el gusanito pepito
30 Enero 2020, 21:41
Érase una vez un gusanito llamado Pepito. Pepito, que era muy chiquitín, vivía en un bonito jardín, muy verde, y con muchas flores. Hasta tenía su propia laguna, en la que vivían muchos peces de colores.
Pepito, que siempre había sido muy curioso, quería atravesar la laguna para llegar al otro lado del jardín, donde se decía que había un gran tesoro. Un día, cuando Pepito reunió unas cuantas hojas de morera y dos miguitas de pan, cogió su mejor gorra, una sombrillita de margarita y se encaminó a recorrer su gran aventura.
El día era espléndido, el sol brillaba, el cielo estaba muy azul y corría una suave brisa muy leve que a Pepito le producía una agradable sensación. Por el camino, iba cantando cuando, de pronto, se encontró con una mariquita que estaba llorando en una piedrecita.
– ¿Qué te pasa, amiga mariquita?, preguntó Pepito.
– Pues que he perdido uno de mis puntitos negros, respondió la mariquita.
– ¡Qué cosa tan grave! Pero no te preocupes, yo te ayudaré.
Juntos, se pusieron a buscar el puntito negro que se había perdido. Buscaron bajo las piedras, por encima de las flores, detrás de los árboles, pero nada, no estaba por ningún sitio. De pronto, mientras caminaban, Pepito vio algo en el pie de su amiguita.
– Acércate, Mariquita, que tienes algo en el pie.
Entonces, al observar el pie, se fijaron en que el puntito estaba ahí, se había caído y, sin querer, la mariquita la llevaba pegada en el pie.
– Muchas gracias. Como regalo por tu ayuda te daré esta cuerda mágica que nunca se acaba.
Pepito, muy feliz, la cogió y prosiguió su camino. Iba saltando cuando, de nuevo, encontró otro amiguito llorando. Esta vez, era un saltamontes tristón.
– ¿Qué te pasa, amigo saltamontes?
– Pues que se me ha roto la cuerda de mi violín.
– No te preocupes, amigo mío, pues aquí llevo cuerda para arreglarlo.
Tan pronto como lo dijo, sacó de su mochila un trozo de cuerda mágica, y arregló el violín.
– Muchas gracias, Pepito. Ahora puedo tocar mi violín horas y horas y, como recompensa, te daré ese trozo de tela mágico al que solo tienes que pedir en qué quieres que se convierta, y así lo hará.
Pepito, siguió su camino, muy feliz, porque había podido ayudar a dos bichitos. De nuevo, otro bichito lloraba y lloraba, esta vez era una abejita.
– ¿Qué te pasa, amiga abeja?
– He perdido mi sombrerito.
– Tranquila, amiga, aquí tengo tela mágica y podré hacerte un sombrero nuevo.
Pepito sacó un trozo de su tela y le pidió que se convirtiera en el sombrerito más bello del mundo, y así lo hizo. Le dio el sombrerito a su amiguita nueva, y esta, de la felicidad, le hizo un regalo.
– Aquí tienes un silbato mágico. Con él podrás llamar a cualquier insecto que esté cerca tuyo y, tan solo con mostrárselo, te ayudará sin dudarlo.
Pepito prosiguió su camino, y al fin, llegó al borde de la laguna. La miró, y se dio cuenta de lo profunda y peligrosa que era y, además, no sabía cómo podría atravesarla. Pensó y pensó, y de pronto llegó la idea.
–Ya sé, con mi trozo de tela, haré un barquito, con el que podré pasar, pero ¿cómo podré llegar al otro lado?, si no hay nada de viento...
Tras pensar y pensar y pensar, recordó lo que su amiga la abeja le había contado.
–El silbato, ¡claro! ¿Cómo no me había acordado? Cogió su silbato y lo sopló lo más fuerte que pudo. Al pronto, apareció una gran mariposa, la más bonita que jamás había visto.
– Dime, amigo gusanito, ¿qué te sucede?
– Pues que no sé cómo cruzar el río.
– Yo te ayudaré. Déjame un trozo de cuerda y yo tiraré de ti.
Entonces, Pepito, cogió la cuerda que su amigo la mariquita le había regalado, se la dio a la mariposa y la agarró fuerte para que tirara de él y del barquito. En menos de media hora, Pepito ya había llegado al otro lado de la orilla. Por fin había llegado a su destino, el otro lado de la orilla, donde había escuchado que había un tesoro maravilloso. Anduvo y anduvo, siguiendo los pasos que marcaba el camino al tesoro, y por al fin llegó.
– Pero, ¿dónde está el tesoro? No hay monedas.
Pepito miró a un lado y al otro, pero no las vio por ningún sitio. De pronto, se percató de que estaban sus nuevos amigos: la mariquita, el saltamontes, la abeja y la mariposa.
– ¿Qué hacéis vosotros aquí, amigos míos.
– Esperábamos que llegase nuestro nuevo amigo, un bichito al que no le importase pararse a ayudar a otro, aunque tuviera prisa por encontrar un tesoro, y al que no le importara hacerlo sin recibir nada a cambio.
Pepito, se quedó pensativo, no sabía a quién podrían estar esperando.
– Y por fin ha llegado ese bichito, eres tú, Pepito.
Pepito, se quedó boquiabierto, no se había dado cuenta de que con sus acciones, había sido amable con ellos, era una cosa natural el ayudar.
– Como eres el bichito esperado, Pepito, queremos decirte que el tesoro del que hablaban todos es la amistad y que, pase lo que pase, nunca perderá valor ni se podrá vender o perder.
Pepito se alegró muchísimo de haberles encontrado, ya que podría jugar y contar con ellos por siempre jamás, pues la amistad, es el mejor tesoro del mundo mundial.