Vuestros cuentos
El gran viaje de Rok
Enviado por dach2901
El extraterrestre Rok estaba harto de vivir en Súlex, un planeta árido y silencioso perdido en el universo. Cada día era igual que el anterior y ya no lo soportaba más.
Entre que somos pocos y no hay nada interesante que hacer, me aburro más que una piedra pómez.
Acababa de cumplir trescientos años y, dado que su esperanza de vida era milenaria, todavía se veía a sí mismo como un tipo joven con muchas ganas de disfrutar y cumplir algunos deseos pendientes.
Creo que salir de la rutina y conocer sitios nuevos me vendrá muy bien. ¡Ha llegado el momento de concederme un capricho y lanzarme a la aventura!
¡Dicho y hecho! Para celebrar cifra tan redonda decidió tirar la casa por la ventana y regalarse un viaje espacial. Si algo le apetecía con locura era ver mundo, o mejor dicho, otros mundos.
En el planeta Súlex no había estaciones del año ni nada parecido, pero sus habitantes sabían que cuando la luz del amanecer era anaranjada se daban las condiciones perfectas para volar por el espacio. Por esa razón, Rok aguardó la llegada de una mañana color salmón para cargar a tope la batería de su nave último modelo y salir a investigar fuera de los límites conocidos.
Al fin voy a realizar el viaje sideral que tantas veces he soñado. ¡Qué emoción!
Los extraterrestres no necesitan traje de astronauta para volar y mucho menos un casco que aplaste sus delicadas antenitas verdes, así que Rok solo tuvo que ponerse unas gafas especiales para poder ver con claridad y pilotar seguro entre tanto polvo cósmico.
Ya estoy listo para partir. ¡Adiós, planeta Súlex!
Entró en su moderno platillo volante, cerró la escotilla, se sentó frente a la complicada pantalla de mandos, y apretó un botón cuadrado que le puso en órbita en un santiamén.
Tres… Dos… Uno… ¡Despegue!
¡Rok estaba entusiasmado! Recorrer la galaxia a velocidad supersónica no era cosa que uno pudiera hacer todos los días; pero además, tenía otra gran motivación: quería ser el primero de su especie en alcanzar el sistema solar.
Tras muchas horas surcando el espacio, negro como la boca de un lobo, lo consiguió.
¡Bravo, bravo! El camino ha sido largo, pero no hay nada imposible cuando uno pone ilusión en el objetivo. En fin, veamos qué hay por estos lugares tan alejados de mi civilización.
Rok fue pasando por delante de los planetas más importantes y vio que no llegaban a la decena. Tras un rato observándolos detenidamente, tuvo que admitir que se sentía decepcionado, pues excepto uno que tenía un enorme anillo alrededor, todos le parecieron más o menos iguales.
¡Vaya, no es lo que yo me esperaba! Veo un planeta rojo lleno de dunas, otro cubierto de cráteres, aquel pequeño donde debe hacer un frío terrible… ¡Aunque parezca mentira, ninguno es mejor que el mío!
Allí, en medio de la oscuridad solo salpicada por el fulgor de alguna estrellita lejana, empezó a plantearse dar media vuelta.
Nada por aquí, nada por allá… Si lo llego a saber no me muevo de casa. ¡Ni siquiera veo una estación de hidrógeno líquido donde repostar!
Rok se dio cuenta de que su andanza interestelar estaba a punto de finalizar.
De nada sirve engañarse, esto es lo que hay. Regresaré a casa antes de quedarme sin combustible.
Iba a girar los mandos cuando de repente, al fondo a la derecha, divisó una enorme esfera que destacaba entre las demás.
Pero… ¡¿qué es eso?!
Para asegurarse de que no se trataba de un efecto óptico, achinó sus grandes ojos saltones.
Yo diría que se trata de un planeta, pero un planeta muy raro porque tiene más colores que el resto de sus vecinos.
Estaba tan intrigado que pisó a tope el acelerador y se aproximó para verlo mejor. Como la mitad estaba a oscuras se situó frente a la zona iluminada por el sol, a una distancia adecuada para poder hacer una buena valoración.
¡Vaya, qué interesante! Distingo zonas montañosas casi desérticas, pero también grandes áreas verdes cubriendo la superficie. Y esas extensiones azules… ¿serán océanos?
Rok estaba absolutamente fascinado.
Aunque es arriesgado, si no bajo a explorar me arrepentiré toda la vida.
Eligió un punto al azar e inició la maniobra de descenso. En cuanto aterrizó apagó el motor, se quitó las gafas, abrió la escotilla, y antes de salir asomó la cabeza para comprobar si la zona era peligrosa.
Mis antenas no detectan ni señales extrañas ni la presencia de posibles enemigos. ¡Vamos allá!
Rok abandonó la nave de un salto y se quedó maravillado al comprobar que, bajo un cielo azul salpicado de nubes como jirones de algodón, se extendía una maravillosa y exótica playa tropical. Acababa de llegar al planeta Tierra.
¡Ay madre!… ¡Esto sí es un verdadero paraíso!
Durante unos minutos no pudo ni moverse, sobrecogido como estaba por tanta belleza. Cuando pudo reaccionar, dejó atrás la nave y comenzó a dar pasitos cortos en dirección al mar. ¡No te puedes imaginar el placer que le produjo caminar sobre la arena blanca templada por el sol y respirar aire fresco con aroma a sal!
¡Qué gozada! Es el lugar más hermoso que he visto en tres siglos de vida.
Estaba feliz y emocionado cuando, súbitamente, empezó a encontrarse fatal.
¡Uy, vaya, creo que me voy a desmayar! Imagino que es porque hace muchísimas horas que no como nada.
A diferencia de la Tierra, donde reina la naturaleza, en Súlex no existen los seres vivos, ni los animales ni las plantas, y por eso sus únicos habitantes, los extraterrestres, se alimentan a base de productos sintéticos que ellos mismos fabrican con restos de basura espacial. Para el hambriento Rok era urgente encontrar alguna pieza industrial que llevarse a la boca.
Algo tiene que haber que sirva para activar mis circuitos… ¡Con un par de tornillos o una trozo de papel de aluminio me conformo!
Se adentró en la zona de bosque y vio matorrales plagados de moras, arándanos y frambuesas, pero claro, eso no era comida para él. Tampoco pescar entraba dentro de sus opciones pues, al contrario que para los humanos, los peces podrían resultar dañinos para su organismo.
Necesito reponer fuerzas o mi sistema eléctrico interno se desconectará para siempre.
Volvió a la playa casi arrastrándose, y al pobre le entraron muchas ganas de llorar.
Debí traerme un saco de residuos para resistir al menos una semana. ¿Cómo he podido ser tan insensato? Si no encuentro algo antes de que anochezca, empezaré a echar humo por las orejas y me apagaré sin remedio.
De repente, una ola rompió contra la orilla y lanzó una vieja botella de plástico a sus pies.
¡¿Qué ven mis ojos?! Pero si es comida… ¡y de la buena!
Cogió el recipiente antes de que el mar lo devolviese a las profundidades y empezó a salivar.
¡Qué suerte la mía! ¡Menudo manjar!
Rok echó la cabeza hacia atrás, metió la botella en la boca, la trituró con sus potentes mandíbulas alienígenas, y la engulló.
¡Oh, sí, estaba deliciosa!
El extraterrestre notó cómo se reactivaba la corriente en el interior de sus cables conectores.
Gracias a este aperitivo me siento un poco mejor. Voy a ver si hay más.
Rok se adentró en el mar y vio que el fondo estaba plagado de botellas de detergente vacías, latas oxidadas, trozos de cristales, y muchos otros artículos contaminantes que seres humanos sin escrúpulos habían tirado al agua. Esos desperdicios, llegados de lugares supuestamente civilizados a través de las corrientes marinas, eran para Rok auténticos alimentos ‘gourmet’.
Estos plásticos, neumáticos y objetos de latón son dignos de un banquete de lujo. Decidido: ¡me quedo en este planeta para siempre!
Desde ese lejano día, el pequeño y curioso extraterrestre Rok habita entre nosotros, y aunque él no lo sabe porque nadie se lo ha contado, cada vez que come está haciendo un gran favor al medio ambiente. De hecho, hay quien sospecha que, gracias a esa ‘labor de mantenimiento’, el rinconcito en el que vive es uno de los más limpios y hermosos que existen en nuestro querido planeta Tierra.
¡Ah! ¿que quieres saber cuál es? Siento decirte que no lo sé, pero te sugiero que si alguna vez tienes la oportunidad de visitar una playa solitaria, de esas que parecen de película, te fijes bien en sus aguas cuando vayas a bañarte. Si son cristalinas y casi no tienen desperdicios, mira a tu alrededor por si ves algún alienígena verde durmiendo la siesta bajo el sol.
biografía SIMÓN BOLÍVAR
Enviado por dach2901
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco (Caracas, 24 de julio de 1783 22-Santa Marta, 17 de diciembre de 1830), más conocido como Simón Bolívar (Acerca de este sonido pronunciación (?·i)), fue un militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia. Fue una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana frente al Imperio español. Contribuyó a inspirar y concretar de manera decisiva la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá,3 Perú y Venezuela.
En 1813 le fue concedido el título honorífico de Libertador por el Cabildo de Mérida en Venezuela, que, tras serle ratificado en Caracas ese mismo año, quedó asociado a su nombre.4 Los problemas para llevar adelante sus planes fueron tan frecuentes que llegó a afirmar de sí mismo que era «el hombre de las dificultades» en una carta dirigida al general Francisco de Paula Santander en 1825.
Participó en la fundación de la Gran Colombia, nación que intentó consolidar como una gran confederación política y militar en América, de la cual fue presidente. Bolívar es considerado por sus acciones e ideas el Hombre de América y una figura de la historia universal, ya que dejó un legado político en varios países latinoamericanos, algunos de los cuales lo han convertido en objeto de veneración nacionalista. Ha recibido honores en varias partes del mundo a través de estatuas, monumentos, parques, plazas, etc. Sus ideas dieron origen a la corriente política denominada bolivarianismo.
El padre de Simón Bolívar, Juan Vicente Bolívar y Ponte-Andrade, y su madre, María de la Concepción Palacios y Blanco, pertenecían a la aristocracia caraqueña. Cuando se casaron en el año 1773 había una gran diferencia de edad entre ambos cónyuges, Juan Vicente tenía 47 años en ese momento y Concepción 15 años. Tuvieron cuatro hijos más, tres de ellos, mayores que Simón y una menor, cuyos nombres fueron María Antonia, Juana Nepomucena, Juan Vicente y María del Carmen (esta última murió a poco tiempo de nacer).
La familia Bolívar provenía de una población llamada La Puebla de Bolívar en Vizcaya (País Vasco, España), ubicada entonces en la merindad de Marquina. Además de esta ascendencia vasca, hay que destacar su origen gallego, ya que su tatarabuelo, Jacinto de Ponte y Andrade, era oriundo de Santiago de Compostela.6 A mayores, y ya desde los inicios de la colonia sus miembros realizaron acciones destacadas en Venezuela.
El primero de los Bolívar en arribar a Venezuela fue el vizcaíno Simón de Bolívar, el cual, junto con su hijo Simón de Bolívar y Castro (nacido en Santo Domingo, Higüey, actual República Dominicana, de quien Bolívar era chozno),7 llegó a Caracas treinta años después de la fundación de la ciudad, hacia 1589, y por tener el mismo nombre se les distinguió como Simón de Bolívar el Viejo y Simón de Bolívar el Mozo.
Bolívar el Viejo destacó como contador real, por privilegio especial del rey Felipe II, quien en el título de nombramiento le reiteraba su amplia confianza como velador de la Real Hacienda, cargo que ejercieron tanto él como posteriormente su hijo, en Margarita y Caracas.
Fue, además, procurador general de las ciudades de Caracas, Coro, Trujillo, Barquisimeto, Carora, El Tocuyo y Maracaibo ante la Corte española entre 1590 y 1593, para informar al rey Felipe sobre el estado de la provincia y pedirle ciertas mejoras, exenciones de impuestos y privilegios que facilitaran el desarrollo de la misma.
Entre sus logros para Caracas está el haber gestionado en el Consejo de Indias la concesión real del escudo que aún conserva, junto con el título de Muy noble y leal ciudad.
Con el tiempo los Bolívar se unieron en matrimonio con las familias de los primeros pobladores de Venezuela y alcanzaron rangos y distinciones tales como las de regidor, Alférez Real y gestionaron los títulos nobiliarios de marqués de Bolívar y vizconde de Cocorote, asociado con la cesión de las Minas de Cocorote y la facultad de administrar el señorío de Aroa, conocido por la riqueza de sus minas de cobre (estos títulos, sin embargo, no llegaron a concederse).
En cuanto a la familia Palacios, estos eran oriundos de la zona de Miranda de Ebro, actual provincia de Burgos, en España. El primero de los Palacios en llegar a Venezuela fue José Palacios de Aguirre y Ariztía-Sojo y Ortiz de Zárate, natural de Miranda de Ebro en 1647, que falleció en Caracas en 1703. El resto de los descendientes se unieron en matrimonio con otras familias aristocráticas y alcanzaron los puestos de alcalde, regidor, procurador, entre otros. Dos generaciones después de José Palacios nacería María de la Concepción Palacios de Aguirre y Ariztía-Sojo y Blanco, hija de Feliciano Palacios de Aguirre y Ariztía-Sojo y Gil de Arratia y de Francisca Blanco de Herrera, descendiente de algunas familias canarias establecidas en Venezuela.89 Ella fue la madre de Simón Bolívar.
En enero de 1786, cuando Simón contaba dos años de edad, su padre murió de tuberculosis, y así Concepción quedó como cabeza de familia, velando eficientemente por los intereses de la familia hasta su muerte.
Sin embargo, las responsabilidades hicieron que su salud, también enferma de tuberculosis, decayera rápidamente y, según la opinión de médicos historiadores, es posible que ya entonces Bolívar sufriera la primo-infección tuberculosa con un tipo de tuberculosis que pasa inadvertida mientras las defensas corporales son favorables. Una acotación muy importante es que el segundo nombre de Simón Bolívar (Santísima Trinidad) viene de la capilla en la que fue bautizado, que tiene ese mismo nombre, capilla que además era propiedad de su familia Bolívar y Palacios.
Concepción murió el 6 de julio de 1792, cuando Simón tenía nueve años, pero tomando la precaución de hacer un testamento en el que dispuso quién debería hacerse cargo de sus hijos.
Los hermanos Bolívar pasaron entonces a la custodia de su abuelo, Feliciano Palacios, que cuando asumió el papel de tutor se sentía tan enfermo que empezó a preparar también su testamento para designar un sustituto como tutor de sus nietos y decidió pedir opinión a estos para respetar su voluntad.
Simón fue confiado a Esteban Palacios y Blanco, uno de sus tíos maternos, pero como este se encontraba en España permaneció bajo la custodia de Carlos Palacios y Blanco, otro de sus tíos, que por lo visto era un hombre con el que no se llevaba bien y que era tosco, de carácter duro, mentalidad estrecha, que se ausentaba frecuentemente de Caracas para atender sus propiedades y que por lo tanto solía dejar a su sobrino atendido por la servidumbre y asistiendo por su cuenta a la Escuela Pública de Caracas.
Las referencias que dejó Bolívar en su correspondencia hacen suponer que su infancia fue dichosa, feliz, segura, rodeada de sólidos afectos y gratos recuerdos con parientes destacados e influyentes dentro de un ambiente aristocrático y en general, dentro de un ambiente que le brindó equilibrio emocional, cariño y afecto.
En este sentido existen algunas anécdotas que se popularizaron en Venezuela que presentaban a Bolívar como un niño turbulento debido a que los escritores románticos consideraron indispensable atribuirle una niñez indómita creyendo, según la moda de la época, que no podía salir un hombre excepcional de un niño normal pero se ha demostrado[cita requerida] que esas anécdotas fueron inventadas e introducidas en los relatos de historia por Arístides Rojas, considerado un excelente narrador pero que usó a menudo su imaginación a falta de documentos que demostraran la veracidad de sus relatos.
Educación
La trayectoria escolar de Bolívar no fue muy brillante como alumno de la Escuela Pública, institución administrada por el Cabildo de Caracas que funcionaba de forma deficiente debido a la carencia de recursos y organización.
En aquel entonces, Simón Rodríguez era maestro de Bolívar en esta escuela y Carlos, pensaba enviarle a vivir con él porque no podía atenderlo personalmente y las protestas de su sobrina María Antonia sobre la educación y atenciones que recibía su hermano eran frecuentes.
Ante la perspectiva de vivir con su maestro, Simón escapó de la casa de su tío el 23 de julio de 1795, para refugiarse en la de su hermana María Antonia, que ejerció su custodia temporal, hasta que se resolvió el litigio judicial en la Real Audiencia de Caracas que devolvió a Carlos la custodia de Simón.
Simón trató de resistirse pero fue sacado por la fuerza de casa de su hermana y llevado en volandas por un esclavo hasta la vivienda de su maestro.
Una vez allí, las condiciones en las que vivía con el maestro Rodríguez no eran las ideales, pues tenía que compartir el espacio con 20 personas en una casa no apta para ello, y por esto Simón escapó de allí un par de veces, en las que terminó volviendo por orden de los tribunales.
A pesar de las dificultades, la relación maestro-alumno fue fructífera y reveladora para ambos. El aprendizaje fue mutuo. Bolívar llamó a Rodríguez "El Sócrates de Caracas" y "filósofo cosmopolita". La profunda admiración que sintiera Bolívar por su maestro quedó documentada en una carta del 19 de enero de 1824, dónde ya con el título de Libertador, comienza diciendo: "Oh mi Maestro" y prosigue más adelante: "Sin duda es usted el hombre mas extraordinario del mundo"10. Temas de conversación entre Rodríguez y Bolívar no se conocen de primera mano ni documentalmente. Mas cuando Rodríguez tenía 33 años y Bolívar de 21, maestro el primero, díscípulo el segundo, aquel escribió "aseguro que fui discípulo, pues por adivinación él sabía más que yo por meditación y estudio"11.
Al poco tiempo, Rodríguez renunció a su cargo de maestro para irse a Europa y la Real Audiencia de Caracas determinó que Simón fuera trasladado a la Academia de Matemáticas, dirigida por el padre Andújar y que funcionaba en casa de su tío Carlos. La amistad entre los dos perduró por siempre.
Al parecer, en esta academia la formación de Bolívar mejoró notablemente en calidad y cantidad, y fue complementada con lecciones de Historia y Cosmografía impartidas por Andrés Bello hasta su ingreso en el Batallón de Milicias de blancos de los Valles de Aragua el 14 de enero de 1797.
Existe la falsa idea de que entre 1793 y 1795, estuvo inscrito en el Colegio Real de Sorèze en el Sur de Francia, en el departamento del Tarn.12
Matrimonio
Bolívar fue enviado a España a los 16 años para continuar sus estudios. En Madrid en 1800 conoció a la joven María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza,1314 En agosto de 1800 María Teresa aceptó el noviazgo con Simón Bolívar, y contrajeron matrimonio el 26 de mayo de 1802,15 en la desaparecida iglesia de San José que estuvo en la esquina de la calle Libertad con la calle de Gravina (y en ocasiones confundida con el templo del mismo nombre situado en la calle de Alcalá donde fue transferida la Parroquia de San José en 1838);16 Bolívar tenía 19 años y María Teresa 21. Al cabo de unos 20 días se trasladaron a La Coruña.
Bolívar se casa con María Teresa del Toro en 1802.
El 15 de junio de 1802 partieron los recién casados hacia Caracas, desembarcando el 12 de julio en La Guaira. Después de una corta estadía en Caracas, en la Casa del Vínculo y del Retorno, ubicada en una esquina que daba a la Plaza Mayor de Caracas, hoy Plaza Bolívar, se trasladaron a la "Casa Grande" del ingenio Bolívar en San Mateo. María Teresa enfermó poco después de «fiebres malignas» —hoy día identificadas indistintamente como fiebre amarilla o paludismo— por lo que el matrimonio regresó a su Casa del Vínculo, en Caracas, donde ella murió el 22 de enero de 1803.
El joven Bolívar se dedicó a viajar, transido de dolor, para mitigar la pena que le causó el fallecimiento de su esposa. Fue en este estado de ánimo cuando juró no volver a casarse jamás.
Segundo viaje a Europa
En el mismo año de la muerte de su esposa viajó a París. Allí reencuentra a su antiguo maestro Simón Rodríguez. Este último logra encauzar la desesperación sentida por Bolívar tras la muerte de María Teresa hacia la política y la causa de la libertad de su patria. No en balde Bolívar siempre verá a la muerte de su esposa como el momento decisivo de su vida que lo transmutará en un hombre público llamado a un destino mayor. Simón Rodríguez también lo orienta hacia la lectura de los clásicos y a ilustrarse en diversos campos del saber universal. Viajó luego por Italia en compañía de Rodríguez y del primo hermano de su fallecida esposa Fernando Rodríguez del Toro y el 15 de agosto de 1805 en el Monte Sacro de Roma se comprometió solemnemente ante estos a libertar a su patria. Regresó a Venezuela en 1806 y a la vez que administraba los negocios familiares unió sus esfuerzos a la causa revolucionaria.17
A lo largo de 1808, las presiones de Napoleón desencadenaron una serie de acontecimientos que empeoraron aún más la ya comprometida situación española, el rey Carlos IV de España abdicó el trono a favor de su hijo Fernando el 19 de marzo de 1808 después de los sucesos del motín de Aranjuez, y más tarde, el 5 de mayo de 1808 se terminó de consumar el desastre para España cuando Carlos IV y su hijo fueron obligados a ceder el trono a Napoleón Bonaparte en Bayona para designar a su hermano, José, como nuevo rey de España. Esto provocó una gran reacción popular en España que desencadenó lo que hoy se conoce como la guerra de la Independencia española y tanto en América como en España, se formaron juntas regionales que fomentaron la lucha contra los invasores franceses para restablecer en el trono al monarca legítimo.
Sin embargo, en las juntas americanas solo se hablaba con entusiasmo de la Junta popular de Cádiz y muchas de ellas eran vistas con recelo por las autoridades españolas, que las suponían sospechosas de ser favorables a los franceses y que no se habían olvidado de acciones como la de Antonio Nariño en Bogotá, que había publicado una obra sobre Los Derechos del hombre, el movimiento de Juan Picornell, la Conspiración de Manuel Gual y José María España, o de las fracasadas expediciones militares de Francisco de Miranda en Venezuela.
Pero también consideraban que estas juntas tenían derecho de imitar a sus análogas de la Península ya que los dominios españoles eran considerados una parte esencial e integrante de España cuyos territorios no eran considerados como simples colonias propiamente.
Con el tiempo se fueron formando dos bandos bien diferenciados como resultado de los debates políticos y la inestabilidad internacional: el de los realistas, que querían continuar bajo la dependencia directa del monarca español, liderado por Juan de Casas; y el de los patriotas, partidarios de constituir una Junta de gobierno con una autonomía plena similar a la de las Juntas provinciales en España, pero sin mantener más lazos con la metrópoli diferentes a un reconocimiento formal de Fernando VII como soberano, queriendo imitar así el ejemplo del Brasil regido desde Braganza, con autonomía de Portugal.
Así a mediados del año 1807, cuando Bolívar volvió a Caracas se encontró con una ciudad inmersa en un ambiente de gran agitación social y política que era gobernada por personajes interinos bajo la supervisión de un regio Regente visitador visto con malos ojos por la colectividad caraqueña, llamado Joaquín de Mosquera y Figueroa.
Este era un ambiente poco propicio para enfrentar situaciones de crisis y fue una circunstancia que ayudó a precipitar los acontecimientos a favor de la Independencia.
Bolívar había vuelto a Caracas absolutamente convencido de la imperiosa necesidad de independencia para América y trató de convencer a sus parientes y amigos de que esta era la mejor opción pero, salvo la excepción de su hermano Juan Vicente, no pudo hacerlo fácilmente debido a que las noticias de Europa llegaban muy tarde y con pocos detalles, por lo que el público se enteraba de las acontecimientos solo de una forma general e inexacta y esto limitaba su capacidad para evaluar la situación.
Pero las cosas cambiaron repentinamente en pocos días, tras una serie de acontecimientos que causaron una conmoción general en Caracas. A principios de julio de 1808, el Gobernador encargado de Caracas, Juan de Casas, recibió dos ejemplares del diario londinense The Times que el Gobernador de Trinidad remitió antes al de Cumaná y que relataban la noticia de la abdicación del trono de España en favor de Napoleón.
Las autoridades trataron de mantener la noticia en secreto para evitar la alarma social pero la llegada del bergantín francés Le Serpent al puerto de La Guaira el 15 de julio de 1808 con varios comisionados enviados por Napoleón para confirmar la noticia hicieron fracasar el plan.
Un oficial francés se presentó ante el Gobernador Casas con documentación oficial confirmando las malas noticias de The Times, y mientras en la Gobernación deliberaban sobre la situación, la población empezó a alarmarse por la aparatosa llegada de los franceses, divulgando profusamente la noticia de la desaparición de la monarquía tradicional en periódicos y otras publicaciones.
La reacción popular fue de malestar e indignación y la situación empeoró cuando un capitán de fragata inglés llamado Beaver desembarcó poco después del Alcasta en La Guaira, tras perseguir al Le Serpent sin poder apresarlo, para informar al Gobernador Casas y a la población que la lucha en España para rechazar a los franceses continuaba y que Napoleón no tenía la situación dominada.
Entonces surgió un proceso político extraño entre el Gobernador, La Audiencia y el Cabildo que terminó de socavar el orden colonial vigente y esto hizo que la conmoción en la sociedad caraqueña se orientara en dos direcciones, una representada por Bolívar que quería proclamar la Independencia; y otra representada por otros criollos que querían mantener la fidelidad a Fernando VII.
Así, el 11 de enero de 1809 llegaron a Caracas unos despachos oficiales que anunciaban la creación de la Junta Central de España e Indias que terminó instalándose en Sevilla en abril de 1809 y poco después, el 14 de enero de 1809 llegó a Venezuela el mariscal de campo Vicente Emparan en calidad de capitán general de Venezuela y gobernador de Caracas.
Su llegada dio una nueva perspectiva a la situación política ya que empezaron a circular rumores que lo relacionaban como partidario de los franceses, por lo que fue acusado de querer confundir a la población.
En el panorama de incertidumbre reinante, el 19 de abril de 1810, los miembros del Cabildo de Caracas decidieron constituir una Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII en un acto que termina con la firma del Acta de Independencia y constitución de la Primera República el 5 de julio de 1811. Con la revuelta del 19 de abril de 1810 se obligó al entonces capitán general de Venezuela, Vicente Emparan, a ceder sus poderes a esta Junta y trajo como resultado la expulsión de los funcionarios españoles de sus puestos para embarcarlos rumbo a España.
Poco después, tras enterarse de los hechos, la Regencia dispuso el bloqueo de las costas de Venezuela pero ya era tarde, desde entonces el proceso independentista sería imparable, y el ejemplo de Caracas fue seguido por el resto de las juntas americanas.
El rey prudente
Enviado por dach2901
Había una vez un rey que vivía en un lejano país asiático. Era un hombre muy querido por todos. No era ambicioso y estaba convencido de que las guerras no servían para nada. Su lema era que su pueblo fuera feliz, tuviera trabajo y viviera en paz. Todos le consideraban un monarca justo y trabajador. Vivía con a su familia en un palacio bastante sencillo y sin grandes lujos, pues no quería suscitar envidias entre sus súbditos.
Cierto día, el mayordomo entró en sus aposentos para comunicarle que la mesa estaba servida, así que bajó hasta el comedor dispuesto a devorar un delicioso plato de arroz con brotes de soja ¡Qué bien preparaban la comida en las cocinas de palacio! Se sentó en su silla de siempre y, cuando se disponía a coger los palillos para comer, se quedó observándolos y llamó a su consejero.
– Dígame, señor… ¿En qué puedo ayudarle?
– Llevo años utilizando estos palillos. La madera ya está muy desgastada y necesito que me traigáis otros. Quiero que habléis con el orfebre y le encarguéis unos palillos de marfil y esmeraldas para mí.
El consejero, un anciano bajito y huesudo, clavó su mirada profunda en el rey, quien al momento comprendió que tenía algo muy importante que decirle.
– Majestad… Le comunico que dejo mi cargo de consejero. Si es posible, busque a alguien que me sustituya antes del anochecer.
El rey se quedó de piedra ¿Por qué le decía eso? ¿Sólo porque le había pedido unos nuevos palillos? No entendía nada.
– ¿Qué te sucede? ¿Por qué ya no quieres seguir trabajando para mí? – preguntó el rey extrañadísimo.
– Verá, majestad… No puedo atender a vuestra petición.
El rey no salía de su asombro y el fiel consejero continuó su explicación.
– Usted me pide que cambie sus modestos palillos de madera por otros de marfil y esmeraldas. Estoy seguro de que una vez que los tengáis, querréis que el orfebre os haga una vajilla de oro. Cuando os veáis rodeado de semejante lujo, diréis que vuestras ropas no son las adecuadas para sentarse a una mesa tan elegante y encargaréis a vuestro sastre que os haga capas de seda y zapatos de terciopelo.
El consejero paró para tomar aliento. Su voz llenaba el salón y el silencio entre los asistentes era absoluto. Sólo se rompió cuando el rey le pidió que continuara hablando.
– Siga, por favor…
– Señor, uno no debe dejarse llevar por la ambición. Cuanta más riqueza tenga, más querrá. Llegará un momento en que sus caprichos no tendrán límite. Otros reyes, en el pasado, pecaron de avaricia: siempre querían más y más y acabaron convirtiéndose en tiranos con su pueblo. Yo no quiero que esto le suceda a vos, pues le aprecio como rey y como amigo. Y si es así, yo no quiero estar aquí para verlo.
El rey comenzó a llorar emocionado. Las lágrimas resbalaban lentamente por sus redondas mejillas. Los consejos que acababa de escuchar le habían llegado al corazón.
– Tienes toda la razón – dijo con voz serena – No necesito nada. Gracias por ser tan sincero conmigo.
El rey cogió los viejos palillos de madera y con una sonrisa dibujada en su cara, comenzó a degustar la comida, que ese día le supo más rica que nunca.
La historia corrió de boca en boca por todo el reino y desde ese día, sus súbditos le bautizaron como “El Rey Prudente”.
El tigre que balaba
Enviado por dach2901
Hace muchos años, una tigresa estaba a punto de dar a luz. Una tarde de mucho calor sintió que le flaqueaban las piernas y notó que el momento había llegado; se tumbó sobre la hierba, se puso lo más cómoda que pudo y dejó que su pequeña cría naciera.
¡Era un bebé tigre precioso! Comenzó a lamerlo con mucho cariño para asearlo cuando, súbitamente, oyó que se acercaban unos cazadores. Sujetó fuertemente a su cachorrito con las mandíbulas y echó a correr, pero el ruido de un disparo infernal la asustó y sin querer lo soltó en plena escapada.
El pequeño tigre huyó despavorido en dirección contraria y se perdió. Cuando se vio fuera de peligro, caminó y caminó sin saber muy bien qué hacer ¡Acababa de nacer y no sabía nada de la vida!…
A lo lejos vio un rebaño de animales lanudos y tímidamente se acercó. Él no lo sabía, pero eran ovejitas. Todas se sorprendieron al ver un pequeño tigre por allí, pero viendo que era muy chiquitín y estaba completamente indefenso, lo acogieron con amor y decidieron cuidarlo como si fuera uno más del grupo.
Así fue cómo el pequeño tigre creció en un verde prado rodeado de ovejas y corderos. Durante muchos meses se alimentó de hierba, pasó las horas dormitando bajo el sol e incluso aprendió a balar ¡Como se había criado entre ovejas él se sentía una oveja también! En pocos meses creció muchísimo, pero siguió siendo manso y dócil como los miembros de su improvisada familia.
Un día apareció por la zona un enorme tigre dispuesto a atacar el rebaño. El peligroso animal avanzaba escondido entre los matorrales para no ser descubierto y con los colmillos preparados comerse a una de las ovejitas. Cuando estaba a punto de lanzarse por sorpresa sobre la víctima elegida, se topó con que, junto a ella, había un tigre con cara de bueno que balaba sin parar.
Ver semejante imagen le congeló la sangre.
– ¿Un tigre que se comporta como una oveja? ¡Esto es imposible! ¡Debo estar soñando!
Se frotó los ojos para despertar pero no, no estaba ni dormido ni alucinando. El tigre seguía allí venga a decir “¡Beee, beee!”. Tal era su curiosidad que se olvidó del hambre que tenía y decidió acercarse a ver esa rareza de la naturaleza. Dio unos pasos hacia el tigre balador al tiempo que las ovejas se dispersaban para no correr peligro. En medio del pasto, solo se quedaron ellos dos, frente a frente.
El tigre intruso, muy desconcertado, aprovechó para preguntarle:
– ¡Hola, amigo! ¿Qué haces aquí, pastando y balando como una oveja?
La contestación que recibió fue:
– ¡Beee, beee!
El fiero tigre no se podía creer lo que estaba viendo y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no soltar una carcajada.
– ¡Pero si tú eres un tigre! ¡Un tigre, no una oveja!
El asustadizo animal, le respondió:
– ¡Beee, beee!
El gran tigre se dio cuenta de que el pobre no era consciente de quién era en realidad.
– ¿Con que esas tenemos? ¡Levántate y ven conmigo!
Muerto de miedo, el joven tigre se levantó y le siguió hasta un estanque.
– ¡Baja la cabeza y mírate en el agua! ¿Lo ves? ¿Ves tu reflejo? ¡Tú eres como yo, un tigre grande y fiero, y los tigres grandes y fieros no balan ni comen hierba!
El ingenuo tigre observó su aspecto de arriba abajo y se dio cuenta de que era muy diferente a su familia adoptiva. Por primera vez en su vida se sintió tigre y no borrego.
– Anda, vente conmigo. Veo que las ovejas te han criado con ternura y prometo que no les haré daño, pero tu sitio no está aquí, sino con nosotros.
El joven tigre se despidió de sus compañeras y les dio las gracias por haber sido tan buenas con él. Después, siguió al gran tigre hasta su nuevo hogar.
La manada le recibió con los brazos abiertos pero quién más se emocionó con su llegada fue una hermosa tigresa que lo reconoció nada más verlo porque era su mamá ¡La alegría que sintieron al reencontrarse fue indescriptible!
Su madre y sus nuevos amigos se ocuparon de enseñarle a rugir y comer carne como corresponde a los tigres adultos. Con el tiempo aprendió a ser él mismo, y aunque con las ovejas había sido muy dichoso, reconoció que este era su ambiente, el lugar que le correspondía de verdad.
Por fin, en su vida, todo encajaba a la perfección.
Los deseos ridículos
Enviado por dach2901
Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…
Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba.
– No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo!
En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar:
– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!
Júpiter le tranquilizó.
– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena.
– No comprendo lo que quiere decir, señor…
– ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás.
En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer.
Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.
– ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?
– ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso!
– ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!…
¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto.
– Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos.
– Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece?
– ¡Buena idea!
El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó:
– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!
El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices.
Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle.
– ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada.
– Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez.
Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar.
– ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!…
El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer:
– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!
La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante.
¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida.
Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras.
– ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar.
Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar.
La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó:
– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!
Un segundo después, la descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre.
La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos
La garza y la zorra
Enviado por dach2901
En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas. Se llevaban tan bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer.
– ¿Te gustaría almorzar conmigo mañana? Prepararé algo rico para ti.
– ¡Claro que sí! Lo pasaremos bien.
Al día siguiente, la garza llegó puntual a casa de su anfitriona. Su buena amiga había preparado mazamorra, un postre típico de Argentina, elaborado con maíz, azúcar, leche y canela. La zorra se acercó a la cocina, cogió la olla y vertió el contenido sobre una piedra grande y lisa. La mazamorra, que era muy líquida, se desparramó.
– Sírvete lo que quieras, amiga ¡Espero que te guste!
– Muchas gracias ¡Tiene un aspecto delicioso y huele fenomenal!
Pero la pobre garza comenzó a picar y apenas podía coger algún granito de maíz. Mientras la zorra lamía la piedra con la lengua, a ella le resultaba imposible probar la leche azucarada con el largo y afilado pico. Al final, resultó que la zorra comió hasta hartarse y ella se quedó muerta de hambre.
El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda. Una vez terminada la comida, se despidió sin perder en ningún momento la educación ni la compostura.
– Muchas gracias, querida, por tu invitación. Quiero corresponderte como es debido. Ven mañana a mi casa y esta vez seré yo quien prepare algo rico para las dos.
– ¡Oh, sí, cuenta con ello!
– ¿Qué te parece a la una?
– Estupendo, allí estaré ¡Hasta mañana!
La garza esperó a que la zorra se presentara en su hogar a la hora convenida. La zorra llegó hambrienta y deseando probar el rico plato que su amiga había preparado especialmente para ella, ya que por lo visto, tenía fama de ser muy buena cocinera.
– Tengo para ti una miel deliciosa, porque sé de buena tinta que a los zorros os gusta mucho.
– ¡Uy, qué bien, me encanta!
Se sentó a la mesa y la garza apareció con una miel espesa y dorada como ninguna ¡Qué buena pinta tenía!
– Sírvete toda la que quieras, amiga.
Pero había un problema… La garza la había metido en una botella de cuello muy largo y la zorra no podía introducir la pata en ella para comer. En cambio, la garza metió su fino pico y saboreó con placer el delicioso oro líquido que contenía.
La zorra nada pudo hacer pues se había convertido, como suele decirse, en el burlador burlado. Se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la humillación de que otro animal, lo fuera más que élla. Avergonzada, regresó a su casa con la tripa vacía.
El padre y las dos hijas
Enviado por dach2901
Había una vez un hombre que tenía dos hijas. Meses atrás, las dos jovencitas se habían ido del hogar familiar para iniciar una nueva vida.
La mayor, contrajo matrimonio con un joven hortelano. Juntos trabajaban día y noche en su huerto, donde cultivaban todo tipo de frutas y verduras que, cada mañana, vendían en el mercado del pueblo. La más pequeña, en cambio, se casó con un hombre que tenía un negocio bien distinto, pues era fabricante de ladrillos.
Una tarde, el padre se animó a dar un largo paseo y de paso, visitar a sus queridas hijas para saber de ellas. Primero, acudió a casa de la que vivía en el campo.
– ¡Hola, mi niña! Vengo a ver qué tal te van las cosas.
– Muy bien, papá. Estoy muy enamorada de mi esposo y soy muy feliz con mi nueva vida.
– ¡Me alegro mucho por ti, hija mía!
– Sólo tengo un deseo que me inquieta: que todos los días llueva para que las plantas y los árboles crezcan con abundante agua y jamás nos falte fruta y verdura para vender.
El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo y, sin prisa, se dirigió a casa de su otra hija.
– ¡Hola, querida! Pasaba por aquí para saber cómo te va todo.
– Estoy muy bien, papá. Mi marido me trata como a una princesa y la vida nos sonríe.
– ¡Cuánto me alegra saberlo, hija!
– Bueno, aunque tengo un deseo especial: que siempre haga calor y que no llueva nunca; es la única manera de que los ladrillos se sequen bajo el sol y no se deshagan con el agua ¡Si hay tormentas será un desastre!
El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña, pero en seguida cayó en la cuenta de que, si se cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y al revés sucedería lo mismo.
Caminó despacio y, mirando al cielo, exclamó desconcertado:
– Si una quiere que llueva y la otra no, como padre ¿qué debo desear yo?
La pregunta que se hizo no tenía respuesta. Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra.
Aquel viejo, viejo vino
Enviado por dach2901
Cuenta una historia muy antigua que hace muchos años vivía un hombre muy rico y poderoso que tenía una vida llena de privilegios; residía en una casa enorme rodeada de hermosos jardines, vestía las más elegantes ropas y degustaba manjares que no estaban al alcance de casi nadie.
Cuando se paraba a pensar en todo lo que poseía, se sentía pletórico de felicidad.
– “¡No puedo ser más afortunado! Tengo todo lo que un hombre de cincuenta años puede desear: una hogar lujoso, criados que me sirven y oro a raudales para permitirme el capricho que me dé la gana ¡La verdad es que soy un tipo con suerte!”.
Sí, lo tenía absolutamente todo, pero de lo que más orgulloso se sentía era de la vieja bodega que había construido en el sótano de su mansión. Allí, rodeadas de oscuridad, reposaban decenas de botellas de vino que para él eran un auténtico tesoro.
Entre todas había una muy especial, la que consideraba la joya de la corona por ser la más antigua y valiosa. No permitía que nadie se acercara a ella y de vez en cuando bajaba a comprobar que seguía en su sitio.
Se la quedaba mirando, la acariciaba con suavidad y siempre pensaba lo mismo:
– “Esta botella contiene el mejor vino del planeta y sólo la descorcharé cuando venga a visitarme alguien realmente importante ¡Me niego a desperdiciar este exquisito caldo con gente que no lo merece y mucho menos con personas incapaces apreciarlo!”.
Resultó que un día pasó por su casa un hombre de negocios que gozaba de muy buena reputación en la ciudad. Mientras charlaba con él en el salón, pensó en bajar a la bodega y compartir con él su más preciada botella.
La idea revoloteó por su cabeza unos segundos, pero rápidamente cambió de opinión y se dijo a sí mismo:
– “¡No, no, será mejor que no! Este caballero no es lo suficientemente importante como para invitarle a beber mi fabuloso vino de reserva… ¡Le daré agua fresca y santas pascuas!”.
Un par de meses después recibió por sorpresa la visita del presidente del gobierno de su país, y por supuesto, le invitó a comer.
Cuando los criados sirvieron el suculento asado, al hombre le asaltó el mismo pensamiento que tiempo atrás.
– “¡Qué honor tener al presidente en mi casa! Tal vez debería abrir mi maravillosa botella de vino para acompañar la carne… ¡Bueno, no, la dejaré para otra ocasión! Su ropa es bastante fea y anticuada, así que me temo que un hombre con tan poco gusto no va a disfrutar de un vino sólo apto para paladares refinados”.
Y así fue cómo, una vez más, dejó pasar la oportunidad de degustar su excelente vino en buena compañía.
Llegó el otoño y una tarde ventosa recibió una carta de palacio que anunciaba que, en unas horas, recibiría la visita del príncipe del reino. Como es lógico la idea le entusiasmó y se puso bastante nervioso. Todo tenía que estar perfecto cuando llegara el hombre más ilustre que podía pisar su hogar ¡Nada más y nada menos que el príncipe!
Llamó a los criados a golpe de campana y cuando los tuvo frente a él, les indicó:
– El príncipe almorzará aquí mañana ¡Se presentará a las doce, y tanto la casa como los jardines tienen que estar limpios y esplendorosos! Por descontado, no quiero que falte ningún detalle en la mesa ¡Pongan el mantel de encaje, los platos de porcelana y las copas de cristal reservadas para los banquetes!
El hombre sentía que el corazón le latía a mil por hora.
– ¡Y por favor, esmérense con la comida! Tenemos que ofrecerle el mejor pescado fresco que encuentren y los postres más deliciosos que sean capaces de preparar ¿Queda claro?
Los sirvientes asintieron con la cabeza y se fueron a toda prisa a organizarlo todo pues no había tiempo que perder. Él, mientras tanto, se quedó mordisqueándose las uñas y reflexionando sobre su cotizada botella.
– “¿Será mañana el día más apropiado para servir ese vino?… ¡Se trata del príncipe!… ¿Qué hago, le invito o no le invito?”.
La duda que le corroía se esfumó rápidamente:
– “¡Bah, no, me niego! Al fin y al cabo no es un rey ni un emperador, sino un joven príncipe que se lo va a beber a grandes tragos como si fuera un vino barato”.
Y así fue que los años fueron pasando y pasando hasta que el hombre se convirtió en un anciano que de viejo se murió. Tanto había esperado la ocasión perfecta para abrir su queridísima botella, que abandonó este mundo sin probarla.
La noticia de su fallecimiento corrió como la pólvora. Como había sido un hombre rico e influyente en vida, todos sus vecinos y empleados acudieron a su casa para darle el último adiós.
¡En el comedor no cabía un alma! Se reunieron decenas de personas y los criados se vieron obligados a bajar a la bodega a por botellas de vino para servir unas copas. Se las llevaron todas, incluida la botella de vino añejo que tan celosamente había guardado su señor durante más de cuarenta años.
¡Una verdadera lástima!…Quienes lo bebieron no se dieron ni cuenta de que estaban tomando un carísimo vino único en el mundo; para ellos, el vino era simplemente, vino.
El caminante inteligente
Enviado por dach2901
Tras varias horas caminando bajo el sol un hombre pasó por una pequeña granja, la única que había en muchos kilómetros a la redonda. El olorcillo a cocido llegó hasta su nariz y se dio cuenta de que tenía un hambre de lobo. Llamó a la puerta y el dueño de la casa, bastante antipático, le abrió.
– Buenas tardes, señor.
– ¿Quién es usted y qué busca por estos lugares?
– No se asuste, soy un simple viajero que va de paso. Me preguntaba si podría invitarme a un plato de comida. Estoy muerto de hambre y no hay por aquí ninguna posada donde tomar algo caliente.
El granjero no se compadeció y para quitárselo de encima le dijo en un tono muy despectivo:
– ¡Pues no, no puedo! Son las cinco y mi esposa y yo ya hemos comido ¡En esta casa somos muy puntuales y estrictos con los horarios, así que no voy a hacer ninguna excepción! ¡Váyase por donde vino!
El hombre se quedó chafado, pero en vez de venirse abajo, reaccionó con astucia; justo cuando el granjero iba a darle con la puerta en las narices, sacó un billete de cinco pesos del bolsillo de su pantalón y se lo dio a un niño que jugaba en la entrada.
– ¡Toma, guapo, para que juegues! ¡Si quieres otro dímelo, que tengo muchos de estos!
El granjero vio de reojo cómo el desconocido le regalaba un billete de los gordos a su hijo y pensó:
– “Este tipo debe ser rico y eso cambia las cosas… ¡Le invitaré a entrar!”
Abrió la puerta de nuevo y con una gran sonrisa en la cara, le dijo muy educadamente:
– ¡Está bien, pase! Mi mujer le preparará algo bueno que llevarse a la boca.
– ¡Oh, es usted muy amable, gracias!
Aguantando la risa, el viajero pasó al comedor y se sentó a la mesa ¡Había echado el anzuelo y el pez había picado!
Mientras, el granjero, un poco nervioso, entró en la cocina para hablar con su mujer. En voz baja, le dijo:
– Creo que este desconocido está forrado de dinero porque le ha regalado a nuestro hijo un billete de cinco pesos ¡y le escuché decir que tiene muchos más!
– ¿En serio?… Pues entonces no podemos dejarle escapar ¡Tenemos que aprovecharnos de él como sea!
– ¡Sí! Vamos a intentar que esté lo más contento posible y ya se me ocurrirá algo.
El granjero y su mujer adornaron la mesa con flores y sirvieron la comida en platos de porcelana fina que se sintiera como un rey, pero el viajero sabía que tanta atención no era ni por caridad ni por amabilidad, sino que lo hacían por puro interés, porque pensaban que era rico y querían quedarse con parte de su dinero ¡El plan había surtido efecto porque era lo que él quería que pensaran!
– Señora, este es el mejor arroz con pollo que he comido en toda mi vida ¡Tiene usted manos de oro para la cocina!
– ¡Muchas gracias, me alegro mucho de que le guste! ¿Le apetece un café con bizcocho de manteca?
– Si no es molestia, acepto encantado su invitación.
– ¡Claro que no, ahora mismo se lo traigo!
El postre estaba para chuparse los dedos y el humeante café fue el colofón perfecto a una comida espectacular.
– Muchas gracias, señores, todo estaba realmente delicioso. Y ahora si me disculpan, necesito ir al servicio… ¿Podrían indicarme dónde está?
– ¡Claro, faltaría más! El retrete está junto al granero; salga que en seguida lo verá.
– Muchas gracias, caballero, ahora mismo vuelvo.
El astuto viajero salió de la casa con la intención de no volver. Afuera, junto a las escaleras de la entrada, seguía jugando el niño; parecía muy entretenido haciendo un avión de papel con el billete que un par de horas antes le había regalado. Se acercó a él y de un tirón, se lo quitó.
– ¡Dame ese billete, chaval, que ya has jugado bastante!
Lo guardó en el bolsillo, rodeó la casa y echó a correr.
– ¡Tengo que largarme antes de que los muy tontos se den cuenta de que les he engañado!
Y así, con el buche lleno y partiéndose de risa, el viajero se fue para siempre, contento porque había conseguido burlar a quienes habían querido aprovecharse de él.
El asno y el caballo
Enviado por dach2901
Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia, y como buenos amigos que eran, utilizaban el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la ciudad.
La rutina era la misma todas las mañanas: el hombre colocaba un enorme y pesado saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo y se ponían en marcha. Para los animales el trayecto era aburrido y bastante duro, pero como su sustento dependía de cumplir órdenes sin rechistar, ni se les pasaba por la mente quejarse de su suerte.
—————–
Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de partir.
– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!
Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos, como siempre perfectamente sincronizados. Mientras caminaban, por primera vez desde que tenía uso de razón, el asno se lamentó:
– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta mucho respirar!
El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una sensación de libertad tan grande, que ni se paró a pensar en el sufrimiento de su colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.
– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!
Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.
– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.
El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.
– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!
El asno, ya medio mareado, pensó que estaba en medio de una pesadilla.
– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’
El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos almendrados empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.
– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me voy a desmayar!
El caballo resopló con fastidio.
– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!
Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de gelatina.
– ¡Ayuda… ayuda… por favor!
Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.
¡Blooom!
El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua fuera.
– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero ¿cómo puedo hacerlo?
Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.
– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!
El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.
– ¡Ya puedes ponerte en pie!
El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.
– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo solo podemos hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena ración de forraje!
El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada sirvió. Le gustara o no, debía realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la espalda.
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Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil, que tardó tres semanas en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y repetía sin parar:
– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo… ¿Cómo he podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle ayudado desde el principio!
Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.
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