HOMENAJE A K. 

En cuanto los vio, N. se dio cuenta de que venían por él. Aquellas mujeres de rostros familiares y aquellos hombres vestidos de blanco, armados con garrotes.
-No va a dolerte -le dijo uno al tiempo que le atestaba el primer puñetazo, en mitad de la cara.
-Comprende. Son nuestros sentimientos. No es justo que la tengas -susurraron las mujeres, que le mordían los puños atenazados y le tiraban rabiosamente de los brazos, arrodillados sobre él.
Los hombres usaban los garrotes con fuerza y con cuidado, esperando los instantes en que los movimientos de N. y de las mujeres dejaran al descubierto partes sensibles, donde los golpes fueran más dolorosos. A N. le sorprendía que todo ocurriera casi en silencio; que las voces le llegaran con tanta suavidad; que pudiera guardar sus quejas detrás de los dientes trabados. Un garrotazo dado de punta le cerró un ojo. Con el otro veía solamente el piso de tierra donde había caído de costado; las piedrecillas que le rasgaban la piel del rostro, los trocitos de mica deslumbrantes.
Una de las mujeres comenzó a tirarle de los cabellos hacia atrás y otra le clavó una rodilla en el cuello.
-Suéltala -le aconsejó con ternura.
Un puntapié lo dejó ciego. N. sintió uñas, dientes, rodillas, tacones, puños, garrotes, la superficie de la tierra que lo arañaba con ferocidad.
-¿Para qué la quieres? Abre las manos -le dijo una voz acariciante, y N. sintió en seguida el mordisco inclemente, en la oreja.
Hubo que romperle los dedos. N. quiso gritar, pero la boca se le llenó de polvo y el grito que había guardado tanto tiempo se le convirtió en una tos de agonía.
-No la extrañarás -le dijeron mientras iban dejando solo, pero la única herida que en verdad sentía era el hueco que le había quedado en las manos.
-No conviene que la tengas; no te conviene tenerla -rectificó una mujer.
-¿No comprendes? -dijo otra, pero él no pudo verlas porque apenas podía abrir los ojos.
-Es por tu bien, entiéndelo -musitó otra voz, ya de retirada, y después, como una explicación-: Es insoportable, la felicidad.

Autor del cuento: Felipe Garrido

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