Parking
15 Noviembre 2025, 11:56
PARKING — una historia por partes que no te puedes perder.
Marco era un verdadero desastre. No era organizado ni tenía intención de serlo. Cada mañana se despertaba con un olor a colonia distinto: el de las chicas que llevaba a casa cada noche. Tan despistado era que escondía las bragas de cada una por ahí, de cualquier manera, y ellas acababan marchándose sin ropa interior porque él ni sabía dónde las había dejado. Para Marco aquello era parte del juego; para ellas, no tanto.
Su vida era un caos improvisado, casi una broma constante. Su padre había muerto hacía unos años y su madre, prácticamente en estado vegetal, solo encontraba un poco de sentido imaginando el día en que vería a su hijo casado. Una ilusión que parecía imposible viendo cómo vivía Marco.
En el trabajo todos le tenían cariño. Era alegre, risueño y no le molestaba que se metiesen con él. Sobre todo por una manía extraña: aunque todos los empleados tenían plaza de parking, él nunca la utilizaba. Prefería levantarse dos horas antes para buscar un hueco en un barrio donde aparcar era casi imposible. Para Marco, encontrar sitio era como ganar una pequeña batalla diaria. Un triunfo absurdo, pero suyo.
No usaba GPS. Cada día conducía por un lugar diferente. Si llovía, bien; si hacía sol, también. Para él cada día había algo nuevo que descubrir, aunque fuese solo una calle distinta.
Hasta que un día todo cambió.
Mientras trabajaba, su madre lo llamó:
—No me encuentro bien —dijo con voz débil—. No es grave, pero ven.
Marco avisó a sus compañeros y salió corriendo. Al llegar a su barrio, se llevó un golpe inesperado: la policía había cerrado todas las calles. Estaban grabando una película y ningún coche sin plaza de garaje podía entrar para no romper la ambientación.
Él intentó explicar su situación:
—Mi madre está mal, necesito entrar.
El policía solo respondió:
—Llame a una ambulancia.
Marco buscó el móvil. No estaba. Revisó el coche. Nada. Salió, volvió sobre sus pasos… y vio el móvil roto en el suelo. Se le debió caer hablando con la policía.
¿Y ahora qué?
No podía entrar. No podía llamar. Y su casa quedaba lejos. Encontrar un vecino con garaje justo en ese momento era casi un milagro.
Hasta que sonó una bocina.
Era una vecina de su calle, que acababa de llegar para aparcar en su garaje. Lo vio nervioso, alterado, casi temblando. Entendió que algo pasaba.
—Súbete —le dijo—. Vamos.
Cuando llegaron, su madre estaba en el suelo. La vecina llamó a la ambulancia. En cinco minutos estaban allí. No era grave; sobreviviría. Marco lloró de alivio y dio gracias a Dios, aunque nunca había creído en nada. También dio gracias a la vecina, sin la cual quizá habría llegado demasiado tarde.
Cuando la ambulancia se llevó a su madre, Marco se quedó solo en casa, pensando.
La vida no puede ser solo improvisación. A veces necesita un plan.
Si hubiera tenido garaje, nada de aquello habría pasado.
Ese pensamiento lo perseguía… pero también lo despertó.
Desde ese día, Marco cambió.
Ayudaba a su madre. Dejó atrás el caos. Tiró las bragas escondidas por la casa. Compró dos plazas de garaje: una para su casa y otra para el trabajo.
Y la vecina…
Empezó a verla más. Era simpática, sociable, guapa. Siempre había estado ahí, pero él nunca se había fijado de verdad. Hasta ahora.
Quedaron una noche a cenar. Luego otra. Y otra. Cena, comida, cena, comida… hasta que lo que su madre soñó durante años se volvió realidad:
Marco se casó.
Adiós libertad caótica.
Adiós vida sin reglas.
Pero no lo echaba de menos.
Porque, por primera vez en su vida…
Era feliz.
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