Helen
26 Mayo 2017, 00:34
I.-Recuerdos.
Estoy sumido en los recuerdos de aquellos días que vivimos intensamente al calor de nuestros cuerpos, abrigados por el amor que nos mantenía unidos como un solo ser.
Solamente las sábanas húmedas eran testigos mudos de nuestra fusión. Susurro tenue, frases incoherentes, dos corazones latiendo a un solo ritmo.
Nuestra hora, nuestro momento, nuestra entrega, nuestro final.
Llega el alba y con ella la realidad, el tedio, la melancolía, la sensación del abandono físico y espiritual.
Lo tangible, lo etéreo, lo utópico.
El agua fresca de la mañana se lleva de mi cuerpo la huella de tu piel, tu aroma, tus fluidos corporales se mezclan buscando escapar a través del desagüe, formando figuras caprichosas que giran arremolinadas en torno a la boca que se las traga al unísono llevándolas en un viaje sin retorno al torrente de las aguas servidas que se perderán en el mar lejano a mi lar.
II.-Dos meses antes.
Caminaba buscando un lugar para paliar el frío de esa tarde.
Entro a un bar. Solicito un trago sin hielo, decido por un escocés 8 años. Cato la bebida con la punta de la lengua, queriendo que el sabor casi seco amargo llegue a mis papilas gustativas y me incite a sorber más del contenido de aquella copa translucida que deja ver el color dorado pálido del licor.
-A medida que entraba en calor, notó una frágil figura femenina aparecer en el umbral de la puerta, a contraluz el cabello le brillaba tomando la tonalidad del trigo seco. Sus pupilas dilatadas encendieron la curiosidad y al encontrarse con su mirada el corazón aceleraba llevándolo a sentir taquicardia emotiva. Ella se ubicó a unos cuantos pasos de él, por lo que Alberto eludió su mirada escudriñadora y sólo se atrevió a verla de reojo.
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Después de unos tragos, se atrevió a acercarse a la joven iniciando un breve diálogo. Seguro de la aceptación de su compañía, dominó la relación surgida y obligada por el ambiente reinante en el pequeño recinto. Reían e intercambiaban anécdotas de hechos pasados. Más tarde la pareja salió del local, sonreían, tomados de las manos e iniciaron una pausada caminata. Recuerda Alberto, que cada paso en su andar los incitaban a un corto intercambio de mono sílabos.
Sin llegar a concretar una conversación coherente se miraban a los ojos. Él la acariciaba sin tocarla. Bastaba hacer un recorrido imaginario e intangible por su cuerpo. Su voz lo regresó al presente.
-¿Oye, que te pasa?
-¿Donde están tus pensamientos?
-Regresa al presente!
-En mi cara se dibujó un tímido gesto de sorpresa, a la vez que balbuceé una frase casi inaudible a sus oídos.
¿Que dices?
¡-Nada!
¡Es que pensaba llevarte a mi apartamento!
-Es decir pedirte que me acompañaras a mi pequeño establo.
-Así lo denomino, porque soy un animal más en esta selva de concreto.
-Vamos, estamos cerca, es en Audubon, por la calle 185.
Ya en el calor de mi pequeño apartamento, bebíamos café, procedente de mi amada Venezuela. En el ambiente reinaba el silencio entre nosotros. Roto por la suave melodía que provenía de mi viejo aparato de CD. Una vieja canción “que porque te quiero, son mil cosas a la vez, es estar contigo es buscar tu abrigo, es un no sé qué”…(1)
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Transcurrieron las horas, dos, tres… sentía su atracción. La abracé de repente, se sorprendió. Allí sellamos nuestra empatía con un beso repentino y deseado.
Lo cual nos sumió en un intercambio de caricias que recorrieron nuestros cuerpos desnudos iniciándose así la entrega deseada. La consumación del deseo mutuo, la fusión de nuestros cuerpos y nuestras almas. El orgasmo se hizo presente, recorriendo cada fibra de su temblorosa humanidad, dos cuerpos en reposo que se sumieron en un profundo sueño. Llegó el amanecer cargado de silencio cómplice del frío que se colaba en la cálida habitación.
El letargo fue interrumpido por un débil rayo solar que iluminó nuestros torsos y suavemente acaloraba el tálamo delator de una noche vivida de pasiones conceptuadas y ¿por qué no? alocadas.
III.-De vuelta al presente.
-De pronto el agua se torna un poco fría, devolviéndolo a la realidad.
Se apresuró en concluir el baño. Desayuna rápidamente buscando ganar tiempo para salir.
En su mente solo está la presencia, la figura, la risa de Helen que hace eco en su cerebro.
Sus encuentros se volvieron más frecuentes, era la necesidad del intercambio de una caricia, de una fusión.
Comenzó un amor apasionado, tierno, sin fronteras.
Alberto y Helen compenetraron más sus corazones, el razonamiento se perdía con las horas vividas, con la intensidad de la fuerza que les daba el tiempo para fundirse en un solo ser.
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IV.-Un mes después.
Han pasado treinta días y la angustia se hace patética al no saber nada de ti, paso horas en el lugar que solíamos encontrarnos, te he buscado infructuosamente.
Mi mente semeja un huracán de pensamientos confusos.
-“Donde estás?
Te busco y no te encuentro.
Sólo dame una señal,
Y llegaré a ti.”
-Con estas líneas, desliza una nota debajo de la puerta del hogar de Helen. Alberto espera obtener una respuesta, una llamada. Después de un largo deambular por Canal Street y Battery Park, tomó el ferry hacia la Estatua de La Libertad. Permaneció por horas en la isla, lugar que la pareja frecuentaba y solían tomar alguna bebida caliente a orillas de las gélidas aguas del Hudson.
-Era mediado de Noviembre y oscurecía a partir de las cuatro y treinta de la tarde, la temperatura ambiente estaba a -5° C, cuando decidió regresar a Manhattan.
-El rostro de Alberto dejaba entrever tristeza, ausentismo y pesadez emocional en sus actos. La barba de días sin rasurar le estaba poblando poco a poco su tez, su piel marcaba los estragos de la brisa fría que se colaba por el resto de su cuerpo, aunado al escaso abrigo que lo cubría.
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V.-La Despedida.
Amanece otro día, el despertar cargado de incertidumbre le impide pensar lucidamente. El tono del timbre de la puerta lo saca de su modorra. Encuentra una hoja de papel de color azul, cuidadosamente doblada en dos partes.
Al leer su nombre, el corazón le palpita aceleradamente al reconocer la letra.
“Mi querido Alberto, cuando estés leyendo estas líneas yo habré emprendido el viaje de los que no regresan físicamente pero permanecen espiritualmente en los corazones de las personas que nos amaron, que nos llenaron de alegría y nos hicieron aceptar la inminente partida. Le pedí a mi amiga, que solamente una semana después de haber fallecido, hiciera llegar a tus manos esta misiva.
Cuando nos conocimos me quedaba poco tiempo de vida. Y el destino decidió alargarlo para que compartiera esos días contigo.
Compartirlos y disfrutar de la felicidad y los gratos momentos que me brindaste.
Quiero que me recuerdes sin tristeza en tu corazón, quiero que recuerdes mi presencia en tu vida como algo fugaz y que asumas que algún día nos encontraremos en el lugar que tenemos destinados los mortales cuando dejamos nuestros cuerpos. Y el espíritu se eleva en busca de la paz y la eternidad.
Gracias por esas lágrimas que se escapan de tus ojos y humedecen el papel en tus manos. Para mí es una prueba inmensa de tu amor, sonríe que así me haces feliz.
Te amaré por siempre.
Helen”.
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VI.-El presente.
Alberto, recuerda cuando llegó a Nueva York.
A raíz de la muerte de su padre, debió viajar en compañía de su madre desde Caracas para asistir a las exequias de su progenitor. Su papá, había nacido cuarenta y tres años atrás en la isla del encanto, Puerto Rico, y desde hace veinte se radicó en Brooklyn. Sobrevivió realizando múltiples oficios y últimamente conducía un taxi que durante más de una década le brindó el sustento diario y periódicamente le mandaba algunos dólares a su hijo.
El destino le trajo a la memoria ese momento pleno de dolor; temía seguir ahondando en los días de tristeza, en la falta de su padre. Y la partida inesperada de su madre, dos años más tarde.
¡Y ahora Helen!
Alberto quedó en shock. Su mente se nubló. Se dejó caer pesadamente en su cama, mientras que las lágrimas brotaban de sus ojos, le nublaron la visión, mojaron sus mejillas hasta llegar a sus labios e inconscientemente probar el sabor salado del líquido que cada vez se hacía más copioso.
Temblorosamente se frotó los ojos. Tragó grueso, su garganta se resecaba.
De sus labios se escapó un no tan sonoro que retumbó en las paredes del pequeño apartamento que pudo haber causado algún daño auditivo de alguna persona cercana a él. Ya en horas de la tarde, muy compungido se asomó por la ventana oteando el azulado y grisáceo cielo.
Tal vez buscaba una explicación o consolación para su alma, para su mente que se había convertido en un torbellino de pensamientos inexplicables e incomprendidos para ese momento. Algo que lo regresara al presente, a la realidad, y así enfrentar el triste y doloroso trance.
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A lo lejos, el silencio de la tarde fue roto por el eco de una melodía. Tenue pero audible prestó atención a la letra de la canción, no reconoció el intérprete.
Pero se atrevió a tararear parte de la estrofa;
… “Te extraño más que nunca y no sé qué hacer, despierto y te recuerdo al amanecer, espera otro día por vivir sin ti…” (2)
Otro día, otro despertar, otro amanecer sin Helen.
-Que pasará mañana, que hoy estoy sin ti.