EL ERIZO Y EL ESPOSO DE LA LIEBRE 

Un domingo por la mañana, cerca de la época de la cosecha, un erizo se dirigía al campo para vigilar sus nabos cuando observó al esposo de la liebre que había salido a la misma clase de negocios, esto es, a visitar sus repollos.
Cuando el erizo vio al esposo de la liebre, lo saludó amigablemente con un buenos días. Pero el esposo de la liebre, que en su propio concepto era un distinguido caballero, espantosamente arrogante no devolvió el saludo al erizo, pero sí le dijo, asumiendo al mismo tiempo un modo muy despectivo:
- ¿Cómo se te ocurre estar corriendo aquí en el campo tan temprano por la mañana?
- Estoy dando un paseo - dijo el erizo -.
- ¡Un paseo! - dijo el esposo de la liebre con una sonrisa burlona -. Me parece que deberías usar tus piernas para un motivo mejor.
Esa respuesta puso al erizo furioso, porque él podría soportar cualquier otra cosa, pero no un ataque a sus piernas, ya que por naturaleza son torcidas. Así que el erizo le dijo al esposo de la liebre:
- Tú pareces imaginar que puedes hacer más con tus piernas que yo con las mías.
- Exactamente eso es lo que pienso - dijo el esposo de la liebre -.
- Eso hay que ponerlo a prueba - contestó el erizo -. Yo apuesto que si hacemos una carrera, te gano.
- ¡Eso es ridículo! - replicó el esposo de la liebre -. ¡Tú con esas patitas tan cortas!. Pero por mi parte estoy dispuesto, si tú tienes tanto interés en eso. ¿Y qué apostamos?
- Una moneda de oro y una botella de brandy - dijo el erizo -.
- ¡Hecho! - contestó el esposo de la liebre -. ¡Choque esa mano, y podemos empezar de inmediato!
- ¡Oh, oh! - dijo el erizo -, ¡no hay tanta prisa! Yo todavía no he desayunado. Iré primero a casa, tomaré un pequeño desayuno y en media hora estaré de regreso en este mismo lugar.
Acordado eso, el erizo se retiró, y el esposo de la liebre quedó satisfecho con el trato. En el camino, el erizo pensó para sí:
- El esposo de la liebre se basa en sus piernas largas, pero yo buscaré la forma de aprovecharme lo mejor posible de él. Él es muy grande, pero es un tipo muy ingenuo, y va a pagar por lo que ha dicho.

Así, cuando el erizo llegó a su casa, le dijo a su esposa:
- Esposa, vístete rápido igual que yo, debes ir al campo conmigo.
- ¿Qué sucede? - dijo ella -.
- He hecho una apuesta con el esposo de la liebre, por una moneda de oro y una botella de brandy. Voy a hacer una carrera con él, y tú debes estar presente - contestó el erizo -.
- ¡Santo Dios, esposo mío! - gritó ahora la esposa -, ¡no estás bien de la cabeza, has perdido completamente el buen juicio! ¿Qué te ha hecho querer tener una carrera con el esposo de la liebre?
- ¡Cálmate! - dijo el erizo -. Es asunto mío. Vístete como yo y ven conmigo.
¿Que podría la esposa del erizo hacer? Ella se vio obligada a obedecerle, le gustara o no. Cuando iban juntos de camino, el erizo le dijo a su esposa:
- Ahora pon atención a lo que voy a decir. Mira, yo voy a hacer del largo campo la ruta de nuestra carrera. El esposo de la liebre correrá en un surco y yo en otro, y empezaremos a correr desde la parte alta. Ahora, todo lo que tú tienes que hacer es pararte aquí abajo en el surco, y cuando el esposo de la liebre llegue al final del surco, al lado contrario tuyo, debes gritarle: "Ya estoy aquí".
Y llegaron al campo, y el erizo le mostró el sitio a su esposa, y él subió a la parte alta. Cuando llegó allí, el esposo de la liebre estaba ya esperando.
- ¿Empezamos? - dijo el esposo de la liebre -.
- Seguro - dijo el erizo -.
Y diciéndolo, se colocaron en sus posiciones. El erizo contó:
- ¡Uno, dos, tres, fuera!
Y se dejaron ir cuesta abajo cómo bólidos. Sin embargo, el erizo sólo corrió unos diez pasos y paró, y se quedó quieto en ese lugar. Cuando el esposo de la liebre llegó a toda carrera a la parte baja del campo, la esposa del erizo le gritó:
- ¡Ya estoy aquí!
El esposo de la liebre quedó pasmado y no entendía un ápice. El esposo de la liebre, sin embargo, gritó:
- ¡Debemos correr de nuevo, hagámoslo de nuevo!
Y una vez más salió raudo como el viento en una tormenta, y parecía volar. Pero la esposa del erizo se quedó muy quietecita en el lugar donde estaba. Así que cuando el esposo de la liebre llegó a la cumbre del campo, el erizo le gritó:
- ¡Ya estoy aquí!
El esposo de la liebre, ya bien molesto consigo mismo, gritó:
- ¡Debemos correr de nuevo, hagámoslo de nuevo!
- Muy bien - contestó el erizo -, por mi parte correré cuantas veces quieras.
Así que el esposo de la liebre corrió setenta y tres veces más, y el erizo siempre ganaba, y cada vez que llegaba arriba o abajo, el erizo o su esposa, le gritaban:
- ¡Ya estoy aquí!
En la carrera setenta y cuatro, sin embargo, el esposo de la liebre no pudo llegar al final. A medio camino del recorrido cayó desmayado al suelo, todo sudoroso y con agitada respiración. Y así el erizo tomó la moneda de oro y la botella de brandy que se había ganado. Llamó a su esposa y ambos regresaron a su casa juntos con gran deleite. Y cuentan que luego tuvo que ir la señora liebre a recoger a su marido y llevarlo en hombros a su casa para que se recuperara.
El marido de la liebre nunca más volvió a burlarse del erizo.

Autor del cuento: Hermanos Grimm

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