49 Cuentos de amor 

El Embrujo ( primera parte )

Enviado por liliana007  

Desesperada estabas por mí , no sabía cómo llegar así a donde estaba .Te arrancaba el miedo de que me suceda algo , me llamabas insistentemente tu corazón aceleraba impresionantemente mientras yo estaba en un lugar a oscuras en un ritual que desconocía de un familiar que agonizaba en vida no supe que hacer ,que decir , todos llorando era increíble ,era pena y dolor se podía sentir una energía ,nunca lo había vivido ;el tirado en el suelo suplicando queriendo vivir hombres y mujeres ,rodeándolo de rezos ,oraciones y alabanzas para que el mal ,deje en paz al pobre hombre la fe era poderosa entre ellos .
Yo continuaba ahí …tus mensajes llegaban ,diciéndome amor aléjate por favor ,tengo miedo que algo pueda pasarte derramando lagrimas como si sería el último día que fueras a verme , así te sentía de tanto que lloraste , dormida quedaste y entre sueños ;desprotegida de tu ángel te hallaste porque a mí lo enviaste para que pueda cuidarme ,por tu miedo de que podías perderme para siempre y llego ese mal en tu búsqueda para apoderarse de tu alma y su venganza era eliminarte ,porque de tu ángel desprotegida quedaste ;en su deseo de ahorcarte de cuello ,y de tu cuerpo apoderarse ,no tenías fuerzas para defenderte ,tus deseos de gritar era desesperante de imaginarte .
Y mirando al cielo fuerzas sacaste , por tu mente a tu padre llamaste , llegando al rescate ,tumbo la puerta ,ingresó y mirándote fijamente dijo :hija mía donde está tu ángel ,porque el mal de ti quiere apoderarse , entre cortada le respondías :padre una persona lo necesita ,está en problemas y es muy importante para mi .

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El Embrujo (segunda parte )

Enviado por liliana007  

El padre asombrado quedo, que su pequeña como él lo consideraba, su hija ya había encontrado su otra mitad, era lo más lógico para su entender, pero no le parecía justo, porque todos en la familia tenían protección de los ángeles y su pequeña quedaba desprotegida y le volvió a preguntar a su hija: esa persona que tan importante es para ti, que fuiste capaz de entregar a tu ángel, respóndeme, decía su padre.
Ella solo dijo papa es un amigo que está en problemas, además yo sé que no estoy haciendo algo malo ,por favor respeta mi decisión ,está bien hija ,espero que tu amigo en verdad lo necesite , desorientado solo le quedo retirarse .voy a rezar por ti hija ,así respondió su padre .
No lo pensó y volvió a marcar al celular de su amado ,pensado lo peor ,pero recordó que su ángel con él se encontraba ,ya más calmada …de repente empezó a escuchar voces extrañas de lucha de su ángel peleando con seres extraños ,en voces de lucha su ángel decía :llama a tu amado con el corazón .y en tu mente concéntrate y dile lo que sientes por él ,no permitas que se duermas ,porque si se va ,no lo veras nunca mas .
Oh¡¡no puede ser se lo van a llevar apresúrate no puedo solo, con todos ,tu eres la única quien puede salvarlo ,
Mientras el amado no reaccionaba los seres extraños, se apoderaban del amado, todos los del ritual desconcentrados ,porque no entendían que estaba pasando ,pero una persona ,nerviosa si sabía lo que sucedía …el maestro del ritual preocupado porque no le respondían los seres del mas allá y solo miraba ,que un inocente agonizaba la familia no entendía porque él...
Autor: Alexánder Núñez.

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RELATO DE UN BESO DE VERANO

Enviado por piojodelrojo  

El mar me anticipa, y en unos metros ya había besado sus pies, sus muslos, tambien habia rodeado sus caderas con fuerza, y con algo de debilidad seguía besando el resto de su bronceado cuerpo semidesnudo…
Entre toda esa corriente natural, que seguía conquistando el terreno de su cuerpo en forma ascendente, poco a poco y con la ayuda del descuido de las olas, logré anclarme a centímetros de su mirada, aguachenta, nublada…
fueron 5 segundos los que necesité para recobrar el aire que la corriente me había quitado, 5 segundos para que mis manos reaccionaran y rozaran sus brazos, ya cenizas, pero todavía abrasadores, fueron otros tantos segundos más para que pudiera sentir sus manos sobre mis hombros. El peso de nuestra respiración pareciera haber alisado el mar… y el tiempo, la temperatura y el aire se detuvieron. Los segundos ya no contaban, toda el agua en su cuerpo olvidó su curso y quedó imantada a su piel, adoptándola como su nuevo mar. Mis manos ya estaban sumergidas en su cintura, sus pechos marcaban como un hierro candente mi piel… ya nada podía detenernos, me incliné suavemente con los ojos abiertos y apunté mis labios al centro de los suyos, no hubo acierto, el beso comenzó casi al limite con su mejilla izquierda, pero rápidamente corregí o corregimos al unísono la dirección de nuestras bocas. Sentí una suave presión de la totalidad de sus labios sobre los míos, ella con los ojos cerrados se dejó llevar, brevemente intento dibujar, rozando con más destreza que ligereza, las fronteras de sus besos, jugando con las gotas de agua que todavía quedaban estancadas en su pronunciado labio superior... pero no aguanto... no soporto más el frío lejos de la profundidad de su boca y me vuelco con tal fuerza que las gotas de agua que aún quedaban en nuestros rostros se esparcen a varios metros, fue una explosión de ansiedad, y no tardo mucho en darme cuenta que me está devolviendo el beso con las mismas ansias. La falta de aire hace que nos separemos, ella se siente tan débil después, que se apoya en mi pecho para no hundirse en el océano.

- Todavía seguís con esa loca idea de irte? - Le susurro, mientras dejo caer su cabeza en mi hombro -. No es justo.
- La vida no es justa... - sentenció -

Victor Peralta

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Las calles

Enviado por danteverne  

Camino por las calles empedradas del barrio antiguo de mi ciudad. Es tarde. Ha llovido hace un rato y las luces se reflejan en los charcos con mil destellos nocturnos. Acabo de dejar a mi novia en su portal. Hemos discutido. Bueno, ni siquiera podría decir que hemos discutido, simplemente yo no he querido hablar, una vez más, de irme a vivir con ella.
— Estoy a gusto como estoy. No necesito vivir contigo para que sepas que te quiero.
Y zanjé la conversación de ese modo, como quien cierra una puerta de golpe. Y ella ya no me habló en el camino a su casa. Esa noche, como otras habíamos quedado con unos amigos en la típica zona de copas del centro. Lucía vive allí cerca, pero yo vivo al otro lado del puente que cruza el río Tormes, en Santa Marta. Así que habitualmente me hago el recorrido a pie de vuelta, a sabiendas de que tendré al menos una hora de caminata larga. Pero ese día me he llevado la moto.
Antes de quedar con los amigos tenía que ir con Lucía a ver a su tía Matilde, que vive en el norte de la ciudad. Así que la recogí cerca de su casa y fuimos antes de quedar con los amigos. Me cae bien su tía. Debe rondar los cincuenta y es viuda, y posiblemente vea en nosotros un posible reflejo de lo que pudo tener algún día, no hace tantos años. No tiene mucha vida social, así que cualquier visita de su sobrina favorita lo celebra como si fuera una de las cosas más importantes de su monótona vida. Es agradable, con una conversación culta y fluida. No rehúye ningún tema, si bien suele sacar temas conflictivos para tantearme y ver qué pienso de este o de aquel tema, esa tarde sacó el tema estrella que a la postre terminaría por echar al traste aquel día.
— Bueno, ¿y vosotros, no pensáis que ya va siendo hora de dar un paso más en vuestra relación? Lo digo porque os veo muy bien juntos y ¿cuánto lleváis ya? ¿dos años?
Lucía y yo nos miramos. Ella me sonrió pero yo me quedé petrificado en ese momento, incapaz de reaccionar ante unas palabras que dichas con absoluta naturalidad me parecieron como un cuchillo cortando mantequilla. Lucía, viendo mi estupor reaccionó en un par de segundos de incómodo silencio.
— Tía, nos tenemos que ir. Jorge y yo hemos quedado con unos amigos y no queremos llegar muy tarde. Hoy es el cumple de una amiga y quiero parar antes a comprarle alguna cosa.
Sigo recreando toda la tarde, las palabras, los gestos mientras bajo por la calle Toro. Dejé la moto aparcada cerca de la zona de copas pensando de antemano que el paseo me sentaría bien. Ni siquiera pensé en acercar a Lucía con la moto a casa. Ese día la conversación tomó un cariz ceniciento desde el momento en el que salimos de casa de su tía.
— Es que no te entiendo Jorge. Ya lo hemos comentado varias veces, y no sé tú, pero yo tengo la sensación de que no nos movemos. Y una relación que no va a más está condenada al fracaso.
— Pero, ¿qué más? Si estamos bien como estamos ¿para qué cambiar?
— Lo que pasa es que tienes miedo al compromiso. Eso es lo que te pasa. No lo niegues.
Y ahí hizo sangre. La conversación se enturbió lo suficiente como para ir retomándola a retazos a lo largo de toda la noche en cuanto nos quedábamos solos. Pero yo poco tenía que añadir al respecto en ese momento. Y sin embargo, ahora que bajo por estas calles y atravieso la Gran Vía, y veo a algunas parejas de la mano, que se buscan con la mirada, ávidas de la promesa del sexo, ávidas de un amor o de un momento de belleza, no puedo dejar de pensar en Lucía.
Hasta hoy no era consciente de cuánto la quiero. Cada vez me duele más separarme de ella, y salvo estas discusiones en las que queda de manifiesto mi posible falta de madurez para el compromiso, podría decir sin ningún género de dudas de que es la mujer de mi vida. Es una estupidez no pensar en irme a vivir con ella. Podríamos alquilar algo en común y ver si funciona la convivencia. Hasta ahora no habíamos pasado de algún fin de semana en común o algunas vacaciones de una semana y la verdad es que no habíamos tenido ningún problema, así que, ¿por qué las dudas? No tenía excusa. No tenía dudas. Era simple miedo a perder independencia.
Y en mi mente se fue formando una firme determinación. Con cada paso que daba en las húmedas calles iba llegando a una conclusión contundente que debía cambiar mi vida para siempre. Mañana mismo iría a buscarla. Compraría un ramo de esas flores blancas que no sé ni cómo se llaman, pero que le gustan tanto. La llevaría a comer a algún sitio y se lo diría a bocajarro, con esa impaciencia que me domina a veces cuando sé que tengo algo que hacer.
Tengo que secar un poco el asiento de la moto. No es que haya llovido mucho, pero lo suficiente para que la note fría y húmeda. Me coloco el casco y salgo. Las calles ahora me parece que brillan de otro modo, con una alegría manifiesta que me invita a sonreír. Atravieso el Puente Nuevo y el río parece saludarme con millones de alegres reflejos.
Llego a la glorieta y no lo veo venir. Un coche me golpea por el lateral izquierdo y salgo volando. Noto el golpe seco sobre el asfalto húmedo. Cómo se quiebran mis huesos en un instante. Cómo todo se va al traste. Y yo sólo puedo pensar en Lucía y que mañana tenía que comprarle flores.

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EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS

Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:
- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan pequeño e indefenso como soy. - Entre muchos ángeles escogí uno para tí, que te está esperando y que te cuidará.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para ser feliz. - Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
- ¿Y cómo entender lo que la gente me habla, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres? - Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
-¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo? - Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.
- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá? - Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.
- Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor. - Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.

En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando...
-¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre!. ¿Cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tu le dirás: Mamá.

Autor del

cuento

: Anónimo

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LA FOTO

Jaime y Paula se casaron. Ya durante la luna de miel fue evidente que Paula se moría. Apenas unos pocos meses de vida le pronosticó el médico. Jaime, para conservar ese bello rostro, le pidió que se dejara fotografiar. Paula, que estaba plantando una semilla de girasol en una maceta, lo complació: sentada con la maceta en la falda sonreía y...

¡Clic!

Poco después, la muerte. Entonces Jaime hizo ampliar la foto -la cara de Paula era bella como una flor-, le puso vidrio, marco y la colocó en la mesita de noche.

Una mañana, al despertarse, vio que en la fotografía había aparecido una manchita. ¿Acaso de humedad? No prestó más atención. Tres días más tarde: ¿qué era eso? No una mancha que se superpusiese a la foto sino un brote que dentro de la foto surgía de la maceta. El sentimiento de rareza se convirtió en miedo cuando en los días siguientes comprobó que la fotografía vivía como si, en vez de reproducir a la naturaleza, se reprodujera en la naturaleza. Cada mañana, al despertarse, observaba un cambio. Era que la planta fotografiada crecía. Creció, creció hasta que al final un gran girasol cubrió la cara de Paula.

Autor del

cuento

: Enrique Anderson Imbert

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FIN DE BAILE

Acaban de bajar las luces del salón de baile. La banda comienza a tocar la última canción: una balada. Siempre odié la música lenta, pero ésta significa “te quiero”, y hay poco más que decir.
Nunca unos ojos me habían mirado así. Nunca había sentido mi cuerpo vibrar a cada nota, ni mis ojos mirar más fijos a algo.
Estas notas que envenenan el aire me han henchido el pecho, hiriendo mi alma de muerte. Me noto temblar cuando nuestras manos se unen, y sus enormes ojos azules se clavan como preciosas aristas de poliedros de amor en mi mente, en mi corazón, en mi recuerdo.
Mientras, suavemente, el cantante me demuestra que todo lo que ocurre es real, y por ello, estrecho mi lazo, atenazando mis brazos a su espalda, acercando su pecho al mío. Noto su respirar entrecortado en mi entrecortado respirar, y entre medias nuestros pechos, golpeados por nuestro revolucionado corazón. Sólo quiero que el pianista lea mi mente, y toque para siempre esta melodía, mientras hago de mis labios una extensión de sus labios. Cierro los ojos para soñar que este momento es una poesía en nuestros oídos o el sabor del azúcar glasé del dulce más lindo del mundo.
Cuando abro los ojos veo los suyos mirándome, pero tienen veinte años más. No existe el salón de baile, sólo queda en nuestro recuerdo. Y la canción suena en nuestras cabezas, recordándonos cada día cuánto nos queremos, y que lo que una vez fue sueño permanece siendo realidad.

Autor del

cuento

: Miguel Ángel Hurtado

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CANCIÓN DE LA BAILARINA

¡Oh tú, que danzarina me llamas, sabe hoy que no aprendí a danzar! Me encontraste juguetona y pequeña, danzando en el sendero y persiguiendo a mi sombra azul. Giraba como una abeja, y mis pies y mis cabellos, color de camino, se empolvaban con el polen de un polvo rubio.

Me viste venir de la fuente, meciendo el ánfora en mi cadera, mientras, al compás de mis pasos, sobre mi túnica saltaba el agua en redondas lágrimas, en serpientes de plata, en menudos cohetes rizados que ascendían, helados, hasta mi mejilla. Yo caminaba lenta, seria, mas llamaste danza a mis pasos. No mirabas mi rostro, seguías el movimiento de mis rodillas, el balanceo de mi talle, en la arena leías la forma de mis talones desnudos, la huella de mis dedos abiertos, que comparabas con la de cinco perlas desiguales.

Me dijiste: «Coge esas flores, persigue esa mariposa...» Llamabas danza a mi carrera, y cada reverencia de mi cuerpo inclinado sobre los claveles purpúreos, y el ademán, repetido en cada flor, de echar atrás, por encima de mi hombro, un chal resbaladizo.

En tu casa, sola entre tú y la alta llama de una lámpara, me dijiste: «¡Danza!» y no dancé...

Pero desnuda en tus brazos, sujeta a tu lecho por la cinta de fuego del placer, me llamaste, sin embargo, danzarina, al ver agitarse bajo mi piel, desde mi pecho ofrecido a mis pies crispados, la inevitable voluptuosidad.

Fatigada, anudé mis cabellos, y los contemplabas, dóciles, arrollados a mi frente como serpientes hechizadas por la flauta.

Abandoné tu casa mientras murmurabas: "La más hermosa de tus danzas no es cuando acudes corriendo, jadeante, poseída de un deseo irritado y atormentado ya, por el camino, el broche de tu vestido. Es cuando de mí te alejas, serena y con las rodillas temblorosas, y al alejarte me miras, tu barbilla en el hombro. Tu cuerpo me recuerda, oscila y titubea, me echan de menos tus caderas y tus senos me están agradecidos...Me miras, vuelta la cabeza, mientras tus pies adivinadores tantean y escogen su camino...

"Te vas, siempre pequeña y maquillada por el sol poniente, hasta no ser, en lo alto de la colina, más esbelta en tu túnica anaranjada que una llama vertical, que danza imperceptiblemente..."

Si tú no me abandonas, iré danzando hasta mi blanca tumba.

Saludaré a la luz, que me hizo hermosa y me vio amada con una danza involuntaria, cada día más lenta.

Una última danza trágica me enfrentará con la muerte, mas sólo lucharé para sucumbir con elegancia.

Que los dioses me concedan una caída armoniosa, juntos los brazos en mi frente, doblada una pierna y extendida la otra, como presta a franquear, de un salto ingrávido, el negro umbral del reino de las sombras...

Me llamas danzarina, y, sin embargo, no sé bailar...

Autor del

cuento

: Sidonie-Gabrielle Colette

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Hasta cuando te conoci

Enviado por jeffer_1  

Caminaba sin rumbo sin mirar atrás
y solo veía un vació eterno
pensaba en seguir y no retroceder
mientras yo moría en el atardecer
todo empieza a oscurecer y no veo una luz en mi amanecer.

Así pasaron varios días hasta cuando te conocí
te mire y me sonreíste y una luz me ilumino sin saber el porque lo único que sabia era que contigo quiero volver a vivir y ser feliz .

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MARINA

Marina me mira con una mirada azul y sonríe. Le veo los labios y sé que acaba de pintárselos. Viene por la playa con las narices fruncidas porque el sol está alto; con el bikini floreado -naranja y amarillo- que el resplandor de la arena le borra. Se detiene a unos pasos. Se vuelve hacia el mar con las manos sobre las cejas, como si buscara algo en el fondo del día.
Intento saludarla sin salir de la palapa, sin levantarme de la silla, sin apartar la vista de los vellos que le asoman junto a las flores.
Marina no me responde. Da unos pasos como si se marchara y regresa enseguida, de nuevo sonriente, sin decir palabra. Alza los brazos y los cruza por detrás de la nuca como si en ese momento quisiera, más que ninguna otra cosa en la vida, mostrarme el ombligo, entregar las axilas al viento.
El ombligo de Marina parece el ojo de una cerradura, así que me pongo de pie y salgo de la sombra para buscarla. Siento la arena caliente, aspiro el sudor del día, oigo los tumbos, veo a Marina con la mirada azul.
- Ten cuidado -dice y sonríe, frunce la nariz y los labios recién pintados-; soy algo menos que espuma -y se vuelve de plata mientras regresa al mar.

Autor del

cuento

: Felipe Garrido

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Desde el 11 hasta el 20 de un total de 49 Cuentos de amor

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