Caminante 

Enviado por gabl   Seguir

26 Junio 2017, 01:26

(Fragmento Capítulo 1)

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Pies Descalzos.

Mis pies empiezan a entumecer sin encontrar tregua al sufrimiento y castigo por lo que han andado descalzos a lo largo de áridos senderos y caminos rocosos. Espinados, sangrantes, hinchados por la falta de calzado. Cada paso me transmite una descarga eléctrica que recorre mi cuerpo e invade órganos, músculos y huesos.
Ando vagando sin saber dónde voy, errante, sin rumbo fijo semejando a Don Quijote de La Mancha. Descubro a lo lejos una veintena, o más, de morichales que creí eran gigantes agitando sus brazos al aire. Perdida la cordura momentáneamente quise emprender camino a su encuentro para librar batalla.
Retorno a la lucidez, recordando a Sancho, al responderle a su amo que no eran tales gigantes sino molinos de viento… y hacerlo volver a la realidad.
Cae la tarde y el sol ha hecho estragos en mí. Tengo sed, los labios resecos y las comisuras rotas. La falta de líquido es notoria. Busco refugio para pasar la noche, cubro el suelo con ramas, hojas secas, improvisando un lecho y como techo me protegerán las ramas bajas de un pequeño árbol a las cuales les entrecruzo otras para hacerlas más tupidas.
Con inexperiencia manifiesta enciendo una pequeña hoguera para mitigar el frío que comienza a castigarme y los insectos nocturnos que como nubes atacan mi rostro, brazos, manos, y toda la piel expuesta a la intemperie. Recostado observo como la oscuridad se va adueñando de la noche y en el cielo las estrellas fulguran.
Fijo la vista en el firmamento marcado por puntos brillantes grandes y pequeños. La recorro oteando hasta donde mis ojos me lo permiten y trato de adivinar; ¿la Osa mayor, la Osa menor o la Constelación de Orión?

Busco en mi mochila la botija notando que queda poca agua, hurgando un poco más un mendrugo de pan sorprende mis dedos. No recuerdo si es el sobrante de un trozo mayor o la dádiva recibida al confundirme con algún mendigo en alguna población o ranchería por las que sin dudas transité.
Digo esto por mis vestimentas, sucias rasgadas, sin calzado, con una barba de días, y por el olor que despide mi cuerpo por la falta de aseo. Mastico el pan con voracidad y libo el vital líquido que queda en el recipiente.

Me despierta el alba.
Aún desconcertado, examino mis heridas, en algunas partes poco profundas, algunas tienen costras.

Rasgo mis pantalones y cubro los pies a manera de venda. Mientras el sol se va asomando por el este, me apresuro a iniciar la caminata, antes de que alcance el cenit, y haga que la marcha hacia un sitio poblado sea pesada.
Apenas he caminado casi una hora. El calor hace estragos en mi débil humanidad, sudo copiosamente, la camisa empapada se pega a mi espalda.
Vislumbro un riachuelo. No puedo mitigar el dolor en mis pies, nuevamente sangran. Entro al agua tibia, me siento sobre una piedra que emerge de las aguas, lavo mi cara, mis brazos y termino sumergido, rotando en el lecho del riachuelo hasta que la fatiga y el maltrato con las piedras de varios tamaños que cubren como alfombra el fondo de las aguas me obliga a abandonar el oportuno y necesario baño.
Ya refrescado, mitigado la sed, reacciono ante el panorama. Un nombre viene a mi mente, Eduardo Sánchez.
¿Seré yo?
¿Qué carajo hago aquí?
¿Cómo llegué a este lugar?
Los recuerdos fluyen y la conciencia se apresura a traerme imágenes confusas que poco a poco o, en días se aclaren y revelen total o a parcialmente las incidencias y desventuras vividas guardadas en el laberinto de mi atormentado cerebro. Relaciono vías férreas, caminos de tierra amarillenta.
Transcurren las horas. Se aclara mi conciencia y se aviva en mí el recuerdo de la travesía o vagar entre el monte, caminos estrechos y pérdidas momentáneas del espacio tiempo. No sé qué día es, no sé cuánto he caminado. Empiezo a armar el rompe cabezas de la aventura que estoy viviendo.
La claridad de los recuerdos me ilumina. Soy Ingeniero de materiales, trabajo en Zaraza en una empresa metalúrgica y resido en la calle El Roble. Cierro los ojos trayendo a mi mente imágenes y episodios pasados.
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Evocación.-

Era viernes, en la tarde cuando cesaron las labores cotidianas. Acepto la invitación de tres compañeros de trabajo y decidimos tomar unas cervezas. Iniciamos la travesía hacia el sector La Florida, donde están las compuertas del Río Unare, que en esta época del año sirve como balneario.
Allí disfrutamos de las bondades de las aguas cristalinas y templadas. Agrupados en círculo, conversamos de diversos tópicos. Conocimos a varias personas con las cuales intercambiamos saludos y algún trago. Llegada la hora del regreso, me apresuro en vestirme. Pero el repentino mareo hace que mis acciones se tornen lentas y vocifero incoherencias, palabras entrecortadas e incomprensibles.
Mis compañeros me obligan a entrar en la camioneta de doble cabina. Me recuesto apoyándome al panel de la puerta, cierro los ojos, y siento que mi cabeza gira sin control. La brisa del camino me calma y quedo a merced del vaivén que produce el andar del vehículo sobre terreno irregular.
Despierto sediento, la boca seca, y el sol quemando la piel expuesta. Estoy tirado a orillas de un estrecho sendero rodeado de baja vegetación. Me incorporo con dificultad, sacudiendo de mi ropa la gran cantidad de hormigas que devoran la carne, en pequeñas porciones, como invitadas a un día de camping.
Doy unos pasos y me lastimo los pies con espinas y pequeñas piedras, escucho ruidos confusos en las copas de los árboles, son pájaros que revolotean buscando donde dormir.
Me alerto ante el atardecer. Ligeramente examino mi pantalón, mi camisa, no tengo cartera, nada que me identifique. Corro desesperado hacia la nada. No sé dónde ir, no sé dónde estoy, ¿qué pasó?
¿Por qué me abandonaron en el monte?
Busco respuestas, que nadie me dará.
En medio del pánico que se apoderó de mí, freno la alocada carrera.
¡Reflexiono ante la situación!
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Observo la vegetación, está compuesta por gramíneas, combinada con arbustos y árboles que cubren la mayor parte de la zona. Por la conformación, me encuentro en una selva de galería, abundan las caobas, algunos moriches, cují negro y chaparro. Fijo la mirada en una caoba joven de unos tres metros de alto.
Ayudándome con un palo a manera de cayado logro tumbar algunas ramas, y con una afilada piedra abro pequeños surcos en el tronco del árbol a manera de tramos que me ayuden a subir hacia la rama más cercana, a menos de un metro ochenta de altura.
Mis manos se apresuran a trabajar afanosamente. Adapto a la punta del cayado un garabato que hice con madera dura asegurándolo con bejucos flexibles para engancharlo y halar la rama más cercana, coloco el gancho en la rama y logro hacer torsión trayéndola hacia mí.
Temerosamente logro trepar y el reclamo de la rama no se hizo esperar. El crujir hace que me aferre con fuerza y tome impulso para sentarme balanceándome hasta equilibrar mi posición.
Dormitaba por minutos, el miedo a caerme no me deja conciliar el sueño. Los ojos se cierran involuntariamente y lucho por mantenerlos abiertos. Intento enganchar el cayado en la rama superior, la idea es amarrarme con la correa y ganar un poco de estabilidad. Fallo. Queda corta. Me deslizo hacia atrás lo que me produce rasguños en mis muslos, nalgas y manos. Logro adosar mi espalda al tallo del árbol.
Esta acción me da confianza, ya que giro y quedo frente al tronco del árbol y con ambas manos logro pasar de un extremo a otro la correa amarrada a la camisa y así atarme a las presillas delanteras de los pantalones. Pude dormir no sé cuánto tiempo, el dolor en mis nalgas y caderas cada vez se intensifica.
Me desperté asustado. El ruido provenía del follaje de árboles cercanos que causaron en mi un ligero temblor al tiempo que el corazón acelerado exigía más espacio en su cavidad torácica.
Apenas la luz de la mañana empieza a filtrarse entre el follaje, estiro mis dedos, suelto mi amarre, flexiono las piernas, lo que ocasiona que el movimiento casi me lanzara al vacío. Engancho el cayado, lo utilizo para deslizarme a tierra, salté a 60
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centímetros del suelo lo que me produce una leve torcedura en el pie derecho.
-Eduardo permanece acurrucado, en forma fetal, sobre la tierra por más de una hora, tiempo que pasa lento en su entorno y que no aprecia. Está desorientado y la mente jugándole una mala pasada ya que los recuerdos son vagos e incomprensibles.
-Aliviados sus pies, decide incorporarse, da unos pasos con dificultad, y se sitúa dando la cara al sol, extiende los brazos e imaginariamente traza los puntos cardinales, se abre paso a través de la baja espesura del monte en busca del norte. Ya ha caminado más de cinco horas cuando la vegetación se torna escasa y más baja.
-A ciencia cierta él no sabe que le queda al norte, al sur o en el punto cardinal que escoja ya que desconoce en qué lugar se encuentra, en qué población, estado o municipio.
-De pronto ante él se cruza transversalmente un camino de tierra, se detiene en búsqueda de algún indicio o pista, camina con la vista fija en el suelo amarillento buscando algo que lo guíe, al salir de una curva queda pasmado. Aparece en el horizonte un valle y puede apreciar un lejano camino.
-Calcula que está como a dos días de camino en línea recta abriéndose paso entre la poca espesura y lo escarpado del terreno.
-Le preocupa la gran pendiente intransitable, áspera y peligrosa.
-Su estado emocional se estabiliza, comienza el descenso hacia lo desconocido...
Continúará

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