EL ÁNGEL 

Anoche, ya tarde, estuvo a visitarme un arcángel. Para que yo pudiese verlo adoptó la apariencia de una mujer. Venía fatigado y se dejó caer en un sillón del que más tarde les costaría trabajo desprenderse. Quise contarle mis cuitas, pero me bastó echarle encima una mirada para comprender que no hacía falta. Me miró con amor, o al menos con compasión. Con amor castísimo y por consiguiente un tanto heroico. Sus ojos, que tenían el color y la dulzura de la miel, alcanzaron a consolarme como lo hace la sonrisa de la mujer amada. Comprendí que él también estaba solo y que su soledad era un gesto solidario. Luego supuse que venía a obsequiarme la muerte, aunque era evidente que estaba desarmado; un olvido, o las fuerzas insuficientes del cuerpo elegido para materializarse en mi presencia podrían explicar que no empuñara la espada habitual. Dos o tres veces estuvo a punto de hablar, pero finalmente guardó silencio a mi lado, porque tampoco hacía falta que él me dirigiese la palabra. Antes de marcharse alzó la diestra y con el índice extendido me rozó el costado. Su toque fue leve y definitivo. Dejó impreso en mi alma el escozor de la ausencia.

Autor del cuento: Felipe Garrido

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