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Las ratas del cementerio

Enviado por dach2901  

El viejo Masson, quien custodiaba uno de los cementerios de mayor antigüedad en Salem, sostenía una lucha constante con las ratas. Generaciones antes, había llegado al cementerio una colonia de ratas desde los muelles. Y cuando Mason ocupó su cargo, luego de que el guardián anterior desapareciese inexplicablemente, tomó la decisión de exterminarlas. Al inicio esparcía veneno y trampas alrededor de sus madrigueras; después, trató de aniquilarlas a tiros, más todo fue en vano. Las ratas continuaban en el lugar.
Sus hambrientas hordas se extendían, invadiendo el cementerio. Eran enormes, incluso para ser de la especie mus decumanus, de la cual se sabe, llega a medir hasta treinta y cinco centímetros sin incluir la cola, gris y pelada. Masson se había topado con varias del tamaño de un gato y, cada vez que los sepultureros encontraban otra madriguera, asombrados confirmaban que entre aquellas cavernas putrefactas cabía a la perfección el cuerpo de un ser humano. Aparentemente, los barcos que solían atracar en los decadentes muelles de Salem durante el pasado, debían haber transportado cargamentos demasiado insólitos.
En ocasiones, Masson se quedaba impactado por las descomunales proporciones que tenían estos nidos. Lo hacían acordarse de cuentos fantásticos que había escuchado al llegar al viejo y encantado pueblo de Salem. Eran cuentos que advertían de una vida embrionaria que sobrevivía a la muerta, ocultándose en rincones ignorados bajo tierra.Atrás habían quedado los tiempos en los que Cotton Mather aniquilaba a los cultos oscuros y las ceremonias orgiásticas que se ofrecían a Hécate y a la espeluznante Magna Mater. No obstante, aun prevalecían de pie las casonas macabras con tus áticos retorcidos, de fachadas caídas y carcomidas, en cuyos sótanos, de acuerdo con los rumores, todavía habitaban secretos abominables y ritos en contra de la ley y la lógica. Mientras agitaban sus cabellos blancos, los ancianos juraban que, en los panteones ancestrales de Salem, vivían bajo el suelo cosas que eran mucho peores que las ratas y los gusanos.

Los roedores provocaban en Masson tanta repulsión como respeto. Estaba consciente del peligro que encerraban sus dientes afilados y relucientes. Más no entendía el pavor que las casas abandonadas e invadidas por las ratas, despertaban en los viejos. Había oído rumores acerca de criaturas horribles que habitaban en las profundidades y que, gracias al poder que poseían sobre las ratas, habían formado grandes ejércitos.

De acuerdo con lo que decían los ancianos, las ratas llevaban un mensaje entre nuestro mundo y esas cuevas de las profundidades. Todavía se hablaba sobre cadáveres robados de sus tumbas para preparar banquetes bajo tierra. El cuento del flautista de Hamelin era en realidad una leyenda, que de modo metafórico, encubría algo horrible y pagano; según ellos, los infiernos más oscuros habían expulsado seres repugnantes de sus entrañas, que jamás habían nacido.

Masson ignoraba todas estas habladurías. siempre se apartaba de los vecinos y, en realidad, se esforzaba porque nadie descubriera el problema de las ratas. Pues de haberse conocido sin duda habrían llevado a cabo investigaciones, y abierto muchos sepulcros. Entonces encontrarían los féretros agujereados y los huecos por los que culpaban a las ratas. Pero además encontrarían algunos cadáveres con partes faltantes, poniendo a Masson en una situación delicada.

Los dientes postizos solían fabricarse con oro y no se extraían al morir. La ropa, obviamente, es distinta, ya que le funeraria solía brindar un simple traje de paño, por lo cual puede reconocerse a pesar del tiempo. El oro no.

Masson también hacía negocios con ciertos estudiantes de medicina y médicos sin moral, que requerían cuerpos sin importar de donde vinieran. Hasta entonces se las había ingeniado para evitar que investigaran. Negaba rotundamente la presencia de las ratas, incluso cuando ellas le habían quitado su botín. No le interesaba lo que ocurriera con los cadáveres tras robarles, pero las ratas los arrastraban completos por una abertura que ellas mismas abrían en el ataúd. El tamaño de dichos orificios era impactante.

Lo más curioso era como los roedeores perforaban las cajas por alguno de los extremos, nunca en los costados. Como si actuaran bajo los órdenes de algo más inteligente.

En aquel instante se hallaba delante de una tumba abierta. Apenas había retirado los últimos restos de tierra, añadiéndolos al montículo al lado de sus pies. Una llovizna helada y constante no había parado de caer hacía semanas, transformando el cementerio en un lodazal, en el que las lápidas nadaban como piedras irregulares. Las ratas habían regresado a sus nidos, no había quedado una sola. Empero, la cara huesuda de Masson mostraba preocupación. Acababa de levantar la tapa de un féretro de roble. Lo habían sepultado días atrás, sin que él se animara a desenterrarlo antes. Sus parientes aun acudían a llorarlo, sin importar que lloviera. Pero siendo tan tarde y de noche, era improbable que llegaran, sin importar que tan grande fuera su dolor.

Con este pensamiento, Masson se tranquilizó, incorporándose y abandonando su pala.

Desde el monte que albergaba el cementerio, las luces de Salem tintineaban entre la lluvia. Tomó la linterna y se agachó para comprobar los cierres del ataúd. Entonces se quedó paralizado. Había escuchado un murmullo frenético bajo sus pies, como si algo se revolviera bajo la tierra. Por un instante experimentó un miedo supersticioso, que no tardó en volverse cólera al entender lo que aquellos sonidos significaban. ¡Las ratas le habían ganado de nuevo!

Furioso, rompió los candados del féretro, metió la pala y haciendo palanca, logró levantar la tapa. Encendió su luz y la dirigió al interior. Estaba vacío. Masson notó como algo se movía con sigilo en la cabecera y la alumbró. Aquel rincón de la caja había sido agujereado y el hoyo se abría ante lo que parecía ser un pasadizo, por él vio desaparecer un pie rígido, envuelto en su respectivo zapato. Las ratas le habían ganado únicamente por unos minutos.

Se inclinó y tiró del zapato con fuerza. Al caer dentro del ataúd, la linterna se apagó con violencia. Sintió como el zapato se le escurría de las manos de golpe, bajo el eco de unos chillidos frenéticos y agudos. Masson tomó la linterna y la dirigió hacia el orificio.

Era muy grande. Debía ser así pues de otro modo, no habrían podido robar al muerto. Trató de imaginar el tamaño que tendrían esas ratas, si eran capaces de llevarse un cuerpo humano. Le alivió saber que tenía su revólver cargado, a la mano.

Si hubiera sido el cuerpo de una persona cualquiera, Masson se lo habría dejado a esas alimañas antes de entrar por ese claustrofóbico túnel; no obstante, al pensar en el costoso alfiler de corbata, con una perla auténtica, y en los gemelos de sus muñecas. No lo pensó. Se colocó la linterna en el cinturón y avanzó por la madriguera. Era muy angosta. Delante de él veía como las suelas de los zapatos se alejaban en dirección el fondo de la galería. Intentó seguirlas lo más rápido que le fue posible, pero en instantes se sentía incapaz de seguir, oprimido por las paredes subterráneas.

El hedor del cuerpo había impregnado el aire, impidiéndole respirar. Fue ahí cuando se dijo que, si no lograba alcanzarlo, volvería. El terror sacudía su imaginación pero la codicia lo impulsaba a seguir adelante. Así que siguió, pasando de largo por otros túneles. Los muros del pasadizo estaban pegajosos y húmedos. en un par de ocasiones escuchó como la tierra se desprendía tras él, haciéndole mirar sobre el hombre. No pudo ver nada hasta que alzó la linterna. El lodo había obstruido el pasaje casi por completo.

La peligrosa situación hizo latir su corazón con fuerza, revelándole una verdad espantosa. No quería pensar en un hundimiento. Optó por dejar de lado su objetivo, aun cuando casi alcanzaba el cuerpo y a los temibles seres que lo transportaban.

Sin embargo había otro detalle, uno en el que no había pensado: la madriguera era demasiado angosta como para que pudiera darse vuelta.

Sintió pánico y entonces se acordó del túnel lateral por el que acababa de pasar, retrocediendo con dificultad hasta ahí. Metió las piernas y consiguió darse vuelta. Se arrastró con desesperación a la salida, ignorando el dolor de sus rodillas. Entonces sintió una punzada en su pierna. Unos dientes afilados traspasaban su carne. Pataleó com frenesí para escapar de sus atacantes y escuchó un chillido intenso, seguido por el murmullo apresurado se patas que emprendían la huida.

Dirigió la linterna hacia atrás y se estremeció de terror: varias ratas lo observaban con atención, sos ojos malévolos relucían ante la luz. Estaban deformes y eran del tamaño de gatos. Tras ellas, una silueta oscura se desvaneció en la penumbra, pero eso no le impidió sentir miedo ante sus descomunales proporciones. La luz detuvo a los roedores por un instante, antes de que volvieran a acercarse con cautela, con los dientes pintados de escarlata.

Masson sacó su pistola con dificultad y apuntó. No se encontraba en una buena posición. Tuvo cuidado de apuntar hacia las zonas húmedas del túnel para no lastimarse. El impacto lo ensordeció unos momentos. Luego, en cuanto el humo se disipó, verificó que las ratas no estaban. Guardó el arma y volvió a reptar con rapidez por el pasadizo. Más no tardó en volver a escuchar como las alimañas corrían, abalanzándose sobre él. Invadieron sus piernas, mordiendo y chillando con locura. Masson gritó al tiempo que cogía la pistola. No se disparó de milagro. Sin embargo, las ratas no retrocedieron tanto esta vez.

Él aprovechó para arrastrarse tan rápido como podía. preparado para abrir fuego ante el siguiente ataque. Escuchó el movimiento de sus patas e iluminó nuevamente con la linterna. Una gran rata grisácea se detuvo para mirarlo, moviendo sus bigotes y balanceando su repugnante cola, de lado a lado. Le disparó y se retiró corriendo.

Siguió reptando. Se había parado a descansar un segundo, al lado de la entrada de otro un túnel, cuando se percató de un bulto extraño bajo la tierra húmeda, a pocos pasos de él. Pensó que era un montículo que se había desprendido del techo, hasta que vio que se trataba de otro cuerpo humano. Una momia seca y arriada, que se movía hacia él.

Bajo la luz de la linterna, contempló su cara horrible a pocos centímetros de la suya. Era un rostro descarnado, el semblante de un cadáver que había estado enterrado largos años, reanimado por aquellas criaturas infernales. Sus ojos estaban hinchados y vidriosos, expresando su ceguera. Al encontrarse con Masson, el cuerpo emitió un gemido lastimero a través de sus labios podridos, que formaron una mueca hambrienta. A Masson se le heló la sangre. Cuando aquel cuerpo estaba por alcanzarlo, se introdujo a toda prisa por el túnel lateral.

Escuchó que arañaban la tierra bajo sus pies y el gruñido perplejo de la rata que lo seguía. Masson miró hacia atrás, gritó e intento escapar aterrorizado a través de la madriguera. Se arrastraba torpemente, mientras las piedras le abrían heridas en rodillas y manos. El lodo le cubría los ojos, más no se atrevió a parar un solo segundo. Siguió corriendo a gatas, gimiendo, rezando y dejando escapar maldiciones.

Las ratas chillaron victoriosas y se le fueron encima con miradas voraces. Masson por poco y se rindió ante sus dientes, pero una vez más consiguió liberarse de ellas. Lleno de pánico, se sacudió, gritó y disparó hasta quedarse sin municiones. Había ahuyentado a las ratas.

Entonces vio que se encontraba debajo de una gran piedra, que enclavada sobre el túnel, presionaba dolorosamente su espalda. Vio que se movía y tuvo una idea: ¡si lograba hacer caer, bloquearía el túnel!

La tierra estaba mojada. Se incorporó y empezó a remover el barro que sostenía la roca. Las ratas se acercaban, podía ver como brillaban sus ojos ante el destello de la linterna. Continuó cavando, desesperado. La piedra estaba cediendo. Le dio un tiró y la arrancó de sus cimientos. Las ratas estaban cerca… era el enorme roedor con el que se había topado antes. Gris, asqueroso, avanzaba exhibiendo sus dientes deformes. Masson volvió a tirar de la roca y sintió como resbalaba. Entonces volvió a arrastrarse por el túnel, mientras la piedra se derrumbaba a sus espaldas, provocando un inesperado chillido de agonía.

Algunos terrones húmedos le cubrieron las piernas. Más adelante, otro desprendimiento capturó sus pies, del cual logró salir con esfuerzo. ¡El túnel completo se estaba desplomando!

Jadeando con pavos, reptaba mientras la tierra caía. El pasadizo se fue haciendo más estrecho hasta llegar a un punto en el que no podía mover las manos ni las piernas para continuar. Masson se retorció igual que un gusano, hasta notar un trozo de raso debajo de sus dedos y toparse con algo que le impidió avanzar. Movió sus piernas y verificó que no se habían quedado atrapadas en la tierra. Se encontraba boca abajo. Al intentar erguirse, vio que el techo del túnel estaba por tocar su espalda. El terror lo inundó. Al escapar de aquella criatura ciega y horrible, se había metido en un túnel adyacente y sin saluda. ¡Estaba en un ataúd! ¡Un ataúd vacío, al que había accedido por el orificio que las ratas le habían hecho por el extremo!

Trató de colocarse boca arriba sin éxito. La tapa del féretro le obligaba a permanecer inmóvil. Inspiró e intentó empujarla. Era inútil y aun cuando consiguiera salir del ataúd, ¿cómo podría salir a través del metro y medio de tierra que lo cubría?

Casi no podía respirar. Sentía un calor asfixiante y el hedor era insoportable. En un arrebato de pánico, arañó el forro hasta desgarrarlo. Intentó inútilmente cavar con sus pies en la tierra que lo mantenía prisionero. Si pudiera cambiar su postura, podría cavar con sus uñas una abertura hacia el aire…

Una cruel agonía le penetró el corazón, sentía como el pulso se le escapaba por los globos oculares. Sentía su cabeza hinchada, como si le fuera a estallar. Y entonces escuchó los chillidos de triunfo de las ratas. Gritó, enloquecido, más no consiguió apartarlas esta vez. Por breves segundos se retorció con histeria dentro de su angosto encierro y entonces, se tranquilizó, exhausto por la falta de oxígeno.

Cerró sus párpados, sacó la lengua ennegrecida y se abandonó a la oscuridad de la muerte, mientras los chillidos dementes de las ratas resonaban en sus oídos.

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Los seis sabios ciegos y el elefante

Enviado por dach2901  

“Había una vez seis ancianos ciegos de gran saber, los cuales jamás habían visto o conocido lo que era un elefante. Estos sabios, al no poder ver, usaban el tacto con el fin de poder conocer los objetos y seres del mundo. Un día, y sabiendo que su rey tenía uno de estos animales en su poder, le pidieron humildemente poder conocerlo. El soberano aceptó y los llevó ante el animal, al cual los sabios se acercaron para reconocerlo.

El primero de los sabios tocó uno de los colmillos del ser, llegando a la conclusión de que un elefante era agudo y liso como una lanza. Otro tocó su cola, pensando que el elefante era como una cuerda. Otro llegó a la trompa del elefante, indicando que era como una serpiente. El cuarto tocó la rodilla del animal, indicando que más bien era como un árbol. Un quinto consideró que los demás se equivocaban, pues tocó la oreja del paquidermo y llegó a la conclusión de que el elefante es como un abanico. El último sabio tocó el lomo, indicando que el elefante era realmente como una pared fuerte y rugosa.

Los seis sabios empezaron a discutir y pelearse por ver quien tenía razón. En ello le consultaron a otro sabio, el cual sí gozaba del don de la visión, y tras consultarle se dieron cuenta de que todos tenían parte de razón, al haber conocido solo parte de una misma realidad”.

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el zorro y el cuervo

Enviado por dach2901  

“Había una vez un cuervo posado en la rama de un árbol, el cual había conseguido un gran y hermoso queso y lo sostenía con su pico. El olor del queso atrajo a un zorro de la zona. El inteligente zorro, ambicionando el alimento, saludó al cuervo y empezó a halagarle, admirando la hermosura de su plumaje. Asimismo, le dijo que de corresponderse su canto con la belleza de sus plumas debía ser el ave fénix. El cuervo, halagado, abrió el pico para mostrarle al zorro su voz. Sin embargo, mientras lo hacía el queso cayó al suelo, algo que el zorro aprovechó para cogerlo y huir.

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La cigarra y la hormiga

Enviado por dach2901  

“Había una vez, un caluroso verano, una cigarra que a la sombre de un árbol no dejaba de cantar, disfrutando del sol y sin querer trabajar. Pasó por allí su vecina, una hormiga la cual se encontraba trabajando y llevando a cuestas alimentos para su hogar. La cigarra le ofreció descansar junto a ella mientras le cantaba. La hormiga le respondió que en vez de divertirse debería empezar a reunir alimentos para el invierno, a lo que la cigarra no hizo caso y continuó divirtiéndose.

Pero pasó el tiempo y llegó el frío del invierno. La cigarra se encontró de pronto con frío, sin sitio a donde ir y sin nada que comer. Hambrienta, se acercó a casa la hormiga para pedirle ayuda, dado que ella tenía comida abundante. La hormiga le respondió que qué había estado haciendo la cigarra mientras ella pasaba largas horas trabajando. La cigarra respondió que cantaba y bailaba bajo el Sol. La hormiga le dijo que dado que eso hizo, eso hiciera ahora durante el invierno, cerrando la puerta”.

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el árbol mágico

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Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas

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el cohete de papel

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Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado, resultado de un error en la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana abierta al espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete nuevo, el niño echaba de menos su cohete de papel, con su escenario y sus planetas, porque realmente disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete. Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho mejor cuando jugaba con aquellos juguetes que él mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos sus juguetes, y cuando creció, se convirtió en el mejor juguetero del mundo.

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la princesa de fuego

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Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días

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el hada de la noche

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Hace mucho, muchísimo tiempo atrás, cuando en la Tierra comenzaron a habitar los primeros hombres, ya existían bestias temibles que dominaban la oscuridad y sembraban el terror a su paso.

Por fortuna, también existían seres buenos y compasivos, como las hadas, que sirvieron al hombre y le protegieron de todo peligro. Así, para que los primeros habitantes de la tierra no murieran de frío en el crudo invierno, el Hada de la Luz les regaló el fuego. Y para que pudieran defenderse de los grandes monstruos, el Hada de los Metales, les regaló espadas y escudos.

Todas las hadas bondadosas tenían algo que obsequiar a los hombres, todas menos el Hada de la Noche, que a pesar de ser generosa, no podía encontrar un regalo que pudiera ser de utilidad.

Un buen día, mientras descansaba en el regazo de un río, el Hada de la Noche se encontró con un muchacho que temblaba de frío a los pies de un árbol. Cuando le preguntó, el triste chiquillo solo pudo explicarle que había perdido todo en la vida, y que un furioso dragón había devorado su casa, su caballo y su gato.

Con el corazón arrugado, el hada buena quiso compensarle con un noble detalle, agarró un trozo de su vestido, hecho de la noche más oscura, y dibujó con él la silueta exacta del muchacho. Seguidamente, la colocó sobre el suelo y la llenó de magia, y el muchacho se llenó de alegría al ver que la silueta imitaba todos sus movimientos.

Entonces, el Hada de la Noche recorrió el mundo entero, regalándole a cada hombre su propia sombra, hecha con los retazos de su vestido, para que jamás volvieran a sentirse solos en el mundo.

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la super abejas

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Corre el año 2536. Los humanos han tenido que abandonar la tierra tras décadas intentando salvar la capa de ozono y depurar el agua para tener agua potable para todos. La mayoría han emigrado a otras galaxias. Pero Crispín y su familia decidieron quedarse en la Luna.

En la Luna, Crispín y su familia vivían en una especie de casa prefabricada instalada sobre la superficie lunar cubierta por una gran bóveda. Era como una ciudad en miniatura. Tenían de todo. Los padres de Crispín habían logrado crear un ecosistema artificial en el que no faltaba de nada.

- Papá, ¿por qué nos hemos quedado tan cerca de la Tierra y otros se han ido mucho má? lejos? -preguntó un día Crispín-
- Porque nosotros vamos a salvar la Tierra -dijo su padre-
- ¡Sí, hombre! ¡Que te lo crees tú! -dijo Crispín, entre burlón y desafiante-. Miles de científicos llevan décadas intentándolo. ¿Qué vas a hacer tú que no puedan hacer ellos?
- Yo tengo una idea mejor -respondió su papá-. ¿Me ayudarás?
- Bueeeno... -dijo Crispín. En el fondo, adoraba la idea de volver a la Tierra.
- ¿Cómo lo vas a hacer? -preguntó el niño-
- Mi proyecto tiene nombre: "Las super abejas" Mira hijo, la gente no se ha ido de la Tierra solo porque no quedase agua potable o la capa de ozono estuviera destrozada. Hace siglos que los científicos inventaron un forma de crear ozono artificial. En cuanto al agua, todavía es posible depurarla.
- Entonces, ¿cuál fue el problema? -preguntó Crispín.
- Las abejas se extinguieron casi por completo -respondió su papá-. Nosotros nos vinimos aquí con las últimas cien abejas que quedaron vivas.
- ¿Y por eso te pones el traje de astronauta para entrar en la zona prohibida? -preguntó Crispín-.
- Algo así -respondió su papá.
- Cuéntame más -pidió el niño
- Las abejas son fundamentales para la polinización. Es algo complicado. Digamos que sin polinización no crecen los cultivos y sin cultivos no hay comida, ni para los humanos ni para los animales -dijo el papá de Crispín.
- Entonces… ¡Nos hemos idos porque no había comida en la Tierra! -dijo sorprendido Crispín.
- Exacto -dijo su papá. Pero tengo ya casi listo una gran batallón de super abejas para volver a la Tierra. Las dejaremos allí, a ver si van consiguiendo algo. Poco a poco iremos llevando algunos de los animales que nos hemos traído, cuando críen y podamos asegurar la continuidad de la especie.

Con el tiempo, el plan del papá de Crispín dio sus frutos y los humanos pudieron volver de nuevo a la Tierra. Eso sí, esta vez comprendieron lo importante que era cuidar más del medio ambiente si no querían volver a lamentar las consecuencias.

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la tortuga charlatana

Enviado por dach2901  

Hace muchos años gobernó en la India un rey bueno, justo y generoso al que todo el mundo amaba y respetaba. Tan querido era que sus súbditos le consideraban el regente ideal, excepto en una cosa que ahora mismo vas a conocer.

Resulta que el rey, a sus cincuenta y siete años, tenía un defectillo bastante molesto: ¡no se callaba ni debajo del agua! Ya fuera de día o de noche siempre tenía algo que decir y enlazaba unos temas con otros con una facilidad pasmosa. Ese parloteo incesante sacaba de quicio a todos los que le rodeaban, pero como era el hombre más poderoso del reino nadie se atrevía a decirle a la cara que cerrara la boca al menos durante un ratito.

Su consejero, un anciano inteligente y fiel que le ayudaba en los asuntos importantes, estaba bastante preocupado por la situación. Se daba cuenta de que el rey hablaba tanto que, además de resultar agotador, a menudo se iba de la lengua y decía cosas de las que luego se arrepentía. Era cuestión de tiempo que acabara metiéndose en problemas.

– ‘¡Esto no puede seguir así! Tengo que hacerle ver la realidad, intentar que cambie de actitud sin faltarle al respeto ni herir sus sentimientos. Lo pensaré bien a ver qué se me ocurre.’

Esa misma noche lo consultó con la almohada.

– Creo que lo más conveniente será aconsejarle a través de un pequeño cuento… Sí, eso es, un cuento con moraleja. En cuanto me quede a solas con él, llevaré a cabo mi idea.

Por fortuna, al día siguiente a media mañana encontró la ocasión perfecta cuando el monarca le mandó llamar para ir a dar un paseo.

– La reunión de sabios no comienza hasta las doce, así que tenemos tiempo de sobra para salir a caminar un rato y gozar de la brisa primaveral. ¿Te apetece, amigo mío?… ¡Nos sentará muy bien a los dos!

– ¡Por supuesto, Majestad! Será un honor ir con usted.

El consejero y el rey salieron de sus aposentos y recorrieron el largo pasillo hasta la puerta principal; después, bajaron la escalinata exterior del palacio sintiendo en sus ojos la cegadora luz del sol.

– Hace un día precioso y los jardines reales lucen esplendorosos, ¿verdad, Majestad?

El rey se aproximó al estanque y se paró junto a él, embelesado ante tanta hermosura.

– ¡Oh sí, somos realmente afortunados! Para mí no hay mayor placer que contemplar las flores de loto meciéndose en el agua mientras disfruto del embriagador aroma a jazmín que perfuma el aire… ¿Opinas tú lo mismo, querido amigo?

– Desde luego tiene usted toda la razón, mi señor. ¡Este lugar es un paraíso en la Tierra!

El rey sonrío satisfecho y le dio unas palmaditas cariñosas en el hombro.

– ¡Ay, viejo amigo, espero que nos queden muchos años para compartir más momentos como este!

Aprovechando que el rey estaba contento y receptivo, el consejero puso en marcha su pequeño plan.

– Cambiando de tema… Majestad, ayer me contaron una pequeña historia que me gustaría compartir con usted.

– ¿Ah sí?… ¿Te refieres a un cuento?

– Sí, es una simple fabulilla, pero creo que podría gustarle.

– ¡Oh, muy bien! ¿A qué estás esperando para empezar?… ¡Soy todo oídos!

Sin perder más tiempo, el consejero comenzó su relato:

Érase una vez una tortuga que vivía en un lago muy bonito pero demasiado pequeño. Mientras fue chiquitita el tamaño no tuvo demasiada importancia, pero cuando se hizo mayor la falta de espacio empezó a resultarle tremendamente agobiante porque salvo nadar o hablar con sus tres vecinos peces, ahí nunca había nada interesante que hacer. Con el tiempo el aburrimiento hizo mella en su carácter y se convirtió en una tortuga atormentada que se pasaba las horas bostezando y quejándose sin parar.

– ¡Qué harta estoy de este lago!… Ojalá algún día pueda escaparme y recorrer otros lugares, conocer más especies, practicar algún deporte sobre tierra… ¡Yo no he nacido para pasarme la vida dentro de este charco deprimente!

Tras varios meses en la misma situación, su suerte cambió gracias a la visita sorprendente e inesperada de dos patos que, a diferencia de ella, estaban más que acostumbrados a viajar por todas partes. Los forasteros, uno de plumas azuladas y otro de plumas amarillas, llegaron volando a gran velocidad y se posaron en la orilla sin dejar de mirarla. El de plumas azuladas la saludó alegremente.

– ¡Hola, amiga! Si no te importa queremos beber un poco de agua de este precioso lago.

La tortuga exhibió su mejor sonrisa. ¡Hacía siglos que no veía una cara nueva y cualquier visita era bien recibida!

– ¡Hola, bienvenidos a mi hogar! Podéis beber todo lo que queráis, amigos.

– ¡Gracias, eres muy amable tortuguita!

– ¡De nada, chicos! No os imagináis cuánto me alegra poder charlar con alguien. ¡Este lugar es tan solitario que me temo que acabaré loca de remate!

El pato que lucía plumas amarillas miró a su alrededor y pensó que tenía razón: el lago parecía una charca de lo enano que era y estaba envuelto en un silencio sobrecogedor.

– Hay que reconocer que con la de sitios chulos que hay en este planeta, pasarte la vida aquí metida es bastante lamentable.

Las palabras del pato fueron directas al corazoncito de la tortuga y la pobre no pudo aguantar las ganas de llorar.

– ¡Buaaa! ¡Buaaa!

Los patos se miraron sorprendidos por su reacción y enseguida percibieron que estaba profundamente abatida. El de plumas amarillas se sintió muy mal y se disculpó:

– ¡Oh, perdona, soy un bocazas, no era mi intención disgustarte!

El de plumas azuladas también se apresuró en consolarla.

– ¡Eh, tranquila amiga, quizá haya una solución!… Oye, ¿por qué no te vienes con nosotros? Detrás de aquellas montañas que ves a lo lejos, las que tienen la cima nevada, hay una laguna cien veces más grande que esta. En ella viven decenas de animales y por lo general todos se llevan muy bien.

La tortuga dejó de llorar de golpe, como si alguien hubiera pulsado un botón de apagado como el que tienen los muñecos.

– ¿Eso que dices es cierto?… ¡Espero que no te estés riendo de mí!

– ¡Es la verdad! La laguna es espectacular, aunque…

– ¿Aunque qué?

– Bueno, para ser sincero he de decirte que también es un poco ruidosa. A diario se organizan allí juegos, carreras, bailes… Siempre hay mucho jolgorio, pero precisamente por eso es tan divertida.

La tortuga empezó a girar y a aplaudir haciendo chocar las patas.

– ¡Diversión es justo lo que yo necesito!… ¡Oh, vivir en esa gran laguna sería para mí un sueño hecho realidad!… ¡Por favor, quiero ir como sea!

El pato de plumas amarillas la vio tan ilusionada que estuvo de acuerdo con la propuesta de su compañero.

– ¡Pues no se hable más! El camino es largo, pero a nuestro lado no correrás ningún peligro. ¡Venga, síguenos que nos vamos!

Al escuchar esto la tortuga más paralizada que si le hubieran echado un cubo de agua helada sobre la cabeza.

– ¿Se…seguiros? Pero si no tengo alas… ¡Yo no puedo volar!

Las lágrimas asaltaron de nuevo su regordeta mejilla.

– ¡Buaaa! ¡Soy una tortuga y estoy condenada a quedarme en esta horrible poza hasta el fin de mis días!… ¡Buaaa!

El pato de plumas amarillas, en vez de echarse las manos a la cabeza, le guiñó un ojo con picardía y le dijo entre risas:

– ¡Bueno, mujer, no te pongas tan dramática que para eso estamos nosotros! Si te hemos dicho que te sacaremos de aquí, cumpliremos nuestra palabra, ¿de acuerdo?

A continuación miró a su alrededor y tirado en el suelo vio un palo largo que debía tener más o menos un metro de longitud. Lo cogió con las patas y le dijo a la desconcertada tortuga:

– ¿Ves este palo? Solo tienes que morderlo bien fuerte por el centro mientras nosotros lo sujetamos por los extremos. De esta manera podremos llevarte cómodamente por el aire.

La tortuga abrió los ojos como platos y en un santiamén recuperó la esperanza.

– ¡Oh, es genial, es genial!

El ave no quería fastidiar el momento de suprema felicidad de la tortuga, pero no tuvo más remedio fruncir el ceño para dejar bien clara una condición:

– Eso sí, hay algo muy importante que debes cumplir a rajatabla: una vez nos elevemos no puedes abrir la boca porque caerás al vacío y será tu fin.

– ¡Oh, claro, lo entiendo!… ¡No lo haré, no os preocupéis! ¡Muchas gracias, amigos!

¡La tortuga no cabía en sí de gozo! Al fin se le presentaba la oportunidad de viajar, de acabar con su antigua vida y aspirar a otra más emocionante.

– ¡Es increíble que esto me esté pasando a mí!… ¡Todavía no me lo puedo creer!

El pato de plumas azuladas empezó a ponerse nervioso.

– ¡Es la hora! No perdamos tiempo o nos pillará la noche en pleno trayecto. Amiga, muerde el palo por la parte central y recuerda: ¡no lo sueltes bajo ninguna circunstancia!

– Tranquilos, no sufráis por mí… ¡Me sujetaré bien y no diré ni mu!

Dicho esto miró hacia el lugar que había sido su hogar y dijo con desprecio:

– ¡Hasta nunca lago odioso y soporífero!

Los patos acercaron el palo al agua y ella lo prensó fuertemente con las mandíbulas. Cuando estuvo lista, cada ave sujetó un extremo y despegaron. Los dos viajeros tenían muchas horas de vuelo a sus espaldas, así que se elevaron con facilidad y empezaron a surcar el cielo batiendo las alas a la par y demostrando una gran coordinación. Mientras, la tortuga cumplía órdenes y se dejaba llevar con el cuerpo colgando y tan quieta que no se atrevía ni a pestañear.

Todo discurría según lo previsto hasta que, a mitad de camino, un campesino que recogía la cosecha divisó un extraño trío volando por encima de su cabeza. Cuando se percató de quienes eran se quedó tan sorprendido que no pudo evitar soltar una risotada y exclamar a voz en grito:

– ¡Ja ja ja! ¡¿Pero qué ven mis ojos?!… ¡Dos patos transportando una tortuga colgada de un palo!… ¡Jamás había visto una escena tan ridícula! ¡Ja ja ja!

La tortuga, que tenía un oído finísimo, escuchó las palabras del hombre y se sintió extremadamente ofendida. Sin pararse a pensar en las consecuencias, abrió la boca para contestar:

– ¡¿Y a ti qué te importa, pedazo de ignorante?!

Lo que pasó, Majestad, se lo puede imaginar: al soltar el palo la tortuga cayó al vacío como un saco de patatas y se dio un golpe que a punto estuvo de destrozarla.

Al rey le entró mucha angustia.

– ¡Oh, qué pena!… Este cuento es muy triste.

– Estoy de acuerdo en que lo es, Majestad.

– ¿Se sabe cómo acabó la tortuga?… ¿Logró salvarse?

El viejo consejero suspiró con cierta tristeza.

– Sí, sí se salvó, señor. Tuvo suerte de caer en un pantano, por lo que a pesar de que se hizo muchísimo daño consiguió sobrevivir.

– ¡Pobrecilla, menos mal!

– Ya… La pena es que los patos, enfadados porque no había respetado la norma de no abrir la boca, siguieron su camino.

– ¡¿Qué me dice?!… ¿No volvieron a por ella?

– No, Majestad, jamás regresaron. La tortuga se recuperó de las heridas, pero tuvo que conformarse con vivir en un lugar peor que su antiguo lago el resto de su vida. ¡No se imagina lo duro que fue para ella tener que renunciar a sus sueños!

El rey se quedó pensativo.

– Y todo por irse de la lengua y hablar cuando no debía…

– Así es, mi señor. Este relato nos muestra lo importante que es saber medir las palabras y callar cuando corresponde. Quien habla de más suele acabar mal.

Ya era casi mediodía y el sol se había vuelto de color amarillo intenso. El rey dejó atrás el estanque y continuó paseando en silencio, sumido en sus pensamientos, tratando de asimilar la enseñanza de la pequeña historia que acababa de escuchar.

Te preguntarás si la táctica del consejero sirvió, si tuvo algún efecto sobre el monarca. La respuesta es sí: a partir de ese día se esforzó por hablar menos y escuchar con mayor atención a los demás. Gracias a ese cambio, se ganó la admiración de su pueblo hasta el fin de su reinado.

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