Cuentos 

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Aquí, en la portada, puedes leer los 100 mejores cuentos de siempre, según vuestros votos, separados en dos listas: 50 son de autores consagrados, y los otros 50 de usuarios. Tiene mucho mérito aparecer en esta selección, así que si te esfuerzas a lo mejor te puntúan tan bien que sales aquí. ¡No dejes de intentarlo!

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 TOP50 Usuarios TOP50 Yavendrás

EL MONO Y EL PEZ

Un día, un mono paseaba por la ribera de un río. Estaba algo aburrido, y ese día decidió observar la Naturaleza. De pronto, el mono vio un pequeño pez bajo el agua. De vez en cuando daba pequeños brincos, de modo que salía un segundo al exterior para volver a zambullirse en el agua.

El pequeño mono, que nunca antes había visto un animal como ese, pensó que el pobre pez se estaba ahogando.

– ¡Oh!, ¡no!- pensó- ¡Pobrecillo! ¡Se ahoga! ¡Tendré que ayudarle!

Entonces el mono agarró al pez con sus dos manos. El pececito comenzó a agitarse con fuerza, y el monito pensó que era de alegría al verse a salvo.

Poco después, el pez paró de agitarse y el monito, al ver que estaba muerto, pensó:

– ¡Qué pena no haber podido llegar antes!

Autor del

cuento

: Cuento tradicional africano

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EL LOBO Y EL LEÓN

Cierta vez un lobo, después de capturar a un carnero en un rebaño, lo arrastraba a su guarida. Pero un león que lo observaba, salió a su paso y se lo arrebató. Molesto el lobo, y guardando prudente distancia le reclamó:
- ¡Injustamente me arrebatas lo que es mío!
El león, riéndose, le dijo:
- Ajá; me vas a decir seguro que tú lo recibiste buenamente de un amigo.

Moraleja: Lo que ha sido mal habido, de alguna forma llegará a ser perdido.

Autor del

cuento

: Esopo

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ARTE MARCIAL

Una vez le preguntaron a un guerrero invencible por qué se paseaba por las calles con un aire tan humilde. Mostró una mano extendida y contestó: “Mis dedos son cinco señores. Estos cinco señores se inclinan ante mí”. Fue cerrando la mano hasta convertirla en un puño. “Mientras más humildes se hacen, más fuerza me dan.”

Autor del

cuento

: Alejandro Jodorowsky

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EL CABALLO Y EL ASNO

Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:
- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!

Moraleja: Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.

Autor del

cuento

: Esopo

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EL ÁGUILA, LA LIEBRE Y EL ESCARABAJO

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que le ayudara.
Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.
Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus huevos.
Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de estiércol, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.

Moraleja: Nunca desprecies a los demás, por muy insignificantes que te parezcan.

Autor del

cuento

: Esopo

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LA TRISTEZA

El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.

Autor del

cuento

: Rosario Barros Peña

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EL DRAGÓN DE MUCHAS CABEZAS Y EL DE MUCHAS COLAS

Un mensajero del Gran Turco se vanagloriaba, en el palacio del Emperador de Alemania, de que las fuerzas de su soberano eran mayores que las de este imperio. Un alemán le dijo: “Nuestro Príncipe tiene vasallos tan poderosos que por sí pueden mantener un ejército.” El mensajero, que era varón sesudo, le contestó: “Conozco las fuerzas que puede armar cada uno de los Electores, y esto me recuerda una aventura, algo extraña, pero muy verídica. Estaba en lugar seguro, cuando vi pasar a través de un seto las cien cabezas de una hidra. La sangre se me helaba, y no era para menos. Pero todo quedó en susto: el monstruo no pudo sacar el cuerpo adelante. En esto, otro dragón, que no tenía más que una cabeza, pero muchas colas, asoma por el seto. ¡No fue menor mi sorpresa, ni tampoco mi espanto! Pasó la cabeza, pasó el cuerpo, pasaron las colas sin tropiezo: esta es la diferencia que hay entre vuestro Emperador y el nuestro”.

Autor del

cuento

: Jean de la Fontaine

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EL PERRO QUE PERSEGUÍA AL LEÓN

Un perro de caza se encontró con un león y partió en su persecución. Pero el león se volvió rugiendo, y el perro, todo atemorizado, retrocedió rápidamente por el mismo camino. Le vio una zorra y le dijo:
- ¡ Perro infeliz! ¡Primero perseguías al león y ya ni siquiera soportas sus rugidos!

Moraleja: Cuando abordes un desafío, mantente siempre listo para afrontar imprevistos que no te imaginabas.

Autor del

cuento

: Esopo

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EL ABETO Y EL ESPINO

Disputaban entre sí el abeto y el espino. Se jactaba el abeto diciendo:
- Soy hermoso, esbelto y alto, y sirvo para construir las naves y los techos de los templos. ¿Cómo tienes la osadía de compararte a mí?
- ¡Si recordaras - replicó el espino - las hachas y las sierras que te cortan, preferirías la suerte del espino!

Moraleja: Busca siempre la buena reputación pues es una gran honra, pero sin jactarte por ello, y también cuídate de los que quieren aprovecharse de ella para su propio provecho.

Autor del

cuento

: Esopo

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ALGO MUY GRAVE VA A SUCEDER EN ESTE PUEBLO

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

—Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

—Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

—Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

—¿Y por qué es un tonto?

—Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

—No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

—Véndame una libra de carne —y en el momento que se la están cortando, agrega—: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

—Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

—Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

—¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

—¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

—Sin embargo —dice uno—, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

—Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

—Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

—Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

—Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

—Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

—Yo sí soy muy macho —grita uno—. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

—Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

—Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa

—y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

Autor del

cuento

: Gabriel García Márquez

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