosotros, simples ratones, hacemos túneles con los dientes. Si yo fuera usted, lo pensaría mejor antes de cometer un error.

– ¡Caray! No me había dado cuenta de que los roedores tenemos una fuerza que el viento no tiene… ¡Casaré a mi hijita con un ratón! Eso sí, no será con un tipejo vulgar y debilucho ¡Tendrá que ser con el más fuerte de todos los ratones!

La sabia ratona, muy hábilmente, consiguió convencerle de que aceptara a un ratón para su hija y al menos el joven enamorado aún tendría una oportunidad de ser el elegido. Sin decir mucho más, cogió su bastón y regresó a su casa de lo más contenta.

El padre, decidido en encontrar el marido perfecto para su hija, organizó una competición de fuerza y convocó a todos los ratones interesados en casarse con ella. La prueba consistía en que los pretendientes debían luchar de dos en dos. El primero que cayera derribado al suelo, sería automáticamente eliminado.

Los más débiles no tuvieron mucho que hacer y enseguida fueron expulsados del juego. Algunos resistieron un poco más, pero a todos se fue imponiendo un ratón orondo de largos bigotes que se tenía a sí mismo por el más guapo y musculoso de toda la comarca.

Tan sólo faltaba uno que todavía no había probado suerte porque era el último de la lista: el novio de la ratoncita. El pobre, al lado del fornido luchador, parecía una pulga que no le llegaba ni a la cintura.

Cuando sonó el silbato que daba paso a la gran final, la pelea comenzó. Efectivamente la fuerza del gran ratón era descomunal, pero si algo caracterizaba al ratoncillo era la inteligencia. Como sabía que tenía todas las de perder, se concentró en resistir y en esquivar los golpes. El ratón forzudo intentaba darle guantazos por aquí y por allá, pero él se escabullía sin apenas hacer esfuerzo y sin un mínimo rasguño. Al cabo de una hora, el ratón grande estaba tan agotado física y mentalmente de tanto esfuerzo, que tuvo que darse por vencido. Abrumado, exclamó:

– Este ratón es pequeño y flaco, pero no hay quien le venza ¡Se mueve más que un saltamontes y tiene una fuerza de voluntad pasmosa! ¡Me rindo!

¡Menuda algarabía se formó! Todos los animales que asistían al evento comenzaron a aplaudir y la ratoncita salió corriendo a abrazar a su prometido. El padre no pudo negar la evidencia y aclarándose la voz, se dirigió a su público:

– He comprendido que lo importante no es la fuerza física, sino el tesón y el talento. Pequeño, has conseguido impresionarme. Tú serás quien se case con mi adorada hija ¡Enhorabuena a los dos!

Y así fue: la pareja celebró una hermosa boda de cuento, tuvieron muchos ratoncitos monísimos y fueron muy felices el resto de su vida.

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El gran viaje de Rok

Enviado por dach2901  

El extraterrestre Rok estaba harto de vivir en Súlex, un planeta árido y silencioso perdido en el universo. Cada día era igual que el anterior y ya no lo soportaba más.

Entre que somos pocos y no hay nada interesante que hacer, me aburro más que una piedra pómez.
Acababa de cumplir trescientos años y, dado que su esperanza de vida era milenaria, todavía se veía a sí mismo como un tipo joven con muchas ganas de disfrutar y cumplir algunos deseos pendientes.

Creo que salir de la rutina y conocer sitios nuevos me vendrá muy bien. ¡Ha llegado el momento de concederme un capricho y lanzarme a la aventura!
¡Dicho y hecho! Para celebrar cifra tan redonda decidió tirar la casa por la ventana y regalarse un viaje espacial. Si algo le apetecía con locura era ver mundo, o mejor dicho, otros mundos.

En el planeta Súlex no había estaciones del año ni nada parecido, pero sus habitantes sabían que cuando la luz del amanecer era anaranjada se daban las condiciones perfectas para volar por el espacio. Por esa razón, Rok aguardó la llegada de una mañana color salmón para cargar a tope la batería de su nave último modelo y salir a investigar fuera de los límites conocidos.

Al fin voy a realizar el viaje sideral que tantas veces he soñado. ¡Qué emoción!
Los extraterrestres no necesitan traje de astronauta para volar y mucho menos un casco que aplaste sus delicadas antenitas verdes, así que Rok solo tuvo que ponerse unas gafas especiales para poder ver con claridad y pilotar seguro entre tanto polvo cósmico.

Ya estoy listo para partir. ¡Adiós, planeta Súlex!
Entró en su moderno platillo volante, cerró la escotilla, se sentó frente a la complicada pantalla de mandos, y apretó un botón cuadrado que le puso en órbita en un santiamén.

Tres… Dos… Uno… ¡Despegue!
¡Rok estaba entusiasmado! Recorrer la galaxia a velocidad supersónica no era cosa que uno pudiera hacer todos los días; pero además, tenía otra gran motivación: quería ser el primero de su especie en alcanzar el sistema solar.

Tras muchas horas surcando el espacio, negro como la boca de un lobo, lo consiguió.

¡Bravo, bravo! El camino ha sido largo, pero no hay nada imposible cuando uno pone ilusión en el objetivo. En fin, veamos qué hay por estos lugares tan alejados de mi civilización.
Rok fue pasando por delante de los planetas más importantes y vio que no llegaban a la decena. Tras un rato observándolos detenidamente, tuvo que admitir que se sentía decepcionado, pues excepto uno que tenía un enorme anillo alrededor, todos le parecieron más o menos iguales.

¡Vaya, no es lo que yo me esperaba! Veo un planeta rojo lleno de dunas, otro cubierto de cráteres, aquel pequeño donde debe hacer un frío terrible… ¡Aunque parezca mentira, ninguno es mejor que el mío!
Allí, en medio de la oscuridad solo salpicada por el fulgor de alguna estrellita lejana, empezó a plantearse dar media vuelta.

Nada por aquí, nada por allá… Si lo llego a saber no me muevo de casa. ¡Ni siquiera veo una estación de hidrógeno líquido donde repostar!
Rok se dio cuenta de que su andanza interestelar estaba a punto de finalizar.

De nada sirve engañarse, esto es lo que hay. Regresaré a casa antes de quedarme sin combustible.
Iba a girar los mandos cuando de repente, al fondo a la derecha, divisó una enorme esfera que destacaba entre las demás.

Pero… ¡¿qué es eso?!
Para asegurarse de que no se trataba de un efecto óptico, achinó sus grandes ojos saltones.

Yo diría que se trata de un planeta, pero un planeta muy raro porque tiene más colores que el resto de sus vecinos.
Estaba tan intrigado que pisó a tope el acelerador y se aproximó para verlo mejor. Como la mitad estaba a oscuras se situó frente a la zona iluminada por el sol, a una distancia adecuada para poder hacer una buena valoración.

¡Vaya, qué interesante! Distingo zonas montañosas casi desérticas, pero también grandes áreas verdes cubriendo la superficie. Y esas extensiones azules… ¿serán océanos?
Rok estaba absolutamente fascinado.

Aunque es arriesgado, si no bajo a explorar me arrepentiré toda la vida.
Eligió un punto al azar e inició la maniobra de descenso. En cuanto aterrizó apagó el motor, se quitó las gafas, abrió la escotilla, y antes de salir asomó la cabeza para comprobar si la zona era peligrosa.

Mis antenas no detectan ni señales extrañas ni la presencia de posibles enemigos. ¡Vamos allá!
Rok abandonó la nave de un salto y se quedó maravillado al comprobar que, bajo un cielo azul salpicado de nubes como jirones de algodón, se extendía una maravillosa y exótica playa tropical. Acababa de llegar al planeta Tierra.

¡Ay madre!… ¡Esto sí es un verdadero paraíso!
Durante unos minutos no pudo ni moverse, sobrecogido como estaba por tanta belleza. Cuando pudo reaccionar, dejó atrás la nave y comenzó a dar pasitos cortos en dirección al mar. ¡No te puedes imaginar el placer que le produjo caminar sobre la arena blanca templada por el sol y respirar aire fresco con aroma a sal!

¡Qué gozada! Es el lugar más hermoso que he visto en tres siglos de vida.
Estaba feliz y emocionado cuando, súbitamente, empezó a encontrarse fatal.

¡Uy, vaya, creo que me voy a desmayar! Imagino que es porque hace muchísimas horas que no como nada.
A diferencia de la Tierra, donde reina la naturaleza, en Súlex no existen los seres vivos, ni los animales ni las plantas, y por eso sus únicos habitantes, los extraterrestres, se alimentan a base de productos sintéticos que ellos mismos fabrican con restos de basura espacial. Para el hambriento Rok era urgente encontrar alguna pieza industrial que llevarse a la boca.

Algo tiene que haber que sirva para activar mis circuitos… ¡Con un par de tornillos o una trozo de papel de aluminio me conformo!
Se adentró en la zona de bosque y vio matorrales plagados de moras, arándanos y frambuesas, pero claro, eso no era comida para él. Tampoco pescar entraba dentro de sus opciones pues, al contrario que para los humanos, los peces podrían resultar dañinos para su organismo.

Necesito reponer fuerzas o mi sistema eléctrico interno se desconectará para siempre.
Volvió a la playa casi arrastrándose, y al pobre le entraron muchas ganas de llorar.

Debí traerme un saco de residuos para resistir al menos una semana. ¿Cómo he podido ser tan insensato? Si no encuentro algo antes de que anochezca, empezaré a echar humo por las orejas y me apagaré sin remedio.
De repente, una ola rompió contra la orilla y lanzó una vieja botella de plástico a sus pies.

¡¿Qué ven mis ojos?! Pero si es comida… ¡y de la buena!
Cogió el recipiente antes de que el mar lo devolviese a las profundidades y empezó a salivar.

¡Qué suerte la mía! ¡Menudo manjar!
Rok echó la cabeza hacia atrás, metió la botella en la boca, la trituró con sus potentes mandíbulas alienígenas, y la engulló.

¡Oh, sí, estaba deliciosa!
El extraterrestre notó cómo se reactivaba la corriente en el interior de sus cables conectores.

Gracias a este aperitivo me siento un poco mejor. Voy a ver si hay más.
Rok se adentró en el mar y vio que el fondo estaba plagado de botellas de detergente vacías, latas oxidadas, trozos de cristales, y muchos otros artículos contaminantes que seres humanos sin escrúpulos habían tirado al agua. Esos desperdicios, llegados de lugares supuestamente civilizados a través de las corrientes marinas, eran para Rok auténticos alimentos ‘gourmet’.

Estos plásticos, neumáticos y objetos de latón son dignos de un banquete de lujo. Decidido: ¡me quedo en este planeta para siempre!
Desde ese lejano día, el pequeño y curioso extraterrestre Rok habita entre nosotros, y aunque él no lo sabe porque nadie se lo ha contado, cada vez que come está haciendo un gran favor al medio ambiente. De hecho, hay quien sospecha que, gracias a esa ‘labor de mantenimiento’, el rinconcito en el que vive es uno de los más limpios y hermosos que existen en nuestro querido planeta Tierra.

¡Ah! ¿que quieres saber cuál es? Siento decirte que no lo sé, pero te sugiero que si alguna vez tienes la oportunidad de visitar una playa solitaria, de esas que parecen de película, te fijes bien en sus aguas cuando vayas a bañarte. Si son cristalinas y casi no tienen desperdicios, mira a tu alrededor por si ves algún alienígena verde durmiendo la siesta bajo el sol.

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biografía SIMÓN BOLÍVAR

Enviado por dach2901  

Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco (Caracas, 24 de julio de 1783 2​2​-Santa Marta, 17 de diciembre de 1830), más conocido como Simón Bolívar (Acerca de este sonido pronunciación (?·i)), fue un militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia. Fue una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana frente al Imperio español. Contribuyó a inspirar y concretar de manera decisiva la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá,3​ Perú y Venezuela.

En 1813 le fue concedido el título honorífico de Libertador por el Cabildo de Mérida en Venezuela, que, tras serle ratificado en Caracas ese mismo año, quedó asociado a su nombre.4​ Los problemas para llevar adelante sus planes fueron tan frecuentes que llegó a afirmar de sí mismo que era «el hombre de las dificultades» en una carta dirigida al general Francisco de Paula Santander en 1825.

Participó en la fundación de la Gran Colombia, nación que intentó consolidar como una gran confederación política y militar en América, de la cual fue presidente. Bolívar es considerado por sus acciones e ideas el Hombre de América y una figura de la historia universal, ya que dejó un legado político en varios países latinoamericanos, algunos de los cuales lo han convertido en objeto de veneración nacionalista. Ha recibido honores en varias partes del mundo a través de estatuas, monumentos, parques, plazas, etc. Sus ideas dieron origen a la corriente política denominada bolivarianismo.
El padre de Simón Bolívar, Juan Vicente Bolívar y Ponte-Andrade, y su madre, María de la Concepción Palacios y Blanco, pertenecían a la aristocracia caraqueña. Cuando se casaron en el año 1773 había una gran diferencia de edad entre ambos cónyuges, Juan Vicente tenía 47 años en ese momento y Concepción 15 años. Tuvieron cuatro hijos más, tres de ellos, mayores que Simón y una menor, cuyos nombres fueron María Antonia, Juana Nepomucena, Juan Vicente y María del Carmen (esta última murió a poco tiempo de nacer).

La familia Bolívar provenía de una población llamada La Puebla de Bolívar en Vizcaya (País Vasco, España), ubicada entonces en la merindad de Marquina. Además de esta ascendencia vasca, hay que destacar su origen gallego, ya que su tatarabuelo, Jacinto de Ponte y Andrade, era oriundo de Santiago de Compostela.6​ A mayores, y ya desde los inicios de la colonia sus miembros realizaron acciones destacadas en Venezuela.

El primero de los Bolívar en arribar a Venezuela fue el vizcaíno Simón de Bolívar, el cual, junto con su hijo Simón de Bolívar y Castro (nacido en Santo Domingo, Higüey, actual República Dominicana, de quien Bolívar era chozno),7​ llegó a Caracas treinta años después de la fundación de la ciudad, hacia 1589, y por tener el mismo nombre se les distinguió como Simón de Bolívar el Viejo y Simón de Bolívar el Mozo.

Bolívar el Viejo destacó como contador real, por privilegio especial del rey Felipe II, quien en el título de nombramiento le reiteraba su amplia confianza como velador de la Real Hacienda, cargo que ejercieron tanto él como posteriormente su hijo, en Margarita y Caracas.

Fue, además, procurador general de las ciudades de Caracas, Coro, Trujillo, Barquisimeto, Carora, El Tocuyo y Maracaibo ante la Corte española entre 1590 y 1593, para informar al rey Felipe sobre el estado de la provincia y pedirle ciertas mejoras, exenciones de impuestos y privilegios que facilitaran el desarrollo de la misma.

Entre sus logros para Caracas está el haber gestionado en el Consejo de Indias la concesión real del escudo que aún conserva, junto con el título de Muy noble y leal ciudad.

Con el tiempo los Bolívar se unieron en matrimonio con las familias de los primeros pobladores de Venezuela y alcanzaron rangos y distinciones tales como las de regidor, Alférez Real y gestionaron los títulos nobiliarios de marqués de Bolívar y vizconde de Cocorote, asociado con la cesión de las Minas de Cocorote y la facultad de administrar el señorío de Aroa, conocido por la riqueza de sus minas de cobre (estos títulos, sin embargo, no llegaron a concederse).

En cuanto a la familia Palacios, estos eran oriundos de la zona de Miranda de Ebro, actual provincia de Burgos, en España. El primero de los Palacios en llegar a Venezuela fue José Palacios de Aguirre y Ariztía-Sojo y Ortiz de Zárate, natural de Miranda de Ebro en 1647, que falleció en Caracas en 1703. El resto de los descendientes se unieron en matrimonio con otras familias aristocráticas y alcanzaron los puestos de alcalde, regidor, procurador, entre otros. Dos generaciones después de José Palacios nacería María de la Concepción Palacios de Aguirre y Ariztía-Sojo y Blanco, hija de Feliciano Palacios de Aguirre y Ariztía-Sojo y Gil de Arratia y de Francisca Blanco de Herrera, descendiente de algunas familias canarias establecidas en Venezuela.8​9​ Ella fue la madre de Simón Bolívar.
En enero de 1786, cuando Simón contaba dos años de edad, su padre murió de tuberculosis, y así Concepción quedó como cabeza de familia, velando eficientemente por los intereses de la familia hasta su muerte.

Sin embargo, las responsabilidades hicieron que su salud, también enferma de tuberculosis, decayera rápidamente y, según la opinión de médicos historiadores, es posible que ya entonces Bolívar sufriera la primo-infección tuberculosa con un tipo de tuberculosis que pasa inadvertida mientras las defensas corporales son favorables. Una acotación muy importante es que el segundo nombre de Simón Bolívar (Santísima Trinidad) viene de la capilla en la que fue bautizado, que tiene ese mismo nombre, capilla que además era propiedad de su familia Bolívar y Palacios.

Concepción murió el 6 de julio de 1792, cuando Simón tenía nueve años, pero tomando la precaución de hacer un testamento en el que dispuso quién debería hacerse cargo de sus hijos.

Los hermanos Bolívar pasaron entonces a la custodia de su abuelo, Feliciano Palacios, que cuando asumió el papel de tutor se sentía tan enfermo que empezó a preparar también su testamento para designar un sustituto como tutor de sus nietos y decidió pedir opinión a estos para respetar su voluntad.
Simón fue confiado a Esteban Palacios y Blanco, uno de sus tíos maternos, pero como este se encontraba en España permaneció bajo la custodia de Carlos Palacios y Blanco, otro de sus tíos, que por lo visto era un hombre con el que no se llevaba bien y que era tosco, de carácter duro, mentalidad estrecha, que se ausentaba frecuentemente de Caracas para atender sus propiedades y que por lo tanto solía dejar a su sobrino atendido por la servidumbre y asistiendo por su cuenta a la Escuela Pública de Caracas.

Las referencias que dejó Bolívar en su correspondencia hacen suponer que su infancia fue dichosa, feliz, segura, rodeada de sólidos afectos y gratos recuerdos con parientes destacados e influyentes dentro de un ambiente aristocrático y en general, dentro de un ambiente que le brindó equilibrio emocional, cariño y afecto.

En este sentido existen algunas anécdotas que se popularizaron en Venezuela que presentaban a Bolívar como un niño turbulento debido a que los escritores románticos consideraron indispensable atribuirle una niñez indómita creyendo, según la moda de la época, que no podía salir un hombre excepcional de un niño normal pero se ha demostrado[cita requerida] que esas anécdotas fueron inventadas e introducidas en los relatos de historia por Arístides Rojas, considerado un excelente narrador pero que usó a menudo su imaginación a falta de documentos que demostraran la veracidad de sus relatos.

Educación
La trayectoria escolar de Bolívar no fue muy brillante como alumno de la Escuela Pública, institución administrada por el Cabildo de Caracas que funcionaba de forma deficiente debido a la carencia de recursos y organización.

En aquel entonces, Simón Rodríguez era maestro de Bolívar en esta escuela y Carlos, pensaba enviarle a vivir con él porque no podía atenderlo personalmente y las protestas de su sobrina María Antonia sobre la educación y atenciones que recibía su hermano eran frecuentes.

Ante la perspectiva de vivir con su maestro, Simón escapó de la casa de su tío el 23 de julio de 1795, para refugiarse en la de su hermana María Antonia, que ejerció su custodia temporal, hasta que se resolvió el litigio judicial en la Real Audiencia de Caracas que devolvió a Carlos la custodia de Simón.

Simón trató de resistirse pero fue sacado por la fuerza de casa de su hermana y llevado en volandas por un esclavo hasta la vivienda de su maestro.

Una vez allí, las condiciones en las que vivía con el maestro Rodríguez no eran las ideales, pues tenía que compartir el espacio con 20 personas en una casa no apta para ello, y por esto Simón escapó de allí un par de veces, en las que terminó volviendo por orden de los tribunales.

A pesar de las dificultades, la relación maestro-alumno fue fructífera y reveladora para ambos. El aprendizaje fue mutuo. Bolívar llamó a Rodríguez "El Sócrates de Caracas" y "filósofo cosmopolita". La profunda admiración que sintiera Bolívar por su maestro quedó documentada en una carta del 19 de enero de 1824, dónde ya con el título de Libertador, comienza diciendo: "Oh mi Maestro" y prosigue más adelante: "Sin duda es usted el hombre mas extraordinario del mundo"10​. Temas de conversación entre Rodríguez y Bolívar no se conocen de primera mano ni documentalmente. Mas cuando Rodríguez tenía 33 años y Bolívar de 21, maestro el primero, díscípulo el segundo, aquel escribió "aseguro que fui discípulo, pues por adivinación él sabía más que yo por meditación y estudio"11​.

Al poco tiempo, Rodríguez renunció a su cargo de maestro para irse a Europa y la Real Audiencia de Caracas determinó que Simón fuera trasladado a la Academia de Matemáticas, dirigida por el padre Andújar y que funcionaba en casa de su tío Carlos. La amistad entre los dos perduró por siempre.

Al parecer, en esta academia la formación de Bolívar mejoró notablemente en calidad y cantidad, y fue complementada con lecciones de Historia y Cosmografía impartidas por Andrés Bello hasta su ingreso en el Batallón de Milicias de blancos de los Valles de Aragua el 14 de enero de 1797.

Existe la falsa idea de que entre 1793 y 1795, estuvo inscrito en el Colegio Real de Sorèze en el Sur de Francia, en el departamento del Tarn.12
Matrimonio
Bolívar fue enviado a España a los 16 años para continuar sus estudios. En Madrid en 1800 conoció a la joven María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza,13​14​ En agosto de 1800 María Teresa aceptó el noviazgo con Simón Bolívar, y contrajeron matrimonio el 26 de mayo de 1802,15​ en la desaparecida iglesia de San José que estuvo en la esquina de la calle Libertad con la calle de Gravina (y en ocasiones confundida con el templo del mismo nombre situado en la calle de Alcalá donde fue transferida la Parroquia de San José en 1838);16​ Bolívar tenía 19 años y María Teresa 21. Al cabo de unos 20 días se trasladaron a La Coruña.


Bolívar se casa con María Teresa del Toro en 1802.
El 15 de junio de 1802 partieron los recién casados hacia Caracas, desembarcando el 12 de julio en La Guaira. Después de una corta estadía en Caracas, en la Casa del Vínculo y del Retorno, ubicada en una esquina que daba a la Plaza Mayor de Caracas, hoy Plaza Bolívar, se trasladaron a la "Casa Grande" del ingenio Bolívar en San Mateo. María Teresa enfermó poco después de «fiebres malignas» —hoy día identificadas indistintamente como fiebre amarilla o paludismo— por lo que el matrimonio regresó a su Casa del Vínculo, en Caracas, donde ella murió el 22 de enero de 1803.

El joven Bolívar se dedicó a viajar, transido de dolor, para mitigar la pena que le causó el fallecimiento de su esposa. Fue en este estado de ánimo cuando juró no volver a casarse jamás.

Segundo viaje a Europa
En el mismo año de la muerte de su esposa viajó a París. Allí reencuentra a su antiguo maestro Simón Rodríguez. Este último logra encauzar la desesperación sentida por Bolívar tras la muerte de María Teresa hacia la política y la causa de la libertad de su patria. No en balde Bolívar siempre verá a la muerte de su esposa como el momento decisivo de su vida que lo transmutará en un hombre público llamado a un destino mayor. Simón Rodríguez también lo orienta hacia la lectura de los clásicos y a ilustrarse en diversos campos del saber universal. Viajó luego por Italia en compañía de Rodríguez y del primo hermano de su fallecida esposa Fernando Rodríguez del Toro y el 15 de agosto de 1805 en el Monte Sacro de Roma se comprometió solemnemente ante estos a libertar a su patria. Regresó a Venezuela en 1806 y a la vez que administraba los negocios familiares unió sus esfuerzos a la causa revolucionaria.17
A lo largo de 1808, las presiones de Napoleón desencadenaron una serie de acontecimientos que empeoraron aún más la ya comprometida situación española, el rey Carlos IV de España abdicó el trono a favor de su hijo Fernando el 19 de marzo de 1808 después de los sucesos del motín de Aranjuez, y más tarde, el 5 de mayo de 1808 se terminó de consumar el desastre para España cuando Carlos IV y su hijo fueron obligados a ceder el trono a Napoleón Bonaparte en Bayona para designar a su hermano, José, como nuevo rey de España. Esto provocó una gran reacción popular en España que desencadenó lo que hoy se conoce como la guerra de la Independencia española y tanto en América como en España, se formaron juntas regionales que fomentaron la lucha contra los invasores franceses para restablecer en el trono al monarca legítimo.
Sin embargo, en las juntas americanas solo se hablaba con entusiasmo de la Junta popular de Cádiz y muchas de ellas eran vistas con recelo por las autoridades españolas, que las suponían sospechosas de ser favorables a los franceses y que no se habían olvidado de acciones como la de Antonio Nariño en Bogotá, que había publicado una obra sobre Los Derechos del hombre, el movimiento de Juan Picornell, la Conspiración de Manuel Gual y José María España, o de las fracasadas expediciones militares de Francisco de Miranda en Venezuela.

Pero también consideraban que estas juntas tenían derecho de imitar a sus análogas de la Península ya que los dominios españoles eran considerados una parte esencial e integrante de España cuyos territorios no eran considerados como simples colonias propiamente.

Con el tiempo se fueron formando dos bandos bien diferenciados como resultado de los debates políticos y la inestabilidad internacional: el de los realistas, que querían continuar bajo la dependencia directa del monarca español, liderado por Juan de Casas; y el de los patriotas, partidarios de constituir una Junta de gobierno con una autonomía plena similar a la de las Juntas provinciales en España, pero sin mantener más lazos con la metrópoli diferentes a un reconocimiento formal de Fernando VII como soberano, queriendo imitar así el ejemplo del Brasil regido desde Braganza, con autonomía de Portugal.

Así a mediados del año 1807, cuando Bolívar volvió a Caracas se encontró con una ciudad inmersa en un ambiente de gran agitación social y política que era gobernada por personajes interinos bajo la supervisión de un regio Regente visitador visto con malos ojos por la colectividad caraqueña, llamado Joaquín de Mosquera y Figueroa.

Este era un ambiente poco propicio para enfrentar situaciones de crisis y fue una circunstancia que ayudó a precipitar los acontecimientos a favor de la Independencia.

Bolívar había vuelto a Caracas absolutamente convencido de la imperiosa necesidad de independencia para América y trató de convencer a sus parientes y amigos de que esta era la mejor opción pero, salvo la excepción de su hermano Juan Vicente, no pudo hacerlo fácilmente debido a que las noticias de Europa llegaban muy tarde y con pocos detalles, por lo que el público se enteraba de las acontecimientos solo de una forma general e inexacta y esto limitaba su capacidad para evaluar la situación.

Pero las cosas cambiaron repentinamente en pocos días, tras una serie de acontecimientos que causaron una conmoción general en Caracas. A principios de julio de 1808, el Gobernador encargado de Caracas, Juan de Casas, recibió dos ejemplares del diario londinense The Times que el Gobernador de Trinidad remitió antes al de Cumaná y que relataban la noticia de la abdicación del trono de España en favor de Napoleón.

Las autoridades trataron de mantener la noticia en secreto para evitar la alarma social pero la llegada del bergantín francés Le Serpent al puerto de La Guaira el 15 de julio de 1808 con varios comisionados enviados por Napoleón para confirmar la noticia hicieron fracasar el plan.

Un oficial francés se presentó ante el Gobernador Casas con documentación oficial confirmando las malas noticias de The Times, y mientras en la Gobernación deliberaban sobre la situación, la población empezó a alarmarse por la aparatosa llegada de los franceses, divulgando profusamente la noticia de la desaparición de la monarquía tradicional en periódicos y otras publicaciones.

La reacción popular fue de malestar e indignación y la situación empeoró cuando un capitán de fragata inglés llamado Beaver desembarcó poco después del Alcasta en La Guaira, tras perseguir al Le Serpent sin poder apresarlo, para informar al Gobernador Casas y a la población que la lucha en España para rechazar a los franceses continuaba y que Napoleón no tenía la situación dominada.

Entonces surgió un proceso político extraño entre el Gobernador, La Audiencia y el Cabildo que terminó de socavar el orden colonial vigente y esto hizo que la conmoción en la sociedad caraqueña se orientara en dos direcciones, una representada por Bolívar que quería proclamar la Independencia; y otra representada por otros criollos que querían mantener la fidelidad a Fernando VII.

Así, el 11 de enero de 1809 llegaron a Caracas unos despachos oficiales que anunciaban la creación de la Junta Central de España e Indias que terminó instalándose en Sevilla en abril de 1809 y poco después, el 14 de enero de 1809 llegó a Venezuela el mariscal de campo Vicente Emparan en calidad de capitán general de Venezuela y gobernador de Caracas.

Su llegada dio una nueva perspectiva a la situación política ya que empezaron a circular rumores que lo relacionaban como partidario de los franceses, por lo que fue acusado de querer confundir a la población.

En el panorama de incertidumbre reinante, el 19 de abril de 1810, los miembros del Cabildo de Caracas decidieron constituir una Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII en un acto que termina con la firma del Acta de Independencia y constitución de la Primera República el 5 de julio de 1811. Con la revuelta del 19 de abril de 1810 se obligó al entonces capitán general de Venezuela, Vicente Emparan, a ceder sus poderes a esta Junta y trajo como resultado la expulsión de los funcionarios españoles de sus puestos para embarcarlos rumbo a España.

Poco después, tras enterarse de los hechos, la Regencia dispuso el bloqueo de las costas de Venezuela pero ya era tarde, desde entonces el proceso independentista sería imparable, y el ejemplo de Caracas fue seguido por el resto de las juntas americanas.

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El rey prudente

Enviado por dach2901  

Había una vez un rey que vivía en un lejano país asiático. Era un hombre muy querido por todos. No era ambicioso y estaba convencido de que las guerras no servían para nada. Su lema era que su pueblo fuera feliz, tuviera trabajo y viviera en paz. Todos le consideraban un monarca justo y trabajador. Vivía con a su familia en un palacio bastante sencillo y sin grandes lujos, pues no quería suscitar envidias entre sus súbditos.


Cierto día, el mayordomo entró en sus aposentos para comunicarle que la mesa estaba servida, así que bajó hasta el comedor dispuesto a devorar un delicioso plato de arroz con brotes de soja ¡Qué bien preparaban la comida en las cocinas de palacio! Se sentó en su silla de siempre y, cuando se disponía a coger los palillos para comer, se quedó observándolos y llamó a su consejero.

– Dígame, señor… ¿En qué puedo ayudarle?

– Llevo años utilizando estos palillos. La madera ya está muy desgastada y necesito que me traigáis otros. Quiero que habléis con el orfebre y le encarguéis unos palillos de marfil y esmeraldas para mí.

El consejero, un anciano bajito y huesudo, clavó su mirada profunda en el rey, quien al momento comprendió que tenía algo muy importante que decirle.

– Majestad… Le comunico que dejo mi cargo de consejero. Si es posible, busque a alguien que me sustituya antes del anochecer.

El rey se quedó de piedra ¿Por qué le decía eso? ¿Sólo porque le había pedido unos nuevos palillos? No entendía nada.

– ¿Qué te sucede? ¿Por qué ya no quieres seguir trabajando para mí? – preguntó el rey extrañadísimo.

– Verá, majestad… No puedo atender a vuestra petición.

El rey no salía de su asombro y el fiel consejero continuó su explicación.

– Usted me pide que cambie sus modestos palillos de madera por otros de marfil y esmeraldas. Estoy seguro de que una vez que los tengáis, querréis que el orfebre os haga una vajilla de oro. Cuando os veáis rodeado de semejante lujo, diréis que vuestras ropas no son las adecuadas para sentarse a una mesa tan elegante y encargaréis a vuestro sastre que os haga capas de seda y zapatos de terciopelo.

El consejero paró para tomar aliento. Su voz llenaba el salón y el silencio entre los asistentes era absoluto. Sólo se rompió cuando el rey le pidió que continuara hablando.

– Siga, por favor…

– Señor, uno no debe dejarse llevar por la ambición. Cuanta más riqueza tenga, más querrá. Llegará un momento en que sus caprichos no tendrán límite. Otros reyes, en el pasado, pecaron de avaricia: siempre querían más y más y acabaron convirtiéndose en tiranos con su pueblo. Yo no quiero que esto le suceda a vos, pues le aprecio como rey y como amigo. Y si es así, yo no quiero estar aquí para verlo.

El rey comenzó a llorar emocionado. Las lágrimas resbalaban lentamente por sus redondas mejillas. Los consejos que acababa de escuchar le habían llegado al corazón.

– Tienes toda la razón – dijo con voz serena – No necesito nada. Gracias por ser tan sincero conmigo.

El rey cogió los viejos palillos de madera y con una sonrisa dibujada en su cara, comenzó a degustar la comida, que ese día le supo más rica que nunca.

La historia corrió de boca en boca por todo el reino y desde ese día, sus súbditos le bautizaron como “El Rey Prudente”.

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El tigre que balaba

Enviado por dach2901  

Hace muchos años, una tigresa estaba a punto de dar a luz. Una tarde de mucho calor sintió que le flaqueaban las piernas y notó que el momento había llegado; se tumbó sobre la hierba, se puso lo más cómoda que pudo y dejó que su pequeña cría naciera.


¡Era un bebé tigre precioso! Comenzó a lamerlo con mucho cariño para asearlo cuando, súbitamente, oyó que se acercaban unos cazadores. Sujetó fuertemente a su cachorrito con las mandíbulas y echó a correr, pero el ruido de un disparo infernal la asustó y sin querer lo soltó en plena escapada.

El pequeño tigre huyó despavorido en dirección contraria y se perdió. Cuando se vio fuera de peligro, caminó y caminó sin saber muy bien qué hacer ¡Acababa de nacer y no sabía nada de la vida!…

A lo lejos vio un rebaño de animales lanudos y tímidamente se acercó. Él no lo sabía, pero eran ovejitas. Todas se sorprendieron al ver un pequeño tigre por allí, pero viendo que era muy chiquitín y estaba completamente indefenso, lo acogieron con amor y decidieron cuidarlo como si fuera uno más del grupo.

Así fue cómo el pequeño tigre creció en un verde prado rodeado de ovejas y corderos. Durante muchos meses se alimentó de hierba, pasó las horas dormitando bajo el sol e incluso aprendió a balar ¡Como se había criado entre ovejas él se sentía una oveja también! En pocos meses creció muchísimo, pero siguió siendo manso y dócil como los miembros de su improvisada familia.

Un día apareció por la zona un enorme tigre dispuesto a atacar el rebaño. El peligroso animal avanzaba escondido entre los matorrales para no ser descubierto y con los colmillos preparados comerse a una de las ovejitas. Cuando estaba a punto de lanzarse por sorpresa sobre la víctima elegida, se topó con que, junto a ella, había un tigre con cara de bueno que balaba sin parar.

Ver semejante imagen le congeló la sangre.

– ¿Un tigre que se comporta como una oveja? ¡Esto es imposible! ¡Debo estar soñando!

Se frotó los ojos para despertar pero no, no estaba ni dormido ni alucinando. El tigre seguía allí venga a decir “¡Beee, beee!”. Tal era su curiosidad que se olvidó del hambre que tenía y decidió acercarse a ver esa rareza de la naturaleza. Dio unos pasos hacia el tigre balador al tiempo que las ovejas se dispersaban para no correr peligro. En medio del pasto, solo se quedaron ellos dos, frente a frente.

El tigre intruso, muy desconcertado, aprovechó para preguntarle:

– ¡Hola, amigo! ¿Qué haces aquí, pastando y balando como una oveja?

La contestación que recibió fue:

– ¡Beee, beee!

El fiero tigre no se podía creer lo que estaba viendo y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no soltar una carcajada.

– ¡Pero si tú eres un tigre! ¡Un tigre, no una oveja!

El asustadizo animal, le respondió:

– ¡Beee, beee!

El gran tigre se dio cuenta de que el pobre no era consciente de quién era en realidad.

– ¿Con que esas tenemos? ¡Levántate y ven conmigo!

Muerto de miedo, el joven tigre se levantó y le siguió hasta un estanque.

– ¡Baja la cabeza y mírate en el agua! ¿Lo ves? ¿Ves tu reflejo? ¡Tú eres como yo, un tigre grande y fiero, y los tigres grandes y fieros no balan ni comen hierba!

El ingenuo tigre observó su aspecto de arriba abajo y se dio cuenta de que era muy diferente a su familia adoptiva. Por primera vez en su vida se sintió tigre y no borrego.

– Anda, vente conmigo. Veo que las ovejas te han criado con ternura y prometo que no les haré daño, pero tu sitio no está aquí, sino con nosotros.

El joven tigre se despidió de sus compañeras y les dio las gracias por haber sido tan buenas con él. Después, siguió al gran tigre hasta su nuevo hogar.

La manada le recibió con los brazos abiertos pero quién más se emocionó con su llegada fue una hermosa tigresa que lo reconoció nada más verlo porque era su mamá ¡La alegría que sintieron al reencontrarse fue indescriptible!

Su madre y sus nuevos amigos se ocuparon de enseñarle a rugir y comer carne como corresponde a los tigres adultos. Con el tiempo aprendió a ser él mismo, y aunque con las ovejas había sido muy dichoso, reconoció que este era su ambiente, el lugar que le correspondía de verdad.

Por fin, en su vida, todo encajaba a la perfección.

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Los deseos ridículos

Enviado por dach2901  

Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…

Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba.

– No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo!


En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar:

– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!

Júpiter le tranquilizó.

– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena.

– No comprendo lo que quiere decir, señor…

– ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás.

En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer.

Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.

– ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?

– ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso!

– ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!…

¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto.

– Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos.

– Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece?

– ¡Buena idea!

El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó:

– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!

El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices.

Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle.

– ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada.

– Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez.

Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar.

– ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!…

El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer:

– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!

La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante.

¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida.

Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras.

– ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar.

Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar.

La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó:

– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!

Un segundo después, la descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre.

La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos

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La garza y la zorra

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En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas. Se llevaban tan bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer.

– ¿Te gustaría almorzar conmigo mañana? Prepararé algo rico para ti.

– ¡Claro que sí! Lo pasaremos bien.

Al día siguiente, la garza llegó puntual a casa de su anfitriona. Su buena amiga había preparado mazamorra, un postre típico de Argentina, elaborado con maíz, azúcar, leche y canela. La zorra se acercó a la cocina, cogió la olla y vertió el contenido sobre una piedra grande y lisa. La mazamorra, que era muy líquida, se desparramó.


– Sírvete lo que quieras, amiga ¡Espero que te guste!

– Muchas gracias ¡Tiene un aspecto delicioso y huele fenomenal!

Pero la pobre garza comenzó a picar y apenas podía coger algún granito de maíz. Mientras la zorra lamía la piedra con la lengua, a ella le resultaba imposible probar la leche azucarada con el largo y afilado pico. Al final, resultó que la zorra comió hasta hartarse y ella se quedó muerta de hambre.

El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda. Una vez terminada la comida, se despidió sin perder en ningún momento la educación ni la compostura.

– Muchas gracias, querida, por tu invitación. Quiero corresponderte como es debido. Ven mañana a mi casa y esta vez seré yo quien prepare algo rico para las dos.

– ¡Oh, sí, cuenta con ello!

– ¿Qué te parece a la una?

– Estupendo, allí estaré ¡Hasta mañana!

La garza esperó a que la zorra se presentara en su hogar a la hora convenida. La zorra llegó hambrienta y deseando probar el rico plato que su amiga había preparado especialmente para ella, ya que por lo visto, tenía fama de ser muy buena cocinera.

– Tengo para ti una miel deliciosa, porque sé de buena tinta que a los zorros os gusta mucho.

– ¡Uy, qué bien, me encanta!

Se sentó a la mesa y la garza apareció con una miel espesa y dorada como ninguna ¡Qué buena pinta tenía!

– Sírvete toda la que quieras, amiga.

Pero había un problema… La garza la había metido en una botella de cuello muy largo y la zorra no podía introducir la pata en ella para comer. En cambio, la garza metió su fino pico y saboreó con placer el delicioso oro líquido que contenía.

La zorra nada pudo hacer pues se había convertido, como suele decirse, en el burlador burlado. Se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la humillación de que otro animal, lo fuera más que élla. Avergonzada, regresó a su casa con la tripa vacía.

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El padre y las dos hijas

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Había una vez un hombre que tenía dos hijas. Meses atrás, las dos jovencitas se habían ido del hogar familiar para iniciar una nueva vida.

La mayor, contrajo matrimonio con un joven hortelano. Juntos trabajaban día y noche en su huerto, donde cultivaban todo tipo de frutas y verduras que, cada mañana, vendían en el mercado del pueblo. La más pequeña, en cambio, se casó con un hombre que tenía un negocio bien distinto, pues era fabricante de ladrillos.


Una tarde, el padre se animó a dar un largo paseo y de paso, visitar a sus queridas hijas para saber de ellas. Primero, acudió a casa de la que vivía en el campo.

– ¡Hola, mi niña! Vengo a ver qué tal te van las cosas.

– Muy bien, papá. Estoy muy enamorada de mi esposo y soy muy feliz con mi nueva vida.

– ¡Me alegro mucho por ti, hija mía!

– Sólo tengo un deseo que me inquieta: que todos los días llueva para que las plantas y los árboles crezcan con abundante agua y jamás nos falte fruta y verdura para vender.

El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo y, sin prisa, se dirigió a casa de su otra hija.

– ¡Hola, querida! Pasaba por aquí para saber cómo te va todo.

– Estoy muy bien, papá. Mi marido me trata como a una princesa y la vida nos sonríe.

– ¡Cuánto me alegra saberlo, hija!

– Bueno, aunque tengo un deseo especial: que siempre haga calor y que no llueva nunca; es la única manera de que los ladrillos se sequen bajo el sol y no se deshagan con el agua ¡Si hay tormentas será un desastre!

El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña, pero en seguida cayó en la cuenta de que, si se cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y al revés sucedería lo mismo.

Caminó despacio y, mirando al cielo, exclamó desconcertado:

– Si una quiere que llueva y la otra no, como padre ¿qué debo desear yo?

La pregunta que se hizo no tenía respuesta. Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra.

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