MARCELO PILO MARCELO “PILO” CALFUMIL CARIMÁN... 

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15 Abril 2023, 20:06

MARCELO PILO

Marcelo “Pilo” Calfumil Carimán era un agricultor. Al menos eso decía y así era
identificado por los demás y por la autoridad. Tenía un pequeño campo en la Excomunidad Indígena Valentín Manqueín del lugar Quetroco de la Comuna de Freire. Tenía una quinta de hermosos manzanos de muy buena calidad para guarda o para chicha.
En más de 25 años que fui vecino suyo, nunca sembró ni plantó nada. Ni media
mata de porotos, de papas o de lechugas. Nunca hizo una siembra de trigo, ni se le vio
ayudando a alguien. Nunca dio un guadañazo para cortar un manojo de forraje para
guardarle a algún animal.
Su apelativo “Pilo” tiene que ver con sus orejas. Era un hombre bastante sordo y
se notaba claramente el esfuerzo que hacía para poder escuchar. Ponía su mano
extendida tratando de aumentar el tamaño de su pabellón. Compartía con un pequeño
grupo de amigos principalmente en torno a un litro de vino. Pero no llamaba la atención
por ser una persona que se mostrara públicamente borracho, aunque en su propia casa
podía verse en ese estado.
Recibía una pequeña pensión de gracia que le pagaba el estado. Y lograba otros
ingresos por arrendar sus parcelas, principalmente para pastoreo. También tenía una pequeña extensión de eucaliptos, así como de 15 por 5 metros, que vendía cada cierto tiempo, a personas que aceptaran realizar todo el trabajo de cosecharlos.
Tenía una cocina con techo de paja y cocinaba directo al fogón. Un día la agarró
el viento y casi se la bota. La afirmó con un poste y se mantuvo así por mucho tiempo, hasta
que vino otro viento y adiós cocina para siempre. Y su casa donde dormía estaba igual de
destartalada. Cuando ya no le quedó cocina, trasladó el fogón para allá. Y bajo ese mismo
techo se cobijaba él con su hermana, sus chanchos, perros y gallinas.
Para el consumo del agua se había construido un pozo sobre la misma corriente del
Estero Quetroco, a unos 120 metros de distancia y en terreno que no le pertenecía. Corriente arriba todos usaban el estero, para abrevar los animales, vacunos, chanchos, caballos, para lavar la ropa, o bañarse de ser necesario. El Pilo bebía esa misma y nunca le pasó nada. Tenía salud de roble o estaba inmune de todo.
Seguramente acarrear el agua era la principal actividad del día. Caminando podía verse
con un balde y con un tarro, rumbo a su casa o rumbo al pozo, siempre descalzo por el camino ripiado que pisó miles de veces.
Yo colindaba por el lado norte de la parcela donde tenía su casa. Él arrendaba su campo
para animales de otros, pero como no tenía agua para que bebieran ni nadie se molestaba en darles, terminaban invariablemente en mis propios potreros. Así que lo más del tiempo me llegaba hasta su casa para poder reclamarle y nunca lograba nada. A veces lleno de ira y otras a hablarle a la buena. Se llevaba la mejor parte, él cobraba por el arriendo y yo alimentaba los animales de los arrendatarios. Un día le propuse que renováramos el cerco, pero respondió que no, porque haría un cerco de malla pues planeaba criar cerdos.
Claro que crió cerdos, pero del cercado nada. Yo sí construí mi parte, la mitad de todo
el deslinde y la única vez que lo vi, fue cuando se presentó a reclamarme su derecho a repartir
los materiales sobrantes. Le respondí que eran míos y que cuando él hiciera su parte yo nada
le pediría.
Tenía, a orillas del cerco de deslinde con otro vecino, varios árboles hermosos y de
nobles maderas. Yo se los pedí en media y él aceptó. Así que los boté, los trocé y me conseguí
bueyes para sacarlos hasta la orilla del camino. Entonces encontró otro socio que le caía más
simpático o que le daba mejores garantías y se los dio a él no más, sin importarle nada el trato
que tenía conmigo. A fuerza de pelea, alcancé a retenerle uno, el único que quedaba pues los
había retirado de mi propio potrero por mientras yo no estaba presente.

Su crianza de cerdos fue todo un caso. Nunca les tuvo ni siquiera una batea puesta en la
gotera para que tomaran agua cuando llovía. Así que a su predio llegaban sólo a dormir. Eran una máquina de hacer daño. Las siembras de los vecinos pasaban susto, incluidas las mías, claro. De tanto que le echaban perros, ninguna tenía orejas.
Llegó un momento en que todo hizo crisis. Tenía dos hembras paridas y en total sumaron
27…. ¡Agárrate! Nadie podía contenerlos.
Vino un día una pareja de carabineros. Les mostré mi potrero de más de 3 hectáreas con su pastura totalmente destruida. No podían creerlo. Parecía un trabajo echo con maquinaria: toda la tierra desnuda como si se hubiese barbechado. Pero yo no necesitaba eso. Solamente mi pasto.
-¿Pero los chanchos hicieron esto?- dijo
-Los chanchos del Pilo-.
Fueron a hablar con él. Pero regresaron con las manos vacías: La diligencia quedó ofrecida para otra ocasión, pues el señor estaba completamente borracho. Imposible razonar con él. Y entiendo que nunca más se dio la oportunidad. No que yo supiera.

Así que le busqué por la buena y aceptó cambiármelos por 5 ovejas. Por lo menos esos
animales, aunque igual son salidores, pueden vivir sin tener que tomar agua a diario.
Fui a la Feria de Pitrufquén y le compré sus 5 ovejas. Lo malo es que llegaron seis y las seis él las quiso. Cambió el acuerdo original, porque quiso más.
Metí a chiquero enseguida los 25 cerditos y por suerte encontré comprador pronto para
las dos hembras madres. Y poco a poco los fui vendiendo, de a dos, de a tres y de a cinco. Todos
faenaditos y varios de ellos enteritos. Claro que dieron trabajo, pero la mejor ganancia fue que
dejaron de molestar.

Vivía con una hermana que tenía un notorio retraso mental, el Pilo la aseaba desnuda
en el patio de su casa lanzándole porciones de agua con un balde o con un tarro grande. Se veía sucia, desgreñada, con su cabellera en total desorden, pues nunca se peinaba y paseaba ajena a cuanto ocurría a su alrededor, ensimisma en no sé qué misterioso pensamiento. No obstante su deplorable aspecto, varios hombres la visitaban. Claro que a escondidas del Pilo.
Uno de esos pretendientes, borracho se quedó dormido en la calle. El Pilo fue hasta su casa en busca de un hacha y con ella lo mató simplemente. Lo llevaron a la cárcel, pero pronto lo soltaron porque se alegó demencia. A otro muchacho joven lo descubrieron en pleno acto y lo acusaron de violación. La policía se hizo presente. Gritó “aló” repetidas veces y como nadie contestaba decidieron entrar en la casa. Allí encontraron a los dos hermanos, desnudos sobre una cama. La única que tenían. Se llegó a la conclusión que ambos convivían maritalmente. Intervino la autoridad y se la llevaron a la ciudad, a un Asilo de Ancianos. De donde nunca se vio regresar.
Una tarde de un miércoles, mucho tiempo después de eso, una niña de la escuela que iba a visitar a su tía, decidió acortar camino por el medio de los potreros. Le llamó la atención que había un perro comiéndose un hueso. Pero no era un hueso cualquiera. Al mirarlo con mayor atención pudo darse perfecta cuenta que se trataba de la mano de una persona y completa con todo el brazo. Dio la alarma correspondiente y suponiendo alguna desgracia, entraron en la casa del Pilo. Ahí lo encontraron muerto, tendido al lado del fogón, que por suerte estaba sin fuego. Los exámenes del forense no encontraron nada extraño que pudiera atribuirse a acción de terceras personas.
Sus propios perros, de hecho, perras, habían destrozado el cadáver. A tal punto que una de ellas salió al patio con uno de los brazos. Era una forma de cobrarse revancha de una vida entera de pasar hambre y vivir famélicas al grado máximo.
El Pilo fue sepultado en el cementerio del lugar. Alguien le llevó flores, otro le hizo algún brindis. Pero nadie derramó una lágrima. O al menos que yo la viera.
FIN




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