Pies descalzos-El Caminante 

Enviado por gabl   Seguir

16 Agosto 2017, 01:23

Continuación...

-Su estado emocional se estabiliza, comienza el descenso hacia lo desconocido no reconoce el lugar. Pero la seguridad de salir a la civilización le aviva el ánimo y olvida sus dolencias, su necesidad de alimentarse, de sus necesidades físicas.
- Se desprende la camisa y se la coloca en la cabeza a modo de turbante para protegerse de los rayos solares.
-Cae lentamente la tarde. Le preocupa donde guarecerse. Apresura la marcha. De pronto se detiene en medio de un camino rural, más amplio y que él no lo nota, calcula haber caminado más de 10 kilómetros. Según su conteo mental, 500 pasos son iguales a 400 metros y 1250 pasos equivalen a un kilómetro.

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-A lo lejos se dibuja en el horizonte una vieja y pequeña casa. Casi corre a su encuentro y ve como si ella viniese hacia él, cada vez está más cerca. Hasta que finalmente detiene su trote y, jadeante se planta ante ella.
Me acerco lentamente, llamando, haciendo ruido con mi cayado. No obtengo respuesta, rodeo la pequeña casa, sólo hay hojas y mangos que alfombran el piso y semejan un tapiz por el colorido que va del rojizo amarillento al ennegrecido que indica su exceso de madurez.
Regreso al frente de la vivienda, vuelvo a gritar. Sin resultados, perdí la esperanza de encontrar a alguien. Sigilosamente me acerco a la puerta, la abro lentamente hasta dejar al descubierto su interior.

Me asomo cautelosamente colocándome a distancia prudencial de la entrada. A la vez que recorro visualmente toda la estancia.
Doy unos pasos y me cuelo dentro del espacio, huele a humedad, a humo de leña, la pared del fogón salpicada de rastros de grasa deja entrever que la casa es asidua de personas.

Al centro de la sala hay una pequeña mesa con dos sillas y no muy lejos un fogón construido con cemento y bloques que semejan una mesa, incluida una parrilla. Una olla, una pimpina con agua destacan sobre el fogón. Revisando varias vasijas de cocina encuentro arroz, café, caraotas, sal, un poco de azúcar, tres latas de sardinas y una lámpara a querosén que pende del lateral de la cocina.
En un rincón me topé con un viejo y oxidado machete que no dudé en ceñirlo a la cintura.
La luz de la lámpara iluminó el ambiente, me dispuse a asear un poco el lugar.
Dispuesto a saciar el hambre cocino un poco de arroz y hiervo café que en pocos minutos el agradable aroma de la infusión recién colada inunda el salón. Ceno un exquisito risotto con sardinas acompañado por dos tazas de café. Me pareció la mejor cena en mucho tiempo.
Esa noche dormí sobre la mesa con la cual aseguré la puerta como precaución. Varias horas después, un leve rayo de luz, se cuela por un orificio del techo de asbesto, perturba mi visión. Obligándome lentamente a abrir los ojos, incorporándome, alejo la improvisada cama de la puerta y al ver el exterior comprendo que dormí largamente.
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El sol calentaba, calculo que podían ser la nueve o diez de la mañana. Y la temperatura estaría a 25° C. Improviso unas sandalias con cartones y plástico de las bolsas que corto a manera de trenzado para fijarlas a mis pies. Flexionando las extremidades inferiores y moviendo los brazos en forma de abrazo imaginario, queriendo mitigar las dolencias emprendo la marcha…
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El Presente.-
Hoy me encuentro en medio del riachuelo. Bañándome, lavando mis pies descalzos.
Emprendo la búsqueda hacia la imperiosa necesidad de encontrar a alguien que me socorra y me aclare muchas dudas, esta vez, inicio la caminata apoyado en el cayado. Después de dejar el riachuelo el camino se hace accesible, la suave arena sirve de calmante a las heridas.
Cayendo la tarde me sorprende un camino amarillento como a medio kilómetro, apresuro mis pasos y finalmente estoy en la orilla de la carretera sin pavimentar, me acerco a un árbol y descanso, muevo mi cabeza a la izquierda y derecha de la carretera esperanzado que alguien aparezca en el horizonte.
Diez minutos más tarde, a mi izquierda, en la lejanía se levanta una columna de polvo y a medida que se acerca toma forma de un vehículo. Me coloco a orilla de la carretera, mi corazón late aceleradamente, hasta que se detiene ante mí una vieja Ford pick up.
El conductor me saluda, mis palabras se ahogan en la garganta, apenas balbuceo. La alegría, se expresaba en mi rostro, pensé; “me salvé”.
A mi mente viene una frase del escritor venezolano Rómulo Gallegos; “La llanura es bella y terrible, a la vez; en ella caben holgadamente, hermosa vida y muerte atroz” .
Con dificultad logro subir a la camioneta.
El conductor pregunta;
-¿Hacia dónde se dirige amigo?
¡no sé!
¿A dónde va usted?
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El joven conductor escudriña mi vestimenta, mi rostro, en fin, repasa mi cuerpo como un scanner. Le pregunto;
¿Dónde estamos?
-Amigo, ésta es la vía hacia Valle de La Pascua viniendo de Zaraza, son como 76,5 kilómetros”. Y desde aquí más o menos faltan como 26 kilómetros para llegar.
-Pero yo tengo una finquita a 10 minutos de aquí.
Quedo mudo, ahora sí es verdad que estoy más enredado.
¿Qué pasó con mis compañeros?
Por qué anduve solo?
Rompo el silencio y pregunto;
¿Qué día es hoy?
-“Hoy es jueves amigo”
¡Carajo caminé casi una semana!
-“¿De dónde viene usted”?
Brevemente le narro lo que recuerdo, mi transitar por la selva…
Antonio, que así se llama el joven, se da cuenta que no quiero hablar. En el horizonte aprecio que el camino se torna cambiante, se observan varias casas separada...Continuará

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