Vuestros cuentos 

La niña, el hada y los fósforos mágicos

Enviado por dach2901  

Había una vez, en una de esas navidades tristes, una niña pequeña llamada Rosa. Ella era muy pobre y tenía muchos hermanitos pequeños que tenían hambre y no tenían qué comer en casa. Su mamá estaba en cama producto de una enfermedad y su papá había fallecido el año pasado. Rosa era la hermana mayor y sentía la responsabilidad de salir a la calle a buscar los alimentos para el hogar.

Un día, se despertó y se dijo a sí misma :»Ya sé qué voy a hacer». Rosa estaba entusiasmada porque sentía que había tenido una súper idea. Se le ocurrió salir a las calles a vender caramelos. Al final del día se dio cuenta que no había vendido lo suficiente para obtener ganancias. Entonces se le ocurrió que ahora vendería panes en las calles. Al final de ese día también se dio cuenta que no había vendido lo suficiente para ganar dinero pues la gente ahora prefería comer panetón y ya no pan.

Rosa no podía comprar panetones para vender porque no tenía dinero para invertir. Rosa estaba perdiendo la esperanza. Al día siguiente ya no despertó entusiasmada, sino todo lo contrario. Entonces salió a caminar por la calle, sobre la nieve espesa, dirigiéndose hacia el bosque. La leyenda en el pueblo cuenta que en el bosque hay un monstruo que desaparece a las personas. Por eso es que nadie del pueblo se atrevía a ir al bosque ni siquiera para buscar leña.

A Rosa no le importó y caminó durante dos horas hacia el bosque pues estaba muy alejado de la ciudad. Por fin llegó, aunque ya estaba atardeciendo y le entró un pequeño susto cuando escuchó un ruido más o menos fuerte. Rosa tenía más curiosidad que miedo, así que se embargó en un pequeño viaje hacia dentro del bosque. Rosa caminaba y caminaba… cuando de pronto sintió que una luz se acercaba detrás de ella.

Cuando Rosa se volteó para ver, no había nada. Siguió caminando y sintió la luz de nuevo. Volteó pero tampoco había nada. Entonces a la tercera vez que sintió la luz, ya no volteó sino que dijo algo y sin querer queriendo empezó un diálogo:

Rosa:»¿Quién anda ahí?»

La voz le respondió suave y simpáticamente: «¿Quién eres tú?»

Rosa dijo: «Me llamo Rosa, ¿y tú?»

La voz: «¿No te da miedo venir a mi bosque? ¿Sabías que la leyenda dice que yo desaparezco a las personas?…¿Sabías que dicen que soy un monstruo?»

Rosa: «Pues la verdad es que yo no tengo miedo. Soy una niña valiente pero a decir verdad, estoy perdiendo la esperanza de poder conseguir alimento para mi hogar…por eso no me importa venir aquí. Además quería conocerte»

La voz: «Pues reconozco que eres muy valiente. En mil años, eres el primer ser humano que se armó de valor y vino a visitarme. Yo sé todo sobre ti. Sé cuales son tus problemas y también sé lo que voy a hacer para ayudarte. Yo soy un hada y a partir de ahora seré tu hada madrina. Aquí en el bosque me aburro y por ello he decidido ir a la ciudad contigo, aunque la única que me podrá ver serás tú»

Rosa se puso muuuy feliz y supo de inmediato que ya no estaría preocupada por conseguir alimento. Total, ¿Qué le puede faltar a una niña que tiene un hada?

El hada: «A partir de mañana, vas a vender fósforos en las calles.»

Rosa: «¿Fósforos? ¿Será buena idea?»

El hada: «Vas a tener que confiar en mí. Solo hazlo. Yo te daré un saco de fósforos, así que no te costará nada.»

Rosa: «Está bien.»

El hada: «Lo único que te pediré es que cuando converses en las calles, digas a las personas que la leyenda del monstruo del bosque que desaparece personas, es falsa. Y que por el contrario allí existe un maravilloso bosque con muchos animalitos y con un manantial de agua cristalina. Diles también que ese manantial es mágico y que con tan solo ir allí, pueden pedir un deseo cada año, que siempre se cumplirá.»

Entonces Rosa hizo todo lo que su nueva hada le dijo. Efectivamente, el hada convirtió el bosque en un lugar precioso de la noche a la mañana. Rosa se dio cuenta que mientras vendía los fósforos, aparecían más dentro del saco. ¡Los fósforos nunca se acababan! A Rosa nunca le faltó comida en su hogar a partir de ese día y fue feliz con su hada madrina y todas las navidades fueron felices para ella y su familia. A partir de ese día muchas personas han dejado de contar la leyenda del monstruo del bosque pero pocas son las que se han animado a ir allí a pedir su deseo pues aún sienten el temor de que pueda aparecer el monstruo.

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rapunzel

Enviado por dach2901  

Una pareja de esposos hacía mucho tiempo que sufrían porque no podían tener un bebé, pero un día la esposa supo que Dios le daría pronto un hijo. En la parte posterior de la casa había un jardín muy bello, pero al frente había un gran muro que separaba la casa y no dejaba ver más allá.

Se decía que el muro le pertenecía a una bruja muy mala. Pero un día de tanto mirar el jardín, a la esposa se le antojaron comer unos rapunzeles que estaban cerca al muro, pero a pesar del riesgo su esposo no dudo en lanzarse al jardín. El esposo cayo pesadamente pero pronto se incorporo y llevo corriendo un gran puñado de rapunzeles para su amada esposa.
Una vez que ella lo preparo y comió, luego le gustaron tanto que se antojaba mucho mas de ellas, el esposo que no quería que la ansiedad y el antojo enfermaran a su esposa, se arriesgo una vez mas y fue al jardín. Llegando allí se vio cara a cara con la malvada hechicera quien enojada le reclamo:

-«¿Como es posible que te hayas atrevido a ingresar a mi jardín como un vulgar ladrón»?.

-«Es que mi esposa esta embarazada y tiene muchos antojos de rapunzeles».

Más calmada la bruja pensó un poco y continuo diciendo:

-«Si es así entonces llevaras todo lo que ella quiera de mi jardín con la condición de entregarme tu bebé, no le faltara nada y estará bien cuidado». dijo la hechicera.

El esposo muy afectado acepto la condición y llevo todo lo que se le antojaba a su esposa.

Cuando la niña nació la bruja se la llevo, la bebé era muy bella y la llamo desde entonces Rapunzel. Cuando tuvo doce años la llevo a la niña a vivir sola en el bosque y la mantuvo incomunicada en una torre que no tenía ni puerta ni escalera. Cada vez que ella quería ver a la niña, le pedía que soltara sus largas trenzas para subir e ingresar por la ventana. Y así era cada vez que quería.

Pasaron unos años y el príncipe que oyó el canto de Rapunzel, quedo maravillado de su dulce y encantadora voz. Hasta que un día logró subir, al estar frente a ella, ésta quedo espantada, pues creyendo que sería su madrastra la bruja, ella soltó sus trenzas sin imaginar encontrarse cara a cara con un príncipe.

Cuando la convenció de sus buenas intenciones Rapunzel decidió que aceptaría irse con el hijo del rey. Pero un día engañado por la bruja, al subir a la torre, se encontró con la malvada mujer, su amada ya no estaba allí.

La bruja se burlo del príncipe quien desesperado salto de la torre lastimándose y quedando ciego, así vago por el bosque durante varios años. Pero un día oyó la voz de su amada y al fin se encontraron ellos y los dos gemelos que Rapunzel tuvo del príncipe.

Rapunzel muy triste al ver ciego a su amado lo recostó en su piernas y lloro, sus lágrimas cayeron en los ojos de su príncipe y al fin pudo recuperar la visión. Fueron a vivir a palacio y todos fueron muy felices.

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el niño y la luz

Enviado por dach2901  

Hace mucho tiempo había un niño de nombre Kang, que vivía en un pueblo muy remoto de la Antigua China. Sus padres eran humildes campesinos, quienes trabajando duro y privándose de todo tipo de ojos, habían logrado logrado sacarlo adelante. No obstante apenas tenían para comer y la casa en la que habitaban, era muy pequeña.

Aquella sacrificada pareja solo compartía un sueño, y era que Kang estudiara para trabajar en la ciudad y convertirse en un hombre importante. No querían que tuviera la misma clase de vida que llevaban ellos.
Kang lo sabía muy bien y era por eso que procuraba portarse bien y cumplir en la escuela. Siempre se había destacado por ser un alumno estudioso y muy inteligente, aunque conforme pasaba el tiempo era más difícil. De día, tenía que ayudar a su familia a trabajar el campo y solo podría estudiar hasta que se hacía de noche. Esto suponía un gran inconveniente, ya que ellos no contaban con lámparas para alumbrar su diminuta cabaña.

El niño ya no sabía que hacer, ¡sin luz era imposible leer y se iba a atrasar en sus clases! Así nunca iba a poder aprobar sus exámenes, y mucho menos asistir a la universidad, ni trabajar en la ciudad.

Aquel año el invierno fue terrible, la nieve cubrió por completo los campos. Cierta noche, Kang se asomó a una ventana para mirar y se percató de que la nieve, tan blanca e inmaculada, desprendía una luz suavísima y muy hermosa, que iluminaba tenuemente su habitación. Y él, que era tan astuto, decidió aprovecharla para ponerse a leer. Se colocó su abrigo, se calzó unas botas calientitas y salió en silencio, para no despertar a sus padres.

La nieve era tan espesa, que se tumbó sobre ella como lo hacía en su cama y abrió un libro. Gracias a esa luz que le proporcionaba la naturaleza, pudo repasar todas sus lecciones y aprendió muchísimo. No importaba que el frío fuese crudo, ni que sus manos se estuvieran congelando a tal grado, que le costaba pasar las páginas. Se quedó allí la noche entera y lo mismo hizo durante todas las noches de invierno.

Pasaron los meses. Un día, llegó la primavera y los rayos del sol calentaron la nieve hasta derretirla. Kang contempló con tristeza el paisaje, preguntándose como podría estudiar, ahora que no tendría la luz que le proporcionaba la temporada invernal.

Por la noche, después de cenar, no pudo conciliar el sueño; la preocupación no le dejaba descansar. Estuvo dando vueltas sin parar en la cama, hasta que decidió levantarse para ir a pasear por el bosque. Al llegar allí, lo que vio lo dejó maravillado: cientos de luciérnagas brillaban en la oscuridad, celebrando la llegada de una nueva estación.

Kang se quedó anonadado ante tan hermoso espectáculo y entonces, tuvo una idea fantástica. Volvió corriendo a casa para buscar sus libros y regresó al claro luminoso del bosque. Allí, en medio de las brillantes luciérnagas, se sentó bajo un árbol y se la pasó leyendo hasta el amanecer. Jamás había estado tan feliz.

Así, noche tras noche, el chico se la pasó estudiando con ayuda de las diminutas criaturas. Gracias a ellas, aprendió todavía más y se convirtió en el mejor estudiante de su clase. Cuando todos creían que su pobreza no le permitiría llegar lejos, él demostró que con perseverancia, esfuerzo y optimismo, podía lograr cualquier cosa que se propusiera. Siguió estudiando de la misma manera durante años: en el invierno, leía con el reflejo de la luz sobre la nieve y en primavera, lo hacía mediante el resplandor de las luciérnagas.

Al crecer, asistir a la universidad y se convirtió en un médico sabio y muy solicitado. Era tan bueno en su profesión, que las familias más importantes de la sociedad demandaban sus servicios. Hizo una gran fortuna y llevó a sus padres a vivir en la ciudad, dentro de una casa lujosa y bella.

FIN

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el rey frío

Enviado por dach2901  

Érase una vez un hombre anciano que vivía con su esposa, que también era vieja, y sus tres hijas, de las cuales la mayor era hijastra de la mujer. Como suele ser costumbre, la madrastra no sentía cariño por ella y todo el tiempo buscaba pretextos para tratarla mal.

—¡Qué holgazana y desordenada eres! ¿En dónde has dejado la escoba? ¿Qué hiciste con la badila? ¡Mira lo sucio que esta el suelo!
No obstante, Marfutka era una muchacha muy buena, humilde y trabajadora, además de bonita, así que no le guardaba rencor. Todos los días se levantaba con el alba e iba a buscar agua y madera, encendía el fuego, barría el piso y alimentaba a los animales. Siempre soportaba con paciencia sin quejarse los regaños y gritos de su madrastra, pero nunca lograba agradarle. A veces se ocultaba en un rincón para llorar.

Lo peor era que sus hermanas también la insultaban y la trataban mal, habiendo aprendido este mal ejemplo de la madre. Ellas nunca se levantaban temprano, se bañaban con el agua que Marfutka preparaba para ella y le quitaban su toalla limpia para secarse. Solo después de haber comido, era cuando se dignaban a hacer sus quehaceres.

El anciano sentía mucha compasión por su hija, más nunca se atrevía a defenderla, pues su mujer era quien mandaba en casa y no le dejaba dar su opinión.

Cuando las muchachas crecieron, los ancianos convinieron en que debían buscarles esposos y casarlas de la mejor manera posible. Su padre deseaba que las tres pudieran elegir a sus maridos, sin embargo, la madrastra únicamente pensaba en sus hijas y no en Marfutka. Un día tuvo una idea terrible y llamó a su esposo:

—Oye, ¿no crees que ya es momento de que casemos a Marfutka? Piensa que hasta que ella no se case, las niñas podrían perder un buen partido; lo mejor es que nos libremos de ella casándola cuanto antes.

—De acuerdo —dijo el padre, calentándose en la estufa.

—Ya le he elegido un novio, mañana te vas a levantar bien temprano, subirás al trineo y marcharás con Marfutka, pero no te voy a decir adonde hasta que llegue el momento de partir.

Después le habló a su hijastra:

—Tú, hija mía, ve a preparar el baúl con tus cosas y ponte tu mejor vestido, que vas a acompañar a tu padre a hacer una visita.

A la mañana siguiente, Marfutka se levantó temprano y se dio un baño, saludó a sus padres, dijo sus oraciones y se puso su vestido más lindo. Era una novia muy bella.

Su padre enganchó su caballo al trineo y lo llevó hasta la entrada de la cabaña.

—¿Ya estás lista, Marfutka? —le preguntó.

—Lo estoy, padre mío.

—Pues bueno —dijo la madrastra—, deben comer antes de irse.

Y al escucharla, el anciano se sorprendió muchísimo: «¿Qué le pasa hoy a esta vieja, que se siente tan generosa?»

Recién terminaban de desayunar cuando la mujer les dio la terrible noticia.

—Te he prometido Marfutka, con el Rey del Frío. No será un novio apuesto, ni joven, pero sí que es muy rico, ¿qué más podrías pedir? Ya verás como llegas a quererlo con el tiempo.

El padre tiró la cuchara y la miró, lleno de terror.

—Dios mío, mujer, ¿acaso has perdido la razón? ¿Cómo se te ocurrió hacer tal cosa?

—De nada vale protestar, ¡ya está hecho! ¿No es acaso un novio acaudalado? Entonces, ¿de qué te quejas? Ha cubierto todos los pinos, abetos y abedules de plata. No tienen que andar demasiado, irán directo a la primera bifurcación del camino y después a la derecha, se internarán en el bosque y en cuanto lleven recorridas algunas leguas, podrán ver un pino muy alto. Ahí vas a dejar a Marfutka. Fíjate bien el lugar del que te hablo, no lo olvides, pues mañana vas a ir a hacerle una visita a la recién casada. ¡Ánimo, ea, ea! ¡Se hace tarde!

Aquel año había caído un invierno muy cruel, la nieve cubría la tierra con un manto helado y los pájaros que emprendían el vuelo, se morían de frío. El viejo, desconsolado, subió al trineo y ordenó a su hija que colocara bien el abrigo, poniéndose ambos en camino.

Se adentraron en el bosque, tan espeso y frondoso que parecía nunca terminar. Finalmente llegaron a un pino muy alto y el hombre le dijo a Marfutka que se bajara.

—Vamos, hija mía.

Marfutka obedeció y se sentó sobre el baúl que su padre dejó bajo el árbol.

—Espera a que llegue tu prometido y recíbelo con cariño —le dijo su padre, antes de despedirse y regresar a casa.

La pobre muchacha, al quedarse sola se llenó de pena. El frío era muy intenso y la hacía temblar de pies a cabeza. De repente escuchó a lo lejos al Rey del Frío, que iba saltando de un abeto a otro y hacía suspirar al bosque. Al llegar al pino descubrió a Marfutka y sonrío maliciosamente.

—Doncella, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, bonita?

—No abuelito, no tengo frío —contestó Marfutka, tiritando.

El Rey del Frío comenzó a bajar, haciendo temblar al pino cada vez más y cuando se estaba muy cerca de Marfutka, volvió a preguntarle:

—Doncella, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, bonita?

—No abuelito, no tengo frío —repitió ella, a pesar de que se estaba poniendo azul del frío.

Entonces el rey se compadeció de ella y la envolvió con abrigos de pieles, tratándola con ternura. Luego le obsequió un cofre repleto de vestidos lujosas, un sombrero de raso fino y decenas de piedras preciosas.

—Me tocaste el corazón niña, con tu paciencia y bondad.

Pero la pobre Marfutka no pudo responder, pues ya empezaba a congelarse.

A la mañana siguiente, su perversa madrastra se levantó y frío unos buñuelos para festejar la muerte de la chica.

—Anda —dijo a su esposo—, ve a visitar a los recién casados.

El viejo se volvió a marchar en el trineo. Al llegar a los pies del pino, no podía creer lo que veía: Marfutka seguía sentada sobre el baúl, tal cual la había dejado la noche anterior, excepto que ahora vestía un fino abrigo de pieles, lucía pendientes hermosos en las orejas y tenía un cofre muy fino, todo hecho de plata.

De inmediato lo cargó todo en el trineo y luego de hacer subir a la muchacha, regresaron a la cabaña. allá seguía la anciana friendo buñuelos, cuando escuchó como el perrito ladraba debajo de una silla:

—¡Guau, guau! ¡Ahí viene Marfutka, llena de tesoros!

La vieja le arrojó un trozo de leña, enojada.

—¡Mentiroso! Quien viene es el viejo, con los huesos de Marfutka.

Finalmente llegó el trineo y fue ella para abrir la puerta. Grande fue sorpresa al ver a Marfutka, más bella que nunca, ataviada como una princesa y cargando con el cofre de regalos del Rey del Frío.

Disimulando su ira, la madrastra fingió alegría y los acogió cariñosamente, especialmente a ella, a quien hizo sentar a la cabecera de la mesa.

Sus hermanas, envidiosas, contemplaban los obsequios que le había hecho el Rey del Frío.

—¡Nosotras también queremos visitarlo! —dijeron a su madre—, somos más hermosas que Marfutka, sin duda también nos obsequiará.

A la mañana siguiente, su madre les dio de comer y preparó su viaje, en tanto ellas se ponían sus mejores vestidos. Acompañadas por su padre partieron hacia el mismo pino donde había dejado a su hermana y ahí se sentaron a esperar, hablando entre sí de las riquezas que conseguirían del Rey del Frío. Vestían hermosos abrigos pero, a pesar de todo, pronto comenzaron a temblar de frío.

—¿Dónde estará ese rey? —dijo una con impaciencia— Si seguimos aquí nos vamos a congelar.

—¿Y qué hacemos? —preguntó la otra— ¿Te imaginas que novios tan acaudalados como el Rey del Frío, se dan prisa en ver a sus novias? Por cierto, ¿a quién de las dos crees que vaya a elegir? ¿A ti o a mí?

—Por supuesto que así, pues soy la mayor.

—Te equivocas, me va a escoger a mí.

—¡Qué tonta!

Las muchachas comenzaron a pelear, hasta que oyeron que venía el Rey del Frío, haciendo suspirar al bosque al saltar de un árbol a otro. Al verlo sobre el pino alto bajo el que se encontraban, las dos enmudecieron.

—Doncellas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, bonitas?

—¡Pues claro que tenemos frío, abuelo! ¡Muchísimo! De tanto esperarte casi nos congelamos, ¿cómo te atreves a llegar hasta ahora?

El Rey del Frío empezó a descender, haciendo temblar al árbol:

—Doncellas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, bonitas?

—¡Apártate, viejo estúpido! Nos estás congelando y todavía nos preguntas si tenemos frío, ¡mira que burlarte así! ¡Danos nuestros regalos de una buena vez o nos marchamos de aquí!

Pero el Rey del Frío insistió en preguntar:

—Doncellas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, bonitas?

Las hijas de la anciana se enfadaron tanto, que ya no quisieron contestar y al enfadarse también el rey, sopló sobre ella y se quedaron inertes, con la misma postura violenta que tenían. Todavía les echó otro poco de escarcha, antes de alejarse del bosque, saltando de un pino a otro y soplando sobre los árboles…

Por la mañana, le dijo la vieja a su marido:

—¡Vamos, hombre! Prepara el trineo, carga mucho heno y llévate la mejor de nuestras mantas, pues mis hijitas deben tener mucho frío. ¿No ves que nieva? ¡Deprisa!

El anciano acudió al bosque y al llegar, levantó la mirada al cielo, desconsolado. Sus hijas seguían sentadas bajo el árbol pero habían muerto de frío. Tuvo que levantarlas para colocarlas en el trineo y regresar a la cabaña.

Mientras tanto, la vieja preparaba un desayuno apetitoso para recibirlas, cuando el perrito se puso a ladrar:

—¡Guau, guau! ¡Ahí viene el viejo con los huesos de tus hijas!

La vieja le arrojó un trozo de leña, colérica.

—¡Mentiroso! Viene con las niñas y también trae el trineo lleno de tesoros.

Finalmente llegó su marido y al salir para recibirlo, se llevó una gran sorpresa: sus hijas estaban petrificadas y convertidas en hielo.

—¿Qué has hecho, idiota? ¿Qué hiciste con nuestras amadas hijas? ¿Quieres que te dé de palos?

—¿Qué vamos a hacerle, mujer? —dijo el anciano con desesperación— Todos tuvimos la culpa: ellas por envidiar a su hermana y ser ambiciosas, tú por no advertirlas y yo, por dejarte hacer siempre lo que te viene en gana. Ahora no hay nada más que hacer.

La vieja lloró amargamente y siguió recriminando a su esposo, pero pasó el tiempo y su pena se fue mitigando, hasta que pudieron hacer las pases. A partir de ese día, fue más considerada con Marfutka, quien poco después conoció a un apuesto muchacho con el que se casó.

Y el día de la boda, los dos ancianos bailaron.

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PINOCHO

Enviado por dach2901  

Estaba el anciano Gepeto en su pequeño y desgastado taller de juguetes entretenido tallando una nueva marioneta, con una pieza de madera de pino que un amigo le había regalado.

El juguete quedó precioso: un niño de madera con una nariz algo afilada que lo hacía distinto a todos los muñecos que Gepeto había hecho.

El anciano suspiró mientras observaba, con ternura, la marioneta – ¡Cómo me gustaría tener un hijo al que poder dar todo mi cariño! –

Lo que él no sabía era que el Hada Azul escuchaba atentamente sus peticiones, pues ya llevaba tiempo queriendo ayudar a aquel bondadoso anciano.

Gepeto terminó de pintar y dar los últimos retoques a la marioneta y se fue directo a la cama.

En ese momento, el Hada Azul abrió su mano y, con un suave golpe de su barita mágica, hizo que Pinocho pudiera moverse y hablar – Pinocho, seguirás siendo de madera hasta que me demuestres tu bondad y honradez.

Pepito Grillo, que había escuchado atentamente todo lo que el Hada decía a Pinocho, se convirtió en la voz de su conciencia y, así, prometió al Hada que ayudaría al pequeño muñeco de madera a convertirse en un niño honrado y bueno.

A la mañana siguiente, Gepeto se despertó y se encontró a su precioso muñeco bailando y dando saltos de alegría por toda la habitación.
El anciano, lleno de alegría, abrazó al pequeño y le prometió que lo cuidaría y le daría una buena educación.

Sacó una jarra llena de monedas que tenía ahorradas y se fue a comprar los libros y materiales para su querido hijo.

Una vez hubo comprado todo lo necesario, mandó a Pinocho a la escuela – Es importante que seas un niño estudioso y por eso irás a la escuela como los demás niños. Pórtate bien y vuelve directo a casa al acabar las clases
Pinocho cogió el libro que su padre había comprado y se fue directo a la escuela.

Pero, por el camino, conoció a un niño muy divertido, que se llamaba Polilla. Éste lo convenció para que no fueran al colegio.

– Vente conmigo. Hay una función de marionetas justo a la vuelta de la esquina –

Pepito Grillo intentó convencer al muñeco para que no fuera, pero Pinocho sólo tenía oído para su nuevo amigo.

Cuando llegaron al teatro, el director de la función quiso que Pinocho actuase – Vamos, sal al escenario. Seguro que a todos les encanta ver una marioneta que se mueve y canta como tú lo haces –

Pinocho fue directo al escenario y comenzó a cantar y a bailar – ¡Qué divertido es esto! – pensó el muñeco.

Poco a poco, el muñeco comenzó a sentir el cansancio y tuvo la necesidad de volver a casa junto a su padre Guepeto, pero el malvado director del teatro lo encerró en un cuartucho para que no pudiera regresar – No dejaré que esta marioneta se escape. Me servirá para hacer de este teatro el más famoso de la ciudad -.

Pepito Grillo había permanecido escondido, a sabiendas de que nada bueno iba a pasar juntándose con ese señor.

Aprovechando un descuido del director, Pepito Grillo robo la llave del cuarto y consiguió sacar a Pinocho del lío en el que se había metido por desobedecer a su padre.

– Pinocho, si sigues portándote así de mal, nunca conseguirás convertirte en un niño de carne y hueso. –

Cuando llegaron a casa, Gepeto preguntó a su hijo por el libro que le había comprado.

Pinocho se dio cuenta de que se lo había dejado en el teatro, pero no quiso decir la verdad, así que se inventó una historia – Pues veras, papá, unos chicos me lo robaron y, al intentar recuperarlo, me perdí y no pude ir al colegio –
Con cada mentira que Pinocho decía, su nariz crecía y crecía y parecía que nunca iba a parar.

Pepito Grillo comenzó a reírse – Pero Pinocho, ¿quieres dejar de inventar historias…? –

Pinocho alzó la mirada y vio la cara de tristeza de Gepeto. En ese momento se arrepintió y contó toda la verdad a su padre, recuperando así el tamaño de su preciosa y divertida nariz.

– Te prometo, Papá, que no voy a volver a mentirte nunca más y voy a ser un buen estudiante –

Y así lo hizo. Durante mucho tiempo, Pinocho cumplió su promesa, haciendo tremendamente feliz a su padre.

Sin embargo, una tarde, cuando regresaba a casa de hacer unos recados, se encontró con su amigo Polilla.

– ¿Qué haces ahí, Polilla? –

– Estoy esperando al carro que lleva a la Isla de los Juegos. Deberías venir conmigo. Allí, los niños no tienen que obedecer a nadie, pueden jugar todo el tiempo que quieran y comen tantas golosinas como desean –

Pinocho no se lo pensó mucho y, al ver a su amigo subido en el enorme carro repleto de niños, se subió.

Cuando el carro arrancó, Pinocho se fijó en los dos burros que tiraban de él. -¡Qué cara de tristeza tienen! – pensó Pinocho.

Pepito Grillo saltó al carro, pues sabía que un lugar como la Isla de los Juegos, no podía ser muy real. – Estoy seguro de que algo raro esconde ese lugar. ¡Este chico siempre metiéndose en líos! –

Aunque el grillo intentó convencer a Pinocho para que bajase del carro, el muñeco no quiso hacerle caso.
Cuando llegaron a la isla, todos los niños gritaban y jugaban. Era un lugar increíble, lleno de atracciones que jamás dejaban de funcionar.

Pasaron los días y Pepito Grillo se dio cuenta de que los niños que estaban allí se iban convirtiendo en burros. Todo aquello era una trampa del malvado conductor del carro. El plan era convertir a todos aquellos niños en burros y después venderlos para ganar mucho dinero.

Pepito Grillo corrió para advertir a Pinocho, pero cuando llegó, el muñeco lloraba desconsolado pues le habían aparecido unas enormes orejas de burro. Además, su amigo Polilla se había transformado por completo en un burro.

– No llores más, Pinocho, tenemos que salir de aquí lo antes posible – Dijo el grillo.

Los dos salieron corriendo de aquel lugar y no pararon hasta llegar a su hogar.

Pinocho abrió la puerta rápidamente gritando – Papá, papá, ya estoy aquí, perdona por haberme marchado…-

Pero nadie contestó. La casa estaba vacía. Entonces, una paloma apareció llevando en su pico una carta. En ella, Gepeto explicaba que había ido en busca de su querido hijo con una pequeña barca que lo llevaría a la Isla de los Juguetes. Pero, por el camino, una ballena lo había tragado y se encontraba atrapado dentro del enorme cetáceo.

– ¡Qué he hecho! Por mi culpa mi padre está en peligro – dijo Pinocho mientras se levantaba con aire decidido – ¡No permitiré que nada malo le suceda! Me voy en su busca, ¡Lo traeré de vuelta! –

Pepito Grillo se metió en el bolsillo de su amigo y, juntos, partieron en una vieja barca en busca de Gepeto.
Llevaban unas cuantas horas navegando, cuando se toparon con la enorme boca de la ballena y, en un santiamén, los engulló, junto a otros diminutos pececillos.

Cuando aquel monstruo marino cerró la boca, todo se quedó oscuro. Pero a lo lejos se podía ver una luz muy tenue que parecía provenir de una vela.

Pinocho sabía que esa luz era de su padre y comenzó a gritar – Padre, padre, soy Pinocho –

Gepeto, al escuchar la voz de querido hijo, alzó la vista para comprobar que no estuviese soñando – Pinocho, ¿eres tú de verdad? –

Pinocho consiguió llegar junto a su padre. Acariciando su anciana mano, le dijo – Si padre, soy yo, he venido a rescatarte. Perdóname. –

Mientras padre e hijo se fundían en un gran abrazo, Pepito Grillo se sentó sobre una caja de madera que también había sido engullida por la ballena.

Pinocho se giró y, al ver a Pepito Grillo, dijo – ¡Ya sé cómo vamos a salir de aquí! Pepito, dame esa caja de madera. Vamos a quemarla con el fuego de la vela. Cuando la garganta de la ballena se llene de humo, seguro que tiene que toser y respirar. Entonces, nosotros aprovecharemos para salir de aquí. –

Y así ocurrió. Cuando la ballena empezó a toser y a estornudar, los tres salieron disparados y comenzaron a nadar hasta llegar a la orilla del mar.

Una vez en tierra, casi sin aliento, Pinocho se sinceró y contó a su padre todo lo que le había sucedido y le prometió que nunca más volvería a fallarle.

De vuelta a casa, se les apareció el Hada Azul.

– Pinocho, has demostrado tener un gran corazón al rescatar a Gepeto. Además, has sido muy honrado al contar a tu padre todo lo sucedido. Por ello, te mereces convertirte en un niño de carne y hueso-.

Y ,agitando su barita, transformó al pequeño muñeco en un niño de verdad.

Así fue como Pinocho, Gepeto y Pepito Grillo se convirtieron en una familia y fueron felices para siempre.

FIN

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El tigre negro y el venado blanco

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Hace muchísimos años vivían en la selva del Amazonas un hermoso tigre negro y un primoroso venado blanco. Ninguno de los dos tenía hogar así que hacían su vida al aire libre y dormían amparados por el manto de estrellas durante la noche.
Con el paso del tiempo el venado empezó a echar de menos cobijarse bajo techo y decidió construir una cabaña. Muy ilusionado con el proyecto, eligió un claro del bosque y planificó bien el trabajo.
– Mi primer objetivo será mordisquear la hierba hasta dejar el terreno bien liso ¡Sin unos buenos cimientos no hay casa que resista!

Trabajó duramente toda la jornada, y cuando vio que había cumplido su propósito, se tumbó a dormir sobre un lecho de flores.

No podía imaginar que el tigre negro, también harto de vivir a la intemperie, había tenido ese día la misma idea ¡y casualmente había escogido el mismo lugar para construir su hogar!

– ¡Estoy hasta las narices de mojarme cuando llueve y de achicharrarme bajo el sol los meses de verano! Fabricaré una cabaña pequeña pero muy confortable para mi uso y disfrute ¡Va a quedar estupenda!

Llegó al claro del bosque al tiempo que salía la luna y se sorprendió al ver que en el terreno no había hierbajos.

– ¡Uy, qué raro!… Conozco bien este sitio y siempre ha estado cubierto de malas hierbas… Ha debido ser el dios Tulpa que ha querido ayudarme y lo ha alisado para mí ¡Bueno, así lo tendré más fácil! ¡Me pondré a construir ahora mismo!

Sin perder tiempo se puso manos a la obra; cogió palos y piedras y los colocó sobre la tierra para montar un suelo firme y resistente. Cuando acabó, se dirigió al rio para darse un baño refrescante.

Por la mañana, el venado volvió para continuar la tarea y ¡se quedó alucinado!

– ¡Uy! ¡¿Cómo es posible que ya esté colocado el suelo de la cabaña?!… Supongo que el dios Tulpa lo ha hecho para echarme un cable ¡Es fantástico!

Muy contento, se dedicó a arrastrar troncos para levantar las paredes de las habitaciones. Trabajó sin descanso y cuando empezó a oscurecer se fue a buscar algo para cenar ¡Quería acostarse pronto para poder madrugar!

Ya entrada la noche, llegó el tigre negro. Como todos los felinos, veía muy bien en la oscuridad y para él no suponía un problema trabajar sin luz.

¡Se quedó con la boca abierta cuando vio las paredes perfectamente erguidas sobre el suelo formando un cuadrado perfecto!

– ¡Pero qué maravilla!… ¡El dios Tulpa ha vuelto a ayudarme y ha construido las paredes por mí! En cuanto monte el tejado, la daré por terminada.

Colocó grandes ramas de lado a lado sobre las paredes y luego las cubrió con hojas.

– ¡El tejado ya está listo y la cabaña ha quedado perfecta! En fin, creo que me he ganado un buen descanso… ¡Voy a estrenar mi nueva habitación!

Bostezando, entró en una de las dos estancias y se tumbó cómodamente hasta que le venció el sueño. Era un animal muy dormilón, así que no se enteró de la llegada del ciervo al amanecer ni pudo ver su cara de asombro cuando este vio la obra totalmente terminada.

– ¡Oh, dios Tulpa! ¡Pero qué generoso eres! ¡Has colocado el tejado durante la noche! ¡Muchas gracias, me encanta mi nueva cabaña!

Feliz como una perdiz entró en la habitación vacía y también se quedó dormido.

Al mediodía el sol subió a lo más alto del cielo y despertó con sus intensos rayos de luz a los dos animales; ambos se desperezaron, salieron de su cuarto al mismo tiempo y … ¡se encontraron frente a frente!
¡El susto que se llevaron fue morrocotudo! Uno y otro se quedaron como congelados, mirándose con la cara desencajada y los pelos tiesos como escarpias ¡Al fin y al cabo eran enemigos naturales y estaban bajo el mismo techo!

Ninguno atacó al otro; simplemente permanecieron un largo rato observándose hasta que cayeron en la cuenta de lo que había sucedido ¡Sin saberlo habían hecho la cabaña entre los dos!

El venado, intentando mantener la tranquilidad, dijo al tigre negro:

– Veo que estás tan sorprendido como yo, pero ya que tenemos el mismo derecho sobre este hogar ¿qué te parece si lo compartimos?

– ¡Me parece justo y muy práctico! Si quieres cada día uno de nosotros saldrá a cazar para traer comida a casa ¿Te parece bien?

– ¡Me parece una idea fantástica! Mientras tanto, el otro puede ocuparse de hacer las faenas diarias como limpiar el polvo y barrer.

Chocaron sus patas para sellar el acuerdo y empezaron a convivir entusiasmados y llenos de buenas intenciones.

Lo primero que había que hacer era conseguir comida y por sorteo le tocó salir a cazar al tigre. Regresó una hora después con una presa que al venado no le hizo nada de gracia porque era un ciervo… ¡un ciervo blanco como él!

– ¡Qué situación más desagradable, amigo tigre! Este animal es de mi misma especie y como comprenderás, no pienso probarlo.

Se fue a su habitación disgustado y no pudo pegar ojo.

– “¡Ay, qué intranquilo me siento! El tigre negro ha cazado un venado como yo… ¡Es terrible! ¿Y si un día le da por atacarme a mí?”

El pobre no consiguió conciliar el sueño en toda la noche pero se levantó al alba porque le tocaba a él salir a buscar alimento.

Paseó un rato por los alrededores y se encontró con unos amigos que le ayudaron a montar una trampa para atrapar un tigre. Cuando llegó a casa con el trofeo, su compañero se quedó sin habla y por supuesto se negó a hincarle el diente.

– ¿Pretendes que yo, que soy un tigre, me coma a otro tigre? ¡Ni en broma, soy incapaz!

Según dijo esto se fue a su cuarto con un nerviosismo que no podía controlar.

– “Este venado parece frágil pero ha sido capaz de cazar un tigre de mi tamaño ¿Y si se lanza sobre mí mientras duermo? No debo confiarme que las apariencias engañan y yo de tonto no tengo nada.”

El silencio y la oscuridad se apoderaron del bosque. Todos los animales dormían plácidamente menos el venado y el tigre que se pasaron la noche en vela y en estado de alerta porque ninguno se fiaba del otro.

Cuando nadie lo esperaba, en torno a las cinco de la madrugada, se oyó un ruido ensordecedor:

¡BOOOOOOOM!

Los dos estaban tan asustados y en tensión que al escuchar el estruendo salieron huyendo en direcciones opuestas, sin pararse a comprobar de dónde provenía el sonido. Tanto uno como otro pusieron pies en polvorosa pensando que su amigo quería atacarlo.

El hermoso tigre negro y el primoroso venado blanco nunca más volvieron a encontrarse porque los dos se aseguraron de irse bien lejos de su posible enemigo.

El tigre trató de rehacer su vida en la zona norte, pero siempre se sentía más triste de lo normal porque echaba de menos al ciervo.

– ¡Qué pena acabar así! Lo cierto es que nos llevábamos muy bien y yo jamás le habría hecho daño pero claro… ¡no puedo decir lo mismo de él!

Por su parte, en la otra punta del bosque, en la zona sur, el venado se lamentaba sin cesar:

– ¡Qué simpático era el tigre negro! Formábamos un gran equipo y podríamos haber sido grandes amigos… Nunca le habría lastimado pero a lo mejor él a mí sí y más vale prevenir.

Y así fue cómo cada uno tuvo que volver a buscar un claro en el bosque para hacerse una nueva cabaña, eso sí, esta vez de una sola habitación.

Moraleja: Si el tigre y el venado hubieran hablado en vez de desconfiar el uno del otro, habrían descubierto que ninguno de los dos tenía nada que temer porque ambos eran de fiar y se apreciaban mutuamente.

Este cuento nos enseña que nuestra mejor arma es la palabra. Decir lo que sentimos o lo que nos preocupa a nuestros amigos es lo mejor para vivir tranquilos y en confianza.

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Juan sin miedo

Enviado por dach2901  

Érase una vez un hombre que tenía dos hijos totalmente distintos. Pedro, el mayor, era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. En cambio su hermano pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada, así que en la comarca todos le llamaba Juan sin miedo.
A Juan no le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni escuchar cuentos de monstruos en la cama. El miedo no existía para él. A medida que iba creciendo, cada vez tenía más curiosidad sobre qué era sentir miedo porque él nunca había tenido esa sensación.

Un día le dijo a su familia que se iba una temporada para ver si conseguía descubrir lo que era el miedo. Sus padres intentaron impedírselo, pero fue imposible. Juan era muy cabezota y estaba decidido a lanzarse a la aventura.

Metió algunos alimentos y algo de ropa en una mochila y echó a andar. Durante días recorrió diferentes lugares, comió lo que pudo y durmió a la intemperie, pero no hubo nada que le produjera miedo.

Una mañana llegó a la capital del reino y vagó por sus calles hasta llegar a la plaza principal, donde colgaba un enorme cartel firmado por el rey que decía:

“Se hace saber que al valiente caballero que sea capaz de pasar tres días y tres noches en el castillo encantado, se le concederá la mano de mi hija, la princesa Esmeralda”

Juan sin miedo pensó que era una oportunidad ideal para él. Sin pensárselo dos veces, se fue al palacio real y pidió ser recibido por el mismísimo rey en persona. Cuando estuvo frente a él, le dijo:

– Señor, si a usted le parece bien, yo estoy decidido a pasar tres días en ese castillo. No le tengo miedo a nada.

– Sin duda eres valiente, jovenzuelo. Pero te advierto que muchos lo han intentado y hasta ahora, ninguno lo ha conseguido – exclamó el monarca.

– ¡Yo pasaré la prueba! – dijo Juan sin miedo sonriendo.

Juan sin miedo, escoltado por los soldados del rey, se dirigió al tenebroso castillo que estaba en lo alto de una montaña escarpada. Hacía años que nadie lo habitaba y su aspecto era realmente lúgubre.

Cuando entró, todo estaba sucio y oscuro. Pasó a una de las habitaciones y con unos tablones que había por allí, encendió una hoguera para calentarse. Enseguida, se quedó dormido.

Al cabo de un rato, le despertó el sonido de unas cadenas ¡En el castillo había un fantasma!

– ¡Buhhhh, Buhhhh! – escuchó Juan sobre su cabeza – ¡Buhhhh!

– ¿Cómo te atreves a despertarme?- gritó Juan enfrentándose a él. Cogió unas tijeras y comenzó a rasgar la sábana del espectro, que huyó por el interior de la chimenea hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.

Al día siguiente, el rey se pasó por el castillo para comprobar que Juan sin miedo estaba bien. Para su sorpresa, había superado la primera noche encerrado y estaba decidido a quedarse y afrontar el segundo día. Tras unas horas recorriendo el castillo, llegó la oscuridad y por fin, la hora de dormir. Como el día anterior, Juan sin miedo encendió una hoguera para estar calentito y en unos segundos comenzó a roncar.

De repente, un extraño silbido como de lechuza le despertó. Abrió los ojos y vio una bruja vieja y fea que daba vueltas y vueltas a toda velocidad subida a una escoba. Lejos de acobardarse, Juan sin miedo se enfrentó a ella.

– ¿Qué pretendes, bruja? ¿Acaso quieres echarme de aquí? ¡Pues no lo conseguirás! – bramó. Dio un salto, agarró el palo de la escoba y empezó a sacudirlo con tanta fuerza que la bruja salió disparada por la ventana.

Cuando amaneció, el rey pasó por allí de nuevo para comprobar que todo estaba en orden. Se encontró a Juan sin miedo tomado un cuenco de leche y un pedazo de pan duro relajadamente frente a la ventana.

– Eres un joven valiente y decidido. Hoy será la tercera noche. Ya veremos si eres capaz de aguantarla.

– Descuide, majestad ¡Ya sabe usted que yo no le temo a nada!

Tras otro día en el castillo bastante aburrido para Juan sin miedo, llegó la noche. Hizo como de costumbre una hoguera para calentarse y se tumbó a descansar. No había pasado demasiado tiempo cuando una ráfaga de aire caliente le despertó. Abrió los ojos y frente a él vio un temible dragón que lanzaba llamaradas por su enorme boca. Juan sin miedo se levantó y le lanzó una silla a la cabeza. El dragón aulló de forma lastimera y salió corriendo por donde había venido.

– ¡Qué pesadas estas criaturas de la noche! – pensó Juan sin miedo- No me dejan dormir en paz, con lo cansado que estoy.

Pasados los tres días con sus tres noches, el rey fue a comprobar que Juan seguía sano y salvo en el castillo. Cuando le vio tan tranquilo y sin un solo rasguño, le invitó a su palacio y le presentó a su preciosa hija. Esmeralda, cuando le vio, alabó su valentía y aceptó casarse con él. Juan se sintió feliz, aunque en el fondo, estaba un poco decepcionado.

– Majestad, le agradezco la oportunidad que me ha dado y sé que seré muy feliz con su hija, pero no he conseguido sentir ni pizca de miedo.

Una semana después, Juan y Esmeralda se casaron. La princesa sabía que su marido seguía con el anhelo de llegar a sentir miedo, así que una mañana, mientras dormía, derramó una jarra de agua helada sobre su cabeza. Juan pegó un alarido y se llevó un enorme susto.

– ¡Por fin conoces el miedo, querido! – dijo ella riendo a carcajadas.

– Si – dijo todavía temblando el pobre Juan- ¡Me he asustado de verdad! ¡Al fin he sentido el miedo! ¡Ja ja ja! Pero no digas nada a nadie…. ¡Será nuestro secreto!

La princesa Esmeralda jamás lo contó, así que el valeroso muchacho siguió siendo conocido en todo el reino como Juan sin miedo.

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Los carneros y el gallo

Enviado por dach2901  

Una mañana de primavera todos los miembros de un rebaño se despertaron sobresaltados a causa de unos sonidos fuertes y secos que provenían del exterior del establo. Salieron en tropel a ver qué sucedía y se toparon con una pelea en la que dos carneros situados frente a frente estaban haciendo chocar sus duras cornamentas.

Un gracioso corderito muy fanático de los chismes fue el primero en enterarse de los motivos y corrió a informar al grupo. Según sus fuentes, que eran totalmente fiables, se estaban disputando el amor de una oveja muy linda que les había robado el corazón.

– Por lo visto está coladita por los dos, y como sabía a cuál elegir, anoche declaró que se casaría con el más forzudo. El resto de la historia os la podéis imaginar: los carneros se enteraron, quedaron para retarse antes del amanecer y… bueno, ahí tenéis a los amigos, ahora rivales, enzarzados en un combate.

El jefe del rebaño, un carnero maduro e inteligente al que nadie se atrevía a cuestionar, exclamó:

– ¡Serenaos! No es más que una de las muchas peloteras románticas que se forman todos los años en esta granja. Sí, se pelean por una chica, pero ya sabemos que no se hacen daño y que gane quien gane seguirán siendo colegas. ¡Nos quedaremos a ver el desenlace!

Los presentes respiraron tranquilos al saber que solo se trataba de un par de jóvenes enamorados compitiendo por una blanquísima ovejita; una ovejita que, por cierto, lo estaba presenciando todo con el corazón encogido y conteniendo la respiración. ¿Quién se alzaría con la victoria? ¿Quién se convertiría en su futuro marido?… ¡La suerte estaba echada!

————–

Esta era la situación cuando un gallo de colores al que nadie había visto antes se coló entre los asistentes y se sentó en primera fila como si fuera un invitado de honor. Jamás había sido testigo de una riña entre carneros, pero como se creía el tipo más inteligente del mundo y adoraba ser el centro de atención, se puso a opinar a voz en grito demostrando muy mala educación.

– ¡Ay madre, vaya birria de batalla!… ¡Estos carneros son más torpes que una manada de elefantes dentro de una cacharrería!

Inmediatamente se oyeron murmullos de desagrado entre el público, pero él se hizo el sordo y continuó soltando comentarios fastidiosos e inoportunos.

– ¡Dicen por aquí que se trata de un duelo entre caballeros, pero la verdad es que yo solo veo dos payasos haciendo bobadas!… ¡Eh, espabilad chavales, que ya sois mayorcitos para hacer el ridículo!

Los murmullos subieron de volumen y algunos le miraron de reojo para ver si se daba por aludido y cerraba el pico; de nuevo, hizo caso omiso y siguió con su crítica feroz.

– Aunque el carnero de la derecha es un poco más ágil, el de la izquierda tiene los cuernos más grandes… ¡Creo que la oveja debería casarse con ese para que sus hijos nazcan fuertes y robustos!

Los espectadores le miraron alucinados. ¿Cómo se podía ser tan desconsiderado?

– Aunque para ser honesto, no entiendo ese empeño en casarse con la misma. ¡A mí me parece que la oveja en cuestión no es para tanto!

Los carneros, ovejas y corderos enmudecieron y se hizo un silencio sobrecogedor. Sus caras de indignación hablaban por sí solas. El jefe de clan pensó que, definitivamente, se había pasado de la raya. En nombre de la comunidad, tomó la palabra.

– ¡Un poco de respeto, por favor!… ¡¿Acaso no sabes comportarte?!

– ¿Yo? ¿Qué si sé comportarme yo?… ¡Solo estoy diciendo la verdad! Esa oveja es idéntica a las demás, ni más fea, ni más guapa, ni más blanca… ¡No sé por qué pierden el tiempo luchando por ella habiendo tantas para escoger!

– ¡Cállate mentecato, ya está bien de decir tonterías!

El gallo puso cara de sorpresa y respondió con chulería:

– ¡¿Qué me calle?!… ¡Porque tú lo digas!

El jefe intentó no perder los nervios. Por nada del mundo quería que se calentaran los ánimos y se montara una bronca descomunal.

– A ver, vamos a calmarnos un poco los dos. Tú vienes de lejos, ¿verdad?

– Sí, soy forastero, estoy de viaje. Venía por el camino de tierra que rodea el trigal y al pasar por delante de la valla escuché jaleo y me metí a curiosear.

– Entiendo entonces que como vives en otras tierras es la primera vez que estás en compañía de individuos de nuestra especie… ¿Me equivoco?

El gallo, desconcertado, respondió:

– No, no te equivocas, pero… ¿eso qué tiene que ver?

– Te lo explicaré con claridad: tú no tienes ningún derecho a entrometerte en nuestra comunidad y burlarte de nuestro comportamiento por la sencilla razón de que no nos conoces.

– ¡Pero es que a mí me gusta decir lo que pienso!

– Vale, eso está muy bien y por supuesto es respetable, pero antes de dar tu opinión deberías saber cómo somos y cuál es nuestra forma de relacionarnos.

– ¿Ah, sí? ¿Y cuál es, si se puede saber?

– Bueno, pues un ejemplo es lo que acabas de presenciar. En nuestra especie, al igual que en muchas otras, las peleas entre machos de un mismo rebaño son habituales en época de celo porque es cuando toca elegir pareja. Somos animales pacíficos y de muy buen carácter, pero ese ritual forma parte de nuestra forma de ser, de nuestra naturaleza.

– Pero…

– ¡No hay pero que valga! Debes comprender que para nosotros estas conductas son completamente normales. ¡No podemos luchar contra miles de años de evolución y eso hay que respetarlo!

El gallo empezó a sentir el calor que la vergüenza producía en su rostro. Para que nadie se diera cuenta del sonrojo, bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo.

– Tú sabrás mucho sobre gallos, gallinas, polluelos, nidos y huevos, pero del resto no tienes ni idea ¡Vete con los tuyos y deja que resolvamos las cosas a nuestra manera!

El gallo tuvo que admitir que se había pasado de listillo y sobre todo, de grosero, así que si no quería salir mal parado debía largarse cuanto antes. Echó un último vistazo a los carneros, que ahí seguían a lo suyo, peleándose por el amor de la misma hembra, y sin ni siquiera decir adiós se fue para nunca más volver.



Moraleja: Todos tenemos derecho a expresar nuestros pensamientos con libertad, claro que sí, pero a la hora de dar nuestra opinión es importante hacerlo con sensatez. Uno no debe juzgar cosas que no conoce y mucho menos si es para ofender o despreciar a los demás.

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El oso dormilón y el elefante trompudo

Enviado por dach2901  

En una nube blanca de algodón vivían un oso dormilón que núnca pestañeaba porque le daba sueño y su mejor amigo un elefante trompudo con colita de resorte.


Un día de cielo azul con sol muy brillante, los dos amigos decidieron dar un paseo, el elefante era muy inquieto y saltarín pero como era tan pesado las nubes quedaban agujereadas y por eso llovía. El oso dormilón en cambio bostezaba a cada ratito y se tiraba a dormir la siesta cada dos pasitos.


Las mariposas se reían a carcajadas porque era divertido ver a un elefante con cola de resorte haciendo agujeros en las nubes y un oso dormilón durmiendo cada dos pasitos.


De tanto en tanto los rayos de sol les hacían cosquillas y ellos también se reían a carcajadas.



Entre canciones saltarinas y siestas perezosas, se les paso volando la hora y la pancita les hacia ruido así que encontraron el motivo perfecto para comerse un alfajor, porque caminar da mucho hambre, a los osos les encantan los alfajores.


Cuando se descuidaron el sol les dejaba un saludo y la luna redonda le avisaba a las estrellas que era hora de pintar el cielo con sus chispitas brillantes.


Como no se habían llevado abrigo y el vientito soplaba, el oso dormilón y el elefante trompudo decidieron regresar muy felices por su paseo y a saltos gigantes entre estrella y estrella volvieron a su nube de algodón para disfrutar del silencio de la noche y enterarse de algún secreto mágico que les contara algún cometa hablador.

FIN

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LOS OSOS

Enviado por dach2901  

En medio de ese pequeño bosque se encontraba un claro con un gran pino azul en el centro, donde el Oso Tomás jugaba todas las tardes. Después de comer, Tomás le pedía permiso a su mamá para ir a jugar con sus amigos osos. Cuando estaban todos comenzaban a jugar a la mancha osos, hacían cinchadas y se trepaban a los árboles, pero lo que más les gustaba era jugar a las escondidas.
- Yo cuento! Gritó Pablo, el más pequeño de los osos café.
Todos corrieron apurados a esconderse. Pablo contó hasta 20 y volvió a levantar la voz.
- 18, 19 y 20, salgoooo.
Uno por uno fueron apareciendo, descubiertos por el astuto osito, pero Tomás, corrió y corrió sigiloso sin que Pablo lo viese y haciendo postas en los árboles y arbustos que tenía en el camino llegó al pino azul, pudiendo ganar el juego.
Día tras día los juegos se repetían mientras la primavera pasaba.
La sorpresa más grande ocurrió cuando se reunieron para jugar y descubrieron que faltaban muchos de los árboles del bosque. Con curiosidad y mucho sigilo los ositos fueron recorriendo el camino que dejaban los árboles ausentes. ¿Qué habrá pasado?, se preguntaban hasta que después de mucho caminar encontraron una construcción con muchos camiones y herramientas alrededor.
Los ositos preocupados regresaron para contarle lo que había sucedido a sus padres, que se asustaron y los retaron por no haberles avisado antes.
Los osos le contaron a sus hijitos que los hombres utilizan los árboles para las cosas más diversas y por eso talan bosques enteros cada día y que esí ponía en peligro a su hogar. Tratando de buscar una solución, fueron a ver al guardaparques, que era un hombre bueno y preocupado por la naturaleza.
Apenas llegaron, comentaron lo sucedido y luego de muchas explicaciones, idas y vueltas, el guardaparque pudo convencer a los hombres que talaban los árboles de la importancia de ese bosque para los osos y como entre todos debían volver a reforestar.
Los pequeños árboles que plantaron tardaron años en crecer y los hijitos de Tomás y los demás ositos pudieron disfrutarlos jugando a su juego preferido. Jugando a las escondidas.

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