MANOLO...EN LA PLAZA ESPAÑA 

Enviado por carisima   Seguir

12 Enero 2018, 01:33

Parecía una caricatura que camina sobre la superficie lunar, por la imagen que devolvían de mi figura las grandes vidrieras, reflejando una enorme mochila sobre la espalda, llena de regalos y recuerdos para entregar a mis amigos al retorno de aquel viaje.
Caminando por las calles de La Gran Vía con un listado de tantísimos encargos escritos en el celular, consultado cada vez que algo llamaba mi atención. De tanta compra y esparcimiento, ignoro cuantas horas llevaba a ese ritmo rápido y agitado.
Llego un momento en el que no sabía dónde estaba, desorientada y sin norte. Sin embargo seguía caminando, al paso de calles diferentes no concurridas en contraste con las que transite horas anteriores. Buscaba un lugar apacible donde descansar un momento. Cruce una avenida y encontré al frente una plaza o parque de gran extensión. Dude primero, en acercarme porque unos gitanos mojaban sus ropas en las aguas de la fuente.
Hice a un lado los reparos, era más el cansancio que medir los peligros.
Bordeando la presencia de los gitanos, descubrí al fin los asientos de la plazuela, había varios vacíos y en particular uno de ellos estaba ocupado a un costado, por una persona de la tercera edad. Me pareció adecuado, sentarme al otro extremo- En caso de peligro habría un testigo.
Descargue el equipaje, lo coloque al medio del asiento y saque el bebedor de agua que tenía en la mochila, prendí un cigarro y me regale tiempo de descanso. No me interesaba, quien estaba sentado a mi lado, solo quería consultar el “google maps”, para averiguar la ubicación y cómo llegar al hotel.
Percibía la mirada del señor que se encontraba sentado al otro extremo del asiento y no obstante me sabia observada, continuaba consultando mi celular.
- Sois de Madrid? , me preguntó.
No quise contestarle, para no iniciar conversación, el hombre insistió.
Lo mire, insegura de la respuesta, le dije a secas “no”
- De donde entonces, insistió
- Soy turista, respondí a secas.
Mi compañero de asiento en la plazuela era un anciano.
De pronto vi su figura, delante mío, con una lata de Coca Ligth.
- Toma te invito, no te ofendas.
Deje el celular encima de mis piernas y recibí la bebida. Observe el envase con disimulo, tantas historias que escuche en mi país, sobre bebidas adulteradas, con droga y pastillas, que era prudente y necesario inspeccionar primero, - sí, estaba sellado-, el detalle despejo la desconfianza. Y dentro de mi garganta casi sin voz le dije, “Gracias”
El anciano, estaba vestido con una polera a rayas y unos jeans antiguos y despintados, su cabeza coronada de pelo cano y la cara raída de caminos profundos, resecos de los años.
Con paso lento, tardo unos segundos en volver a sentarse, la cuenta de los años estaba reflejada en la pesadez de sus movimientos, tomo asiento.
Un silencio rodeaba nuestro ambiente de descanso. No expreso nada más.
Aquel silencio, extrañamente me empezó a inquietar, porque no me habla, fui descortés o quizás se sintió ofendido, estará enfermo?, me preguntaba. Ya no podía, mas permanecer callada, inicie la conversación.
Le pregunte su nombre, detalles de su vida, porque estaba sentado en la plazuela, cuál era la razón de invitarme un refresco, lo cuestione sin darle opción a que Manolo, como se llamaba, pudiera indagar nada de mi vida, el solo sabía que yo era una turista y era suficiente, por seguridad.
De tanta pregunta, la conversación se hizo amena y además directa, no era necesario que me preguntara sobre mi vida, sola yo le contaba todo lo que me parecía importante, en el intercambio nuestras miradas se encontraban y poco a poco iba adentrándome en aquellos ojos envejecidos, que me hacían descubrir otro mundo, no conocido.
Manolo era un hombre de edad avanzada, tenía 81 años, había ejercido como profesor de lenguaje durante toda su vida, hace 5 años que había perdido a su esposa.
- Ella se fue y aun no hay todavía una forma de volverla a encontrar, hasta que Dios lo disponga.
La confesión me rasgo el corazón. Retire la mochila que nos separaba y me acerque un poco para continuar con la charla. Tienes hijos? fue una forma de desviar la conversación, para que no sufriera.
- Si, dos mujeres, ambas partieron con sus familias, no viven cerca. Voy a pasar el invierno todos los años, alternando para estar con cada una y mis nietos.
Vivía solo en una casa, que pago durante toda su vida con gran esfuerzo.
- Construimos juntos nuestra casa y cuando estaba como queríamos, las hijas se casaron, nos quedamos solos. Carmen se enfermó de cáncer y durante 6 años la lleve a quimioterapias al servicio médico, hasta que un día me dijo que se cansó y se fue…-
- Manolo, por qué no te vas a vivir con una de ellas? Le pregunte.
- Los abuelos tenemos nuestras manías, todos los días me levanto al alba a prender una vela a Carmen que me alumbra, vengo a la plazuela donde tomaba el fresco de la tarde, para olvidarse de los dolores. Donde viven mis hijas, no tengo esos recuerdos. Me encuentro con Carmen cada tarde aquí en Plaza España.
Quede tan atribulada de sentimientos como la mochila, llena de suvenires, ya no entraba nada, ni una sola palabra más, pero tampoco quería retirarme.
Me hice eco de esa nostalgia serena y resignada, no podía articular palabras de aliento. Vinieron a la mente tantas personas conocidas y solitarias, seguramente sienten lo mismo que Manolo, escudriñando sombras en recuerdos que no dejan que el tiempo les quite el color, se resisten y esperan.
En otro tono de voz, le pregunte su dirección. Saco de su bolsillo un lapicero y un celular antiguo con teclado muy grande, especial para ancianos.
- No te preocupes le dije, apunto en mi celular.
Me miro y abrió sus ojos claros, casi transparentes. - Ya anotaste? me pregunto- . Mientras continuaba pulsando el teclado, tomando nota de algunos detalles para algún día, escribir sobre este encuentro. Manolo observaba.
- Este lapicero, fue un regalo del Director de la Escuela donde trabaje 40 años, quiero que lo conserves.
No merecía tan preciado artículo, me quede en silencio.
- Toma no dudes, es solo porque quiero que sepas que hace 5 años, no había conversado con nadie y quiero agradecerte por escuchar a este abuelo toda una tarde. Que Dios bendiga toda tu vida, dijo con la voz entrecortada.
Busque en la mochila un Rosario Católico, que todos los días me acompaña y en esta ocasión, antes de llegar a Madrid, en la ruta turística, había conocido la gruta de la Virgen de Lourdes y encontrado una pieza muy singular; un rosario engarzado en perlas rosadas, tan hermoso y delicado, como la maravillosa experiencia de crecimiento que me regalo la vida al conocer a Manolo.
Sin dudarlo lo escondí en mi mano sudorosa. Espere que me alcanzara el lapicero y salte para abrazarlo por única y última vez. Luego de unos instantes de cálido acercamiento, que me inspira a calificar el abrazo al alma desnuda y nostálgica de Manolo. Humedecí su ropa con mis lágrimas y coloque el objeto en el bolsillo de su polo, sabía que la probabilidad de no volverlo a encontrar era la más cierta.
En esa despedida, me dijo casi sin voz, me case con Carmen en la Gruta de Lourdes, si vuelves a Madrid, estaré aquí en el mismo asiento de la Plaza España.

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