PULGARCITO
Pulgarcito era un niño tan, pero tan pequeñito, que cabía en una caja de sorpresas. Era el último de siete hermanos y sus padres estaban en la miseria. Una tarde, el niño pudo oírlos en una extraña conversación.
- Que Dios nos perdone, pero tenemos que deshacernos de nuestros hijos o será el hambre y la miseria quienes se encargarán de llevárselos - decía su dolido padre mientras la madre lloraba -.
Horas más tarde y con engaños, el padre marchó con sus siete hijos a lo más frondoso del bosque donde los abandonaría.
Pero Pulgarcito había ido dejando migas de pan en el camino, por lo que los niños pudieron regresar a su cálida casa siguiendo el rastro del pan abandonado. Su padre se sintió feliz al verlos sanos y salvos, pero al poco tiempo volvió a creer que no era capaz de cargar con ellos.
Esa vez el padre en pleno invierno, revisó los bolsillos a Pulgarcito pero no pudo hallar restos de pan. Una vez abandonados de nuevo, el pequeño empezó a buscar las migas que había logrado esconder entre sus calcetines y tirar por el camino, y casi se muere al comprobar que las aves se las habían comido. ¡Estaban perdidos!
Mientras sus hermanitos lloraban, en medio de la oscuridad y del grito de las fieras, Pulgarcito se subió a un árbol y a lo lejos divisó a una solitaria cabaña.
- Quizás nos ayuden, pero debemos calmarnos para llegar a ella - les dijo -.
Y sus hermanitos obedecieron.
Al llegar picaron a la puerta y un horrible sonido de pisadas hicieron temblar la Tierra. No podían creer lo que estaban viendo: era el horrible ogro come-niños, cuyos ojos brillaron al verlos allí esperando. Los capturó de inmediato, al tiempo que le gritaba a su mujer:
- ¡Ya tengo siete niños para mi gran cena!
Y el gigante se fue a dormir la siesta.
El llanto de los niños hizo que la mujer del ogro se apiadara de ellos y les dio la libertad. El ogro despertó y al no hallar servida la cena, puso el grito en el cielo:
- ¡Dónde están los niños!
Su mujer le dijo que una bruja logró liberarlos y el ogro, para ir en su busca, se calzó unas botas mágicas que había robado al rey de esas tierras y que recorrían siete leguas por cada paso.
Pulgarcito, por su parte, una vez fue alcanzado por el ogro, cobijó a sus hermanitos en un refugio y empezó a correr y correr en círculos, logrando marear al ogro que lo perseguía provocándole un ruidoso desmayo. Al verlo así, el niño le quitó las botas, se las calzó y corrió al castillo del rey de esas tierras.
Allí devolvió las botas robadas y el rey, agradecido, ordenó rescatar a los niños, apresar al ogro y honrar a Pulgarcito con un título y una gran recompensa.
Los siete hermanitos volvieron a casa, salvaron su hogar y perdonaron a su padre por tan equivocada sentencia.
Moraleja: Todos los niños son sagrados.
Autor del cuento: Charles Perrault