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Enviado por piojodelrojo   Seguir

29 Junio 2020, 12:33

La hora en este lugares triste, no importa cuando leas esto, también la casa y tampoco varía de dónde la mires. El frío siempre se escurre por las ventanas mal cerradas de tanto desgaste, las paredes de afuera muestran marcas de lo que fue una vez un jardín colorido, tupido, lleno de flores, pero los perros que cuidaron mi infancia ya no dejan crecer ni un solo pasto en ese pequeño pedazo de tierra, y las huellas, de sus garras apresuradas a entrar a lo que era un hogar cálido, aún siguen firmes en la puerta como si se negaran a que los olvide, algo que nunca hice. Una rama que fue escalando alto, en silencio, a lo largo de décadas, hace tiempo sostiene una hamaca donde solo el viento y algún que otro pájaro se animan a jugar. Los paredones retratan la caligrafía de dos pequeños corazones enamorados que alguna vez pensaron en inmortalizar sus primeros besos. También deja ver un arreglo improvisado, señal de la desmesurada fuerza juvenil que un día me golpeo y me dejo caer sobre los ladrillos que, en ese momento, tenían fuertes raíces.
Se podría decir que esa casa es la más fiel del barrio, conserva toda su originalidad. Se construyeron altas, modernas y fuertes paredes a su alrededor, etiquetándola prácticamente como un museo vecinal. Algunos viejos vecinos la miran e inmediatamente se sienten invadidos por la nostalgia, otros, más nuevos, se animan a tiran basura en la embarrada vereda, dueña de varios perros flacos y hambrientos. Los de más lejos preguntan, al pasar, si la casa está a la venta. Eso sí, ya el sol no golpea fuerte como en esos días, culpa de dos árboles, donde durante sus vacaciones, en las primaveras, deberían renacer nuevas hojas, pero la falta de poda los agigantó con colores grises y opacos.

Recorrer este lugar me hace recordar veranos añejos, azules de principio a fin, cuando la pelo pincho rebalsaba de gritos y risas. Donde las noches encerraban, en el patio, a grillos y luciérnagas y albergaban mesas que dieran de comer, en las fiestas, incluso a más de veinte bocas, todas familiares. Me recuerda a cuan ricos nos sentíamos teniendo tanto tiempo libre, para correr, jugar y conocer nuevos vecinos, turistas temporarios, que daban lugar a amistades eternas. En cambio, del invierno no tengo muchos buenos recuerdos, no de este lado, el de afuera, el que ustedes pueden ver y que me es mas fácil describir. Tal vez alguna ocasional nevada, pero eso me desviaría un poco del eje, mas precisamente al potrero de la esquina, que fue cancha de futbol, golf y quien sabe cuánto escenario de otras aventuras más. Y que, salvo por el tendido eléctrico, del resto nada queda o mejor dicho queda todo sepultado bajo un monstruoso y lujoso complejo de cabañas. Pero regresando a la casa, también me hace recordar que ahí todavía vive una pareja, un par de abuelos sedentarios, encerrados, empecinados, aferrados con sus perros a un pasado lejano, pasado que no volverá ni siquiera poniendo sobre la vereda las memorias más fuertes del universo. Ahí viven… inventando, día tras otro, un mañana que no crecerá leyendo las historias escritas sobre piedras endurecidas en batallas ganadas al abandono y la remoción… recorrer ese lugar me hace recordar que siguen viviendo, ahí, contra toda lógica… mis queridos viejos. -

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