La piedra de toque
3 Febrero 2020, 23:29
Dice una antigua historia que hace muchos, muchísimos años, vivió un anciano que guardaba un gran secreto. Sus días en este mundo llegaban a su fin y, antes de partir, decidió contárselo a un hombre bueno y responsable en quien confiaba.
– Tienes que saber que existe una pequeña piedra conocida como piedra de toque, capaz de proporcionarte todas las riquezas que desees. Te revelo este secreto para que tengas la oportunidad de encontrarla y mejorar tu vida.
– Muchas gracias, señor, pero… ¿Dónde he de buscar esa piedra tan especial?
– Parece ser que se encuentra entre los miles de guijarros que abundan en la playa, así que distinguirla es una labor muy complicada.
– Entonces… ¿Cómo sabré cuál es?
– Verás… Todas las piedras que están en la orilla del mar se sienten frías al tacto, pues se pasan horas salpicadas por el agua. La piedra de toque es la única piedra que notarás caliente al tocarla.
Al hombre le pareció casi imposible encontrar la piedra de toque, pero aun así, se propuso intentarlo. Desde entonces, cada mañana acudía a la playa y daba largos paseos recorriendo la orilla. A cada paso se agachaba para coger una de tantas piedras lisas y relucientes que bañaba el mar, la lanzaba lejos sobre las olas y probaba con otra. Todas estaban frías, muy frías. La suerte no parecía estar de su parte.
Horas, días, semanas, meses, se pasó recogiendo guijarros sin éxito alguno. Al principio, su obsesión era encontrar la piedra de toque como fuera, pero con el tiempo, aprendió a tomárselo con más calma y a disfrutar de lo que tenía alrededor: el azul y espumoso mar, el aire fresco que bajaba de la montaña, el relajante sonido del oleaje,… Incluso se acostumbró a quitarse las sandalias para poder sentir la caricia de la arena tibia bajo sus pies.
El paseo por la playa para buscar la piedra de toque pasó a ser, sin darse cuenta, el momento que más gozaba del día. Tanto, que llegó a olvidar la razón principal por la que acudía puntualmente a la playa. En realidad, estaba más pendiente de la hermosa salida del sol o de la forma que ese día tenían las nubes, que de encontrar la famosa piedra.
Así que cuando un día cogió una que estaba caliente, ni se enteró. Por la fuerza de la costumbre la agarró y, con la mirada perdida en el horizonte, la lanzó lo más lejos que la fuerza de su brazo le permitió. Mientras volaba sobre el mar, se dio cuenta de que era la valiosa piedra de toque, pero ya era demasiado tarde ¡su única oportunidad de hacerse rico se había esfumado!
En vez de disgustarse, sonrió. Comprendió que había cometido ese error porque, después de tanto tiempo de búsqueda, habían cambiado sus prioridades. Ahora, salía cada mañana a disfrutar de la naturaleza, de la playa, del mar. Se había dejado llevar por la belleza que le rodeaba y la ambición había quedado a un lado.