44 Cuentos de animales 

EL ASNO JUGUETÓN

Un asno se subió al techo de una casa y brincando allá arriba, resquebrajó el techado. Corrió el dueño tras de él y lo bajó de
inmediato, castigándolo severamente con un leño. Dijo entonces el asno:
- ¿Por qué me castigan, si yo vi ayer al mono hacer exactamente lo mismo y todos reían felizmente, como si les estuviera dando un gran espectáculo?

Moraleja: Trabaja siempre para lo que te has preparado, no hagas lo que no es de tu campo.

Autor del

cuento

: Esopo

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EL ATÚN Y EL DELFÍN

Viéndose un atún perseguido por un delfín, huía con gran estrépito. A punto de ser cogido, la fuerza de su salto le arrojó sin darse cuenta, sobre la orilla. Llevado por el mismo impulso, el delfín también terminó en el mismo sitio. Se volvió el atún y vio al delfín exhalando el último suspiro.
- No me importa morir - dijo -, porque veo morir conmigo al causante de mi muerte.

Moraleja: Sufrimos con menos dolor las desgracias que nos hacen padecer, cuando las vemos compartidas con quienes nos las causan.

Autor del

cuento

: Esopo

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Una por otra

Enviado por elpoetamarginal  

Había una vez en una casa en el bosque, un lobo comprometido que tenia un hambre feroz, porque aquel animal se había peleado con su señora loba y en venganza no le dio de almorzar, entonces salio de su casa en busca de presas para saciar su hambre , y en el camino encontró a un conejo al cual le dirigió la palabra (cabe recalcar que el lobo era un animal de saco y corbata) y le dijo: tenga usted muy buenas tardes señor conejo en esta oportunidad pienso devorarlo para calmar mi hambruna, el conejo asustado en ese momento se puso pálido, pero se le prendió la bombilla y le dijo al lobo señor lobo por el bosque corre el rumor de que usted se peleo con su mujer , y le propuso algo, si llego a solucionar su problema me dejara vivir, entonces el lobo no lo pensó dos veces, porque era un problema difícil de solucionar y acepto. Pero lo que no sabia el lobo es que el conejo tenia un problema similar a del lobo porque el también era mujeriego , entonces se fue en busca de la señora del lobo y después de un trajín la encontró y le dijo disculpe señora loba pero vengo a contarle algo de su esposo , el día que lo encontró a su esposo con otras lobas, su esposo sufrió un accidente, se golpeo la cabeza y perdió la memoria, bueno no del todo pero si algo , entonces la loba se sintió confundida y no sabia si creerle el chisme del conejo , le dio las gracias y se fue camino a su casa en eso el lobo estaba recolectando rosas para sus amadas y justo cuando tenia un ramillete, se encuentran y la loba pensó que era para ella ese ramo de rosas y fue a sus brazos para pedirle perdón y le contó lo que le dijo el conejo, el lobo le siguió la corriente y le dijo que se dio otro golpe y recupero la memoria; es ahí donde el lobo aprende la lección de ser ratón de un solo hueco , cabe recalcar que la loba era un animal de muy buenos sentimientos y aunque era una fiera salvaje , era la mas amorosa de su especie. FIN
Moraleja: "LA SUERTE DE UNOS ES LA DESGRACIA DE OTROS"

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A LA DERIVA

El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de plano, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo—. ¡Dame caña!

—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.

—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez— dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano-. ¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, atrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

—Un jueves...

Y cesó de respirar.

Autor del

cuento

: Horacio Quiroga

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El escarabajo soñador.

Enviado por mayte78  

En el bosque se encontraba, un escarabajo,... muy triste,... y día tras día, se lamentaba de su mala suerte,
se quejaba de que vestía de negro,... y así no lo podían ver de pasar,... y no sabían que existía....
Soñaba ser una luciérnaga, para brillar siempre... y cambiar de colores todos los días, y ser la admiración de todos....
Un bonito día,... pasó una luciérnaga por su lado, alegre y feliz, con su traje de mil colores, y al verlo tan triste lamentarse...
se le acercó y le preguntó que le pasaba?...
Estoy triste, no puedo hacer nada, nadie me ve...porque voy siempre vestido de negro, me gustaría, ser como tú, y vestir
de colores...

- Y le dijo la luciérnaga, yo no visto de colores, ..., de colores me viste mi alegría y la ilusión que tengo por todo....
si tu lo deseas con muchas ganas, también vestirás de colores como yo.
Entonces la bella luciérnaga esperó, ....hasta que... el escarabajo cansado,...
de lamentarse, se quedó dormido.... y le regaló su impresionante vestido de colores , que brillaba con el sol más que nunca.
La luciérnaga, vio por primera vez, al escarabajo feliz y le dijo: No es, solo el vestido, lo que te hace bello, sino tener alegría,... lo que vale,... es la actitud que tengas ante la vida...Es lo que te llena de ilusión y te viste de mil colores,,,,
Y el escarabajo vio, ....que la luciérnaga llevaba su traje negro, pero reluciendo de mil colores....

Al día siguiente el escarabajo... notó que algo nuevo le
estaba pasando.... empezó a sentir en colores... lleno de ilusión, y a volar como la luciérnaga, .... Y
- la luciérnaga le dejó un gran regalo..., el escarabajo se volvió soñador...
y debajo de sus alitas...unas luces intermitentes de colores, que siempre llevaba encendidas, ...y que le hacían brillar como una luciérnaga.



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LA MIRADA DEL MOSQUITO

Te pareces a un mosquito que se cree importante. Al ver una brizna de paja flotando en un charco de orina de cerdo, el mosquito levanta la cabeza y piensa : «Hace mucho tiempo que sueño con el mar y con un barco, ¡y aquí están por fin !»
El charco de agua sucia le parece profundo e ilimitado porque su iniverso tiene la estatura de sus ojos, y estos ojos sólo ven océanos semejantes a ellos. De pronto, el viento mueve un poco la brizna de paja y el mosquito se dice: « Soy un gran capitán ».
Si el mosquito conociese sus límites, sería como el halcón. Pero los mosquitos no tiene la mirada de los halcones.

Autor del

cuento

: Yalal Al-Din Rumi

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LAS ALFORJAS

Dijo un día Júpiter: “Comparezcan a los pies de mi trono los seres todos que pueblan el mundo. Si en su naturaleza encuentran alguna falta, díganlo
sin empacho: yo pondré remedio. Venid, señor Mono, hablad primero; razón tenéis para este privilegio. Ved los demás animales; comparad sus
perfecciones con las vuestras: ¿estáis contento? -¿Por qué no? ¿No tengo cuatro pies, lo mismo que lo demás? No puedo quejarme de mi estampa;
no soy como el Oso, que parece medio esbozado nada más.” Llegaba, en esto, el Oso, y creyeron todos que iban a oír largas lamentaciones. Nada de eso; se alabó mucho de su buena figura; y se extendió en comentarios sobre el Elefante, diciendo que no sería malo alargarle la cola y recortarle las orejas; y que tenía un corpachón informe y feo. El Elefante, a su vez, a pesar de la fama que goza de sesudo, dijo cosas parecidas: opinó que la
señora Ballena era demasiado corpulenta. La Hormiga, por lo contrario, tachó al pulgón de diminuto.

Júpiter, al ver cómo se criticaban unos a otros, los despidió a todos, satisfecho de ellos. Pero entre los más desjuiciados, se dio a conocer nuestra humana especie. Linces para atisbar los flacos de nuestros semejantes; topos para los nuestros, nos lo dispensamos todo, y a los demás nada. El Hacedor Supremo nos dio a todos los hombres, tanto los de antaño como los de ogaño, un par de alforjas: la de atrás para los defectos propios; la de adelante para los ajenos.

Autor del

cuento

: Jean de la Fontaine

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EL RATÓN DE CIUDAD Y EL DE CAMPO

Cierto día un Ratón de la ciudad convidó a comer muy cortésmente a un Ratón del campo. Servido estaba el banquete sobre un rico tapiz: figúrese el lector si lo pasarían bien los dos amigachos.
La comida fue excelente: nada faltaba. Pero tuvo mal fin la fiesta. Oyeron ruido los comensales a la puerta: el Ratón ciudadano echó a correr; el Ratón campesino siguió tras él.

Cesó el ruido: volvieron los dos Ratones:
“Acabemos, dijo el de la ciudad. -¡Basta ya! replicó el del campo. ¡Buen provecho te hagan tus regios festines! no los envidio. Mi pobre pitanza la
engullo sosegado; sin que nadie me inquiete.
¡Adiós, pues! Placeres con zozobra poco valen.”

Autor del

cuento

: Jean de la Fontaine

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EL ÁGUILA DE ALA CORTADA Y LA ZORRA

Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada.
Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.
La vio una zorra y maliciosamente la mal aconsejaba diciéndole:
- No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo.

Autor del

cuento

: Esopo

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CÉRVIDOS

Fuera del espacio y del tiempo, los ciervos discurren con veloz lentitud y nadie sabe donde se ubican mejor, si en la inmovilidad o en el movimiento que ellos combinan de tal modo que nos vemos obligados a situarlos en lo eterno.
Inertes o dinámicos, modifican continuamente el ámbito natural y perfeccionan nuestras ideas acerca del tiempo, el espacio y la translación de los móviles. Hechos a propósito para solventar la antigua paradoja, son a un tiempo Aquiles y la tortuga, el arco y la flecha: corren sin alcanzarse; se paran y algo queda siempre fuera de ellos galopando.
El ciervo, que no puede estarse quieto, avanza como una aparición, ya sea entre los árboles reales o desde un boscaje de leyenda: Venado de San Huberto que lleva una cruz entre los cuernos o cierva que amamanta a Genoveva de Brabante. Donde quiera que se encuentre, el macho y la hembra componen la misma pareja fabulosa.
Pieza venatoria por excelencia, todos tenemos la intención de cobrarla, aunque sea con la mirada. Y si Juan de Yépez nos dice que fue tan alto, tan alto que le dio a la caza alcance, no se esta refiriendo a la paloma terrenal sino al ciervo profundo, inalcanzable y volador.

Autor del

cuento

: Juan José Arreola

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