Vuestros cuentos
El tigre que balaba
Enviado por dach2901
Hace muchos años, una tigresa estaba a punto de dar a luz. Una tarde de mucho calor sintió que le flaqueaban las piernas y notó que el momento había llegado; se tumbó sobre la hierba, se puso lo más cómoda que pudo y dejó que su pequeña cría naciera.
¡Era un bebé tigre precioso! Comenzó a lamerlo con mucho cariño para asearlo cuando, súbitamente, oyó que se acercaban unos cazadores. Sujetó fuertemente a su cachorrito con las mandíbulas y echó a correr, pero el ruido de un disparo infernal la asustó y sin querer lo soltó en plena escapada.
El pequeño tigre huyó despavorido en dirección contraria y se perdió. Cuando se vio fuera de peligro, caminó y caminó sin saber muy bien qué hacer ¡Acababa de nacer y no sabía nada de la vida!…
A lo lejos vio un rebaño de animales lanudos y tímidamente se acercó. Él no lo sabía, pero eran ovejitas. Todas se sorprendieron al ver un pequeño tigre por allí, pero viendo que era muy chiquitín y estaba completamente indefenso, lo acogieron con amor y decidieron cuidarlo como si fuera uno más del grupo.
Así fue cómo el pequeño tigre creció en un verde prado rodeado de ovejas y corderos. Durante muchos meses se alimentó de hierba, pasó las horas dormitando bajo el sol e incluso aprendió a balar ¡Como se había criado entre ovejas él se sentía una oveja también! En pocos meses creció muchísimo, pero siguió siendo manso y dócil como los miembros de su improvisada familia.
Un día apareció por la zona un enorme tigre dispuesto a atacar el rebaño. El peligroso animal avanzaba escondido entre los matorrales para no ser descubierto y con los colmillos preparados comerse a una de las ovejitas. Cuando estaba a punto de lanzarse por sorpresa sobre la víctima elegida, se topó con que, junto a ella, había un tigre con cara de bueno que balaba sin parar.
Ver semejante imagen le congeló la sangre.
– ¿Un tigre que se comporta como una oveja? ¡Esto es imposible! ¡Debo estar soñando!
Se frotó los ojos para despertar pero no, no estaba ni dormido ni alucinando. El tigre seguía allí venga a decir “¡Beee, beee!”. Tal era su curiosidad que se olvidó del hambre que tenía y decidió acercarse a ver esa rareza de la naturaleza. Dio unos pasos hacia el tigre balador al tiempo que las ovejas se dispersaban para no correr peligro. En medio del pasto, solo se quedaron ellos dos, frente a frente.
El tigre intruso, muy desconcertado, aprovechó para preguntarle:
– ¡Hola, amigo! ¿Qué haces aquí, pastando y balando como una oveja?
La contestación que recibió fue:
– ¡Beee, beee!
El fiero tigre no se podía creer lo que estaba viendo y tuvo que hacer grandes esfuerzos para no soltar una carcajada.
– ¡Pero si tú eres un tigre! ¡Un tigre, no una oveja!
El asustadizo animal, le respondió:
– ¡Beee, beee!
El gran tigre se dio cuenta de que el pobre no era consciente de quién era en realidad.
– ¿Con que esas tenemos? ¡Levántate y ven conmigo!
Muerto de miedo, el joven tigre se levantó y le siguió hasta un estanque.
– ¡Baja la cabeza y mírate en el agua! ¿Lo ves? ¿Ves tu reflejo? ¡Tú eres como yo, un tigre grande y fiero, y los tigres grandes y fieros no balan ni comen hierba!
El ingenuo tigre observó su aspecto de arriba abajo y se dio cuenta de que era muy diferente a su familia adoptiva. Por primera vez en su vida se sintió tigre y no borrego.
– Anda, vente conmigo. Veo que las ovejas te han criado con ternura y prometo que no les haré daño, pero tu sitio no está aquí, sino con nosotros.
El joven tigre se despidió de sus compañeras y les dio las gracias por haber sido tan buenas con él. Después, siguió al gran tigre hasta su nuevo hogar.
La manada le recibió con los brazos abiertos pero quién más se emocionó con su llegada fue una hermosa tigresa que lo reconoció nada más verlo porque era su mamá ¡La alegría que sintieron al reencontrarse fue indescriptible!
Su madre y sus nuevos amigos se ocuparon de enseñarle a rugir y comer carne como corresponde a los tigres adultos. Con el tiempo aprendió a ser él mismo, y aunque con las ovejas había sido muy dichoso, reconoció que este era su ambiente, el lugar que le correspondía de verdad.
Por fin, en su vida, todo encajaba a la perfección.
Los deseos ridículos
Enviado por dach2901
Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…
Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba.
– No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo!
En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar:
– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!
Júpiter le tranquilizó.
– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena.
– No comprendo lo que quiere decir, señor…
– ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás.
En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer.
Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.
– ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?
– ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso!
– ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!…
¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto.
– Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos.
– Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece?
– ¡Buena idea!
El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó:
– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!
El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices.
Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle.
– ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada.
– Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez.
Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar.
– ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!…
El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer:
– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!
La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante.
¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida.
Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras.
– ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar.
Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar.
La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó:
– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!
Un segundo después, la descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre.
La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos
La garza y la zorra
Enviado por dach2901
En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas. Se llevaban tan bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer.
– ¿Te gustaría almorzar conmigo mañana? Prepararé algo rico para ti.
– ¡Claro que sí! Lo pasaremos bien.
Al día siguiente, la garza llegó puntual a casa de su anfitriona. Su buena amiga había preparado mazamorra, un postre típico de Argentina, elaborado con maíz, azúcar, leche y canela. La zorra se acercó a la cocina, cogió la olla y vertió el contenido sobre una piedra grande y lisa. La mazamorra, que era muy líquida, se desparramó.
– Sírvete lo que quieras, amiga ¡Espero que te guste!
– Muchas gracias ¡Tiene un aspecto delicioso y huele fenomenal!
Pero la pobre garza comenzó a picar y apenas podía coger algún granito de maíz. Mientras la zorra lamía la piedra con la lengua, a ella le resultaba imposible probar la leche azucarada con el largo y afilado pico. Al final, resultó que la zorra comió hasta hartarse y ella se quedó muerta de hambre.
El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda. Una vez terminada la comida, se despidió sin perder en ningún momento la educación ni la compostura.
– Muchas gracias, querida, por tu invitación. Quiero corresponderte como es debido. Ven mañana a mi casa y esta vez seré yo quien prepare algo rico para las dos.
– ¡Oh, sí, cuenta con ello!
– ¿Qué te parece a la una?
– Estupendo, allí estaré ¡Hasta mañana!
La garza esperó a que la zorra se presentara en su hogar a la hora convenida. La zorra llegó hambrienta y deseando probar el rico plato que su amiga había preparado especialmente para ella, ya que por lo visto, tenía fama de ser muy buena cocinera.
– Tengo para ti una miel deliciosa, porque sé de buena tinta que a los zorros os gusta mucho.
– ¡Uy, qué bien, me encanta!
Se sentó a la mesa y la garza apareció con una miel espesa y dorada como ninguna ¡Qué buena pinta tenía!
– Sírvete toda la que quieras, amiga.
Pero había un problema… La garza la había metido en una botella de cuello muy largo y la zorra no podía introducir la pata en ella para comer. En cambio, la garza metió su fino pico y saboreó con placer el delicioso oro líquido que contenía.
La zorra nada pudo hacer pues se había convertido, como suele decirse, en el burlador burlado. Se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la humillación de que otro animal, lo fuera más que élla. Avergonzada, regresó a su casa con la tripa vacía.
El padre y las dos hijas
Enviado por dach2901
Había una vez un hombre que tenía dos hijas. Meses atrás, las dos jovencitas se habían ido del hogar familiar para iniciar una nueva vida.
La mayor, contrajo matrimonio con un joven hortelano. Juntos trabajaban día y noche en su huerto, donde cultivaban todo tipo de frutas y verduras que, cada mañana, vendían en el mercado del pueblo. La más pequeña, en cambio, se casó con un hombre que tenía un negocio bien distinto, pues era fabricante de ladrillos.
Una tarde, el padre se animó a dar un largo paseo y de paso, visitar a sus queridas hijas para saber de ellas. Primero, acudió a casa de la que vivía en el campo.
– ¡Hola, mi niña! Vengo a ver qué tal te van las cosas.
– Muy bien, papá. Estoy muy enamorada de mi esposo y soy muy feliz con mi nueva vida.
– ¡Me alegro mucho por ti, hija mía!
– Sólo tengo un deseo que me inquieta: que todos los días llueva para que las plantas y los árboles crezcan con abundante agua y jamás nos falte fruta y verdura para vender.
El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo y, sin prisa, se dirigió a casa de su otra hija.
– ¡Hola, querida! Pasaba por aquí para saber cómo te va todo.
– Estoy muy bien, papá. Mi marido me trata como a una princesa y la vida nos sonríe.
– ¡Cuánto me alegra saberlo, hija!
– Bueno, aunque tengo un deseo especial: que siempre haga calor y que no llueva nunca; es la única manera de que los ladrillos se sequen bajo el sol y no se deshagan con el agua ¡Si hay tormentas será un desastre!
El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña, pero en seguida cayó en la cuenta de que, si se cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y al revés sucedería lo mismo.
Caminó despacio y, mirando al cielo, exclamó desconcertado:
– Si una quiere que llueva y la otra no, como padre ¿qué debo desear yo?
La pregunta que se hizo no tenía respuesta. Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra.
Aquel viejo, viejo vino
Enviado por dach2901
Cuenta una historia muy antigua que hace muchos años vivía un hombre muy rico y poderoso que tenía una vida llena de privilegios; residía en una casa enorme rodeada de hermosos jardines, vestía las más elegantes ropas y degustaba manjares que no estaban al alcance de casi nadie.
Cuando se paraba a pensar en todo lo que poseía, se sentía pletórico de felicidad.
– “¡No puedo ser más afortunado! Tengo todo lo que un hombre de cincuenta años puede desear: una hogar lujoso, criados que me sirven y oro a raudales para permitirme el capricho que me dé la gana ¡La verdad es que soy un tipo con suerte!”.
Sí, lo tenía absolutamente todo, pero de lo que más orgulloso se sentía era de la vieja bodega que había construido en el sótano de su mansión. Allí, rodeadas de oscuridad, reposaban decenas de botellas de vino que para él eran un auténtico tesoro.
Entre todas había una muy especial, la que consideraba la joya de la corona por ser la más antigua y valiosa. No permitía que nadie se acercara a ella y de vez en cuando bajaba a comprobar que seguía en su sitio.
Se la quedaba mirando, la acariciaba con suavidad y siempre pensaba lo mismo:
– “Esta botella contiene el mejor vino del planeta y sólo la descorcharé cuando venga a visitarme alguien realmente importante ¡Me niego a desperdiciar este exquisito caldo con gente que no lo merece y mucho menos con personas incapaces apreciarlo!”.
Resultó que un día pasó por su casa un hombre de negocios que gozaba de muy buena reputación en la ciudad. Mientras charlaba con él en el salón, pensó en bajar a la bodega y compartir con él su más preciada botella.
La idea revoloteó por su cabeza unos segundos, pero rápidamente cambió de opinión y se dijo a sí mismo:
– “¡No, no, será mejor que no! Este caballero no es lo suficientemente importante como para invitarle a beber mi fabuloso vino de reserva… ¡Le daré agua fresca y santas pascuas!”.
Un par de meses después recibió por sorpresa la visita del presidente del gobierno de su país, y por supuesto, le invitó a comer.
Cuando los criados sirvieron el suculento asado, al hombre le asaltó el mismo pensamiento que tiempo atrás.
– “¡Qué honor tener al presidente en mi casa! Tal vez debería abrir mi maravillosa botella de vino para acompañar la carne… ¡Bueno, no, la dejaré para otra ocasión! Su ropa es bastante fea y anticuada, así que me temo que un hombre con tan poco gusto no va a disfrutar de un vino sólo apto para paladares refinados”.
Y así fue cómo, una vez más, dejó pasar la oportunidad de degustar su excelente vino en buena compañía.
Llegó el otoño y una tarde ventosa recibió una carta de palacio que anunciaba que, en unas horas, recibiría la visita del príncipe del reino. Como es lógico la idea le entusiasmó y se puso bastante nervioso. Todo tenía que estar perfecto cuando llegara el hombre más ilustre que podía pisar su hogar ¡Nada más y nada menos que el príncipe!
Llamó a los criados a golpe de campana y cuando los tuvo frente a él, les indicó:
– El príncipe almorzará aquí mañana ¡Se presentará a las doce, y tanto la casa como los jardines tienen que estar limpios y esplendorosos! Por descontado, no quiero que falte ningún detalle en la mesa ¡Pongan el mantel de encaje, los platos de porcelana y las copas de cristal reservadas para los banquetes!
El hombre sentía que el corazón le latía a mil por hora.
– ¡Y por favor, esmérense con la comida! Tenemos que ofrecerle el mejor pescado fresco que encuentren y los postres más deliciosos que sean capaces de preparar ¿Queda claro?
Los sirvientes asintieron con la cabeza y se fueron a toda prisa a organizarlo todo pues no había tiempo que perder. Él, mientras tanto, se quedó mordisqueándose las uñas y reflexionando sobre su cotizada botella.
– “¿Será mañana el día más apropiado para servir ese vino?… ¡Se trata del príncipe!… ¿Qué hago, le invito o no le invito?”.
La duda que le corroía se esfumó rápidamente:
– “¡Bah, no, me niego! Al fin y al cabo no es un rey ni un emperador, sino un joven príncipe que se lo va a beber a grandes tragos como si fuera un vino barato”.
Y así fue que los años fueron pasando y pasando hasta que el hombre se convirtió en un anciano que de viejo se murió. Tanto había esperado la ocasión perfecta para abrir su queridísima botella, que abandonó este mundo sin probarla.
La noticia de su fallecimiento corrió como la pólvora. Como había sido un hombre rico e influyente en vida, todos sus vecinos y empleados acudieron a su casa para darle el último adiós.
¡En el comedor no cabía un alma! Se reunieron decenas de personas y los criados se vieron obligados a bajar a la bodega a por botellas de vino para servir unas copas. Se las llevaron todas, incluida la botella de vino añejo que tan celosamente había guardado su señor durante más de cuarenta años.
¡Una verdadera lástima!…Quienes lo bebieron no se dieron ni cuenta de que estaban tomando un carísimo vino único en el mundo; para ellos, el vino era simplemente, vino.
El caminante inteligente
Enviado por dach2901
Tras varias horas caminando bajo el sol un hombre pasó por una pequeña granja, la única que había en muchos kilómetros a la redonda. El olorcillo a cocido llegó hasta su nariz y se dio cuenta de que tenía un hambre de lobo. Llamó a la puerta y el dueño de la casa, bastante antipático, le abrió.
– Buenas tardes, señor.
– ¿Quién es usted y qué busca por estos lugares?
– No se asuste, soy un simple viajero que va de paso. Me preguntaba si podría invitarme a un plato de comida. Estoy muerto de hambre y no hay por aquí ninguna posada donde tomar algo caliente.
El granjero no se compadeció y para quitárselo de encima le dijo en un tono muy despectivo:
– ¡Pues no, no puedo! Son las cinco y mi esposa y yo ya hemos comido ¡En esta casa somos muy puntuales y estrictos con los horarios, así que no voy a hacer ninguna excepción! ¡Váyase por donde vino!
El hombre se quedó chafado, pero en vez de venirse abajo, reaccionó con astucia; justo cuando el granjero iba a darle con la puerta en las narices, sacó un billete de cinco pesos del bolsillo de su pantalón y se lo dio a un niño que jugaba en la entrada.
– ¡Toma, guapo, para que juegues! ¡Si quieres otro dímelo, que tengo muchos de estos!
El granjero vio de reojo cómo el desconocido le regalaba un billete de los gordos a su hijo y pensó:
– “Este tipo debe ser rico y eso cambia las cosas… ¡Le invitaré a entrar!”
Abrió la puerta de nuevo y con una gran sonrisa en la cara, le dijo muy educadamente:
– ¡Está bien, pase! Mi mujer le preparará algo bueno que llevarse a la boca.
– ¡Oh, es usted muy amable, gracias!
Aguantando la risa, el viajero pasó al comedor y se sentó a la mesa ¡Había echado el anzuelo y el pez había picado!
Mientras, el granjero, un poco nervioso, entró en la cocina para hablar con su mujer. En voz baja, le dijo:
– Creo que este desconocido está forrado de dinero porque le ha regalado a nuestro hijo un billete de cinco pesos ¡y le escuché decir que tiene muchos más!
– ¿En serio?… Pues entonces no podemos dejarle escapar ¡Tenemos que aprovecharnos de él como sea!
– ¡Sí! Vamos a intentar que esté lo más contento posible y ya se me ocurrirá algo.
El granjero y su mujer adornaron la mesa con flores y sirvieron la comida en platos de porcelana fina que se sintiera como un rey, pero el viajero sabía que tanta atención no era ni por caridad ni por amabilidad, sino que lo hacían por puro interés, porque pensaban que era rico y querían quedarse con parte de su dinero ¡El plan había surtido efecto porque era lo que él quería que pensaran!
– Señora, este es el mejor arroz con pollo que he comido en toda mi vida ¡Tiene usted manos de oro para la cocina!
– ¡Muchas gracias, me alegro mucho de que le guste! ¿Le apetece un café con bizcocho de manteca?
– Si no es molestia, acepto encantado su invitación.
– ¡Claro que no, ahora mismo se lo traigo!
El postre estaba para chuparse los dedos y el humeante café fue el colofón perfecto a una comida espectacular.
– Muchas gracias, señores, todo estaba realmente delicioso. Y ahora si me disculpan, necesito ir al servicio… ¿Podrían indicarme dónde está?
– ¡Claro, faltaría más! El retrete está junto al granero; salga que en seguida lo verá.
– Muchas gracias, caballero, ahora mismo vuelvo.
El astuto viajero salió de la casa con la intención de no volver. Afuera, junto a las escaleras de la entrada, seguía jugando el niño; parecía muy entretenido haciendo un avión de papel con el billete que un par de horas antes le había regalado. Se acercó a él y de un tirón, se lo quitó.
– ¡Dame ese billete, chaval, que ya has jugado bastante!
Lo guardó en el bolsillo, rodeó la casa y echó a correr.
– ¡Tengo que largarme antes de que los muy tontos se den cuenta de que les he engañado!
Y así, con el buche lleno y partiéndose de risa, el viajero se fue para siempre, contento porque había conseguido burlar a quienes habían querido aprovecharse de él.
El asno y el caballo
Enviado por dach2901
Un asno y un caballo vivían juntos desde su más tierna infancia, y como buenos amigos que eran, utilizaban el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, así que su tarea diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado principal de la ciudad.
La rutina era la misma todas las mañanas: el hombre colocaba un enorme y pesado saco sobre el lomo del asno, y minutos después, otro igual de enorme y pesado sobre el lomo del caballo. En cuanto todo estaba preparado los tres abandonaban el establo y se ponían en marcha. Para los animales el trayecto era aburrido y bastante duro, pero como su sustento dependía de cumplir órdenes sin rechistar, ni se les pasaba por la mente quejarse de su suerte.
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Un día, no se sabe por qué razón, el amo decidió poner dos sacos sobre el lomo de asno y ninguno sobre el lomo del caballo. Lo siguiente que hizo fue dar la orden de partir.
– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o llegaremos tarde!
Se adelantó unos metros y ellos fueron siguiendo sus pasos, como siempre perfectamente sincronizados. Mientras caminaban, por primera vez desde que tenía uso de razón, el asno se lamentó:
– ¡Ay, amigo, fíjate en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo sostenerme en pie y me cuesta mucho respirar!
El pequeño burro tenía toda la razón: soportar esa carga era imposible para él. El caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una sensación de libertad tan grande, que ni se paró a pensar en el sufrimiento de su colega. A decir verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.
– Sí amiguete, ya sé que hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!
Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, pero estaba tan agobiado que se atrevió a pedirle ayuda.
– Te ruego que no me malinterpretes, amigo mío. Por nada del mundo quiero fastidiarte, pero la verdad es que me vendría de perlas que me echaras una mano. Me conoces y sabes que no te lo pediría si no fuera absolutamente necesario.
El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.
– ¡¿Perdona?!… ¡¿Me lo estás diciendo en serio?!
El asno, ya medio mareado, pensó que estaba en medio de una pesadilla.
– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que estoy soñando y pronto despertaré!’
El sudor empezó a caerle a chorros por el pelaje y notó que sus grandes ojos almendrados empezaban a girar cada uno hacia un lado, completamente descontrolados. Segundos después todo se volvió borroso y se quedó prácticamente sin energía. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para seguir pidiendo auxilio.
– Necesito que me ayudes porque yo… yo no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me voy a desmayar!
El caballo resopló con fastidio.
– ¡Bah, venga, no te pongas dramático que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que yo y estás en plena forma. Además, para un día que me libro de cargar no voy a llevar parte de lo tuyo. ¡Sería un tonto redomado si lo hiciera!
Bajo el sol abrasador al pobre asno se le doblaron las patas como si fueran de gelatina.
– ¡Ayuda… ayuda… por favor!
Fueron sus últimas palabras antes de derrumbarse sobre la hierba.
¡Blooom!
El dueño, hasta ese momento ajeno a todo lo que ocurría tras de sí, escuchó el ruido sordo que hizo el animal al caer. Asustado se giró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza hacia arriba y la lengua fuera.
– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Tengo que llevarlo a la granja y avisar a un veterinario lo antes posible, pero ¿cómo puedo hacerlo?
Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.
– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú serás quien me ayude en esta difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!
El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre colocó sobre su lomo los dos sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo también sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.
– ¡Ya puedes ponerte en pie!
El animal puso cara de pánico ante lo que se avecinaba.
– Sí, ya sé que es muchísimo peso para ti, pero si queremos salvar a nuestro amigo solo podemos hacerlo de esta manera. ¡Prometo que te recompensaré con una buena ración de forraje!
El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, pero de nada sirvió. Le gustara o no, debía realizar la ruta de regreso a casa con un cargamento descomunal sobre la espalda.
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Gracias a la rápida decisión del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiera reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por el contrario, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan débil, que tardó tres semanas en recuperarse. Un tiempo muy duro en el que también lo pasó mal a nivel emocional porque se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloriqueaba y repetía sin parar:
– Por mi mal comportamiento casi pierdo al mejor amigo que tengo… ¿Cómo he podido portarme así con él?… ¡Tenía que haberle ayudado!… ¡Tenía que haberle ayudado desde el principio!
Por eso, cuando se reunieron de nuevo, con mucha humildad le pidió perdón y le prometió que jamás volvería a suceder. El burro, que era un buenazo y le quería con locura, aceptó las disculpas y lo abrazó más fuerte que nunca.
Los superpoderes de Luca Listillo
Enviado por dach2901
La vida de Luca Listillo en el cole de los dibujos animados era horrible. Luca era un personaje de un cómic normalito sobre un niño muy listo, y eso era todo. Pero sus compañeros de clase, ellos sí que eran personajes: unos eran increíbles superhéroes y otros grandes magos o aventureros galácticos, todos con unos poderes tan alucinantes que hacían quedar a Luca como un pardillo ridículo.
Tan espectaculares eran sus poderes y sus aventuras, que el mundo de los dibujos animados se les hizo pequeño.
- “Esto es un rollo”, decían, “aquí siempre ganamos, y los malos son penosos. ¡Queremos malos de verdad, para que se enteren de nuestros poderes!”.
A Luca todo aquello le daba pánico ¿Cómo enfrentarse al mundo de verdad, si ya en el mundo de los dibujos animados las pasaba canutas?
Pero sus compañeros de clase consiguieron su objetivo, y un día todos ellos amanecieron en el mundo real. Ese mundo corría un gravísimo peligro, pero cuando quisieron salvarlo y trataron de utilizar sus poderes, se dieron cuenta de que ¡el mundo real estaba embrujado!
Debía ser un hechizo terrible, porque todo parecía del revés: era imposible saltar de casa en casa, volar por los aires o utilizar la visión láser; cualquier pequeño golpe les dejaba terriblemente doloridos, las armas galácticas no funcionaban, y ninguno de los hechizos que conocían tenía efecto alguno. ¿Cómo iban a salvar al mundo si no podían usar sus poderes?
Pero entonces apareció Luca. A él parecía que no le afectaba el hechizo, pues seguía siendo un chico muy inteligente, y no tardó en comprender lo que pasaba. Y junto a él, aparecieron también otros personajes que no habían perdido sus cualidades: habían sido dibujos animados del montón; niños y niñas alegres, divertidos, creativos, simpáticos , trabajadores o cariñosos, que podían seguir viviendo como siempre en aquel mundo embrujado. Y mientras sus “poderosos” compañeros no hacían más que preguntarse qué habría pasado con sus poderes, el nuevo grupo de héroes puso en práctica todas sus habilidades para tratar de salvar al mundo de aquel gran peligro.
Y tuvieron un gran éxito, porque el peligro que acechaba al mundo real no era otro que llenarse de niños que se quedan sin hacer nada, esperando recibir algún mágico y misterioso poder que todo lo arregle.
¡Santa me ha robado!
Enviado por dach2901
Marcianoto llegó volando en su nave espacial. Estaba emocionado porque por fin había obtenido permiso para visitar la Tierra de nuevo. Ya había estado antes, pero la última vez montó un lío tremendo: se había transformado en un tipo llamado Albert Einstein y en unos pocos días reveló muchos secretos de los extraterrestres. Por eso llevaba años castigado sin volver.
Esta vez tendría mucho más cuidado. Para no transformarse en nadie conocido decidió aterrizar en el lugar más apartado del planeta. Era un lugar frío y blanco en el que solo había una casa, y dentro pudo ver a un anciano solitario.
- Me transformaré en este anciano. Este sí es imposible que sea famoso. Además, me encantan su traje rojo, su gran barba blanca, y ese saco enorme que tiene a su lado. Me servirá para guardar algunas cosas.
Pero en cuanto llegó a la ciudad un gran grupo de niños se abalanzó sobre él.
- ¡Quiero mi coche!
- ¡A mí dame una muñeca!
- ¡Yo quiero una consola!
Marcianoto estaba rodeado y asustado. No sabía qué estaba ocurriendo, y solo se le ocurrió ir sacando lo que llevaba en el saco para dárselo a los niños, que se marchaban felices. Pero la fila de niños era tan larga que pronto se quedó sin nada que darles, y tuvo que salir corriendo y esconderse.
Solo cuando se hizo de noche pudo salir. Estaba aterrado. No sabía cómo, pero estaba claro que había vuelto a elegir mal en quién se transformaba. ¡Otra vez!
- No me extraña que ese viejo viviera solo y escondido. Debe ser un famoso sinvergüenza ¡Le debe cosas a todo el mundo!
Así que volvió a la casa del anciano. Espió desde la ventana y descubrió una enorme montaña de juguetes.
- ¡Ahí es donde tiene las cosas que quita a los niños este viejo malvado! -pensó.
Y esperó a que se hiciera de noche y el anciano se fuera a dormir para entrar sin ser visto y llevarse los juguetes ¡Qué suerte! El viejo ponía etiquetas con los nombres, y hasta tenía una lista de nombres y direcciones.
- Por fin voy a poder hacer algo bueno en la Tierra. Llevaré cada uno de estos juguetes a su dueño.
Aunque eran muchos niños, su nave tenía supervelocidad y podía empequeñecerse. Por eso consiguió devolver todos los regalos antes de que fuera de día. Cuando terminó y se dispuso a dormir en su nave, se sentía contentísimo de haber hecho justicia.
- Menuda sorpresa se va llevar ese viejo ladrón…
Pero la sorpresa se la llevó Marcianoto cuando despertó. El viejo volvía a tener una montaña de juguetes en su casa.
- Ah, este ladrón es astuto, malvado y muy rápido. No sé cómo habrá recuperado todos los juguetes en un día, pero da igual: esta noche volveré a dejárselos a sus dueños.
Y pasó la noche repartiendo juguetes. Pero al día siguiente pasó lo mismo, y al otro lo mismo y así durante muchos días más. Marcianoto estaba extrañadísimo: ¿Cómo podía aquel viejo gordinflón robar tan rápido?
- Ya sé - pensó - debe tener cómplices en la ciudad que le ayudan. Iré allí disfrazado para descubrir qué pasa. Buscaré a quienes tengan peor cara; seguro que esos serán sus malvados compinches.
Pero en la ciudad todo el mundo estaba feliz. Y es que todas aquellas noches Marcianoto había estado haciendo de Santa Claus con su nave, repartiendo regalos. Y cada mañana los niños se despertaban con un nuevo juguete.
- ¿De verdad que nadie os roba los juguetes? - preguntó a varios niños.
- ¡Claro que no! Estos nos los trae Santa Claus.
- ¿Santa Claus? ¿Y es quién es?
- ¿Pero quién eres tú que no sabes quién es Santa Claus? ¿Un marciano? ja, ja, ja- le respondieron. Y entonces le explicaron que Santa Claus era un señor mayor con una gran barba blanca y un traje rojo, y que dejaba regalos a los niños la noche de navidad.
Marcianoto se moría de vergüenza. No solo había tomado a Santa Claus por un malvado delincuente, sino que encima ¡le había estado robando los juguetes! Volvió volando a la casa del anciano a disculparse, pero lo encontró muy enfermo. Santa Claus utilizaba su magia para volver a crear los juguetes, y al haberlo hecho tantos días seguidos se había quedado tan débil que ya no podía moverse.
¿Qué podría hacer? ¡Aquella misma noche era Navidad y Santa Claus no iba a repartir regalos! Marcianoto pensó rápido: hizo un vídeo de Santa Claus enfermo y usando la antena de su nave lo envió a todas las televisiones del mundo con un mensaje: había que devolver todos los regalos de aquellos días para que Santa Claus pudiera recuperar su magia y ponerse bueno.
Siempre pensamos que va a pasar algo que lo arregle todo. Y eso esperaba el pobre Marcianoto. Pero aquella vez nadie pudo arreglar nada: nadie se creyó el mensaje y Santa Claus no pudo entregar sus regalos.
Marcianoto pasó el día cuidando de Santa Claus. Anochecía cuando llamaron a la puerta. Era una niña que traía todos sus regalos.
- Me dan igual los regalos - dijo con una lagrimita-. Lo que quiero es que Santa Claus se ponga bueno.
-Yo también - dijo otro niño que venía a la cabeza de un grupo.
- Y yo… y yo…
Poco a poco fueron apareciendo niños y más niños, todos dispuestos a devolver hasta el último de sus regalos. La fila era interminable. Llegaban de todas partes y, según cruzaban la puerta, sus regalos desaparecían y Santa Claus se ponía un poco mejor. Cuando el último niño dejó sus juguetes, Santa Claus se pudo levantar y todos aplaudieron llenos de alegría. Parecía que nunca habían estado tan contentos.
Sin embargo, Marcianoto se sentía fatal.
- Lo siento muchísimo - dijo-. Al final por mi culpa todo el mundo se ha quedado sin regalos…
Se hizo un gran silencio y todos miraron al extraterrestre.
- ¡Qué va! -dijo finalmente una niña- Yo nunca había estado tan contenta en navidad. He podido curar a Santa Claus y ser yo la que le llevaba los regalos. Y ahora estoy segura de que es mucho mejor dar regalos que recibirlos.
Y entre risas y aplausos todos estuvieron de acuerdo en que esa lección era el mejor regalo que podían haber tenido ese año.
El zombi cazafantasmas
Enviado por dach2901
Patizombi era un zombi cansado de ser el malo de todas las historias. Y para demostrar que podía hacer cosas buenas, decidió salir a la caza de los malvados fantasmas.
Pero los fantasmas no se dejan ver fácilmente, y además son muy escurridizos. Solo después de muchos intentos fallidos, encontró un fantasma despistado flotando en el bosque. Se acercó con cuidado, preparó sus trampas, y saltó sobre él.
La lucha pareció terrible, hasta que Patizombi se dio cuenta de que estaba luchando él solo contra una sábana pegajosa que le tenía atrapado.
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Has caído en mi trampa, malvado zombi!- rió un fantasma saliendo de su escodite.
- Ah, fantasma malvado- respondió. -Algún día te atraparé yo a ti.
- !No, no, no, no y no! - dijo muy ofendido el fantasma-. Disculpa, pero yo soy un fantasma bueno, y me dedico a cazar zombis malvados.
- ¡Eso sí que no!- protestó Patizombi- porque yo soy un zombi bueno, y soy yo quien caza fantasmas malvados.
Después de discutir un buen rato, comprendieron que ambos decían la verdad. Les pareció divertido y se hicieron amigos.
- Así que no todos los fantasmas son malvados…
- Ni todos los zombis…
- Pues podríamos unirnos para cazar ogros.
Y fueron formando equipo hasta las montañas, donde se escondían los peores ogros. Trabajando juntos rápidamente encontraron el rastro de un ogro que los llevó hasta una cueva. Como el ogro había salido, prepararon una trampa, pero mientras lo hacían una enorme piedra cerró la entrada, dejándolos atrapados.
- ¡Jo, jo, jo, jo! ¡Qué fácil ha sido atrapar a ese malvado zombi y su socio el fantasma!
- ¡Mentira! - protestaron desde dentro- No somos malvados. El único malvado eres tú y hemos venido a atraparte.
Una vez más la discusión duró hasta que todos estuvieron convencidos de que ninguno de ellos era un malvado.
- Nunca hubiéramos pensado que hubiera ogros buenos.
- Ni yo que un zombi y un fantasma no fueran malos.
- Está claro que, antes de cazar a nadie, tendríamos que asegurarnos de que sea un malvado...
Y así fue como descubrieron que muchas criaturas no eran malvadas, aunque tuvieran fama de serlo. Y que lo mismo pasaba con otras que tenían fama de sucias, ruidosas o molestas: solo unas pocas lo eran de verdad, y no se podía decir cuáles eran así sin llegar a conocerlas. De esta forma encontraron a muchos más zombis, fantasmas y ogros buenos que se unieron a su grupo de cazamalvados, y todos se fiaban de aquella policía del valle, que nunca trataba a nadie dejándose llevar por prejuicios y famas inmerecidas.
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